Watashi no Shiawase (NL)

Volumen 4

Capítulo 5: Sin Miedo

Parte 3

 

 

Palabras como asombrada o sorprendida se quedaban cortas para expresar la conmoción de Miyo en aquel momento.

Oyó la voz de alguien a quien no podía ver, alguien que no debería haber estado allí.

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“He venido por ti, Miyo.”

Se le cortó la respiración al oír su nombre.

A pesar de que la voz se oía desde un lugar muy cercano, no tenía ni idea de dónde se encontraba su dueño, Naoshi Usui. La inquietante voz le produjo un escalofrío.

De repente, Mukadeyama y Kaoruko se pusieron delante de Miyo para protegerla; no podían hacer nada contra un oponente al que no podían ver.

“¡Naoshi Usui! ¡¿Dónde estás?! ¡Muéstrate!” Tronó Mukadeyama. En una inesperada muestra de obediencia, el dueño de la voz se reveló.

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Poco a poco, el contorno del cuerpo de un hombre fue apareciendo hasta solidificarse en forma humana sobre el fondo vacío.

Cabello corto, castaño oscuro y gafas redondas. No se podía negar: el hombre estaba allí mismo, vistiendo un abrigo invernal sobre su hakama, con el mismo brillo feroz en los ojos.

“Gracias por la calurosa bienvenida. Pensé que sería más fácil colarse, pero la seguridad era mucho más estricta de lo que calculaba. Supongo que no debería esperar menos de Kiyoka Kudou.”

Usui se rio como si algo le divirtiera, erizando la piel de Miyo. El sonido de alguien tragando sonó con fuerza en sus oídos.

Sin que nadie lo supiera, la puerta que comunicaba el dojo con el exterior se había abierto de par en par. Usui había utilizado su don para infiltrarse en la estación delante de sus narices.

Menos de una docena de largas zancadas le separaban de Miyo.

Aunque de momento había dejado de avanzar, todos en la sala estaban esencialmente a su merced. No podían permitirse ni el más mínimo movimiento.

¿Qué se supone que debo hacer?

El objetivo de Usui era Miyo. A este paso, todos los soldados de la Unidad Especial Anti Grotescos tendrían que arriesgarse por ella.

Dado que Kaoruko y Mukadeyama habían recibido el encargo de custodiarla, afirmarían que los soldados estaban dispuestos a dar la vida. Aunque eso era cierto, ¿significaba eso que todo lo que Miyo podía hacer ante el peligro era sentarse tranquilamente y observar cómo otras personas daban su vida para protegerla?

“¿Exactamente cómo has entrado?” Preguntó Mukadeyama a Usui, tratando de ganar tiempo.

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Aunque Usui seguramente se dio cuenta de la verdadera intención del hombre de alargar las cosas todo lo posible, se limitó a entrecerrar los ojos, divertido.

Miyo apenas podía creer las siguientes palabras que salieron de su boca.

“Es muy sencillo. Alguien dentro de la estación manipuló la barrera y me dejó pasar.”

“¿Qué…? ¿Qué clase de tontería es esa…?”

“Odio ser portador de malas noticias, pero es bastante cierto. Aunque entiendo por qué no querrías creerlo.”

Miyo se rodeó con los brazos y trató desesperadamente de controlar sus temblores.

No sabía cómo funcionaba la barrera. Sin embargo, para ella estaba bastante claro que Usui estaba insinuando que había un traidor en la Unidad Especial Anti Grotescos.

“¿Intentas decir que uno de los nuestros se ha estado comunicando en secreto con la Comunión de los Dotados?”

“Exacto. ¿Fue demasiado difícil para ustedes meterse eso en la cabeza?”

“Imposible…”

“Quizá quieras mirar la realidad que tienes delante. El simple hecho de que esté aquí debe significar que alguien me dijo cómo romper su barrera.”

Mukadeyama guardó silencio, frustrado y furioso. La sonrisa de Usui se ensanchó al verlo.

“¿Quieres que te revele cómo entré?”

“………”

Lentamente, volvió sus ojos llenos de malicia hacia el colaborador.

Al principio, Miyo pensó que la estaba mirando. Sin embargo, se equivocaba.

¿Qué……?

La mirada de Usui se clavó en Kaoruko.

“Kaoruko Jinnouchi. Gracias por su cooperación.”

Un revuelo recorrió el aire.

Miyo sintió que su mente se quedaba totalmente en blanco.

Olvidando por completo al poderoso enemigo que tenían ante ellos, los soldados se inquietaron y ella pudo oír cómo cuchicheaban entre ellos.

“Kaoruko, ¿por qué?”

Antes de darse cuenta, Miyo verbalizó su aturdida confusión.

Kaoruko sacudió los hombros con sorpresa antes de girarse gradualmente para mirar a Miyo detrás de ella. Su rostro, de una belleza galante, estaba más pálido que una hoja de papel.

“Y-Yo…”

“¿Es cierto, Jinnouchi?”

Mukadeyama también la presionó, resultándole imposible ocultar la agitación en su voz. Sus labios temblaron mientras respondía, con todo su cuerpo agitado por la desesperación.

“Yo, um…”

“Adelante, diles la verdad. Tanto las instrucciones que te di como la situación en la que te puse. Puede que entonces simpaticen contigo.”

“…………”

Kaoruko permaneció en silencio, mordiéndose los labios temblorosos y agachando la cabeza.

Todos la miraron con la respiración contenida. Esperaban sus siguientes palabras, sin querer creer lo que fuera a decir a continuación.

Pero callar en esta situación no era diferente de afirmar.

El rugido de Mukadeyama resonó por todo el dojo.

“¡Jinnouchi! ¡Di algo, defiéndete!”

“Yo… yo…… no puedo decirlo.”

Kaoruko negó con la cabeza, temblorosa.

Usui se deleitaba observando desde la distancia cómo Miyo y los demás luchaban entre ellos.

“Honestamente, uno pensaría que decirles «no puedo decirlo» es básicamente una admisión de culpa. Yo que tú les contaría toda la historia.”

Kaoruko apretó los dientes ante la burla de Usui. Al momento siguiente, alzó la voz.

“Sí… ¡Sí, es la verdad! ¡¡Saboteé la barrera, tal y como me dijiste!! ¡¿Y qué hay de tu promesa?! ¡¿Está mi padre a salvo?!”

Todos los presentes se quedaron sin palabras al ver a Kaoruko interrogar a Usui, con el rostro aun mortalmente pálido. Incluso Mukadeyama se quedó sin palabras mientras la miraba fijamente.

Como si quisiera apartarse de sus desconcertados camaradas, Kaoruko mantuvo la mirada fija en Usui.

“Por supuesto, tu padre y el dojo de tu familia están ilesos. Después de todo, desde el principio nunca les hice nada.”

“¿Q-Qué…?”

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“Mentí sobre tomar a tu familia como rehenes. El hecho de que cayeras tan fácilmente me ahorró muchos problemas.”

Esta parte de la conversación fue suficiente para que Miyo supusiera que algo había ocurrido con Kaoruko y sus seres queridos.

Tras llegar a la capital, Usui debió convencerla de que tenía a su familia como rehén, la amenazó y la obligó a obedecer sus órdenes de sabotear la barrera y dejarle entrar en la estación.

No es de extrañar que pareciera tan ida desde que supieron que el emperador había sido secuestrado.

Kaoruko sabía que entonces Kiyoka dejaría atrás la estación y llegaría Usui.

Qué horror…

Debió de sentir tanta angustia al verse obligada a traicionar a sus camaradas y a que utilizaran las vidas de su familia como escudos contra ella. A Miyo le dolía el pecho al pensar que había pasado todos y cada uno de los días albergando un dolor tan intenso en su interior.

Miyo era el objetivo. Pero eso no significaba que estuviera resentida con Kaoruko.

“E-Entonces, ¿qué……? ¿Q-Qué sentido tenía todo esto…?”

A Kaoruko se le doblaron las piernas. Nadie tenía palabras que pudieran darle en ese momento.

Sólo Mukadeyama estalló de ira, fulminando con la mirada a Usui.

“¿Cómo te atreves a jugar con los corazones de la gente…?”

“Ja-ja-ja. Sólo me estaba divirtiendo un poco. Ciertamente no es nada por lo que enfadarse tanto.”

Había algo raro en este hombre. Miyo pensó en el pasado que había visto en sus sueños.

¿De verdad había amado su madre a un hombre así? No. Miyo sabía que eso era imposible. Aunque fuera incapaz de recordar el aspecto de Sumi, sabía que su madre tenía un corazón empático y compasivo.

De lo contrario, nunca habría sellado el don de Miyo para protegerla de los Saimori.

Hizo llorar a Kaoruko.

Usui hizo daño a la gente a propósito. Este era el hombre que quería llegar a lo más alto, gobernar el imperio. La mera idea de esta terrible visión del futuro ponía los pelos de punta a Miyo.

Su sonrisa de diversión permaneció intacta.

“Todos ustedes han montado un pequeño espectáculo bastante entretenido para mí. Pero creo que ya es hora de que consiga lo que vine a buscar…”

“¡¿Crees que te dejaré, bastardo?!”

Ni siquiera la réplica asesina y enfurecida que Mukadeyama ladró a Usui logró inquietarle lo más mínimo.

“Será bastante sencillo.”


Lentamente, Usui sacó una espada corta del bolsillo del pecho de su abrigo y la desenvainó. Luego empezó a caminar hacia delante.

Mukadeyama, con un sudor frío recorriéndole el cuerpo, sacó el sable que llevaba en la cadera. En respuesta, todos los demás soldados desenvainaron sus sables al unísono.

“Señorita prometida, nos enfrentaremos a él y ganaremos tiempo, así que por favor use la apertura para huir.”

Miyo miró sorprendida la espalda de Mukadeyama.

“Pero…”

“Ese es nuestro trabajo. Todos estamos aquí para asegurarnos de que no te lleven. Tú también tienes que prepararte. ¿Cuál es tu trabajo aquí?”

Mi… trabajo…

Huir, aunque fuera sola. Seguramente era la única respuesta que Mukadeyama tenía en mente.

¿Realmente… realmente estoy de acuerdo con eso?

Si Miyo abandonaba el dojo, Usui mataría a todo el que se interpusiera en su camino para perseguirla. Pero, ¿qué pasaría después de que ella escapara?

No podía permitirse ser capturada. Ella lo entendía.

El poder de la Visión Onírica era peligroso. Si era capturada y amenazada como Kaoruko, terminaría usando su Don para ayudar a la Comunión de los Dotados.

“Bien, supongo que tendré que matarte primero.”

Con una alegre sonrisa en los labios, Usui preparó su espada corta con movimientos practicados.

“No esperes que caiga fácilmente.”

“Hmm, ya lo veremos.”

La espada corta de Usui y el sable de Mukadeyama chocaron, emitiendo un agudo acorde metálico. Sin embargo, este único cruce de espadas decidió el combate demasiado pronto.

“¡¿Q-Qué……?!”

El sable en manos de Mukadeyama se hizo añicos en la empuñadura y la hoja cayó al suelo. Fue casi demasiado rápido para que Miyo pudiera verlo.

“Débil.” Murmuró Usui.

Con mirada belicosa, lanzó su espada corta hacia la garganta de Mukadeyama. Evadiendo la rapidísima estocada, que sólo le rozó el hombro, Mukadeyama lanzó una fuerte patada giratoria en represalia.

“Parece que tu don fortalece tus habilidades físicas, o algo por el estilo. Uf, eso estuvo cerca.”

Aunque había esquivado la patada, Usui retrocedió varios pasos y volvió a poner espacio entre ellos.

A este paso…

Miyo observó su entorno.

La primera persona en cruzarse con Usui, Mukadeyama, ya había sufrido una herida en el hombro. Aunque su herida no parecía grave, manaba sangre de ella; si no se le atendía, no tardaría en perder todo el movimiento de su brazo.

Kaoruko seguía sin fuerzas, agachada con la cabeza en el suelo. Era natural. Había traicionado a sus camaradas contra su voluntad. No estaba en condiciones mentales de levantarse y luchar.

El miedo se mostraba en los rostros de los usuarios de los dones con los sables desenvainados a todos los lados de ella.

Incluso una aficionada como Miyo podía darse cuenta de que, a este paso, estaban a merced de Usui, que jugaría con ellos hasta que decidiera ponerle fin al asunto. Y no podría culpar a nadie más que a sí misma por ello.

¿Qué puedo hacer al respecto?

Incluso si pudiera hacer algo, ¿actuar por su cuenta no se interpondría en el camino de los demás?

Después de pasar un tiempo agonizante vacilando, cedió al calor del momento y se movió, esencialmente por impulso.

“¡Tonta…!”

Miyo saltó delante de Usui cuando este intentaba de nuevo acercarse a Mukadeyama. Le oyó reprochárselo por detrás, pero lo ignoró.

“Basta.” Declaró, extendiendo los brazos.

Miyo estaba mucho más tranquila de lo que había pensado al principio. Su corazón latía casi dolorosamente rápido y las puntas de sus dedos se habían vuelto heladas, pero su voz era directa e inquebrantable.

Usui curvó los labios hacia arriba antes de detener su avance y bajar la punta de su espada corta.

“Miyo, ¿has decidido unirte obedientemente a tu padre?”

“No. No te reconozco como mi padre. Ni voy a cooperar con alguien que puede mantenerse al margen y hacer daño a los demás con una sonrisa.”

“… Ya veo. Entonces, ¿por qué saliste delante de mí?”

Usui asintió, como si incluso el rechazo de Miyo le pareciera divertido.

Le preocupaba un poco si las palabras llegarían o no a un hombre como él. Sobre todo estando asustada. Sin embargo, de todos en el dojo, ella era la que menos probabilidades tenía de morir aquí. Si alguien iba a resultar herido, era mucho mejor que ella se pusiera delante para protegerle si eso significaba que no tendría que ver a Kiyoka lamentándose de que sus hombres volvieran a resultar heridos.

¿Aparecerá la ayuda si puedo ganar algo de tiempo como hizo antes el líder de escuadrón Mukadeyama?

Aunque no quería que nadie resultara herido, tampoco iba a permitir que Usui la capturara. Sin embargo, no tenía tiempo para pensar en un plan, y no tenía forma de saber si la ayuda estaba en camino o no.

Con tantas cosas aún desconocidas para ella, respondió cuidadosamente a las preguntas de Usui.

“Porque tú…… no me matarás.”

“Una observación astuta. Un nauseabundo y espléndido acto de abnegación. Qué admirable.”

“…………”

“Pero tú querido padre odia ese tipo de cosas.”

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Si ella le disgustaba, era seguro afirmar que mataría a todos. Aunque Miyo estaba a salvo porque su poder de la Visión Onírica era útil para Usui, junto con el hecho de que él la consideraba su hija, incluso ella podía perder la vida si él cambiaba de opinión.

¿Qué debía hacer? ¿Debía seguir rechazándolo o empezar a complacerlo?

Usui continuó hablando, sin prestar atención a los angustiados pensamientos de Miyo.

“Tu madre, Sumi, era igual. Casándose con una familia de mierda como los Saimori, alegando que era por el bien de los Usuba. Es una estupidez. No, es más que estúpido, es repugnante.”

Mientras se agarraba el estómago y cacareaba, algo siniestro y negro pareció arremolinarse en sus pupilas. Tenía un peso espeso y pantanoso, como fuego surgiendo de humo negro y sólido.

Mi madre no era tonta en absoluto.

Sólo quería proteger a los demás: a la familia Usuba, a punto de ser echada a la calle, la vida de su familia, la vida que iba a vivir su hija.

Miyo no sabía mucho de su madre, pero estaba claro que entendía esto de ella. Porque ella misma era igual.

Ahora lo veo, así que debe ser eso.

Las cosas que Usui había sido incapaz de hacer. Las cosas que ahora perseguía, habiendo creado para ello una organización como la Comunión de los Dotados.

Estos dos también debían ser iguales.

Miyo respiró hondo y fulminó con la mirada al hombre que decía ser su padre.

“Nunca podré ser tu hija, y nunca apoyaré tus ideales.”

“Entonces, ¿tampoco me necesitas?

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“¿Mi madre también dijo eso?”

“Cállate… Parece que necesitas más educación.”

Usui gruñó mientras se arrancaba el cabello con la mano abierta. Parecía que Miyo ya no podía ganar tiempo.

Sin embargo, en algún lugar de su corazón, sintió alivio.

La reacción de Usui dejó a Miyo segura de que su padre era en realidad Shinichi Saimori. No el hombre que tenía delante.

Nunca imaginó que llegaría un día en que se sentiría agradecida por haber nacido en el seno de la familia Saimori, de la que tanto había deseado escapar. Sin embargo, ahora se sentía indudablemente aliviada, agradecida de saber que los días que había pasado con la familia Saimori no se habían construido todos sobre una mentira.

Decidida, continuó hablando.

“Si me sacas de aquí, eso no salvará a mi madre. La mujer que querías salvar ya no está en ninguna parte.”

“Te equivocas.”

“Soy mi propia persona. Así que, por favor, déjalo.”

Era cierto que Miyo llevaba sangre Usuba. Sin embargo, también era hija de los Saimori, nacida y criada en su casa. Miyo estaba donde estaba ahora gracias a los días que había pasado en aquella casa.

Aunque no conocía los sinceros sentimientos de su madre al casarse con la familia Saimori, al menos Miyo no creía que quisiera que Usui se llevara a su hija.

Por mucho que Naoshi Usui hubiera querido salvar a Sumi, no podía retroceder en el tiempo, y nadie podía ocupar su lugar. Miyo no se dejaría influenciar por sus caprichos.

“Eres demasiado estrecha de miras, Miyo. Tu mundo es demasiado estrecho. Mis objetivos no se limitan a aguas tan poco profundas. Necesito que mires al vasto y más amplio océano que tienes ante ti.”

Usui sonreía.

“Parece que, después de todo, tendré que llevarte a la fuerza.”

Volvió a blandir su afilada espada corta. Al mismo tiempo, su forma se fundió con el paisaje, desapareciendo lentamente de la vista.

“Tsk… Si desaparece, no hay nada que podamos hacer.”

Era imposible enfrentarse a un adversario invisible a los ojos e inaudible a los oídos.

La irritación de Mukadeyama era evidente para Miyo.

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“¡Todos, rodeen a la señorita prometida! ¡No dejen pasar a Usui!”

“Líder de Escuadrón Mukadeyama, yo…”

Ahora ya no podía impedir que los miembros del escuadrón se sacrificaran. Antes de que Miyo pudiera expresar su pensamiento con palabras, Mukadeyama sacudió la cabeza.

“Estamos fuera de tiempo. Si nuestro sacrificio te duele, entonces por favor concéntrate en escapar a salvo.”

“No, ¿cómo podría?” Le preguntó Miyo.

“¡¿Cuánto tiempo vas a estar ahí sentada, Jinnouchi?! ¡Levántate! ¡Levántate y lucha!”

Aplicando presión sobre la herida de su hombro, Mukadeyama gritó a Kaoruko, que seguía congelada.

Entonces Miyo la vio agarrar con firmeza la empuñadura de su sable, aún en su funda. Luego, secándose los ojos con el dorso de la mano, se puso en pie.

“Lo siento, Miyo. Limpiaré el desastre que ha causado mi mala conducta.”

“Pero… Pero…”

Kaoruko, con los ojos enrojecidos; Mukadeyama, con el uniforme manchado de sangre; y el resto de los miembros del escuadrón vigilando atentamente los alrededores, con sus sables en la mano; todos y cada uno de ellos parecían a punto de entrar directamente en las puertas del infierno.

Miyo era impotente en una pelea.

“¡Todos, escuchen! Intenten evitar usar sus dones. Existe la posibilidad de que los efectos de los poderes de todos choquen y se anulen mutuamente.”

Todos asintieron a las órdenes de Mukadeyama.

A pesar de su determinación, en última instancia se enfrentaban a alguien que blandía Dones Usuba.

“¡Hnaugh……!”

En guardia junto a Miyo, Kaoruko salió volando de repente y su cuerpo se estrelló contra el suelo.

“¡Kaoruko!”

Cuando Miyo gritó su nombre, Usui la agarró del brazo.

“¡Aaah!”

“Te vienes conmigo. Si no quieres que nadie salga herido.”

Las siniestras palabras, susurradas al oído, le pusieron los pelos de punta.

No quiero ir. Pero…

En el momento en que Miyo sacudió su cuerpo para escapar del agarre de Usui, sintió una sensación de frío en el cuello. Inmediatamente lo reconoció como la hoja de su espada corta.

“Bien, es hora de que todos se comporten.”

La amenaza iba dirigida a todos los del dojo, incluida Miyo.

Tal y como estaban las cosas ahora, nadie podía hacer nada para dañar a Usui. Aunque era poco probable que la matara, no tendría reparos en hacerle daño.

“Miyo…”

Tambaleándose, Kaoruko la llamó.

Es… Es demasiado tarde.

Mientras Usui obligaba a Miyo a caminar hacia la entrada del dojo, con su espada aún apretada contra su cuello, el rostro de su amado pasó por su mente.

Kiyoka.

Ah, por fin lo entendía. Sólo de pensar en él le aterrorizaba la idea de morir. No quería separarse de él. El dolor desgarrador hizo que sus lágrimas se desbordaran. Su intenso deseo de saber más de él. Su implacable ansiedad por su pasado con Kaoruko.

Por fin comprendió el verdadero significado de las emociones que sentía en el pecho.

“Aléjate de mí prometida.”

Todo sucedió en un instante.

Oyó una voz helada detrás de ella. Justo entonces, Usui cayó al suelo, con una bota militar aplastándole la espalda.

Liberada de repente del agarre de Usui, se tambaleó hasta el suelo, sólo para ser envuelta en un abrazo.

“¡Ah…! Kiyoka.”

“Siento llegar tarde. ¿Estabas llorando?”

Levantó la vista y vio el rostro sonriente del hombre que más le importaba.

Rozó con sus dedos de guante blanco las húmedas mejillas de Miyo.

“Lloré cuando pensé en ti.” No, no podría…

Nunca podría decírselo, ni quería que él se diera cuenta. Avergonzada, Miyo se cubrió las mejillas con las manos.

“¡Kiyoka… Kudou…!”

Usui escupió el nombre de su prometido y dio la vuelta a su espada corta, blandiendo la empuñadura contra su bota.

En el breve momento en que Kiyoka protegió de repente a Miyo tras él y movió el pie, Usui se dio la vuelta en el suelo y se puso en pie de un salto.

Miyo estaba atónita de que alguien de la edad de Usui pudiera moverse con tanta agilidad.

“Volviste después de todo, ¿verdad?”

“Desafortunadamente para ti, tenemos a alguien que puede ver el futuro trabajando de nuestro lado. Aunque para empezar era una finta bastante obvia.”

“El Príncipe Takaihito… Hmm, ya veo. Parece que esta vez mis planes eran demasiado simples.”

Usui se encogió de hombros.

Aunque había perdido su compostura original, no parecía especialmente decepcionado por el fracaso de su plan.

Casi como si no creyera en absoluto que había fallado.

Kiyoka arqueó ligeramente una ceja, también sintiendo que algo no iba bien en la actitud de Usui.

“No habrá próxima vez para ti, Naoshi Usui.”

“Oh no, las cosas acaban de empezar.”

El hombre torció sus rasgos finamente cincelados en una sonrisa enfermiza de diversión.

En ese instante, un grupo de grandes bolas de agua aparecieron de la nada y volaron hacia ellos.

“¡Eeek……!”


Miyo cerró los ojos por reflejo. Sin embargo, Kiyoka y el resto de soldados dispersaron todos y cada uno de los proyectiles; ninguno de ellos dio en el blanco.

“Debe ser Houjou.”

Cuando oyó a Kiyoka murmurar esto agriamente con un chasquido de lengua, Miyo abrió los ojos y descubrió que Usui ya se había ido.

¿Está todo… bien?

Podría haberse ocultado con su Don y estar cerca. Aunque la idea se le pasó por la cabeza, estaba al límite de sus fuerzas mentales.

Kiyoka estaba con ella.

Sólo esto la llenó de una tremenda sensación de alivio, y se derrumbó al suelo.

“¡¿Miyo?! ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás herida?!”

Con los ojos desorbitados, Kiyoka se arrodilló asustado y levantó a Miyo. Ella sacudió la cabeza para tranquilizarlo, lo que le hizo respirar aliviado.

“Lo siento… Supongo que me sentí un poco débil en las rodillas.”

“No, es culpa mía por no haber llegado antes. Debe haber sido aterrador.”

En efecto, se había asustado y, sin embargo, más allá del miedo, se sintió reconfortada al saber que habían capeado el desastre sin que nadie perdiera la vida y sin que Usui se la llevara.

Miyo agarró la manga del abrigo de Kiyoka con sus dedos temblorosos.

“Gracias por venir a salvarme.”

“Me alegro de que estés bien.”

Kiyoka se abrazó a su cuerpo helado. Aunque no se le saltaron las lágrimas, estaba a punto de llorar.

“Perdone que le interrumpa, señor.”

Miyo oyó la voz ligeramente irritada de Mukadeyama por encima de su cabeza.

Kiyoka miró a su subordinado con el ceño fruncido y resopló. Luego, soltando a Miyo a regañadientes y poniéndose en pie, miró fijamente a Mukadeyama.

“¿Qué?”

“En estos momentos, los hombres no heridos están rastreando la zona para comprobar si Usui o Houjou siguen al acecho. Los heridos ya han sido llevados a la sala de primeros auxilios. Afortunadamente, ninguno está gravemente herido.”

Mukadeyama había sufrido las heridas más graves. Mientras daba su informe a Kiyoka, el paño que apretaba contra su hombro se tiñó de carmesí.

“Nos dio una paliza, ¿no?”

“… Tiene mis disculpas, señor. Mi impotencia obligó a su prometida a ponerse al frente y al centro… ¡hngh!”

Antes de que Mukadeyama pudiera terminar lo que estaba diciendo, Kiyoka le golpeó la mejilla con la palma de la mano.

“¡K-Kiyoka!”

“Es absolutamente indignante que la persona a la que se te encargó custodiar casi acabe siendo tomada como rehén. ¿Exactamente para qué estás aquí? No tengo sitio en mi unidad para gente que no puede llevar a cabo una sola tarea.”

“Sí, señor.”

“¿Y qué fue eso de obligarla a ponerse en la línea de fuego? Dependiendo de su respuesta, no tendré más remedio que considerar medidas disciplinarias.”

Ante Miyo estaba la famosa versión dura y de sangre fría del Comandante Kiyoka, a la que rara vez había visto.

Mientras tanto, Mukadeyama, que se había mostrado grandioso y opositor al reunir a los soldados poco antes, ahora se encogía de hombros.

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Ante la fría ira de su oficial al mando, Mukadeyama informó exhaustivamente a Kiyoka de todo lo sucedido tras la llegada de Usui, sin incluir el más mínimo atisbo de sentimientos personales sobre los hechos.

“Todo es mi responsabilidad. Estoy preparado para cualquier castigo que considere necesario.”

Mukadeyama se disculpó con una reverencia antes de que Kiyoka le hiciera levantar la vista. Una vez más, estampó la palma de la mano en la mejilla del hombre, y el fuerte golpe resonó en el dojo.

Miyo se tapó la boca con la mano mientras presenciaba el doloroso espectáculo.

“Que te rompan la espada en un solo ataque de un hombre de mediana edad, resultar herido, sólo para ser escudado por un aficionado y por la misma persona a la que se te ordenó proteger. ¿De verdad eres un soldado? Me cuesta comprender cómo alguien puede fallar tanto como tú hoy.”

“Mis más sinceras disculpas, señor.”

“No necesito disculpas. Ha quedado claro que me eres inútil. Recibirás el castigo que buscas a su debido tiempo.”

“Entendido, señor.”

“Si realmente lo entiendes, entonces muévete. Incluso tú deberías ser capaz de lidiar con las secuelas.”

“Sí, señor… Si me disculpa.”

Mukadeyama, apenado, se dio la vuelta y se marchó trotando.

Desde la perspectiva de Miyo, parecía haber hecho un trabajo espléndido. Usui había sido simplemente un oponente demasiado fuerte. No era culpa suya, y habían podido capear el asalto de Usui casi sin heridas porque Mukadeyama se había mantenido firme.

“Kiyoka, sobre el líder de escuadrón Mukadeyama…” Empezó a decir antes de poder contenerse. Si el hombre estuviera aquí para ver esto, probablemente la reprendería por volver a meter las narices donde no debía.

Sin embargo, Kiyoka pareció captar correctamente sus sentimientos.

“Lo sé. Es gracias al duro trabajo de Mukadeyama que ahora sigues aquí. Es un hombre excepcional. Tendrá que ser reprendido, pero no te preocupes, más tarde le recompensaré por el trabajo que ha hecho.”

“Entiendo… Um, también.”

Había otra cosa que le preocupaba.

Miyo echó un vistazo al interior del dojo, donde los soldados iban y venían a toda prisa. Ella ya no estaba en ninguna parte.

“¿Sobre qué, Kaoruko?”

Pronunciar su nombre en voz alta hizo que imágenes horribles flotaran en su cabeza una tras otra.

En el ejército, la traición merecía un castigo severo. Si alguien traicionaba a sus camaradas en el campo de batalla, las consecuencias serían inmensas. Para evitar estas situaciones, se podía llegar incluso a la ejecución.

Kaoruko no les había traicionado por voluntad propia. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que, en última instancia, había invitado al enemigo al interior de los muros de la estación.

Pero era una buena amiga de Miyo. Independientemente de los sentimientos que Kaoruko pudiera haber tenido durante sus interacciones, el tiempo que habían pasado juntas había sido insustituible.

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Sintió una punzada y bajó los ojos. Kiyoka le puso la mano grande en la cabeza y la acarició suavemente.

“No tengas esperanzas.”

“…………”

Miyo exhaló, como si intentara expulsar un mal sabor de boca.

Sólo podía rezar para que, al menos, le perdonaran la vida a su esperada primera amiga.

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