Magdala de Nemure (NL)

Volumen 5

Prólogo: Guerreros de Dios

Parte 1

“¡El Señor ha hablado! ¡Abran el camino!”

La muchacha de color blanco puro se levantó orgullosa, su voz resonó en el campo de batalla de forma diferente al rugido de una bestia, seguida de una explosión que resonó como si se abriera un caldero infernal. A continuación, hubo rayos de luz deslumbrantes y una ola de calor abrasador.

Era común decir que las paredes de los humanos se derrumbaban, sin embargo, la escena que tenían ante sí era más comparable a los fuelles que levantaban el hollín y el polvo del suelo.

“¡El Señor ha decretado que seamos justicia, que avancemos!

¡Avanzad sin miedo! ¡Este es el camino que nuestro Señor ha bendecido con su gloria!”

Se trataba de una cita de un capítulo de la Biblia que describe cómo el pueblo obedeció a la guía de Dios y se dirigió a la Tierra Prometida. Según la Biblia, el Señor condujo a sus sufridos hijos lejos del opresivo antiguo Imperio, a través de un peligroso viaje, y los condujo milagrosamente a la Tierra Prometida.

Normalmente, esas palabras parecerían tan surrealistas, un cuento de ancianas, pero se hicieron realidad ante sus ojos.

“¡Los que dan la espalda a Dios serán abrasados en llamas eternas!”

Incluso las grandes rocas podían romperse fácilmente si aparecían grietas. En este punto, estaban literalmente rodeados de llamas, cargando a través de las filas enemigas. Tal escena era demasiado surrealista para entenderla.

En cualquier caso, los dispositivos imitaban la fuente del dragón, escupiendo aceite inflamable.

Los ejércitos de los ex paganos estaban asediando la ciudad minera de Kazan, preparados para retomarla. Las fuerzas de los Caballeros que salían de Kazan eran abrumadoramente superadas en número, y destacaban de forma prominente.

Sin embargo, a los soldados de los Caballeros que intentaban escapar de Kazan les esperaba una gruesa muralla humana. El enemigo estaba compuesto por caballeros fuertemente acorazados, mercenarios con lanzas y arqueros que les disparaban flechas. Lo más probable es que unos cuantos lanzallamas de dragón fueran insuficientes para enfrentarse a ellos.

Para compensar la diferencia de fuerzas de combate, el bando de Kusla se afianzó y cargó hacia el punto débil del enemigo con un abandono temerario. Sabían que esta era la única salida para ellos.

Siguieron las llamas y cargaron con valentía, cambiando instantáneamente la situación.

El enemigo se sintió completamente intimidado por el vigor mostrado, y no pudo reunir las ganas de contraatacar. Probablemente, la mayoría de ellos no podía creer el escenario que tenían ante sí, y estaban totalmente estupefactos.

Este paisaje les resultaba muy extraño. Había un dragón, que según las leyendas vagaba por estas tierras, y un fuego pegajoso que parecía surgir de las profundidades del infierno, que se abalanzaba sobre ellos.

Nadie podía creer el paisaje que se desplegaba ante sus ojos. El enemigo debió sentirse más valiente que los Caballeros.

Pero había una razón por la que estaban totalmente asombrados. Y se debió a lo que habían presenciado.

Había un lanzallamas con forma de dragón, y encima de él había una chica.

Alguien entre las filas enemigas gritó:

“¡Es un Antiguo! ¡La calamidad mítica! ¡Los espíritus antiguos han despertado!”

Normalmente, cualquiera se habría reído de ello.

Pero una vez que vieron la cabeza del dragón girada hacia otra dirección, comprendieron que era la realidad.

Los soldados endurecidos por la guerra se quedaron aterrorizados por el dragón y la chica de aspecto extraño que cabalgaba a lomos del dragón, lo que les hizo entrar en pánico y retirarse a los lados.

Un rastro abrasador se abrió paso, y fue seguido por un espeso humo negro, haciendo que el enemigo sintiera una muerte inminente y se dispersara. Debido al espeso humo negro infernal que bloqueaba su visión, los soldados sólo podían hacer lo que consideraban necesario, y las formaciones enemigas se rompieron. El bando de los Caballeros cargó a través de la apertura revelada por el enemigo, lanzas en mano mientras irrumpían como un rastrillo gigante clavado en un enorme pajar. Los enemigos, incapaces de escapar a tiempo, levantaron los escudos que estaban a su altura, formando un muro de metal. Aunque intentaban escapar cuando se les daba la oportunidad, la pesada armadura los ralentizaba enormemente, como una tortuga, y eran abatidos por la espalda con espadas, apuñalados con lanzas, y caían uno tras otro. No era diferente de la caza de liebres en la ciudad.

Los Caballeros lanzaron un rugido ensordecedor. “¡¡¡A la carga!!!”

Atravesaron el campo de batalla que era un infierno en la Tierra, y el dragón también aceleró hacia el frente. El enemigo había puesto un fuerte asedio a la ciudad en su intento de exterminar a los Caballeros. Cuando escucharon los ensordecedores rugidos del enemigo desde la retaguardia, supusieron que eran vítores de sus aliados. Por desgracia para ellos, los que se abrían paso a través de la barricada humana no eran los amigos que habían supuesto. Una vez que los enemigos de la retaguardia vieron las fuerzas centradas en los dragones y la chica abriéndose paso, se quedaron estupefactos.

Los humanos son más frágiles cuando son golpeados en el momento más inesperado. Los Caballeros no dejaron pasar esta oportunidad, y los dragones de metal levantaron sus alas, giraron la cabeza.

El alquimista Kusla sujetó firmemente las manos en el lanzallamas con forma de dragón que manejaba. Soltó la correa, y las llamas se desataron inmediatamente. La ola de calor le abrasó la cara, y fue tan brillante, que sus ojos se cerraron, mientras las llamas eran expulsadas.

Había supuesto que la vanguardia liderada por el dragón habría recorrido bastante distancia. Sin embargo, había demasiados enemigos, que los acosaban sin cesar. Esta incertidumbre despertó una preocupación en su interior, ya que se preguntaba si las fuerzas que iban detrás de ellos les habían alcanzado.

Mirando hacia atrás, vio a los soldados de los Caballeros que los perseguían. Estaban completamente ennegrecidos por el hollín del espeso humo, los ojos era lo único que parecían excepcionalmente blanco. Weyland, otro alquimista, estaba disparando otro lanzallamas de dragón metálico sobre los enemigos.

En ese momento, la chica que estaba en el trono detrás había llamado a los soldados “Guerreros de Dios”.