Loop 7-kaime no Akuyaku (NL)

Volumen 1

Capítulo 1: La Propuesta

Parte 1

“¡Rishe Irmgard Weitzner! ¡Eres una vil mujer! ¡Una criatura verdaderamente maliciosa indigna del príncipe heredero! ¡A partir de este instante, nuestro compromiso queda cancelado!”

“Como desee, Alteza.” “… ¿Eh?”

La declaración del príncipe resonó en todo el salón de baile. Rishe, la hija del duque, respondió con una reverencia, mientras su cabello coral se mecía con gracia. Los invitados quedaron cautivados por su digna belleza. A pesar de que acababan de presenciar la ruptura de un compromiso, no podían compadecerse de ella.

Lentamente, Rishe levantó la cabeza y clavó en el príncipe una mirada pálida y esmeralda. Le pilló desprevenido, pero no tardó en recuperarse.

“¡¿No has oído lo que acabo de decir?! ¡Estoy cancelando nuestro compromiso! ¿No te molesta?”

“La verdad es que no.”

Rishe ya sabía lo que ocurriría a continuación: falsas acusaciones, exilio y su familia rompiendo todos los lazos y dejándola sola para sobrevivir. Se apartó del príncipe. No tenía sentido perder el tiempo.

Después de todo, este es mi séptimo bucle.

Rishe ya había hecho todo esto antes.

Las próximas horas serán ajetreadas. Debo darme prisa y recuperar mis cosas antes de que me prohíban la entrada a la finca familiar. No quiero que esta sea una de las veces en que soy demasiado lenta y tengo que empezar mi nueva vida sin nada.

“¡Rishe, detente y escúchame! ¡He pasado la última semana perfeccionando mi recitación de tus crímenes!”

Esta vez debería llevarme algo más que vestidos: hay muchas cosas que me vendrían bien en el mundo. ¿Qué oficio debería ejercer? En mi primera vida, fui comerciante. En la segunda, boticario. Tengo algunos más que quiero probar… ¡Augh! Si el tiempo va a seguir reiniciándose, me gustaría poder empezar antes. Necesito más tiempo para prepararme.

“¡Espera! ¡Rishe!”

El príncipe heredero estaba al borde de las lágrimas, y los espectadores luchaban por reprimir sus risitas.

Rishe pensó en algo y se detuvo. Se giró y sus ojos brillaron bajo las largas pestañas mientras miraba fijamente a su ex prometido. “Ah, Su Alteza, casi lo olvido.”

“¡Sí, dímelo!” Se enfureció el príncipe. “Déjame adivinar, estás herido sin medida y aun así me amas… ¿correcto?”

Ajá, sí, claro. Rishe agradeció que le concedieran la libertad. De hecho, sonreía mientras decía: “Espero que usted y Lady Mary sean felices juntos.”

“¡¿Qué?!”

“Que ambos llevemos una vida plena. Adiós.” Rishe se levantó las faldas de su vestido de noche y giró sobre sus talones, marchándose tan enérgicamente como pudo.

“¿Cómo sabes lo de Mary? No te he dicho que la amo.” El príncipe gritaba algo detrás de ella, pero ella no le hizo caso. Tenía cosas que hacer.

Durante su primer bucle, las acusaciones del príncipe la habían conmocionado hasta la médula y ella, tontamente, había intentado defenderse. Ahora sabía que no podía esperar que el príncipe se comportara de forma razonable.

¿Esta vez cómo se desarrollará la vida? Estoy deseando averiguarlo. Rishe fijó su mente en el futuro.

Esta es mi séptima “segunda oportunidad”. Antes he tenido vidas felices y despreocupadas, pero esta vez… ¡esta vez juro que viviré una larga vida feliz y despreocupada!

En otras palabras, necesitaba evitar que la mataran. A cualquier precio.

***

En el primer bucle, con su compromiso roto y su reputación hecha jirones, Rishe vagaba sin nada más que la ropa que llevaba puesta. Por suerte, encontró una caravana de mercaderes dispuestos a comprar sus joyas. Como le parecieron un grupo de buena voluntad, hizo autostop hasta un país vecino.

En la caravana de mercaderes aprendió un oficio, estudiando cómo adquirir existencias y cuadrar los libros de contabilidad. Finalmente, se independizó para viajar por el mundo. Su educación como hija de la nobleza hizo que, incluso a los quince años, Rishe poseyera un agudo sentido de la belleza.

Coleccionaba objetos que le llamaban la atención y los vendía a quien se deleitaba con ellos. Antes de que se diera cuenta, se había convertido en una gran vendedora, con una plantilla completa. Incluso había hecho negocios con el rey de una nación desértica y con el príncipe de un país helado del norte. Viajó a muchos lugares lejanos, haciendo realidad un sueño nacido de su acomodada vida anterior, en la que no hacía otra cosa que prepararse para ser reina.

Pasaron cinco años y, cuando sólo le quedaba un país por visitar, Rishe fue víctima de la guerra que asolaba el continente.

Lo siguiente que supo fue que volvía a tener quince años y estaba de nuevo en aquella fiesta, con el príncipe a punto de pronunciarse.

“¡Rishe Irmgard Weitzner! ¡Eres una vil mujer! ¡Una criatura verdaderamente maliciosa indigna del príncipe heredero! ¡A partir de este instante, nuestro compromiso queda cancelado!”

Naturalmente, al principio no entendió lo que pasaba. Miró a su alrededor. Todo estaba igual. Estaba en el mismo lugar, con el mismo vestido y las mismas joyas que había vendido a la caravana.

¿Era un sueño? ¿O todo lo que había pasado hasta entonces era un sueño? En su confusión, lo único que podía hacer era mirar fijamente.

Rishe se apresuró a salir del salón de baile, con la inminente amenaza del exilio cerniéndose sobre ella y las súplicas del príncipe de que se detuviera resonando en sus oídos.

¡Esto es perfecto! ¡Ahora puedo hacerlo bien! Voy a tomar todo lo valioso de mi habitación.

Rishe había disfrutado de su vida como comerciante, pero siempre había sentido un sentimiento de pesar por aquella noche. Si hubiera llevado algo de dinero de casa, habría tenido el capital para establecer su negocio mucho antes.

Hablar de este arrepentimiento siempre provocaba la incredulidad de sus clientes, incluido el rey del desierto. “¿Qué? ¿Eso es lo que querrías volver a hacer?”

Cuando regresó a casa la noche de su segunda vida, Rishe tomó su joyero y tantos libros como pudo de los que le había dejado su difunta abuela, y se apresuró a ir al bosque a reunirse con la caravana. Pero la parada en su casa se demoró, y los perdió por completo.

En ese momento, Rishe se dio cuenta de algo. Diferentes elecciones significaban diferentes errores. Abrir una puerta cerraría otra.

Y así se le cerró el camino fácil hacia una vida en el comercio.

Claro que podía intentar construir su negocio desde cero, pero las conexiones personales eran casi tan esenciales para ser comerciante como la habilidad para los negocios. Simplemente no era realista sin un solo conocido.

Clasificando sus pertenencias con resignación, encontró una enciclopedia extranjera de hierbas entre los libros de su abuela. Tomándolo como una señal, Rishe vendió sus joyas en otro lugar y utilizó los fondos para cruzar el mar y dedicarse al estudio de la medicina.

Afortunadamente, Rishe conservaba todos los conocimientos de su vida anterior. Recordaba que ciertas hierbas caras podían adquirirse baratas en otras regiones. Cuando se corrió la voz de que una enfermedad hacía estragos en un país vecino, también lo recordó. Este conocimiento previo resultó muy valioso, al igual que sus amplios viajes y su contacto con muchos maestros diferentes con muchos puntos de vista distintos.

Como tal, Rishe llevó una vida de éxito como boticaria. Salvó a un príncipe débil, sintetizó varias medicinas raras con sus conocimientos mercantiles y así pasó sus días con la sencilla alegría de ayudar a los necesitados.

Por desgracia, toda la alegría del mundo no pudo con una epidemia.

Así terminó su segunda vida.

Una vez más, se encontró en el momento de su compromiso roto, con el telón alzándose en el tercer bucle. Sus cuatro vidas siguientes transcurrieron de forma muy parecida. Como hábil doncella, ayudó a una joven noble a contraer un matrimonio fortuito. Una vez incluso se disfrazó de hombre y se convirtió en caballero. Cada vida valía la pena, y ella las disfrutaba todas. Disfrutaba viviendo, y punto.

Sólo había un problema.

Haga lo que haga, moriré a los veinte.

Disfrutaba de su vida, pero no podía hacerlo durante mucho tiempo. Con este límite de tiempo siempre pendiendo sobre ella, pasaba cada bucle en un estado de actividad constante.

Me encantaría tomármelo con calma durante un tiempo. ¿Es mucho pedir un poco de ocio? Obviamente, ¡tampoco quiero morir! Esta vez, ganaré todo el dinero que pueda en los primeros cinco años. Luego, cuando cumpla veinte, viviré una vida libre de preocupaciones mundanas. ¡Haré lo que sea necesario para seguir viva!

Decidida, Rishe comenzó su séptima vida en un sprint mortal por el palacio. Independientemente de sus planes futuros, se encontraba en una carrera contrarreloj. Tenía que adelantarse al mensajero que llevaba la noticia de su escándalo.

Mientras corría, se quitó los adornos del cabello; pensaba venderlos y no quería arriesgarse a perder ninguno. Su cabello se alborotó detrás de ella, cayendo en ondas sueltas.

De repente, se le ocurrió una idea que no había tenido en ninguna de sus seis vidas anteriores.

Salir por los jardines del palacio sería más rápido. Puedo bajar por un árbol desde el balcón.

Rishe había ido a la guerra como caballero en la vida inmediatamente anterior a ésta. Después del duro entrenamiento en el campo de batalla, trepar a los árboles no era nada.

Sin problemas, cambió de dirección. Corrió hacia el balcón, donde chocó con algo a toda velocidad.

“¡Bwargh!” Rishe soltó un gruñido muy poco propio de una dama y se tambaleó unos pasos. Levantó la vista para ver contra qué había rebotado. “Oh…”

Un hombre excepcionalmente guapo se interpuso en su camino.

Tenía rasgos refinados y patricios y labios finos y crueles. Era esbelto pero poderoso; incluso a través de sus ropas, Rishe podía notar que su cuerpo estaba bien acondicionado. Su cabello negro azabache le cubría las orejas y le llegaba hasta la nuca. Las puntas de sus mechones rebotaban con sus movimientos. Parecían suaves al tacto.

Era un placer mirarlo de pies a cabeza, pero lo que más llamó la atención de Rishe fueron sus ojos. Eran alargados e increíblemente azules, pero poseían una intensidad afilada como una cuchilla. Su mirada era clara, hermosa y fría como el hielo. Sus pestañas proyectaban sombras sobre su llamativo rostro. Era una obra de arte.

En ese momento, esa obra de arte la miraba fijamente con una mirada que podía matar.

Se rio. “Te abalanzaste sobre mí. Por un momento, pensé que me había atacado un jabalí.”

Era de muy mala educación decírselo a un desconocido, pero, por suerte, aquel hombre no lo era. Al menos no para Rishe.

“¿Qué haces aquí?” Continuó el hombre. “La fiesta es en el…”

Rishe le interrumpió con un grito de consternación. El hombre retrocedió y, por reflejo, echó mano a su espada. Se recompuso con visible dificultad. “¿Quién es usted? Pareces una noble cualquiera, pero tus modales son…”

“¡Emperador Arnold Hein!”

Los ojos del hombre se abrieron de par en par. No se equivocó con su creciente desprecio. Rishe había cruzado espadas con este hombre. Recientemente. Él fue el responsable de acabar con su sexta vida.

Debe ser un invitado al banquete. Tiene sentido.

Arnold Hein era el vástago de una nación militar no muy lejana del país natal de Rishe, Hermity, en el que ahora se encontraban. Sus reinos, tan recientemente en guerra, habían negociado una paz ostensible, y las dos familias gobernantes se reunían de vez en cuando. La fiesta de compromiso del Príncipe Heredero Dietrich sería una de esas ocasiones. Había reunido a élites de todas partes para presentar a su amada Mary.

El hombre miró a Rishe con creciente curiosidad. “¿Me conoces?

Es la primera vez que vengo a Hermity.”

Oh-oh. Rishe esbozó una sonrisa mientras su mente daba vueltas en círculos. Ese hombre era peligroso. Tenía que evitar enredarse con él a toda costa. Dentro de cinco años, Arnold Hein invadiría Hermity.

Era un espadachín extraordinariamente hábil y, con un poderoso ejército a sus espaldas, estaba destinado a conquistar reino tras reino. Ya lo había hecho en su segunda, tercera, cuarta y quinta vida. En la sexta, Rishe se había enfrentado a él en combate y había muerto en sus manos.

Nunca tuvimos una oportunidad. Esa guerra estaba perdida antes de empezar.

La brillantez de Arnold no residía en su habilidad con la espada, sino en su destreza como estratega. Dispuso países para la conquista y los derribó, tragándoselos uno a uno.

Yo lo conozco, pero él no me conoce. No nos hemos conocido en esta vida. Necesito una excusa rápido.

Rishe hizo una lenta reverencia. “Me llamo Rishe Irmgard Weitzner. Nunca nos han presentado, pero he oído hablar de usted.”

Arnold esbozó una sonrisa divertida. “Colocas tu peso como una espadachina entrenada. Tu centro de gravedad es perfecto.”

“Exageras.” Replicó Rishe. “Eso fue simplemente una reverencia a un estimado invitado.”

“Debo haber oído mal, pero juraría que me acabas de llamar ‘emperador’.”

Rishe se quedó helado.

“Mi padre aún vive.” Dijo Arnold. “Soy simplemente un príncipe heredero. ¿Por qué me llamas así?”

“Uh, um…” Rishe buscó una respuesta.

Había cometido un error tan tonto. La mirada de Arnold la atravesó. Sentía como si él pudiera ver a través de cualquier mentira que ella dijera hasta su alma. Lo recordaba del campo de batalla: cómo su sola atención era como una estocada de espada.

¿Pero por qué molestarse en mentir? Nunca volverían a verse, así que ¿a quién le importaba lo que él pensara de ella? Claro que albergaba algún que otro resentimiento por la reciente matanza, pero no tenía sentido quejarse de ello ante este Arnold. Llamarle emperador era una grosería, pero Rishe estaba a punto de ser exiliada a la fuerza.

¿Para qué jugar a la diplomacia?

Respiró hondo e hizo una reverencia. No era la reverencia de una dama noble, sino la de una sirvienta que suplica a su amo.

“Mis más humildes disculpas, Su Alteza. Tenía prisa. Ese fue un lapsus bastante grosero.” Levantó la cabeza. “Mi ex prometido acaba de anular nuestro compromiso, así que tengo muchas cosas en la cabeza. Si me disculpa.”

“¿Anuló tu compromiso?”

En ese momento, Rishe se dio la vuelta y huyó.

El inesperado encuentro con Arnold le había robado un tiempo valioso. Abrió de par en par la puerta del balcón, se subió las faldas y se quitó los zapatos antes de saltar a un árbol. Al mirar hacia abajo, se dio cuenta de que el suelo estaba mucho más cerca de lo que había temido.

¡Excelente! ¡Puedo dejarme caer en el jardín!

Arnold, que hasta ahora se había quedado sin habla, se sacudió para ir tras la que se fugaba cuando Rishe trepó por la barandilla. “¡Eh!”

El vestido plateado de Rishe fluía a su alrededor mientras saltaba. El césped era blando, pero la caída fue lo bastante relevante como para arriesgarse a hacerse daño.

El peso se distribuye uniformemente en las plantas de los pies, ruedo para transferir el impacto a las espinillas y los muslos, y luego a las caderas y la espalda.

Aterrizó sin problemas, rodó ágilmente sobre su vestido y volvió a levantarse. Tenía el cabello cubierto de hojas.

¡Tengo que darme prisa!

Apoyándose en una roca cercana, utilizó su peso para quitarse los tacones de los zapatos. Así. Así sería más fácil correr. Satisfecha, se los volvió a poner y se apresuró hacia la finca familiar.