Eris No Seihai (NL)

Volumen 1

Capitulo 5: La Fiesta Del Té De Las Damas Silenciosas

Parte 4

“¿Qué estás tratando de decir…?” “Que florezca la Mariposa Negra.”

La mejilla de Deborah se movió ligeramente.

“Eso es lo que dijo el esclavista a la gente reunida. No lo sabías,

¿verdad?”

Por primera vez, la compostura desapareció de aquel rostro retorcido y despreciativo.

“Me pareció extraño que utilizara Viejo Farish para realizar la subasta. Después de todo, incluso entre los nobles más altos, no hay muchos que lo entiendan.”

“… ¿No querrás decir que tu sí puedes?”

“Ie rua.”

Las palabras que fluían como música de la boca de Connie eran ininteligibles para ella. Pero, a juzgar por la expresión de la cara de Deborah, estaba hablando Viejo Farish o como sea que lo haya llamado Scarlett.

“Cualquier persona de la sociedad habría sabido que se refería a ti. Y todo el mundo en esa insípida reunión tenía alguna conexión con los Darkian. Realmente es difícil disfrazar la apariencia de uno, ¿no es así? Incluso con sus rostros cubiertos, pude saber de inmediato quiénes eran. Por supuesto, sabía que el hombre que mantenía una conversación tan animada con el esclavista era el Marqués McLain — sí, tu marido, Esther—.” Dijo a uno de las lacayas. “Oh, ¿no lo sabías? Pobrecita.”

Scarlett bajó las cejas como si se sintiera conmovida por la situación de la mujer.

“Pero las cosas salieron bien para el marqués.” Continuó. “Después de todo, no lo metieron en la cárcel ni siquiera después de lo que le hizo a un niño pequeño. Por supuesto, eso sólo es válido si se trata de su primer delito.”

La sangre se escurrió de la cara de la mujer.

“Ay, querida, ¿te ha tocado la fibra sensible? Pero todo saldrá bien. Probablemente se le acusará de un delito menor si revela el nombre del cabecilla. Sabe cuál es el trabajo de mi prometido, ¿no? Dependiendo de las pruebas que aporte el marqués, estoy segura de que podrá arreglar bien las cosas.”

La marquesa parecía aferrarse desesperadamente a esta posibilidad. Scarlett dirigió una hermosa sonrisa en su dirección. “Te dejaré el resto a ti, Connie.” Dijo, deslizándose fuera de su cuerpo y poniéndose a su lado.

Connie apretó los puños. El Marqués McLain sabía que Deborah Darkian estaba involucrada en el tráfico de personas. Deborah estaba claramente disgustada. Si de alguna manera pudiera obtener una declaración del marqués…

“¿Qué quieres decir?”

Por eso apenas podía creer lo que oía cuando Deborah habló de repente.

“¿Eh?”

En un instante, Deborah había recuperado su sonrisa cual máscara.

“¿Has oído algo hace un momento?” Preguntó con una voz terriblemente tranquila, mirando alrededor de la mesa. Su mirada era suficiente para congelar el corazón.

“Esther, ¿había algo que querías decirme?”

La marquesa se puso blanca como una sábana.

“Eso me recuerda, ¿no estaba el Marqués McLain a punto de dejar el reino?”

Esther la miró aturdida, pero finalmente sucumbió y asintió varias veces con la cabeza, presa del pánico.

“Y no volverá hasta dentro de un tiempo, ¿verdad?”

“No, no por mucho tiempo.” Fue la respuesta temblorosa. Sólo entonces Deborah sonrió con satisfacción. Se volvió hacia Connie y carraspeó con evidente placer.

“¿Lo entiendes ahora?”

Connie no tenía nada que decir. No podía creer lo que acababa de suceder.

“Te esforzaste mucho. Y si—sí, si Scarlett hubiera sido la que estuviese aquí frente a mí, podría haber doblado la rodilla. Después de todo, ella era una Castiel. Pero tú no lo eres. Eres la hija de un simple vizconde. ¿Honestamente pensaste que podías aplastar a un Darkian?”

Entrecerró los ojos y se rió.

“Bueno, señoras, ¿vamos a votar? ¿Es Connie la que merece ser juzgada, o soy yo? Lamentablemente, Susannah no está con nosotros hoy debido a una enfermedad, pero eso no importa. No temas, Constance, decidimos por mayoría de votos. Puedes ser absuelta de este crimen. Es un sistema maravillosamente justo, ¿no?”

Pero no es justo en absoluto, pensó Connie, porque estoy segura de que utilizará a sus lacayos para influir en la decisión. Deborah, sin embargo, se mantuvo muy tranquila.

Finalmente tuvo sentido. Ella había entendido mal. Había pensado que esto sería como los bailes en los que había estado. El lugar y los invitados podrían ser diferentes, pero ella esperaba una reunión de personas que tuvieran sus propios planes privados. Por eso, a pesar de sus temores, había decidido aceptar la invitación.

La gente tenía oídos. Tenían corazón. Si se dirigía a ellos con seriedad, podrían escuchar lo que tenía que decir. Eso es lo que ella había creído. Pero se había equivocado. El resultado estaba decidido desde el principio, porque esto…

Esto no fue más que acoso. “Adelante, inténtalo.”

Una ráfaga de aire helado vino de la dirección de Scarlett.

“Si eso es lo que pretenden hacer, no tendré piedad.” Escupió, haciendo saltar chispas de electricidad estática.

Deborah frunció el ceño por un momento y luego pareció decidir actuar como si no le importara.

“… Por otra parte, aún no sé qué tipo de chica eres. Si eres una chica buena y sencilla que se arrodilla ante mí, entonces puedo decidir que todo esto fue un malentendido por parte de Pamela.”

En otras palabras, si Connie juraba lealtad a Deborah, pasaría todo por alto.

“¿Tienes algo que decir en tu favor?”

Como era de esperar, parecía segura de que Connie aceptaría la oferta.

Era muy frustrante. Connie estaba enfadada por la crueldad de Deborah, pero aún más por su propia impotencia. Odiaba ser incapaz de terminar la pelea, que todo lo que hacía era arrastrar a Scarlett. Eso la enfurecía. Casi nunca había tenido sentimientos tan fuertes por algo. Era casi como si Scarlett estuviera todavía en posesión de ella.

Ya se había decidido, aunque estaba a punto de temblar.

Reprendiéndose a sí misma por su miedo, se obligó a responder. “Y-Yo…”

“¿Qué fue eso? No te he oído.”

Lo que será, será, pensó Connie y respiró profundamente.

“¡No creo que tu forma de hacer las cosas sea correcta en absoluto…!”

La sonrisa de Deborah se tensó visiblemente, y luego se convirtió rápidamente en una mirada de fastidio. Abrió la boca como si estuviera a punto de dar una orden. Connie se mordió el labio y se preparó para lo que pudiera venir.

Si mi cabello es todo lo que quieres, tómalo.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe.

“¡Hola a todos, ya estoy aquí!” Dijo el recién llegado con una voz incongruentemente alegre. “¡Me he complicado con el papeleo y he tardado mucho más de lo que esperaba!”

Una mujer con el cabello amarillo brillante entró en la habitación. Deborah miró sorprendida a la intrusa. Por un momento, su rostro se distorsionó como si acabara de engullir un trago amargo. Sin embargo, rápidamente recuperó la sonrisa.

“Qué descortés eres al venir sin invitación.” Espetó. “¿Acaso no conoce las reglas de la sociedad? Lamento decirle que no tenemos asiento para usted aquí. Por favor, váyase.”

La mujer abrió sus ojos azules de forma teatral, miró la mesa y ladeó la cabeza con desconcierto.

“¿No hay asiento? Qué extraño. Veo una silla vacía justo ahí.” “Esa es…”

“¿La silla de Susannah Neville? Bueno, entonces no hay nada de qué preocuparse. Estoy aquí como representante de Susannah.”

“… ¿Qué acabas de decir?”

Deborah arqueó las cejas. La mujer sacó una hoja de papel del bolsillo.

“Aquí está la carta que me asigna como su delegada. Si va a insistir en que esto es una investigación, entonces, naturalmente, tengo derecho a sentarme a la mesa, ¿no?”

En el papel se decía, efectivamente, que Susannah Neville delegaba su derecho a asistir a la investigación, y terminaba con su firma y el escudo de su familia.

Por alguna razón, no sólo Deborah sino sus tres lacayas se pusieron pálidos al verlo.

El ambiente se volvió incómodo, pero la mujer no se dio por enterada. Recogió con brío la daga que estaba sobre la mesa y presionó una huella dactilar ensangrentada sobre el juramento. Luego se sentó inocentemente en la silla de Susannah Neville.

Deborah sonrió cruelmente. “… Tontos inútiles. Les dije que no dejaran entrar a nadie.”

“Oh, ¿te refieres a esos valientes cachorros que guardan la puerta? No hay que culparlos. Difícilmente podrían haber esperado que un miembro de una de las cuatro grandes familias nobles llegara a zancadas.”

Se refería a las cuatro poderosas familias, todas con rango de duque, que habían apoyado lealmente a la familia real desde la fundación del reino.

Los Castiel, los Richelieu, los Darkian, y—

“Ya conozco a la mayoría de ustedes, pero por el bien de la recién llegada, me presentaré. Soy Abigail. Abigail O’Brian.”

Los O’Brian.

Abigail parecía algo más joven que Deborah, pero probablemente tenía más de treinta años. Tenía una cara peculiar que de alguna manera le recordaba a Connie una rana. Nadie la habría calificado de hermosa, pero cuando sonreía, tenía un cierto encanto soleado y amistoso.

“¿Debo leer el acta?” Preguntó una de las lacayas de Deborah con voz hueca y temblorosa, y comenzó a exponer cuidadosamente lo que había sucedido hasta entonces. Abigail la interrumpió.

“¿El acta? Oh, lo siento. No me interesa lo más mínimo esta investigación. Sólo tengo una cosa que decir. Esther, Janine, Caroline… si no quieren ser aplastadas, vengan conmigo.”

Sus palabras eran concisas. Concisas y —para un noble, un grupo que en general favorece el discurso enrevesado— extremadamente directas. Las tres mujeres que acababa de mencionar tragaron saliva.

“No debería ser una decisión difícil. Imagínenlo por un momento.

¿Quién estará mejor, los que se congracien con los O’Brian, o los que se queden con los Darkian? Si vienen conmigo ahora, las protegeré en el futuro. Creo que saben qué clase de persona soy. Pero si van contra mí, no tendré piedad. Por supuesto, tú también lo sabes. Oh, ¿todavía no puedes decidirte? Entonces lo pondré en términos más sencillos.”

Sus ojos, tan azules como un cielo de verano sin nubes, se dirigieron a cada una de las pálidas mujeres de la nobleza por turno.

“Elijan el bando que elijan, los Darkian no las protegerán.” El silencio descendió.

“… Qué desagradable, Abigail.” Dijo Deborah, con cara de piedra y sin hacer ningún esfuerzo por disimular el crudo odio en sus ojos. “Las estás amenazando. Si sigues aterrorizando a mis queridas amigas, voy a tener que llevar esto a la ley.”

“Eso nunca lo harás, Debbie.” Dijo Abigail, tan amablemente como si estuviera calmando a un niño en un ataque de ira. “Lo que ocurre aquí no debe hablarse nunca, ¿no es así? Tú misma hiciste esa regla, así que por favor, cúmplela.”

Se llevó el dedo índice —el que tenía el corte reciente— a la boca y sonrió juguetonamente.

Al final, la investigación concluyó sin votación. Deborah dijo que no se sentía bien y se fue temprano. Al hacerlo, lanzó a Connie una mirada tan frígida que la hizo temblar.

Las otras tres mujeres también salieron torpemente. Sólo quedaban Connie y Abigail O’Brian en el Salón Luz de Estrellas.

“No deberías hacer cosas tan peligrosas de forma tan irreflexiva. Si vas a hacer algo, debes prepararte bien. Este no es el tipo de público al que se puede vencer con un enfoque de acierto o error.” Aconsejó Abigail, sonando muy como una anciana.

“Sí, señora.” Respondió Connie. Tenía razón. Constance Grail era descuidada, malhumorada e indiscreta. Se desplomó, decepcionada consigo misma.

“Yo también cometía todo tipo de errores cuando era joven.” Dijo Abigail de forma reconfortante. Connie levantó la vista. Los juguetones ojos azules se encontraron con los suyos.

“… Gracias.”

Connie no sabía cuáles eran sus intenciones, pero no había duda de que Abigail había venido a salvarla. Abigail le dirigió una mirada significativa.

“Si vas a agradecer a alguien, deberías agradecer a Randolph Ulster.”

“… ¿Su Excelencia?” Repitió ella, desconcertada por las inesperadas palabras. Abigail contuvo una carcajada.

“Sí, Su Excelencia. El otro día vino a mi casa diciendo que su prometida había metido la mano en un avispero y que si podía ayudarla. También fue él quien investigó a los miembros y convenció a la más vulnerable, Susannah Neville, para que escribiera una carta delegando su poder en mí.”

“¿Su Excelencia hizo eso?”

Sabía que se había preocupado por ella. ¿Pero esto? ¿Cómo podía decirlo? Era extremadamente embarazoso.

“Nací en una rama de la familia Richelieu. Cuando Randolph era un niño, era tan bonito como un ángel. Siempre me seguía diciendo Abby esto, Abby lo otro, y yo lo trataba como a un hermano pequeño. Pero ahora ha crecido mucho y no queda ni una pizca de ese niño angelical. Aunque fue bastante tierno lo que hizo esta vez.”

Volvió a reírse.

“Me gustan las cosas dulces. Así que, Constance Grail, si quieres, puedes llamarme Srta. Abby.”

Scarlett dejó escapar un suspiro exasperado. “Sinvergüenza, ¿se cree que todavía es una adolescente?”

Abigail dijo que tenía que ocuparse de unos asuntos en la exposición de la galería del Gran Merillian, así que ella y Connie se separaron fuera del Salón Luz de Estrellas. Justo antes de desaparecer, se volvió hacia Connie.

“¡No dudes en llamar si alguna vez tienes problemas!” Dijo, esbozando su extraordinaria sonrisa.

“¿Constance Grail?”

Mientras Connie caminaba por el patio hacia la puerta principal, alguien la agarró del brazo. Al volverse sorprendida, se encontró con la mirada oblicua y verde oscuro de una mujer pelirroja. Parecía tener unos veinte años y su piel pálida estaba salpicada de pecas.

“¡Sabía que eras tú! ¿Te importa si hablo contigo un minuto? Es sobre lo que pasó el otro día en el Gran Merillian…”

Connie no sabía cómo reaccionar ante este repentino encuentro.

“Oh, um, ¿pero quién es usted…?” Preguntó sorprendida. Los ojos de la pelirroja brillaron y sonrió burlonamente.

“Amelia Hobbes. Soy una reportera del Mayflower. Como puede ver, soy una plebeya… ¿La he ofendido? ¿Le doy mi tarjeta, Señora?”

“No, es sólo…”

“No hace falta que cambies de actitud porque sepas que soy periodista. Tanto si me halagas como si me hablas con desprecio, no cambiará en nada lo que escribo. Así que haz lo que quieras.”

Obviamente se estaba burlando de Connie. Connie se tensó. Ya era bastante malo cuando Deborah o Cecilia lo hacían, pero ella ni siquiera conocía a esta mujer.

“De todos modos, ¿cuándo empezaste a idolatrar a Scarlett Castiel?”

“… ¿Eh?”

“¿Fue una reacción a la presión de ser miembro de la sincera familia Grail y todo eso? ¿Se cansó la niña buena? Por otra parte, he oído que su antepasado hizo algunas cosas desagradables en la Guerra de los Diez Años. ¿Cuál es tu comentario sobre ese asunto?”

“… ¿Eh?”

“Pero lo que realmente quería preguntarte es si para tu familia, ser sincero significa simplemente no ceder cuando se trata de tus propios deseos. Para mí, eso suena menos a sinceridad y más a simple egoísmo obstinado. Una afirmación bastante atrevida, si se me permite decirlo. Por cierto, Teresa Jennings ha muerto. ¿Le importa comentar? ¿Se alegró? ¿O fue frustrante ver todas las noticias centradas en ella?”

Connie la miró con incredulidad.

“Sí, eso debe haber sido frustrante para una persona prepotente como tú. No puedo entender esa línea de pensamiento, pero estoy segura de que así es como habrías reaccionado. Muy interesante. Además, sobre tu compromiso con Randolph Ulster, ¿te has acostado ya con él?”

“¡¿Qué?!” Gritó ante esta pregunta bomba.

“Las chicas como tú siempre me sorprenden con su falta de castidad. ¿Me equivoco? Aunque tu último prometido se escapó de ti. Quería saber cómo es Su Excelencia la Parca en la cama. Parece tan tenso. Bueno, todo a su debido tiempo. Hablando de los Richelieu Ulster, siempre han circulado rumores oscuros y crueles sobre ellos, desde la fundación de nuestro reino.”

¿Qué demonios estaba diciendo esta mujer?

La mente de Connie estaba completamente en blanco. Sentía que estaba siendo arrastrada por un mar de palabras.

“Amelia, creo que es suficiente.” De repente, el ruido cesó.

Un hombre alto con gafas se había acercado a Amelia. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?

“Estamos aquí hoy para hacer un reportaje sobre la exposición. Los organizadores nos están esperando. Vamos.”

“Pero podemos hacerlo en cualquier momento…” Amelia agachó la cabeza. El hombre frunció el ceño.

“Escúchame, Amelia. Marcella me dijo que le informara de inmediato si causabas más problemas. Si eso sucede, ella te transferirá a un departamento tan muerto como un cementerio. Por favor, no me hagas vender a mi propia compañera de trabajo.”

Amelia frunció los labios y lanzó una mirada frustrada al hombre.

“Entiendo. Hablaré contigo más tarde, Constance Grail. Por supuesto, estoy segura de que responderás de manera sincera cuando lo haga.”

Se alejó, con el chasquido de sus tacones.

Atrás quedó el hombre de las gafas que se dirigió a Connie. “Siento que mi colega haya sido grosera con usted. Amelia tiene la mala costumbre de perder de vista su entorno cuando se trata de trabajar.”

“Oh, no, es…”

El hombre tenía un rostro amable y tímido. Debía de tener unos veinte años, pero su cabello desordenado, su espalda ligeramente encorvada —y también, si ella era sincera, su traje raído— le daban un aire lamentable. Connie podía imaginarse fácilmente que se pasaba el día corriendo detrás de Amelia.

“Soy Aldous. Aldous Clayton, de la Compañía Mayflower. Por favor, ponte en contacto conmigo si Amelia te vuelve a molestar.”

Sacó una tarjeta del bolsillo del pecho, se la entregó a Connie y se apresuró a seguir a Amelia.

“¿Qué acaba de pasar…?”

Connie estaba abrumada. Mientras se quedaba aturdida, Scarlett se encogió de hombros sin importarle nada.

“Sólo unos gatos que te arañan.”