Magdala de Nemure (NL)

Volumen 5

Capitulo 5: Si tú eres un alquimista, ¿qué soy yo?

Parte 2

La chica de la línea de sangre maldita bajó la cabeza, ocultando su expresión bajo la capucha.

“Sólo termina el milagro. ¿Los alquimistas no hacen eso para empezar?”

No hacen daño ni abusan de los demás por sus propios objetivos.

A pesar de ello, Kusla quiso discutir, sabiendo que era un hecho innegable.

“Y así, la tercera opción.” Dijo Alzen, mirando hacia ellos.

“Huye.”

Kusla dudó de sus oídos. “¿Qué?”

“He dicho que huyas.” Repitió Alzen, con los músculos de la mejilla crispados, como si apretara los dientes.

¿Pero por qué estaba poniendo una fachada?

¿Cuál era la expresión que quería disimular? “¿No me crees?”

Por supuesto. Kusla tenía la intención de apuñalar a Alzen sólo para que pudieran escapar.

“La verdad es que no.”

En ese momento, Kusla se dio cuenta de algo. Alzen estaba conteniendo una sonrisa.

Era probable que…

“Como comandante, esto es realmente impropio… pero soy una persona. Tengo miedo, de que si enfrento esta decisión, seré una persona diferente. No puedo defenderme por tomar tales decisiones. A pesar de eso, no puedo tomar la decisión.”

Alzen dejó escapar un fuerte suspiro.

“No puedo mantener esta fría fachada. Me has proporcionado un milagro… no, al Archiduque y a nuestras fuerzas. Para ser honesto, mentiría si dijera que no me estremece la perspectiva de sacrificarte para aportar a nuestras fuerzas otro milagro.”

Alzen apretó los dientes, conteniendo sus palabras, probablemente reprochándose a sí mismo este dilema.

“Fue un verdadero milagro. Me reía como un niño.”

Alzen finalmente no pudo contener la risa. Era tan poderosa, tan llamativa, pero tan sincera.

“Si te arrojara al horno o te enviara a la horca, no podría reconocer ese milagro. Tal experiencia sería una prueba, parecida a que el hierro se convierta en acero, pero…”

Al hacer contacto visual con Alzen, Kusla retrocedió.

“Aunque viva en un mundo reseco, no tengo por qué renunciar al agua, ¿verdad?”

Kusla no sabía si interpretar las palabras como debilidad o como un toque humano.

Porque las palabras de Alzen fueron demasiado inesperadas.

¿No era un comandante frío como el metal, firme como el plomo, robusto como el oro, una encarnación de la autoridad?

Ese debería ser el hecho.

Pero los milagros pueden hacer que la gente cambie.

“Los barcos no pueden evacuar a todo el mundo, pero hay escondites. No somos tan ingenuos como para pensar que ganaremos definitivamente. Tengo algunos planes más por si acaso. Hay ciertas personas y cosas que deben ser evacuadas de Nilberk. Hasta entonces, debería ser capaz de disfrazar a todos ustedes como parte de la tripulación del barco.”

“¿Pero qué pasa después de que escapemos~?” Preguntó Weyland. Había una razón por la que su voz no tenía intención de agradecer.

“Para ser honestos, todavía tenemos que ser protegidos por los Caballeros… y seremos conocidos como los alquimistas en el último momento… incluso entonces, tendremos que dar una explicación a todos, ¿no~?”

Esas personas son espías del enemigo. Eso no tardaría en decirse.

Alzen, naturalmente, ocultó su sonrisa, volviendo a ser un comandante que se enfrenta a la realidad con calma.

“Sí. Una vez que escapen, no volverán a ser alquimistas de los Caballeros.”

Por supuesto, sería lo mismo en las Tierras del Norte.

“Pero, al haber dirigido las fuerzas durante tanto tiempo, bastantes me deben favores. Puedo presentarte a un noble de decente posición. De momento sigue con tus planes… y espera la oportunidad.”

Las últimas palabras de Alzen parecían un poco dubitativas.

¿Es posible que los que desgraciadamente se desviaron vuelvan al camino?

¿Por qué la Biblia hizo gran hincapié en la resurrección?

Porque una vez que una persona tiene una rodilla en el suelo, es poco probable que se levante de nuevo.

“No te forzaré ahora. Haz tu elección.” Alzen puso un dedo sobre el escritorio.

“¿Eliges ser un alquimista, arriesgando todo por tus sueños, o eres como un herrero, esperando vivir un día más?”

¿Confían en el poder supersticioso de los sacrificios, o cierran el taller, pensando sólo en protegerse, y siguen rezando?

Kusla se lamentó en silencio de que no debería estar dándole vueltas a esto. Nunca dudó de la razón por la que se le había dado el nombre de ‘Interés’. Todavía había un rayo de esperanza. Una esperanza entre un millón.

Kusla volvió a mirar hacia Fenesis.

¿Cómo podría sacrificar a esta adorable chica y ganar la esperanza de sus sueños?

¿Podría hacerlo?

No, si sintiera que pudiese, lo haría. Así deberían ser los alquimistas. Si todavía se llamaba interés, un alquimista que miraba el mundo con sus ojos fríos, arriesgaría todo para ir a Magdala.

“Toma tu decisión antes del amanecer.”

Alzen hizo un gesto con la cabeza, ahuyentándolos.

En el camino de vuelta, nadie habló. Lo mismo ocurrió cuando volvieron al taller.

Nadie se miró, pues todos sabían que una vez que sus ojos se encontraran, tendrían que discutir este asunto.

No fue nada fácil hablar de este asunto.

Kusla no podía creer que él mismo no estuviera dispuesto a romper esa torpeza. No podía entender cómo había acabado siendo tan incompetente. Se suponía que era un tema que podían discutir utilizando todo el tiempo que les quedaba.

¿Quién, aparte de los tontos, perdería el tiempo cuando el tiempo era esencial?

Pero Kusla no podía moverse. Se suponía que él era el ‘interés’ que corría hacia la tierra de Magdala día y noche.

“Pero ya te has decidido, ¿verdad?”

Para empezar, Irine estaba algo adormilada. Los preparativos de la producción en masa de los dragones estaban hechos, y sólo quedaba el montaje. Fue en este momento crucial cuando Weyland la hizo volver.

Tal vez Irine lo dijo sólo para cambiar el humor de la situación. Quería decirle a Kusla que no había nada de qué preocuparse. “Bueno Kusla, no es posible que uses a la pequeño Ul como leña~.”

También Weyland habló. Estaba arrodillado ante el horno, clasificando el carbón.

Kusla abrió entonces la boca, pero no pudo decir nada.

De alguna manera un alquimista terminó en tal estado, y lo más trágico, es que de alguna manera terminó siendo el más preocupado por los ojos de Fenesis.

Estaba completamente destrozado. ¿Qué le preocupaba al insensible alquimista?

El supuesto insensible tenía a su lado a una joven blanca.

¿Era lo que quería? En ese caso, ¿por qué la confusión?

La razón es que podría dejar atrás la tierra de su propia Magdala, tal y como se describe en las palabras de Korad, para siempre.

Si quería perseguir este sueño, tendría que sacrificarla.

Kusla no sabía por qué se molestaba tanto, ni siquiera por qué se molestaba.

Porque nunca elegiría abandonar a Fenesis. “… ¿Qué te parece?”

Kusla se desgañitó.

“Mi elección será la última palabra, pero esto tiene que ver contigo,

¿verdad?”

También Kusla sabía que estaba trasladando a otros la carga que no podía soportar.

Irine fue la primera en hablar.

“Definitivamente apoyo a Ul. Si podemos seguir haciendo la fundición, me parece bien ir al Sur.”

Entonces fue el turno de Weyland.