Eris No Seihai (NL)

Volumen 3

Extra 3: Las Sonrisas Florecen

Supongo que tengo un tiempo terrible.

Los guardias esposaron a la inconsciente Pamela y se la llevaron. Randolph observó con el rabillo del ojo cómo se marchaban, con una expresión inescrutable en el rostro.

No estaba seguro de qué había hecho mal. No creía que hubiera estado alejado del Gran Merillian durante tanto tiempo. ¿O tal vez el problema era que se había dejado distraer de su novia por un perro callejero en primer lugar? Se sentía mal por eso. Nunca encontró al perro y, en ese momento, sospechaba que lo que el invitado del Vizconde Hamsworth había visto no era un perro, sino a Pamela Francis deambulando como un fantasma.

La cuestión era que nunca se habría perdonado si le hubiera pasado algo a Constance. Afortunadamente, no había resultado herida. Hasta hace un momento, había estado sollozando sin preocuparse por la gente que la observaba, pero ahora parecía calmarse.

“… ¿Estás bien?” Preguntó solícito. Constance levantó lentamente la cabeza. Una enorme lágrima brotó de uno de sus ojos verdes. Randolph alargó la mano, casi inconscientemente, y la enjugó con suavidad. Luego le pasó los dedos por el cabello para calmarla. Sus hombros se convulsionaron y finalmente comenzó a hablar con voz llorosa.

Según ella, Scarlett Castiel, que ya debería estar en el reino de las diosas, había regresado abruptamente, y Constance había sido arrastrada una vez más a ayudarla a vengarse.

Durante los siguientes ochenta y cuatro años.

“… ¿No es un poco largo?” “¿Qué?”

“Nada.”

Era largo, se mire por donde se mire. Se preguntó si las diosas la habían perseguido hasta la Tierra porque no soportaban su personalidad excesivamente arrogante.

“Por cierto, me he estado preguntando algo.” Dijo Randolph, aprovechando la oportunidad para hacerle una pregunta que le rondaba por la cabeza. “¿Cuánto tiempo pasa normalmente Scarlett con usted?”

Constance le miró como si la pregunta no tuviera sentido.

“¿Cuánto tiempo? Bueno, ella es madrugadora, así que suele estar allí cuando me despierto.”

“¿Cuando te despiertas…?”

“Sí. Y luego se queda conmigo hasta que me voy a dormir.” “¿Hasta qué te vas a dormir…?”

Frunció el ceño por reflejo. Dejando de lado todo lo demás, las dos

eran una pareja.

“… Es que, en el futuro, cuando vivamos juntos…”

Bueno, en otras palabras, parecía que…

“Eso podría ser un obstáculo para varias cosas…” Soltó sin pensarlo mucho, y luego se detuvo de repente. Sintió que había dicho algo terriblemente inapropiado.

Para bien o para mal, Constance no parecía darse cuenta. O más bien, parecía concentrada en otra cosa. Parecía extremadamente seria, sumida en sus pensamientos.

Después de un momento, levantó la vista, aparentemente habiendo tomado una decisión.

“No es sólo con Scarlett con quien quiero pasar todo mi tiempo.” “… ¿Hmm?”

“Um, bueno, también me gustaría que estuvieras allí…” “¿Yo?”

Él ladeó la cabeza, sorprendido. Ella le devolvió la mirada con una franqueza inesperada.

“¿También te quedarías siempre a mi lado?”

Se había preparado para algo un poco más sustancial. Asintió con la cabeza, sintiéndose ligeramente defraudado.

“Muy bien.”

Constance parecía vagamente insatisfecha. Dio un paso más hacia él.

“¿Estás seguro? Quiero decir por siempre y para siempre.”

“Um, sí.” Dijo él, ligeramente abrumado. Ella frunció el ceño con desconfianza.

“¿Estás seguro de que lo entiendes? Cuando digo para siempre, quiero decir para siempre. Incluso cuando sea una vieja arrugada que cojea.”

Randolph se echó a reír ante su intensidad.

“Sí, lo entiendo.”

Esta vez su respuesta fue lo suficientemente clara como para arrancarle una sonrisa de felicidad.

“Hablo en serio, y he sido sincera contigo. No puedes faltar a tu palabra después. ¡Scarlett también escuchó tu promesa…!”

De repente se volvió hosco al pensar que Scarlett estaba allí con ellos incluso ahora.

“No te preocupes, estaré ahí hasta el final… Bueno, al menos durante los próximos ochenta y cinco años.”

Maldita sea, había resbalado de nuevo. Se quejó de sí mismo. ¿Por qué tenía que ser tan competitivo?

Esta vez Constance pareció darse cuenta. Sus ojos se redondearon y parpadeó varias veces.

Luego sonrió suavemente.

Esa sonrisa, que se le escapaba como si no pudiera contener su felicidad, era demasiado para él. Alargó la mano y la puso en su mejilla, atrayéndola hacia él.

Sus ojos verdes vacilaron de sorpresa y luego se entrecerraron tímidamente.

Mientras pudiera seguir sonriendo así, supuso que estaba bien que Scarlett estuviera allí con ellos.

Por supuesto, sabía que ya había perdido la batalla si pensaba así. Sonrió con ironía. Casi podía oír el cacareo de la famosa zorra.

***

En su despacho de palacio, Adolphus Castiel leyó la carta que acababa de llegar y sonrió.

“¿Por qué la sonrisa espeluznante?”

El comentario grosero procedía nada menos que del Rey Ernst, que estaba trabajando en la misma sala. Sin duda, este hombre engreído era la única persona del reino que podía salirse con la suya al decir semejante cosa sobre el rostro del duque, del que se rumoreaba que sólo se ponía más guapo con la edad. Por supuesto, Ernst no era sólo un engreído, sino que era realmente importante.

Hizo una pausa en la colocación de su sello en algunos documentos para lanzar una mirada curiosa al duque. Al parecer, quería saber la causa de la expresión inusualmente divertida del duque, se levantó lentamente, se acercó a Adolphus y miró por encima de su hombro.

“¿Una carta?”

Miró el fajo de sobres que había sobre el escritorio y enseguida se dio cuenta de que sus lazos y cintas con volantes y encajes no eran el tipo de correspondencia que el duque recibía normalmente.

“… ¿No me digas que son de una mujer?”

“Una mujer no, dos mujeres.” Anunció alegremente Adolphus.

El rey, que siempre había sido un hombre de moral impecable en ese aspecto, hizo una mueca de disgusto.

“Uno de estos días te vas a meter en un lío, conquistando a varias mujeres…”

“Lamento informarle de que ya me han abofeteado.” Respondió Adolphus encogiéndose de hombros. Ernst lo miró fijamente, estupefacto.

“Pero creo que me perdonará.”

Mientras sonreía felizmente, el rey retrocedió varios pasos, todavía conmocionado.

Después de distanciarse con seguridad de Adolphus, este hombre grosero y engreído tosió incómodo.

“… Bueno, no puedo decir que apruebe la razón, pero me alivia verte tan feliz.”

“¿Te alivia?”

“En efecto. Parece que incluso podrías vivir una o dos décadas más.”

Adolphus parpadeó lentamente, sorprendido, y luego dirigió su mirada a Ernst.

“Al  menos  mientras  mis  cartas  sigan  recibiendo             respuesta.” Murmuró.

Esto pareció tranquilizar a Ernst.

Qué extraño, pensó Adolphus, que este hombre y yo hayamos nacido el mismo día. La gente nos llamaba gemelos cuando éramos jóvenes porque nuestros ojos son del mismo color.

Por alguna razón, se encontró pensando en esos recuerdos.

“… En cuanto a las dos mujeres…” Continuó, como si no hubiera escuchado una palabra del consejo de Ernst. “Parece que una de ellas se ha comprometido finalmente con el hombre que ama.”

“… ¿Se comprometieron? Espera un momento, Adolphus, ¿cuántos años tienen?”

“¿Tienes curiosidad? En ese caso, te presentaré un día de estos.”

“Oh no, ya les tengo bastante miedo. Creo que prefiero no hacerlo.” “Estarás bien. Aunque sospecho que tú también recibirás una buena bofetada.”

“¿Eh…?” Dijo Ernst, sin saber qué decir. La sangre se drenó de su cara, y negó con la cabeza. “No, creo que voy a pasar.”

Por alguna razón, esto divirtió mucho a Adolphus. Volvió a sonreír.

***

Oh, no. No puedo mantener una cara seria.

De pie ante el altar de la sala de la iglesia donde se tomaban los juramentos, Hamsworth contó en silencio hasta diez en un esfuerzo por permanecer solemne. Por muy libertino que fuera su cuerpo y su espíritu, no tenía el valor de reírse en una situación como ésta. Su vida era demasiado valiosa para él.

Hamsworth estaba realizando la segunda ceremonia de compromiso para cierta pareja molesta.

No sólo una pareja, estrictamente hablando, sino un trío que incluía a una notoria zorra.

“¿Estás segura de que este hombre es el indicado? Si vas a cambiar de opinión, ahora es el momento. Sabes tan bien como yo lo imprevisible y antisocial que es, y además no tiene la menor idea de cómo funciona el corazón de una mujer. Sólo tienes que esperar y ver,

¡nada bueno saldrá de esto!”

Constance Grail había estado escuchando un flujo constante de esto desde que entró en la habitación, e incluso ella estaba empezando a tener una mirada distante en sus ojos.

“No la escuches, Constance.” Dijo Randolph Ulster, cruzando los brazos sobre el pecho. Iba vestido con su uniforme militar y parecía malhumorado. “¿Tengo razón en que Scarlett te está arengando con tonterías otra vez?”

“Um, bueno…”

“Déjala en paz. Sólo estás enfadada.”

“¿Qué has dicho?” Dijo Scarlett, con el ceño fruncido en su hermoso rostro. Señaló a Hamsworth. “¡Hamsworth! Rompe ese contrato inmediatamente.”

“Scarlett, ¿qué estás diciendo?” Connie gritó. “¡Y Vizconde, por favor, no parezca tan feliz!”

“Lo siento, no pude evitarlo. Hacía tanto tiempo que no se dirigía a mí.”

Después de todo, era el eterno servidor de Scarlett.

Sin embargo, el documento colocado frente al altar era una prueba importante de su compromiso. Por supuesto, podría haberlo destruido como exigía su señora, pero hacer otro llevaría tiempo, y él odiaba el papeleo.

Mientras decidía qué hacer, Randolph hizo un movimiento. Aunque no pudo oír a Scarlett, debió de adivinar igualmente lo que ocurría.

“Escúchame, Scarlett Castiel.” Dijo, con aspecto serio. “Voy a pasar el resto de mi vida haciendo feliz a Constance Grail.”

Sus ojos cerúleos estaban llenos de determinación, lo que le hacía parecer un poco menos severo.

“Agradecería un poco más de confianza por tu parte.” Continuó con una sonrisa irónica.

El rostro de Constance se sonrojó ante la repentina declaración de devoción. Scarlett pareció desconcertada por un momento, pero rápidamente volvió la cara y apretó los puños temblorosos.

“…… Ergh.” Dijo finalmente en voz muy baja, claramente tratando de contener algo en su interior.

“¿Qué?” Preguntó Constance. Hamsworth inclinó la cabeza.

“¡¿No te das cuenta?!” Replicó ella.

Como si respondiera a su enfado, la habitación empezó a temblar. Las ventanas repiquetearon en sus marcos y los bancos se volcaron.

Una grieta astilló la vidriera de los Moirai, las tres Parcas.

Constance estaba blanca como una sábana. Su compañero se frotaba las sienes y suspiraba.

Mientras tanto, la diosa suprema de Hamsworth se mantenía imponente con una mano en la cadera, como si dijera: ¿Y qué?

Es imposible. Definitivamente me voy a reír.

Incapaz de aguantar más, Hamsworth se estremeció tanto de risa que casi se cae.

***

¿Por qué me pasa esto?

Al observar la habitación destrozada después de que pasara la tormenta, Constance Grail hizo una mueca.

No podía ver cómo iba a sobrevivir a esto. Le dolía el estómago y la cabeza. De repente, una sombra cayó sobre ella. Levantó la vista. Un par de ojos amatistas la miraban. La mirada desconcertada de Scarlett sugería que ni en un millón de años se le habría ocurrido que ella podría ser la razón por la que Connie se sentía a punto de morir de frustración.

Por el contrario, su sonrisa magníficamente segura decía: Si tienes un problema, déjamelo a mí.

La sonrisa de Scarlett hizo que Connie se sintiera repentinamente tonta por estar tan molesta. Y antes de darse cuenta, ella también estaba sonriendo de oreja a oreja.

-FIN DEL VOLUMEN 3-