Overlord

Volumen 11: Los Artesanos Enanos

Capítulo 3: La Inminente Crisis

Parte 3

 

 

Eran ocho los clanes de Quagoa viviendo en la Cordillera de Montañas Azellisia.

Estos eran, el clan Pu Rimidol, el clan Pu Randel, el clan Pu Surix, el clan Po Ram, el clan Po Shyunem, el clan Po Gusua, el clan Zu Aygen y el clan Zu Riyushuk.


Los descendientes de Pu, el héroe de antaño, habían formado tres clanes y tomaban su nombre. Ellos estaban en conflicto con los clanes que se llamaban así mismos Po y Zu. Había ligeras diferencias entre cada clan individual, pero en general cada uno estaba constituido por 10’000 Quagoa, para hacer un total de 80’000 individuos distribuidos a lo largo de la Cordillera de Montañas Azellisia.

Ahora, si alguien quisiera saber si la gente Quagoa era fuerte, la respuesta era que no lo eran.

Incluso si un clan tenía 10’000 miembros, los Quagoa tenían muy poco en lo referente a tecnología o a civilización y se encontraban entre las razas menores de las montañas. Eran poco más que presas para los fuertes.

Y si alguien preguntaba quién era el mayor enemigo de la raza Quagoa solo había una respuesta. Eran los otros clanes de su misma raza. Incluso algunas veces la gente de sus propios clanes podían convertirse en enemigos. Otros monstruos veían a los Quagoa como poco más que comida. No los odiaban, ni tampoco competían con ellos. Sin embargo, eso no era así cuando se trataba de sus congéneres Quagoa.

Eso se debía a la manera en la que los Quagoa crecían.


Los minerales y rocas que los Quagoa comían a temprana edad determinaban sus habilidades en su vida adulta. En otras palabras, tenían que competir con su propia gente para obtener minerales poco comunes y reforzar su estirpe. Así pues, sus congéneres Quagoa eran sus enemigos, pero era algo natural que un oponente cercano sea más molesto que uno lejano.

En forma similar, los Enanos que competían con ellos por los minerales también eran sus enemigos, pero era más probable que los Enanos los ahuyentaran con sus armas encantadas con electricidad.

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Sin embargo, en algún momento un héroe de leyendas, uno que superaba al héroe de antaño Pu, había nacido.

Él era el Jefe de los Clanes, Pe Riyuro.

Su fuerza sobrepasaba a la de los Quagoa Azules y Rojos y usaba su sobrecogedor poder para unificar a los clanes.

Pero la revolución de Riyuro no se detenía ahí.

Luego de descubrir una ciudad Enana abandonada, reunía a los clanes allí y formaba unidades para enfrentar a los monstruos. Además usaba a prisioneros Enanos para desarrollar la agricultura y la crianza de animales.

Eso no era todo. Usualmente, cuando nacía un nuevo líder del clan, éste exterminaba a toda la estirpe del líder anterior. Éste era el medio comúnmente aceptado por el cual se intercambiaba el poder entre la gente Quagoa. Sin embargo, Riyuro no hacía eso. Al contrario, optaba por dejar que los líderes de los otros clanes se gobernaran a sí mismo. Sin embargo, Riyuro ordenaba que le trajeran todos los minerales. Aquellos que lo obedecían y tenían un buen desempeño recibían minerales poco comunes, independientemente de su posición.

Por ejemplo, aquellos clanes que detenían las invasiones enemigas eran reconocidos como valientes, mientras que aquellos clanes que encontraban más oro o piedras preciosas ganaban favoritismo y más miembros. Su trabajo era recompensado con los minerales apropiados.

Su competición contra su señor se había convertido en una competición entre ellos y el puesto del Jefe estaba seguro.

Él había hecho todas estas cosas que ningún Quagoa había soñado siquiera para expandir su influencia y poner en marcha cierto plan.

El plan era atacar la ciudad Enana.

Los clanes habían reunido a sus mejores guerreros en respuesta a los llamados de su señor. Habían enviado a 2’000 individuos por clan, para una fuerza de combate total de 16’000.

Éste era un ejército jamás visto en la historia. Sin embargo, incluso con tal cantidad de hombres, un ataque directo atravesando el puente colgante los llevaba a sufrir bajas horrendas. Eso no solo iba en contra del propósito de reunir a tales números, sino que también corrían el riesgo de ser derrotados sin ser capaces de traer abajo la fortaleza.

Por lo tanto, Riyuro les ordenaba que encontraran una ruta alterna hacia la fortaleza.

Aunque varios de los equipos de exploración no regresaban, al final lograban encontrar una ruta para sortear la Gran Grieta. Después de eso, sus tropas se dividían en tres para llevar a cabo sus tareas.

A un grupo se le asignaba capturar a los Enanos que intentaban huir. Esta tarea fue dividida entre escuadrones más pequeños.

Otro de los grupos era designado como la fuerza principal. Ellos iban a conquistar y a saquear la ciudad Enana. Si el grupo de élite se demoraba demasiado tiempo en traer abajo la fortaleza, ellos intervendrían para ayudar.

Y el último grupo estaba compuesto de Quagoas de élite, quienes se encargaban de traer abajo la fortaleza. Este grupo avanzaría antes que la fuerza principal, haría caer la fortaleza y también podían ser usados para conquistar la ciudad.

El tercer grupo, la vanguardia, estaba dirigido por un Quagoa llamado Yozu.

Él era uno de los mejores hombres de Riyuro, un Quagoa Rojo excepcional. Su mente era aguda, era un luchador capaz y era uno de los mejores candidatos para la posición de líder al interior de su propio clan.

Incluso así, no era fácil que alguien como él pudiera dirigir su grupo de batalla mixto.

Después de todo, las élites de varios clanes sentían rencores profundos entre ellos. Sin embargo, Yozu incluso se las arreglaba para hacer uso de eso.

Al alimentar las llamas de la competición entre los clanes facilitaba traer abajo la fortaleza.

Tomar la ruta alternativa había asegurado su victoria, pero incluso así, nadie podía dudar de su extraordinaria habilidad de mando.

En realidad, nadie más entre los Quagoa podía igualar sus habilidades como comandante.

Y ahora, los Quagoa se preparaban para darles el golpe de gracia a los Enanos.

***

 

 

Los primeros Quagoa entre la vanguardia que atacaba la fortaleza eran las tropas de asalto compuestas de lo mejor de lo mejor. Estos Quagoa atacaban salvajemente la odiosa puerta usando sus garras, pero no podían atravesarla.

Un paso más. Sólo un paso más cerca y podían atravesarla y aplastar a sus odiados enemigos, los Enanos. Un paso más y podían tomar toda esta nación para sí mismos. Ellos ocuparían los primeros lugares por sus logros y como recompensa recibirían tanto mineral como para que la cabeza les diera vueltas.

Sin embargo, esa oportunidad les estaba siendo negada y sellada por la fría puerta frente a ellos.

Los Quagoa tenían un dicho. El gusano que se oculta a mayor profundidad crece más grande.

Uno de los Quagoa estaba tan furioso por estar tan cerca pero a la vez tan lejos que intentaba morder la puerta. Naturalmente, no hacía nada más que arañar la superficie.

Al verlo, muchos otros intentaban hacer lo mismo.

Sin embargo, los Quagoa regulares no podían dañar la puerta de ningún modo. Podían intentarlo por cien años y seguirían sin haber llegado a ninguna parte.

Incluso cuando pensaban en excavar atravesando la roca y así burlar la puerta, encontraban que las paredes estaban reforzadas con un enrejado del mismo material que la puerta.

Los Quagoa regulares no podían atravesar esa puerta. Sus élites poco comunes como los Quagoa Rojos o Azules se mantenían en reserva como arma secreta y no habían sido asignados a los equipos de asalto. En otras palabras, su avance se había detenido brevemente aquí.

Cualquiera se podía sentir frustrado cuando se le negaba la gloria en el último instante. Sin embargo, no estaban ansiosos. Esto se debía a que ya habían reportado esto al comandante de la vanguardia. Si el gran Yozu estaba aquí, él seguramente encontraría la manera que ellos no podían.

Incluso así, se agrupaban en clanes para descansar, porque no sabían cuanto tiempo tomaría.

Si fueran tropas regulares, podían estar inquietos y deambular por el estrés o comenzar a pelear con otros clanes. Sin embargo, todos aquí eran lo mejor de lo mejor. Descansaban cuando tenían que descansar, guardando su rabia y fuerza para la siguiente batalla.

Y entonces, después de descansar por algún tiempo, los Quagoa levantaban la vista de pronto como si sus cabezas estuvieran montadas en resortes.

Había un chirrido de tono grave que sonaba como si viniera desde las profundidades de la tierra y las puertas comenzaban a abrirse lentamente.

Las tropas de asalto Quagoa se miraban entre sí.

Los Enanos habían sellado las puertas presas del pánico. ¿Por qué las abrían de nuevo? ¿Es que querían rendirse? Había muchos Quagoa que pensaban de esa manera y se reían burlonamente mientras mostraban los dientes.

Como si fueran a aceptar una rendición.

Su plan era exterminar a los Enanos. No les iban a dar tiempo de soltar palabras inútiles.

Ingresarían como una avalancha a través de las puertas abiertas y matarían a todos los Enanos en su camino. Después de eso, aplastarían la ciudad bajo sus pies e iniciarían una masacre con todas sus fuerzas.

Una abertura se abría lentamente frente a los Quagoa sedientos de sangre. Era demasiado pequeña como para pasar por ella. Pero uno de los sanguinarios Quagoa lograba meter un brazo por la abertura.

Lanzaba sus afiladas garras hacia adelante, intentando matar a cualquier Enano detrás de la puerta.

Y entonces…

“¡Gyaaaaaaaaaaaaaaa!”

El Quagoa que había querido ser el primero gritaba rodando hacia atrás. El brazo que había metido había desaparecido y era reemplazado por un chorro de sangre fresca.

La conmoción que sentían ante este suceso era como echarles agua fría a las llamas de su sed de sangre.

Era fácil imaginar lo que había ocurrido.

Con toda probabilidad alguien le había cortado el brazo con algún tipo de arma, pero. ¿Eso era siquiera posible?

La habilidad especial de los Quagoa era su resistencia extrema a las armas que típicamente usaban los Enanos. Durante su ataque sorpresa a la fortaleza, algunos de ellos habían resultado heridos pero ninguno había muerto. Eso debía continuar siendo cierto siempre y cuando no eran golpeados con ataques eléctricos.

Pero entonces. ¿Cómo había sido cortado el brazo de su camarada?

Sólo había una respuesta a eso.

Y era la existencia de un espadachín extraordinario, que podía cortar fácilmente el brazo de un Quagoa, un miembro de una raza cuya piel y pelaje repelían todas las espadas.

En otras palabras, había un guerrero inimaginablemente poderoso detrás de las puertas que se abrían lentamente.

Los Quagoa retrocedían, presas de una emoción que no habían sentido aún en esta batalla…miedo. Mientras tanto, la abertura en la puerta continuaba haciéndose más grande.

“¿Por qué están retrocediendo?”

Gritaba una poderosa voz en la parte posterior del equipo de asalto.

“¡No hay cobardes en el Clan Pu Rimidol!”

“¡Ohhhh!”

Ese grito debía venir de los miembros del Clan Pu Rimidol que habían sido escogidos para el equipo de asalto. En pánico, los demás de los otros clanes también gritaban proclamando su fuerza.

“¡El Clan Po Gusua tampoco tiene cobardes!”

“¡Nadie en el Clan Zu Aygen perderá frente a los Pu o los Po! ¡¿Cómo podemos dejar que nuestros ancestros se rían de nosotros desde la Tierra de Derey?!”

Para los Quagoa, los muertos valerosos observaban prosperar a sus hijos desde la Tierra de Derey. Se decía que los ancestros se burlarían de aquellos que caían en vergüenza.

Esas palabras eran las chispas que reavivaban el espíritu de lucha de los Quagoa.

Llevaban arrastrando a un lado al Quagoa sin brazo, hacia la pared. Los equipos de asalto mantenían su distancia y asumían una formación compacta, listos para masacrar al poderoso espadachín.

“¡Adelante! No importa lo poderoso que sea, el enemigo sólo tiene una espada. Lo atacaremos con más gente de la pueda manejar.”

Decía alguien.

“No, lo único que tenemos que hacer una vez que se abra la puerta es abalanzarnos de frente. Cuando lo hagamos caer, lo pisotearemos. Entonces saquearemos la ciudad.”

“¡En ese caso, déjenme estar al frente!”

Había un mineral llamado Nuran que era convertido en polvo y mezclado con pintura. Los valientes tomaban esta pintura y dibujaban dos rayas a lo largo de sus pelajes como prueba de su coraje.

Los Quagoa se reunían detrás de una de esas valerosas almas. Si él caía abatido por esa espada, aun así podían empujarlo.

Ahora la abertura en la puerta era lo suficientemente grande como para que un Quagoa pasara solo. Aunque era demasiado estrecha para irrumpir con rapidez, podían perder hombres por nada si del otro lado atacaban con la magia eléctrica que habían usado hace poco y luego cerraban las puertas nuevamente.

“¡A la carga!”

Con un valiente grito, más de 10 Quagoa comenzaban a moverse.

El valeroso Quagoa frente a ellos se ponía rígido. Los que lo empujaban desde atrás sentían que había sido muerto por el espadachín. Sin embargo, no se detenían. Si se detenían ahora, sería un insulto a su coraje.

Debido a eso, los Quagoa de atrás empujaban hacia adelante con intensidad inquebrantable. Estaban decididos a dejar que su impulso los lleve a la ciudad Enana para saquearla y despojarla…

…Y entonces se detenían.

Sin importar cuánto empujaban, no podían continuar. Era como si un muro gigantesco y grueso los estaba bloqueando.

Uno de los Quagoa levantaba la cabeza y miraba al frente.

Era natural preguntarse si los Enanos habían construido una pared.

Porque efectivamente allí había una pared de negro azabache.

Todo lo que sus ojos podían ver era la pared. Y entonces comenzaba a moverse.

“¡OHHHHHHHHHHHHHHHHH!”

Un poderoso grito hacía temblar el aire.

Lo que habían pensado que era una pared en realidad era un escudo gigantesco.

Los Quagoa no tenían antecedentes en el uso de armas o armaduras, pero habían visto antes que los Enanos las usaban. Sin embargo, ellos nunca habían visto algo tan grande. Ante ellos se encontraba un escudo que podía ser confundido con un muro.

Mientras los Quagoa se encontraban desconcertados por este suceso, la aborrecible criatura detrás del escudo se revelaba a sí misma.

Era una criatura enfundada en una armadura negra de cuerpo completo y sus ojos carmesí brillaban con odio.

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Incluso los ignorantes Quagoa podían entender que era malvada, era violenta…era la Muerte misma.

Se oía un ¡pyun!

En ese instante, las cabezas de tres Quagoas volaban como si fueran una.

“¡¡UUUOOOOHHHHHHHHH!!”

El rugido golpeaba los cuerpos de los Quagoa.

Su espeluznante impacto hacía que los Quagoa quisieran huir con todo su corazón.

Dentro de sus tribus, ellos se consideraban a sí mismos guerreros valientes que no temían a la muerte. Sin embargo, ni en sus sueños más salvajes habían imaginado a un ser como éste. El monstruo frente a ellos aniquilaba por completo su coraje.

Siendo ése el caso. ¿Por qué no escapaban de inmediato?

Se debía a que les faltaban las fuerzas para hacerlo. Sus instintos les decían que si corrían, morirían de un solo golpe desde atrás. Aun así, los ojos de ese ser oscuro les recordaba a los Quagoa sobre su deseo de vivir.

“¡OHHHHHHHHHHHHHH!”

Ese rugido parecía venir de las profundidades de la tierra. Los Quagoa lloriqueaban en respuesta y retrocedían varios pasos.

Entonces, como aprovechando una oportunidad que se presentaba por sí sola, aparecía otro ser idéntico. Y entonces…

“¡Hiiiiiiiiii!”

Uno de los Quagoa gritaba.

Cuando volteaban a ver al dueño de la voz, veían a uno de sus camaradas que había perdido la cabeza.

Estaba muerto. No había ninguna duda sobre eso. Sin embargo, sus brazos comenzaban a moverse, como tratando de buscar algo. Estaba claro que no se trataba de un espasmo ni de nada parecido.

La única conclusión a la que podían llegar era que el cadáver estaba moviéndose.

Como atrapados en una pesadilla, los Quagoa que todavía seguían vivos se encontraban a sí mismos prisioneros en una jaula del miedo.

Clang, clang, resonaban los dos gigantescos trajes de armadura y entonces levantaban sus armas idénticas y extrañas: espadas flamígeras.

***

 

 

“Así que, de acuerdo al reporte del equipo de asalto, no han encontrado una forma de traer abajo la puerta aún. ¿No es verdad?”

“¡Sí!”

El Quagoa cuyo pelaje tenía rayas rojas fruncía el ceño mientras escuchaba el reporte de su subordinado.

Él era Yozu, el comandante de la vanguardia Quagoa. Poseía un pelaje tan duro como el orichalcum y su resistencia a las armas de metal también era mayor que la de los Quagoa regulares. Era un espécimen superior de su especie, un Quagoa Rojo.

Yozu pasaba la vista del subordinado que hacía una reverencia hacia el otro lado del puente colgante. Más allá de la fortaleza se encontraba un túnel y pasando el túnel estaba la ciudad Enana.

Después de conquistarlo, tendrían un buen lugar para una base y toda su competencia por los minerales desaparecería también.

La combinación de un mayor territorio y de un botín de minerales sin precedentes iba a hacer grandes a los Quagoa.

Una vez que eso sucediera, los Quagoa iban algún día a gobernar toda la cordillera de montañas.

“Si tan solo pudiéramos derrotar a esos Dragones…”

Yozu miraba alrededor preocupado luego de dejar escapar lo que realmente pensaba.

Si alguien había reaccionado, no mostraba ninguna señal en absoluto.

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Eso tranquilizaba un poco a Yozu.

Los Quagoa habían tomado la antigua capital Enana como su base.

El Palacio Real seguía en pie orgulloso al interior de la ciudad, pero ahora era el dominio del Dragón Blanco. Éste era un Dragón de Escarcha, que podía exhalar aliento congelante.

Los Quagoa habían forjado una alianza con los Dragones de Escarcha. Sin embargo, cualquiera que sabía incluso un poco de la verdad, sabía que ésta no se parecía en nada a una relación de iguales. El Jefe de los Clanes podía haberlo embellecido un poco diciendo que era para la prosperidad mutua y lo que sea, pero ni él mismo creía lo que decía.

La verdad era que los Dragones eran fuertes y sus sirvientes, los Quagoa eran débiles.

Para los Dragones, los Quagoa eran poco más que raciones de emergencia o peones convenientes.

Yozu había conocido una vez a los Dragones en presencia del Jefe de los Clanes y ésa era la impresión que tenía después de oír la poderosa voz que emanaba de sus gigantescas mandíbulas. También estaba asombrado al ver al Jefe arrastrándose ante los Dragones.

No deseaba ver a un gran héroe reducido a ese estado, pero Yozu no era estúpido. Entendía perfectamente la insalvable diferencia entre el poder de los Dragones y el de los Quagoa.

Aun así, no podía permitir que los Dragones los trataran como idiotas.

(…No podíamos hacer nada por ahora. Si luchábamos contra ese Lord Dragón, la raza de los Quagoa (nosotros) íbamos a sufrir daños irreparables incluso si ganábamos. Pero…algún día.)

Él no era el único que se aferraba a ese deseo en su corazón. Todos los Quagoa que habían conocido a los Dragones, en otras palabras los Quagoa de clase alta, tenían el mismo deseo.

Para comenzar, necesitaban encontrar una forma de volverse inmunes a su aliento de congelación. Si no nacían Quagoas como esos, sufrirían pérdidas terribles.


La búsqueda de eso iba a tomar mucho tiempo.

Yozu hacía a un lado sus oscuras emociones. Ahora mismo, tenía que destruir a los Enanos. Eso no estaba completo aún. Sería tonto dejar que las preocupaciones por el futuro afectaran lo que podía hacer en el presente.

Yozu convocaba a sus subordinados.

“Oigan, destruyan la fortaleza y luego vean si podemos ensanchar las paredes de los túneles para dejar entrar a más personas. Necesitamos hacer tantos preparativos como podamos antes de que la fuerza principal…”

De pronto, las orejas de Yozu se paraban. Creía haber oído un grito de algún lado.

No. Podía no haber sido un grito. Podía haber sido un ruido amenazante hecho por algún monstruo. El problema con estar bajo tierra era que se hacía muy difícil averiguar de dónde venían los sonidos.

Esta vez, sin embargo, lo sabía de inmediato.

Eso se debía a que veía a los Quagoa del equipo de asalto escapando de la fortaleza al mismo tiempo que gritaban a todo pulmón.

Un barullo venía de los Quagoa alrededor de Yozu.

Por el estado en el que se encontraban los Quagoa que habían regresado, estaba claro que estaban aterrados y confundidos. Varios Quagoa incluso empujaban a sus compañeros desde atrás y éstos caían en la Gran Grieta.

“¿Qué sucede? ¿Hay una emergencia?”

Uno de los subordinados de Yozu respondía.

“No estamos seguros. ¿Podía ser un contraataque de los Enanos?”

Eso no era posible. Un contraataque Enano estaba dentro del rango esperado de respuestas y eso no haría huir en pánico a los equipos de asalto.

Debía haber sido algún tipo de ataque especial. Yozu había oído una vez que el aceite hirviendo era muy doloroso.

“Reúne a los hombres y averigua qué está pasando. Si se trata de un contraataque Enano, continúa con el avance. No debemos dejar que tomen de vuelta la fortaleza.”

Los hombres de Yozu formaban un grupo de acuerdo a sus instrucciones y comenzaban a cruzar el puente.

Mientras tanto los gritos continuaban y el equipo de asalto seguía huyendo.

¿De qué huían? ¿Era el resultado del misterioso poder llamado magia?

Mientras Yozu reflexionaba sobre el asunto, un par de siluetas aparecían a la entrada de la fortaleza.

Eran… cosas… grandes y negras.

“…Qué. ¿Qué son esos? ¿Enanos Gigantes? ¿Señores Enanos?”

Yozu nunca antes había visto tales cosas. Aunque sabía que los Enanos usaban armadura como parte de sus equipos y que algunas armaduras cubrían el cuerpo entero, lo que veía ahora era completamente diferente a lo que había visto entonces.

En la mano derecha llevaban espadas de hojas onduladas, mientras que en la izquierda tenían escudos inmensos.

Ya que la apariencia del Jefe de los Clanes era ligeramente diferente a la de los Quagoa regulares, los Señores Enanos probablemente se veían diferentes a los Enanos regulares.

Yozu no conocía la verdadera identidad de los seres parados a la entrada de la fortaleza como estatuas Nio*. Sin embargo, sus instintos animales le decían que eran entidades peligrosas.
(*Estatuas Nio, son las estatuas que protegen los templos, inspiradas en los Reyes de la Sabiduría/Brillantes del Budismo.)

También entendía por qué los equipos de asalto habían huido con todas sus fuerzas de esos monstruos.

Sus subordinados alrededor suyo habían quedado paralizados por la conmoción, al igual que él. Los únicos seres que seguían moviéndose eran los Quagoa huyendo de la fortaleza. No miraban atrás. Todas sus energías estaban concentradas en cruzar el puente colgante.

Los trajes de armadura negra rugían.

Incluso a una distancia tan grande, sus gritos atravesaban el aire y les ponían los pelos de punta. Las entrañas de Yozu se contraían y se congelaban. Era como sentir el rugido de un Dragón por todo su cuerpo.

Como si hubiera sido una señal, veía a Quagoas emergiendo lentamente desde un lado de los trajes de armadura negra.

(¿Escaparon? ¿O nos traicionaron? No, eso no…)

Los ojos de Yozu se abrían como platos.

A uno de los Quagoa que veía le faltaba la cabeza.

Entrecerraba los ojos y veía que varios Quagoa estaban arrastrando las entrañas detrás de ellos, mientras que otros parecían estar arrastrando los pies de manera no coordinada, las mitades derecha e izquierda de sus cuerpos se movían fuera de sincronía, como si hubieran sido cortados por la mitad.

Los seres que se movían incluso cuando no podían estar vivos eran…

(¡Magia! ¡Magia que controlaba a los muertos!)

“¿Es ésa el arma secreta de los Enanos?”

Yozu estaba de acuerdo con lo que decía su subordinado.

¿Tenían un as en la manga además de las armas encantadas con electricidad?

“…¿Son Golems?”

Se decía que cuando el Dragón tomaba posesión del Palacio Real, había luchado contra monstruos llamados así. Aparentemente, se veían como estatuas con armadura.

“¿Esos son los Enanos llamados Golems?”

Yozu agitaba la cabeza ante la pregunta de su subordinado.

“No, los Golems son monstruos. Los Enanos probablemente los criaron.”

“¿Entonces son como los Nuks que nosotros domesticamos?”

Los Nuks eran bestias mágicas.

Sus machos medían 3.5 metros de largo y pesaban 1200 kilogramos. Eran herbívoros peludos de cuatro patas que podían sobrevivir incluso con un poco de algas. Eran lo suficientemente fuertes como para sobrevivir en fuertes nevadas, así que muchos monstruos en la Cordillera de Montañas Azellisia se alimentaban de ellos.

En cualquier caso, no había forma de decir que tan bien podían luchar esos Golems, pero en vista de los Quagoa que huían y por los disminuidos números de los equipos de asalto… no, más que por eso, era la piel de gallina y el sudor frío de Yozu los que le decían todo.

Vencerlos no sería fácil, pero afortunadamente, solamente parecían estar mirándolos desde lejos y no intentaban cruzar el puente.

“Parece, parece que vinieron a reconquistar la fortaleza.”

“S-sí, es cierto. Muy bien, fórmense de nuevo mientras siguen sin moverse. Al mismo tiempo, nos prepararemos para… ¡Se está moviendo!”

Los trajes de armadura negra comenzaban a correr, en dirección al puente colgante.

“¡Quién fue! ¡¿Quién fue el que dijo que estaban allí para tomar de vuelta la fortaleza?!”

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“¡Comandante! ¡No hay tiempo para eso! ¡¿Qué debemos hacer?!”

Los Quagoa que Yozu había enviado mostraban las garras, listos para la batalla.

Los trajes de armadura negra preparaban sus escudos y atravesaban a los Quagoa haciéndolos volar al momento de hacer contacto.

Lanzados por un poder sobrecogedor, muchos Quagoa caían del puente colgante. Los trajes de armadura negra no se detenían. Aunque reducían un poco la velocidad, continuaban avanzando con los escudos en alto, como muros desbocados.

Si esto seguía así, pronto cruzarían el puente por completo y llegarían hasta aquí.

Y entonces, cuando eso ocurriera… ¿Qué pasaría? Percatándose del peligro mortal que esperaba por él, Yozu gritaba.

“¡Corten, corten el puente!”

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Si destruían el puente, la fuerza principal sólo podía usar la ruta alternativa y eso iba a desperdiciar mucho tiempo. Mientras tanto los Enanos probablemente reforzarían sus defensas. Por lo tanto, podían considerar que su primer objetivo, tomar la fortaleza, era un fracaso.

Tras la pérdida de hombres y recursos durante esta operación, el fracaso no era un asunto que podía ser perdonado con un simple reproche. Sin embargo, todo eso palidecía en comparación del peligro de permitir que esos trajes de armadura negra cruzaran el puente.

Si llegaban a este lugar, todos aquí morirían. Los trajes de armadura negra eran ese tipo de seres.

“¡¿No les dije que cortaran el puente?!”

Los Quagoa no podían evitar ver cómo los trajes de armadura negra hacían pedazos a sus hombres con una fuerza inimaginable. Ante el segundo grito, finalmente lograban moverse. Sin embargo, casi todos los Quagoa que habían sido enviados de la retaguardia habían sido arrojados al abismo y sólo quedaban unos cuantos en el puente para enfrentar a los trajes de armadura negra.

Todos esos Quagoa mordían y arañaban desesperadamente los cables de suspensión de acero del puente.

“¡Que uno de los equipos de asalto detenga su avance!”

Recibir la orden de detener a los Golems justo después de oír que el comandante destruiría el puente no era diferente a una misión suicida. Aun así, un escuadrón se formaba de inmediato y avanzaban valientemente.

Como era de esperarse, el escuadrón suicida rebotaba en los escudos, pero algunos lograban atravesarlos y se arrojaban sobre los trajes de armadura negra. Sin embargo, éstos no les prestaban atención. Ser mordidos no parecía herirlos y continuaban su avance.

El puente no había caído aún.

Si esto seguía así, los trajes de armadura negra lograrían cruzar.

Cuando Yozu se daba cuenta de esto, su cuerpo comenzaba a moverse por voluntad propia. Bajaba de un salto de su puesto de mando en lo alto y usaba la fuerza de su aterrizaje y el filo de sus garras para asestar un golpe a los cables de acero del puente.

Un gran ping desgarraba el aire.

El puente colgante se elevaba y bajaba como una onda gigante y se rompía.

Yozu no podía soportar el movimiento serpenteante del puente colgante y era arrojado al aire. Sin embargo lograba aferrarse de un cable en movimiento antes de ser tragado por las fauces de la oscuridad a sus pies. Ya que Yozu no podía controlar sus movimientos en mitad del aire, fue un golpe de suerte inimaginable para él. Subía por el cable mientras su cuerpo se balanceaba en el vacío y lograba hacer contacto con el borde del precipicio.

Sin embargo, ni siquiera tenía tiempo para recobrar el aliento. Un frío maléfico inundaba su cuerpo. Yozu hacía caso a sus instintos y se arrojaba boca abajo.

En ese instante, un objeto pasaba gritando y le rosaba el pelaje de la espalda. Por increíble que parezca, el objeto volador era un Quagoa. Bajo estas circunstancias extremas, un traje de armadura negra había logrado arrojar a uno de los miembros del escuadrón suicida hacia Yozu con la ridícula fuerza de sus brazos.

El Quagoa arrojado golpeaba a otro de los hombres de Yozu, que todavía seguía congelado por la conmoción. Ambos se desintegraban en pedazos de carne sanguinolenta con un breve y agonizante grito de “¡Piigya!”

Sin embargo eso era todo porque el escuadrón suicida y los trajes de armadura negra desaparecían al interior de la Gran Grieta.

El silencio llenaba el aire.

Yozu se asomaba lentamente a la oscuridad de la Gran Grieta. No era el único en hacerlo. Todos los sobrevivientes miraban hacia la oscuridad que se había tragado todo. Todos ellos sabían que no había forma de sobrevivir a esa caída, aun así no podían borrar el miedo que sentían de que los trajes de armadura negra regresarían trepando por las paredes del abismo.

Después de lo que parecía una eternidad Yozu finalmente suspiraba aliviado.

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No parecía que fueran a volver.

Miraba alrededor y veía a los poquísimos hombres que habían sobrevivido.

Aun así, el hecho de haber podido sobrevivir contra esos trajes de armadura negra era digno de admiración.

“¡Nos retiraremos!”

Si no informaban a sus superiores sobre esos Golems, las cosas podían irles muy mal.

Si esas cosas eran producidas en masa, muy por el contrario eran los Quagoa quienes serían aniquilados. Yozu no sentía que había sólo dos de ellos.

“…Qué temibles son esos Enanos.”

Yozu lamentaba profundamente haber subestimado a los Enanos. Y pensar que sabían cómo producir tales monstruos…

“En cualquier caso, tenemos que informar de esto a la fuerza principal. ¡Mensajeros!”

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Las personas que se acercaban corriendo en respuesta al llamado de Yozu eran los Corredores Quagoa, quienes excedían por mucho a los Quagoa regulares en lo que a movilidad se refería. Poseían una habilidad especial que los hacía inmunes a la fatiga provocada por correr a toda prisa.

La razón por la que había llamado a tantos de ellos era porque al moverse en grupos pequeños se corría el riesgo de que el grupo sea aniquilado por la emboscada de un monstruo. Eso no quería decir que moverse en grupos mayores les garantizaba la seguridad, sino que no importaba cuantos murieran siempre y cuando uno de ellos sobreviva para transmitir el mensaje a su cuartel general.

“¡Muy bien! ¡Vayan! ¡No lo olviden, su misión es muy importante!”

Yozu daba otra orden mientras los veía marcharse.

Naturalmente, se trataba de regresar de inmediato para reunirse con el Jefe de los Clanes.

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