Watashi no Shiawase (NL)

Volumen 4

Capítulo 1: Cicatrices Y Precaución

Parte 1

 

 

Un día de invierno, con las primeras luces de la mañana, Miyo Saimori se puso frente al espejo de su habitación con semblante serio.

Pasó los brazos por las mangas de su kimono de invierno, que lucía un encantador estampado de camelias verde claro. Se ató bien el fajín obi, se cepilló el largo cabello negro y se lo arregló, antes de maquillarse ligeramente la cara y comprobar que no había ninguna parte de su atuendo que pareciese fuera de lugar.





… Bien.

No podía permitirse parecer indigna como prometida de Kiyoka Kudou, el jefe de la familia Kudou y comandante de su propia unidad militar.

“Miyo, tenemos que irnos pronto.”

“¡B-Bien!”

Una voz la llamó desde fuera de su habitación.

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Apresurándose a tomar su abrigo haori y su bolso, salió de su habitación y se encontró a Kiyoka esperándola con su uniforme militar.

Tanto su lustroso cabello castaño claro cómo sus rasgos sorprendentemente apuestos eran los mismos de siempre, pero su rostro parecía algo rígido y nublado. Llevaba así desde que regresaron a la capital tras su visita a la villa de los padres de Kiyoka.

“Kiyoka.”

Miyo le llamó por su nombre en voz baja, y él dejó escapar un pequeño suspiro antes de mirarla.

“¿Estás nerviosa?”

“Sí, pero sólo un poco… Es la primera vez que voy a la comisaría por algo así.”

Los dos estaban a punto de partir hacia el lugar de trabajo de Kiyoka, el edificio que albergaba la Unidad Especial Anti Grotescos.

En cuanto a por qué Miyo le acompañaba, la razón residía en un encuentro que habían tenido unos días antes en la estación de tren.

“Mi querida hija.”

El mero recuerdo de su voz la llenaba de un pavor inexplicable.

Sintiendo que la sangre se le iba rápidamente de la cara, Miyo se esforzó por sonreír.

“Pero estoy bien. Haré lo que pueda.”

“No te pongas así. Es una simple sesión informativa.”

Ver a Kiyoka esbozar una sonrisa con los labios le resultaba extrañamente reconfortante.

Kiyoka se estaba tomando lo que le había ocurrido a Godou —esencialmente su mano derecha— con más dureza que nadie.

Por eso Miyo necesitaba dar todo lo que pudiera para apoyarlo. Ella misma no podía permitirse tener miedo.

Ambos se dirigieron a la entrada, donde Yurie estaba preparada para despedirlos.

Hoy era un día raro en el que Miyo iba a salir y no tendría tiempo de ocuparse de las tareas cotidianas, así que había hecho venir a Yurie, la sirvienta de la familia Kudou, para que se ocupara de la casa por ellos.

“Que tenga un buen día, Joven Amo, Señorita Miyo.”

Aunque debió de notar la rigidez del ambiente, los nervios y la ansiedad de la pareja… su rabia y su tristeza uniéndose, Yurie les sonrió amablemente, como siempre.

Su cálida sonrisa, como la que una madre daría a su hijo, les tranquilizó.

De hecho, tanto el rostro de Miyo como el de Kiyoka esbozaron sus propias sonrisas.

“Nos vamos.”

Fuera de la casa, el sol aún no había salido del todo. Había un escalofrío en el aire que erizaba la piel, y su aliento se volvía blanco al escapar de sus labios.

Ambos subieron al automóvil, y Kiyoka arrancó inmediatamente el motor y se agarró al volante.

Mientras el vehículo se alejaba lentamente de la casa, murmuró en voz baja.

“Siento haberte arrastrado conmigo.”

“Descuida.”

“Permíteme disculparme. No sé nada concreto sobre cómo se desarrollarán las cosas de aquí en adelante. Pero definitivamente has sido puesta en peligro.”

A Miyo le dolió el corazón al ver el semblante tenso y alterado de su prometido.

Si ocurriera algo peligroso, la responsabilidad no recaería en Kiyoka. ¿Quién podría condenarle por algo?

“… Aun así. Desde el principio no podía mantenerme al margen. Así que, por favor.”

No te culpes.

Lo habría añadido si hubiera podido, pero Miyo sabía muy bien que, por mucho que gritara o por mucho que se le aferrara, ahora mismo todo carecería de sentido. Kiyoka era tan bondadoso que habría sido imposible convencerle de que no se preocupara.

Presa de la tristeza y la frustración contenidas, Miyo recordó lo que había ocurrido aquel día.

***

 

 

Cuando Miyo, Kiyoka y Arata Usuba regresaron de la villa Kudou, fueron recibidos por un desconocido hombre de mediana edad en la estación.

“Mi querida hija… Ah, eso suena demasiado teatral, ¿no?”

El hombre soltó una risita descarada. En apariencia, parecía de lo más normal.

Llevaba el cabello castaño oscuro, mezclado con grisáceos y blancos en algunas partes, bastante corto, y aunque tenía la cara alargada, sus rasgos estaban finamente cincelados, a los que se ajustaban un par de gafas redondas de montura negra. Iba vestido con pantalones hakama y un kimono de ricos colores, con un abrigo de Inverness echado por encima. Aunque su atuendo era de buena calidad, su aspecto era normal.

Sin embargo, hasta Miyo se daba cuenta de que no era un hombre corriente.

Detrás de sus gafas, sus ojos brillaban con un extraño resplandor propio de un halcón.

Kiyoka y Arata ya habían soltado el equipaje y montaban guardia con mirada amenazadora. El aire a su alrededor se volvió tenso y a Miyo se le cortó la respiración.

“Supongo que tú eres Naoshi Usui, ¿cierto?” Preguntó Kiyoka con calma, a lo que el hombre respondió llevándose una mano a la nuca e inclinándose ligeramente hacia delante, sin dejar de sonreir.

“Sí, así es. Soy Usui.”

“En ese caso, ¿qué tal si dejas de hacer ese acto hueco?” Arata, con expresión sombría, interrumpió antes de que Usui pudiera responder.

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“Esa actitud de bonachón no engaña a nadie. Mirándote a los ojos… Recuerdo algo que me dijeron una vez: que el hijo mayor de los Usui siempre había sido un niño terriblemente frío de corazón, cruel y fuera de control.” Continuó Arata. “Aunque parece que se ha calmado con los años.” El tono de su voz era tranquilo, pero tenso, e incluso estando de pie detrás de él, Miyo sintió agudamente el filo en el aire.

“Lo que pasa es que la gente no pierde el contacto con sus raíces tan fácilmente.”

Un silencio envolvió al grupo, sólo para que Usui lo rompiera un momento después.


“¡Jaja, ajaja, jajajajaja! Ciertamente. Deja que el heredero de la familia principal Usuba lo vea todo claro.”

Usui soltó una carcajada y se agarró el estómago, con la voz entrecortada de vez en cuando mientras se le formaban lágrimas en las comisuras de los ojos. Jadeando mientras seguía convulsionándose de risa durante unos instantes, levantó la cara para mostrar que su sonrisa fácil se había transformado en una mueca feroz, con los dientes al descubierto.

Fijó sus agudos ojos en Miyo, a quien tanto Kiyoka como Arata estaban protegiendo.

“Una personalidad es algo trivial. Puedo fabricar tantas como me plazca. Sobre todo si es en pos de mis objetivos.”

A Miyo le sudaban las palmas de las manos y la espalda. Se sentía como una rana acechada por una serpiente.

Este Usui era un enigma. El poco tiempo que había pasado con él era todo lo que necesitaba para convencerse de ello.

Como él mismo había dicho, los gestos de Usui eran totalmente incoherentes. Era imposible saber lo que estaba pensando o predecir lo que haría a continuación.

Era el caos y la contradicción en forma humana.

Sonó un chasquido procedente del arma que Arata llevaba oculta. Miyo no podía estar segura, pero supuso que Kiyoka también estaba preparado para desenvainar la espada que nunca se apartaba de su lado.

Sin embargo, Usui se limitó a encogerse de hombros y torcer la boca en una sonrisa, totalmente despreocupado por la postura amenazadora de la pareja.

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“Oh, vamos, ¿a qué viene esa actitud ominosa? Hoy sólo he venido a presentarme. No tengo ninguna intención de empezar una pelea.”

“Eso no me lo creo. Además, ya eres un hombre buscado.”

“No seas así. Usted desairó a mis hombres, Comandante Kudou. ¿No es mi responsabilidad como su superior venir y presentarme? Da la casualidad de que también tengo un regalo para usted. Estoy seguro de que le hará cooperar con nosotros.”

“¿Un regalo?” Murmuró Miyo para sus adentros. Definitivamente no había venido a traerles una caja de dulces.

Sintió una punzada de miedo en lo más profundo de su mente; no podía pensar con claridad.

“¿Un presente?”

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“Así es. Ese pueblo que descubriste hace poco no era más que un lugar de pruebas prescindible. Nuestras bases están repartidas por todo el país, pero los militares las identificaron de un solo golpe. ¿No se le ocurrió la posibilidad de que fuera una trampa? Espero que sus hombres estén sanos y salvos, Comandante Kudou.”

“Sitio de pruebas prescindible”, “las identificaron de un solo golpe”, “trampa”. A medida que una palabra siniestra engendraba otra, Miyo no terminaba de comprender lo que Usui estaba insinuando.

Por el contrario, Kiyoka arqueó las cejas y sus labios temblaron al oír la afirmación.

“¿Intentas amenazarme?”

“Intercambiar regalos es sólo un buen negocio. Ves, aquí viene.”

Usui señaló con la barbilla hacia una pequeña silueta que volaba por el aire. Al observarla más de cerca, se trataba de un familiar hecho de papel blanco que alguien les había enviado.

Sin apartar los ojos de Usui, Kiyoka sujetó el familiar y escaneó rápidamente el breve mensaje escrito en su superficie.

“¿Qué me dices? A mí también me pareció una buena noticia. Creo que te inclinará a cooperar con nosotros.”

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Kiyoka aplastó al familiar en su agarre y chasqueó la lengua en silencio en respuesta a la conducta tranquila pero contenciosa de Usui.

“Nada de eso importa si te capturo aquí.”

“Le respaldaré, Comandante.” Respondió Arata a la declaración de Kiyoka.

Cuando Miyo volvió en sí, su prometido ya se había abalanzado sobre Usui. Además, Arata estaba apuntando abiertamente con su pistola a su objetivo, a pesar de que la estación estaba llena de civiles corrientes.

… Algo no está bien.

Justo entonces, se dio cuenta por fin de lo extraño de la escena.

Kiyoka y Arata ya debían de haberse dado cuenta. Ni una sola persona que pasara por la estación los miraba…

A pesar de que estaban en medio de una multitud enardecida… y a pesar de que Arata había desenfundado su arma, todos los demás pasaban a su lado sin mirarlos, como si no vieran a Miyo ni a los tres hombres. Normalmente, un enfrentamiento así habría causado una gran conmoción.

¿Es este el Don de Usui?

O eso, o una barrera que protegía de la atención de la gente. Ella misma no podía decirlo.

En ese momento, el cuerpo de Usui pareció volverse transparente.

Cuando Kiyoka intentó agarrar al hombre, su mano cortó el aire y—

“Miyo, mi querida hija. Te juro que volveré a por ti más tarde.”

—susurró una voz inquietante en su oído.

De algún modo, Usui se había colocado justo a su lado, a pesar de que tanto Kiyoka como Arata la habían estado protegiendo.

“¡……!”

“¡Miyo, no te muevas!”

La bala saltó del arma de Arata con un golpe seco, pasó rozando el costado de Miyo, golpeó el suelo detrás de ella y rebotó.

El hombre no aparecía por ninguna parte.

***

 

 

Miyo se apretó las frías yemas de los dedos y miró por la ventanilla del automóvil el paisaje que pasaba.

¿En verdad no soy la hija de los Saimori…?

Le aterraba la insistencia de Usui en que «volvería a por ella». Por encima de todo, no podía evitar preguntarse cuáles eran los motivos de aquel hombre para reclamarla como hija.

No quería creerlo.

Al fin y al cabo, si eso era cierto, habría explicado perfectamente por qué nunca la habían tratado como a una hija en aquella casa. Que el agonizante período que había pasado sin ser reconocida como parte de la familia, la angustia física y mental que había soportado, todo había estado justificado.

Y eso no era lo único que la asustaba de la perspectiva de que Naoshi Usui fuera su padre…

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Porque el «presente» del hombre que decía ser el fundador de la Comunión de los Dotados había resultado ser cualquier cosa menos eso.

Varios lugares que los militares identificaron como campamentos base de la Comunión de los Dotados que debían ser objetivo de su incursión simultánea en la organización habían explotado justo cuando las tropas irrumpieron, ardiendo en llamas.

Las bajas habían sido enormes. Los hombres que servían en la unidad de Kiyoka no eran una excepción, por supuesto.

Muchos fueron heridos, incluso el Sr. Godou…

También estaba el incidente con los aldeanos de la villa de los Kudou. La Comunión de los Dotados les había hecho perder la cabeza y los había sumido en el terror.

No quería ni siquiera considerar la posibilidad de que el hombre responsable de hacer daño a tanta gente pudiera ser su propio padre. Eso era mucho más difícil de aceptar para Miyo que su pasado con los Saimori.

Sólo de imaginarlo se le agrió el humor; inconscientemente apretó más los puños.

Su automóvil avanzó suavemente por las calles casi desiertas de la mañana y atravesó la puerta de la base de la Unidad Especial Anti Grotescos.

“Vamos.”





“De acuerdo.”

Tras estacionar el vehículo, Miyo y Kiyoka se pusieron uno al lado de la otra antes de entrar en la estación.

A pesar de lo temprano de la mañana, el interior estaba abarrotado de soldados que corrían de aquí para allá.

“Buenos días.”

Miyo se inclinó ante los soldados cuando la saludaron.

Había imaginado que la recibirían con miradas curiosas, pero ya fuera porque conocían su relación con Kiyoka o simplemente porque estaban demasiado ocupados como para preocuparse, no percibió que se sintieran incómodos en lo más mínimo.

“Miyo, vas a participar en la reunión que vamos a tener.”

“De acuerdo.”

“Pero antes de eso…”

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Kiyoka pasó por delante de la sala de reuniones y abrió despreocupadamente una puerta con un diseño más elaborado que sus homólogas.

“Hay alguien que me gustaría presentarte primero.”

“¿Presentarme a alguien…? Espera…”

Recordó la impactante noticia de que le asignarían un guardia personal, elegido a dedo entre los miembros de la Unidad Especial Anti Grotescos, para protegerla de Usui.

Miyo quería decir que Kiyoka estaba exagerando, pero cuando recordó la visita de Usui del otro día, no pudo negarse.

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