Hai to Gensou no Grimgar

Volumen 17: A Alguien Debemos Despedir En Estos Días Devastados Por La Guerra

Extra 1: Gracias A Ti, Yo…

Se encontraba ante una piedra blanca en una colina, en medio de un aguacero que era fuerte, pero no demasiado insoportable.

No estaba solo. Había una fila de hombres y mujeres con capas blancas detrás de él.

“Es como si el cielo estuviera llorando…” Dijo uno de ellos. Se giró para buscar a quien fuera, pero pronto se dio por vencido. Podría haber sido cualquiera de ellos. No le importaba. Pero entonces, ¿por qué se había dado la vuelta?

La piedra blanca llevaba una luna creciente y un nombre.

Kimura.

Su clan, Orión, había perdido a cinco personas al tomar el Mt. Grief. El sacerdote Kimura y el guerrero Matsuyagi habían caído en la batalla contra el Rey Exánime. El ladrón Tsuguta había luchado para abrir la puerta, pero murió allí. Luego, el cazador Uragawa y el mago Tomida habían quedado atrapados en el fuego cruzado cuando Sir Unchain envió a Dark para apoyar a la fuerza destacada.

Mientras miraba las cinco piedras que tenía delante, se preguntaba qué demonios estaba haciendo.

La batalla había terminado. Su destacamento sólo había perdido cinco personas, todos miembros de Orión. La fuerza principal había perdido a setenta miembros del Ejército de la Frontera. Pero los treinta miembros de Orión bajo el mando de Hayashi estaban todos a salvo, y entre los Wild Angels, Iron Knuckle, y los Berserkers, sólo habían muerto tres soldados voluntarios.

La operación había sido un éxito. No habían podido acabar con los restos de la Expedición del Sur, que se habían refugiado en el viejo castillo, pero habían conseguido desalojarlos. Zan Dogran y los orcos se habían retirado al norte, mientras que los kobolds huían de vuelta a las minas de Cyrene. No estaba claro qué hacían los no muertos, pero se especulaba que la mayoría se había ido con Zan Dogran.

Cinco personas muertas. Era una pérdida dolorosa, pero no estaba fuera del ámbito de las expectativas. No había creído ni por un segundo que tomarían el castillo sin perder a nadie.

Alguien de Orión podría morir. O alguien de otro clan. La única muerte que había que evitar a toda costa era la suya. Mientras él no muriera, no había problema.

Su deseo se ha cumplido.

¿Qué estaba haciendo frente a las tumbas de estos muertos?

Intelectualmente, lo entendía. Era una ceremonia necesaria. Sus compañeros habían muerto. Cinco de ellos. Había que llorar a los muertos. Necesitaba hacer una demostración de dolor por su pérdida, así que había traído a sus compañeros que no habían muerto, enterrado a los muertos, y dado algo de un elogio para ellos. ¿Qué había dicho? Ahora no lo recordaba. Algunos de los miembros seguían llorando o echándose los brazos a los hombros, así que lo que fuera debió ser apropiado.

He terminado. Ya he tenido suficiente de esto. Para ser honesto, si hay algo que odio de la pérdida de camaradas, es la necesidad de llorarlos después. Es deprimente. Una vez que están muertos, se han ido. ¿Qué razón hay para pensar en alguien que ni siquiera existe? Tristeza. Dolor. ¿Qué podría ser más inútil?

“Lo siento.” Dijo sin volverse a mirar a sus compañeros. “¿Podrían dejarme un rato a solas?”

No podía decir, son deprimentes, así que lárguense ya.

Sus compañeros se fueron. Su única gracia salvadora era que hacían todo lo que él les decía. Por supuesto, así les había enseñado a ser. ¿De qué sirven los camaradas si no puede hacer que se muevan como sus propias manos y pies? Sólo serían un lastre.

Esperó hasta que sus compañeros se perdieron totalmente de vista.

Una rápida exploración de la colina a su alrededor. No hay rastro de nadie. Se pasó los dedos por el cabello empapado por la lluvia, suspirando.

“Esta vez realmente fuiste y lo hiciste…” ¿Por qué dijo eso?

Miró la lápida.

“Kimura. Nunca pensé que morirías protegiéndome. Eso fue una estupidez.”

Kimura debía saber que sólo estaba siendo utilizado. Se estaban utilizando el uno al otro, aunque cuando lo reduces, ¿no es eso lo que es la amistad? Era fácil imaginar a Kimura diciendo eso. Con ese falso tono de cortesía. Con esa risa espeluznante. Kimura había mantenido a los demás a distancia con una excentricidad fingida, mientras los vigilaba cuidadosamente. Había sido singularmente perceptivo. Cuando se manejaba adecuadamente, Kimura había sido útil.

“Tenía planeado hacerte trabajar mucho más. Tonto como eras, estabas realmente preocupado por mí. Estoy seguro de que habrías hecho cosas que yo no había planeado. Obtenido acceso a información que yo nunca podría. Pero si preguntaba, siempre me lo decías. Todavía eras útil. Es totalmente estúpido que hayas muerto. Moriste protegiéndome. ¿Creías que necesitaba tu protección? Lo sé, la retrospectiva es siempre clara. Pero podría haber bloqueado ese ataque. Porque tengo reliquias. El escudo de protección, Guardián. Y la hoja decapitadora, Decapitador. Las reliquias siempre son la clave.”

Miró hacia la Torre Prohibida.

“Sir Unchain.” Ainrand Leslie. La… persona, si se le puede llamar así, que posee más reliquias que nadie en Grimgar. Uno de los cinco príncipes, confidentes del Rey Sin Vida, del que se decía que era imperecedero pero que se supone que fue asesinado. Incluso tenía esa enorme reliquia en forma de cometa voladora. Reliquias. Reliquias. Reliquias. Reúne reliquias y manipula a sus compañeros con ellas. Bueno, no tengo intención de ser el esclavo de ese demonio. El monstruo intentará utilizarme, y yo también utilizaré al monstruo. En cierto modo, somos iguales. Pero en realidad no. Al final, en lo que respecta a esa abominación, tanto las reliquias como los humanos son sólo herramientas para ser utilizadas. Lo importante son las reliquias. Kimura. Tonto Kimura. Todo esto es gracias a ti. Si sólo pudiera decir eso. Pero has muerto en vano. Incluso si no hubieras muerto, habría puesto mis manos en él.”

Abrió la mano derecha que todo este tiempo había estado apretando.

En la palma de su mano había un anillo.

La banda y las púas estaban hechas de un metal ligeramente rojizo. Podría ser una aleación de oro y algo más. La piedra de las púas parecía casi una perla, pero al mismo tiempo era clara. Sólo el centro estaba nublado, brillando sin cesar. Cuando miró aquella impureza, se sintió atraído y quiso apartarse. Pero no podía apartar los ojos de ella.

“Sabes, todo el tiempo también pensé que era el guante. ¿Quién hubiera imaginado lo contrario, verdad?”

El Rey Exánime se había convertido en polvo, dejando atrás las ropas que llevaba, sus zapatos, la corona, el cetro y el guantelete de oro.

Tenía los ojos puestos en el guante, atraído por una cualidad especial que parecía tener. Era algo que había escuchado de Ainrand Leslie: cada reliquia tenía su propia energía característica. No importaba el efecto o el poder que manifestara, esa energía siempre estaría presente.

Ainrand Leslie llamó a esa energía “Elixir”. Al parecer, incluso había una reliquia que podía medir el Elixir.

¿El Elixir dio poder a las reliquias? ¿O su creación hizo que se reuniera a su alrededor? Sea como sea, en términos generales, cuanto más poderosa sea la reliquia, mayor será su Elixir. Las reliquias desechables perderían su Elixir después de ser utilizadas. Si el Elixir se eliminaba de alguna manera, una reliquia se convertía en un objeto más sin poder alguno.

Una vez que una persona había estado en contacto con varias reliquias, empezaba a ser capaz de distinguir cuando algo lo era. Los humanos probablemente tenían la capacidad de percibir el Elixir. Él sólo tenía una vaga sensación de que algo estaba mal en ellos, pero otras personas los veían emitir luz o los olían argumentando que desprendían un olor particular.

“Estaba tan seguro de que era el guante…”

Levantó el guante, tratando de hacerse una idea de su peso. Se lo llevó a la cara y lo examinó detenidamente. Incluso lo había olfateado. Y sin embargo, no había detectado lo que buscaba. Tenía que ser el guante. Pero algo estaba mal. Algo era diferente. Mientras intentaba determinar qué era lo que estaba mal, giró lentamente el guante, sacudiéndolo, y hubo un sonido. Algo se movía dentro del guante. ¿Era eso?

Oh, ya veo. No era el guante de oro. Estaba dentro de él.

Justo cuando estaba a punto de pescarlo, Renji había preguntado: “¿Qué piensas hacer con eso?”

Renji también pensó que el guante era la reliquia. Pero eso no fue todo. Renji vio a través de él. Vio que estaba tratando de tomar la reliquia para sí mismo. Con este poder ilimitado, el rey que no dormía, incluso en la muerte, había formado soldados de arena y hueso, reinando sobre el Cementerio durante un tiempo demasiado largo para contemplarlo. O mejor dicho, era este poder el que había evitado que el rey durmiera incluso en la muerte. Era como si Renji viera que su objetivo todo el tiempo había sido adquirir esa reliquia.

Es demasiado peligroso, decidió. ¿Cuánto sabe Renji? No estoy seguro. Pero no puedo impulsar las cosas con demasiada fuerza mientras un hombre como Renji sospeche de mí. Tiene experiencia y pronto estará al mismo nivel que Souma o Akira. Prefiero no acabar en una situación en la que necesite que le eliminen.

“Hice una pequeña actuación. Siempre fui bueno en eso. Después de todo, siempre estoy actuando.”

Había destruido el guante mientras Renji lo observaba. Corría el riesgo de destruir también la reliquia que había en su interior. Pero sabía que no era tan grande, probablemente un anillo que el Rey Exánime había llevado bajo el guantelete. Basándose en la procedencia del sonido, lo más probable es que estuviera en su dedo medio o anular. Eso fue lo que le dio la idea. Confiaba en que podría lograrlo. Y lo hizo.

“Así es… Tu muerte no fue en vano, Kimura. Gracias a tu muerte, fui capaz de hacerlo en un ataque de ira. Gracias a ti, fui capaz de montar un acto convincente. Uno lleno de pasión. Bajo la apariencia del dolor, fui capaz de adquirir este anillo.”

Agarró el anillo con fuerza en la mano y sonrió.

“Alégrate, Kimura. Todo esto es gracias a ti.”