Monogatari (NL)

Volumen 19: Orokamonogatari

Capitulo 1: Fiasco Sodachi

Parte 4

 

 

Al final, cuando me presenté a mis nuevos compañeros, no fue tanto un momento brillante y espectacular bajo unos reflectores como un debut nublado y encapotado—en todo caso era difícil decir que lo había hecho bien, fue un gran fracaso, y desde luego ningún tipo de éxito.

Hice todo lo posible por ser corriente, y no había planeado mostrar ninguna rareza, pero antes de que consiguiera esforzarme hasta el final de mi guion, me puse vergonzosamente nerviosa. Estoy segura de que no son pocos los alumnos que ahora creen que me apellido «Oshikura».





Bañada por las miradas de 40 personas, me invadió el miedo escénico, la lengua me daba vueltas y más vueltas y mi voz se volvió vergonzosamente chillona y hueca—no sé con cuántas palabras metí la pata durante mi autopresentación.

Pero sí sé que fueron más de las que conseguí decir bien.

Estaba tan avergonzada que quise inclinarme para evitar el contacto visual—me gustaría elogiarme por haber sido capaz al menos de mantenerme erguida hasta el final.

Lo hice bien. En no hacerlo bien, claro.

No es así como quería recordarlo… Que hubiera acabado así a pesar del plan perfectamente plausible que había desarrollado de antemano me parecía más vergonzoso que otra cosa.

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Pero así es como estoy ahora.

Si estoy rodeada de gente, cuando todos me miran, parece que están buscando culpables, y no puedo mantener la cordura.

Empieza a parecer que todo el mundo se ríe de mi gran fracaso—cálmate, recupera la compostura. En realidad, aunque me he convertido en el blanco de esas risas por mi cómico tartamudeo, no es como si me estuvieran despreciando. No es que haya mala voluntad en esas risas—esos chicos y chicas sólo se reían porque les hice gracia.

Se burlaron lo justo de mí.

En primer lugar, sólo había querido que mi autopresentación saliera impecable (aunque fue un fracaso), y aunque había querido que me dijeran: «Qué bien se te dan los discursos», por no hablar de que me mimaran por mi éxito, no es que quisiera convertirme en una persona popular en la clase.

¿No había aprendido bien en mi anterior secundaria que ese tipo de lucha por una hegemonía quebradiza era muy tonta?

Ten un poco de autocontrol, analízate.

Al igual que cuando se resuelve un problema matemático difícil y complicado, resulta sencillo cuando se sigue el procedimiento y se aplica la fórmula, puedo ordenar todo esto como si fueran datos.

La razón por la que me obstino cuando me enfrento a esta multitud, y por la que me paralizo ante un gran número de personas, es que tengo miedo de estos chicos y chicas.

Si se formara una multitud de conspiradores para ejercer la violencia contra mí, me vería al límite de mis fuerzas, pero no pasa nada. Aquí nadie me va a pegar. No hay tantos locos como para levantarse y darme una patada porque me haya equivocado en mi autopresentación y, además, como me daría miedo la humillación, no pasa nada si no me pongo a la cabeza del grupo.

Más bien, como soy culpable de intentar llegar a la cima por la fuerza, fui expulsada por el grupo—tengo que entender que no soy una persona que pueda dar órdenes a una multitud, ni estar por encima de ella.

Al menos, ya no.

Tengo mala personalidad. No coopero. Me degrado. Soy rencorosa. Soy celosa. Soy desconfiada. No tengo encanto. Tengo un poderoso complejo de víctima. Soy una histérica. Soy una tonta que presume de inteligencia. Soy masoquista. Me intoxico fácilmente con mi propia desgracia. Culpo de todo a los demás, a Araragi.

Fundamentalmente, no hay forma de que alguien así se convierta en una persona popular sólo por hacerlo algo bien con su autopresentación—después de todo, sería impropio utilizar de algún modo mi condición de estudiante transferida de fin de curso como un velo para enmascarar mi propia naturaleza fea.

La magia no existe y la gente no cambia así de repente. Me he mudado a otra ciudad, vivo en otra casa, voy a otra secundaria, llevo otro uniforme… pero no es que haya cambiado.

Yo soy yo, y esa piel no se quita.





Bien, bien.

Al dar un primer paso decepcionante hacia una nueva vida, acabé tropezando estrepitosamente, pero no puedo decir que me cayera del todo—no volqué sobre la mesa del profesor, ni agarré nada y lo tiré, ni arañé la pizarra para ocultar la vergüenza de mi fracaso. No empecé a llorar de repente ni le tiré nada al profesor. No seguí mi fracaso con un fracaso aún mayor quitándome el uniforme en el acto.

Ves, evadí la peor situación posible.

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Si lo digo yo misma, tengo la sensación de estar llevando al límite el pensamiento negativo al hipotetizar todas estas situaciones terribles, pero sencillamente no tengo ni idea de lo que conseguiré persiguiéndolo hasta el final. Porque en cualquier caso, al final mis pensamientos se volvieron obstinados, tan revueltos y salvajes como la vez que me expuse en pijama elegante delante del hombre que desprecio.

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Pensándolo bien, ¿qué importaba que yo no fuera capaz de decir mi nombre correctamente? Ciertamente, me sentí inesperadamente avergonzada, pero no estaba intentando parecer genial ni nada por el estilo (me alegro de verdad de no haber hablado de merengues—si lo hubiera hecho, me temo que me habría vuelto loca de verdad) y, de todos modos, quedé mal delante de unos compañeros de clase con los que sólo iba a estar un escaso mes.

Está bien si dejo de lado está vergüenza.

Mirando hacia el futuro, después de la graduación, puedo pensar en esto como una rehabilitación—si no podía hacer frente al sentimiento de vergüenza, entonces no podía hacer como si nada y salir a la sociedad.


Tengo miedo de convertirme en adulto y seguir teniendo esta personalidad. Ahora mismo tengo 18 años, una edad en la que incluso se me ha concedido el derecho a votar. Sería terrible que a los 20 años no me hubiera convertido en una persona mejor… no, al menos a los 22 años.

Aunque definitivamente no puedo decir nada concreto sobre cómo acabaré, si sigo siendo la persona cruel que soy, parece que tarde o temprano cometeré un delito contra la sociedad y me meterán en la cárcel—tengo que cortar esta cadena de acontecimientos antes de eso.

Sería bueno romper con eso ahora.

Las razones por las que soy desafortunada son innumerables, y hay infinitas razones por las que seré desafortunada de ahora en adelante—sin embargo, no hay ni una sola razón por la que no pueda llegar a ser feliz.

… Por otra parte, no todo en este fracaso de hoy es puramente malo. Al fin y al cabo, al mirar a mis compañeros, que me veían raro después de haberme presentado mal, podía percibir el ambiente general de la clase a la que me había trasladado.

Podría estudiar sus reacciones tras proporcionarles un estímulo moderado.

Como esperaba, es diferente de la Secundaria Naoetsu.

Para bien o para mal, se sentía como una «secundaria» estándar… aunque sólo había experimentado una vida muy corta en la secundaria, si tuviera que comparar las dos secundarias, el ambiente aquí se sentía más cercano a mi época en la escuela primaria.

Como se ha hacinado a mucha gente en un espacio estrecho, no hay duda de que la gente de aquí (especialmente la gente como yo) se sentía estresada, pero tal y como había pensado, el estrés aquí parecía diferente al de la Secundaria Naoetsu.

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No.

Lo que podría ser diferente son las normas.

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Tuve la sensación de que las costumbres de esta clase diferían en su composición de las de la clase anterior—en cierto modo, como la puntuación de desviación era alta en la Secundaria Naoetsu, las normas se reflejaban en la jerarquía de los alumnos.

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Para explicarlo de otro modo, por muy buena persona que fueras, por muy fuerte que fuera tu sentido de la justicia, un hombre como Araragi Koyomi, por ejemplo, sería tratado como el tipo más bajo de persona sólo por tener malas notas. Incluso en el caso del ajuste de cuentas que recibí en aquel juicio en el aula, seguía siendo un juicio celebrado en relación con las notas—en aquel momento, había pensado que se trataba de una función escolar normal y corriente que podía celebrarse en cualquier parte, pero pensándolo ahora, probablemente se trataba de un acontecimiento muy singular.

Dado que la Secundaria Shishikurasaki también era una escuela que intentaba preparar a los alumnos para la universidad, probablemente no podría decir que las notas no contribuían en nada a la posición social de los alumnos, pero más que las notas, parecía que el factor relevante eran las relaciones humanas.

Por un lado, no parecía que estuviese prohibido llevar teléfonos inteligentes a la escuela—algo así era impensable en la Secundaria Naoetsu—y, por otro, parecía que la habilidad comunicativa era una parte excepcionalmente importante para sobrevivir en esta clase. Me temo que el mero hecho de tener buenas notas podría tener el efecto contrario, y podría acabar haciendo que me odiaran—en lo que debería centrarme era en mi encanto como persona.

… Es bueno que me haya dado cuenta de eso al principio del proceso, sin embargo, para mí, esa información casi me deja desesperada.

La razón es, bueno, que podría decir que soy una profesional de la falta de encanto—desde luego, podría presumir de que no perdería ante cualquier carente de encanto corriente.

Eso, al menos, no lo había revelado mi tartamuda autopresentación, pero si me quedo sin un plan para contrarrestarlo, no hay duda de que mi verdadera naturaleza acabará por quedar al descubierto. Dicen que cuando estés en Roma, haz como los romanos[3], pero esa es una norma insoportable.

Es demasiado estricto.


Por otra parte, no soy una reformista que intenta proponer revisiones de las normas del lugar—mi posición social es la de una recién llegada. Aunque me repita, estaré aquí poco tiempo.

Se trataba de una breve estancia de un mes en otro país con leyes totalmente distintas. Lo mejor sería pasar este tiempo ocultándome, bajando la cabeza y apretándome para no entrar en conflicto con la cultura local, así que con ese fin…

Mientras pensaba en ese objetivo, una vida tranquila en la secundaria, sin problemas ni estrés, por un breve momento, mis ojos se posaron en un estudiante en particular de entre mis 40 compañeros de clase, o más correctamente, 41 compañeros de clase.

Asiento número 41.

Se llamaba Yurugase Amiko.

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