Rakuin no Monshou (NL)

Volumen 6

Capitulo 4: La Unidad De Surur

Parte 2

 

 

La formación de la caballería de Kadyne se desordenó con el disparo del cañón.

Estaban siendo eliminados uno por uno.


—¡Ah, espera! —Nilgif involuntariamente levantó la voz con un grito infantil. Ahora se dio cuenta de que el espadachín enmascarado lo había atraído a propósito—. ¡Ngh!

Mientras Nilgif inclinaba repentinamente su cabeza hacia un lado, una lanza rota pasó volando.

Orba, el que la había lanzado, estaba flanqueado a ambos lados por soldados de a pie que portaban lanzas y sacó su espada mientras aún estaba a caballo.

—Apunten a ese jinete —gritó Nilgif,

—Nilgif, ¿qué pasa? Tu hermano mayor sabía muy bien cuándo renunciar.

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—¿¡Qué!?

Un piquero blandió su lanza. Nilgif golpeó a diestra y siniestra con su lanza y estaba a punto de liberarse, pero Orba se lanzó a la carrera para seguirlo. Apenas pudo detener un golpe de la espada larga con la parte superior del hombro.

Nilgif rechinó los dientes. Sabía que el enemigo ya tenía el impulso. Como les habían arrebatado sus morteros, si prolongaban innecesariamente las cosas, el enemigo se abalanzaría sobre ellos desde las puertas.

Si tienes que retirarte, retírate. Mientras vivas, seguramente llegará el día en que puedas lavar tu desgracia.

Esas no fueron las palabras del espadachín enmascarado, sino las enseñanzas que había recibido de su hermano Moldorf y que se le habían clavado a conciencia. Nilgif reaccionó con rapidez, pero se había preparado para esta incursión nocturna con plena conciencia del riesgo que corrían sus aliados. No podía permitir que más de sus hombres perdieran la vida.

—Eei, retirada. Retirada —dijo Nilgif con voz ronca, muy parecida a la de su hermano en aquel entonces, blandiendo su lanza, envió volando de un golpe a la multitud de puntas de lanza que se precipitaban hacia él.

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Por un momento, Orba también lo persiguió, pero, al igual que su hermano, Nilgif no le permitió acercarse a él por detrás.

Una batalla de persecución a altas horas de la noche era peligrosa. Lo que quedaba por delante de la ciudad de la estación de suministros estaba todavía en la esfera de influencia de Kadyne. Orba levantó su caballo y levantó su espada para detener los pasos de sus aliados.

Los cincuenta y tres de la unidad de Orba levantaron sus espadas y lanzas en alto hacia el cielo estrellado y dieron un grito de victoria.

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Entre ellos, Orba devolvió la espada a su cintura y miró intensamente su mano derecha que estaba agarrando la empuñadura. Todavía estaba entumecida y su fuerza de agarre no había regresado en absoluto.

Sin duda, su lanza es tan abrumadora como la de su hermano.

Sus nombres eran famosos en el desgastado oeste. Moldorf y Nilgif; estaba bien siempre y cuando fuera uno u otro, pero si a partir de ese momento los Dragones Gemelos Rojo y Azul aparecieran juntos en el campo de batalla, las cosas se pondrían francamente muy difíciles.

Cuando regresaron a la ciudad, Surūr Wyerim esperaba en las puertas. Su armadura parecía que se la habían puesto apresuradamente, las cuerdas para sujetarla estaban desabrochadas y le faltaba una hombrera. Los soldados que se alineaban detrás de él estaban en un estado similar.

—¿Habrá una sola palabra de elogio?

Cuando Gilliam dijo eso, Talcott, que cabalgaba a su lado, se rió en silencio.

—Quién sabe. Pero mirando la cara que ha puesto, no te hagas ilusiones.

Y en verdad, entre las antorchas encendidas que sostenían los soldados a ambos lados de él, la cara de Surūr temblaba de rabia. Al mismo tiempo, el grupo de Shique que se hizo con el control de las colinas también bajó. Después de darles unas palabras de agradecimiento, Orba saltó ágilmente de su caballo.

—¿Por qué? —dijo Surūr Incluso el bigote del que estaba tan orgulloso se balanceaba y temblaba—. ¿Por qué te quedaste callado cuando sabías que el enemigo venía?

No abiertamente, pensó Orba por un segundo. Esas no eran palabras que debían decirse delante de los soldados. Al menos en público, debería haberlo elogiado, diciendo “buen trabajo” o algo así. Entonces podría haberte contestado que “Sólo estaba haciendo lo que usted me dijo, comandante” y el mérito habría sido en parte tuyo.

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De la misma manera que con Lasvius, cuando Orba no podía soportar a alguien, había una buena posibilidad de que también lo odiaran. Surūr también debe ser capaz, de lo contrario no se le habría confiado el mando de la fuerza independiente. En este caso, seguramente sólo tenían poca afinidad. Cuando se trataba de Lasvius, éste no podía tolerar la forma provocativa en que Orba hacía las cosas.

—No lo sabía. Tenía la corazonada de que vendrían.

Había tenido esa corazonada desde ese momento en que Surūr le ordenó que encontrara dónde colocarían una emboscada. Era el lugar perfecto para realizar un ataque, pero el enemigo no envió ni un solo soldado allí. Además, habiendo participado en combates en varios lugares, Orba pensó que era sospechoso que el enemigo se retirara tan rápidamente. Después de realizar un reconocimiento exhaustivo de la zona, confirmó que el enemigo ya había asegurado previamente un camino para la retirada.

Pareciera que el enemigo estaba usando a propósito un número pequeño de personas para atraerlos.

Pero Surūr no quería escuchar.

—¿Tanta prisa tenías por ganar algún mérito? Tengo mil hombres a los que cuidar. ¿No pensaste que tus acciones egoístas pondrían en peligro a tus camaradas?

—¡Qué!

La expresión de Talcott, previamente tranquila y serena, cambió. Empezó a hablar más rápido de lo que Shique podía detenerlo.

—¿Hay alguien que pueda saber con certeza cuándo aparecerá el enemigo? Cuando nuestro capitán fue el único que advirtió que vendrían, ¿no dijiste que le entregabas los soldados a él? Excepto que la mayoría de esos bastardos desaparecieron sin permiso. “¿Tienes prisa por ganar algún mérito?” Deberías decir eso cuando te mires al espejo.

Talcott no era de los que reprimían lo que querían decir. Aprovechó esta oportunidad para sacarlo todo a la luz. Atacado donde le dolía, Surūr se mantuvo en silencio.

Esta es una atmósfera horrible justo después de una victoria, Shique se mordió el labio mientras observaba la escena de cerca.

La diferencia de nacionalidades también podría ser un problema. Las acciones que Orba había emprendido sin duda habían salvado a sus aliados de ser derrotados y lo que Talcott había dicho también era totalmente cierto, pero – empezando por Surūr- lo que se reflejaba en los ojos de los zerdianos que no tuvieron la oportunidad de pelear no era tanto la admiración como la cólera. Talcott era de los países costeros, pero para los zerdianos será probablemente tomado como “los despreciables Mephianos que desafían al Comandante del Batallón”.

Ambos bandos se miraron durante un momento, sus ojos rojos brillando a la luz de la antorcha. Entonces,

—¿Queda algo de licor?

Orba habló desde atrás de su máscara. Las cejas de Surūr se movieron.

—¿Qué? ¿Licor?

—Para los soldados que estaban de guardia. De lo contrario, es injusto, ya que a diferencia de ustedes, ellos no se emborrachaban.

¡Orba!

Para horror de Shique, cuando Orba arrojó alegremente aceite al fuego, Surūr pareció inclinarse por un momento hacia la derecha y luego su puño se hundió en la mandíbula de Orba. De pie detrás de él, Stan lo atrapó rápidamente mientras caía hacia atrás.

Una conmoción se extendió entre los soldados.

—No seas engreído, muchacho —los ojos estrechos de Surūr se abrieron de par en par—. No creas que los Mephianos pueden hacer lo que quieran en Tauran. Empuñarás tu espada como yo te diga. ¿¡Entiendes!?

Surūr debió pensar en el hecho de que en ese momento, la conmoción entre los soldados no tomó la forma de un grito de aprobación. Cerca de trescientos zerdianos habían hecho de centinelas con Orba y los demás y cooperaron con ellos en la batalla. El puño de Surūr pulverizó su alegría por su victoria y su orgullo por haber logrado tal hazaña.

—¡Bastardo!

—Deténgase. ¡Deténganse!

Gilliam, Talcott y los mercenarios de temperamento corto comenzaron a dar un paso al frente, mientras que Shique y los zerdianos con los que lucharon se interpusieron para impedirlo.

El aire de la noche se mezclaba con el olor de los árboles quemados que fueron golpeados por las balas de cañón.

Al día siguiente, después de que Surūr terminara de reorganizar las tropas, se pusieron en marcha hacia Kadyne. La unidad de Orba fue, por supuesto, removida del comando directo de Surūr y fue asignada a la compañía de Bisham.

—Eso no fue propio de ti.

Durante el viaje, Shique se dirigió a Orba, que estaba frente a él. Como sus caballos fueron confiscados, todos los miembros de la unidad iban a pie. Mientras Orba permanecía en silencio, continuó,

—Siendo tú, habría pensado que lo manejarías mejor. Dicho esto, es diferente si pretendes alejar a todo el batallón de Surūr.

—Una molestia.

—¿Yo? ¿O tú?

—Un comandante incompetente es peor que el enemigo.

Shique tuvo que evitar reírse a carcajadas. Era raro que Orba justificara su mal genio, ya sea haciendo referencia al conocimiento de segunda mano sacado de un libro o refiriéndose a algo que en realidad experimentó.

—Estás irritado, ¿eh? En cualquier caso, tanto cuando eras gladiador como cuando eras príncipe, eras un genio en irritar a tus oponentes.

—Cállate.

La verdadera cara del chico se veía a través de la máscara.

Esa noche, uno de los exploradores llegó cabalgando a la carrera.

—Já —Surūr sonrió un poco al recibir la noticia.

En el informe se afirmaba que la fortaleza fronteriza estaba completamente vacía. Como la incursión nocturna de Nilgif fracasó, retiró a los soldados y seguramente estaban planeando esperar en la mismísima Kadyne.

Sin embargo, la noticia que los exploradores trajeron al día siguiente dejó no sólo a Surūr sino a todos los soldados completamente desconcertados. Todos los soldados habían abandonado Kadyne, su propio país.

***

 

 

Cuando escuchó la orden, Nilgif mostró una expresión de completa incomprensión.

—¿Adónde nos retiramos?

—Irás a Eimen y esperarás al ejército principal de la alianza allí —dijo el hechicero sin rodeos y, como de costumbre, su expresión no parecía muy humana. Era como si estuviera contando una fábula que no tenía nada que ver con la realidad.

—Ridículo. Si lo hacemos, las tropas que avanzan hacia nosotros aquí nos atacarán por detrás.

—No te preocupes por lo que no tienes que preocuparte. No nos quedaremos quietos y no nos permitiremos perder hombres.

—Espera. En primer lugar, ¿no fue tu orden defender a Kadyne hasta la muerte?

Mientras hablaba, los ojos de Nilgif se dirigieron a los hombres que estaban detrás del hechicero. Acababan de ser enviados desde Zer Illias. Eran tan espeluznantes como el hechicero. Como todos estaban cubiertos con una armadura negra, apenas tenían una sola porción de piel expuesta. Sus rostros estaban completamente ocultos por las ropas negras que colgaban de sus cascos.

No me sorprendería especialmente si hubiera esqueletos en lugar de rostros vivos detrás de esas telas.

Desde el principio, no habían dicho una palabra ni movido un músculo. Estaban tan rígidos que era imposible saber si respiraban. Esos espadachines vestidos de negro eran unos ciento cincuenta en total. No sabía lo poderosos que eran, pero era obvio que no serían capaces de defender a Kadyne por sí mismos una vez que Nilgif y los casi ochocientos soldados bajo su mando se fueran.

El hechicero, sin embargo, estaba igual que siempre.

—Los preparativos han terminado. Hiciste bien en ganar tiempo. Ahora haz lo que te digo. El enemigo se acerca.

El hechicero no dio absolutamente ninguna respuesta a las preguntas de qué eran esos preparativos o qué tipo de plan tenían para repeler al enemigo. Nilgif se rascó la nariz con expresión de amargura.

Mierda, perdí tantos camaradas así como así. Pensando en aniquilar al enemigo aquí, regresé a Kadyne. ¿Y ahora?

Como sus órdenes cambiaban constantemente, le sorprendió la idea de que algo podría haber ocurrido para que Garda se sintiera sacudido.

Con esta sincronización, ¿podría ser….


—Como te dije antes —en ese momento, el hechicero sonrió un poco, haciendo temblar a Nilgif. No porque leyera una emoción humana en ello. Una muñeca que había cobrado vida y que imitaba a los humanos sonreía exactamente así—. Es mejor no pensar en lo que no tienes que preocuparte. Nos quedaremos aquí y vigilaremos a la gente. Si aparentas desobedecer tus órdenes y regresar a la ciudad, o unirte a la alianza, decapitaremos hasta el último de ellos.

—Tú —con los dientes apretados, Nilgif parecía un animal carnívoro—. Espera. ¿Te quedas aquí? ¿Qué van a hacer cuando el enemigo llegue?

—Morir, por supuesto.

Ante la respuesta del hechicero, Nilgif se quedó una vez más boquiabierto. Siempre le habían parecido desconcertantes, pero no se había dado cuenta de que era hasta ese punto. El hechicero y los ciento cincuenta espadachines recién enviados iban a esperar al enemigo en Kadyne con la intención expresa de morir.

—Ah, pero no pienses en esperar eso y luego regresar a Kadyne.

—Vas a traer a mi familia de nuevo, ¿verdad? ¡Lo entiendo! —Nilgif casi gritó antes de irse, incapaz de soportar más a ese hombre extraño.

Pero dependiendo de cómo lo pienses…

No era algo malo. Garda tenía la intención de renunciar a Kadyne. El hechicero y su grupo se quedarían aquí para evitar que Nilgif y los demás aprovecharan la oportunidad de rebelarse. Pero dejando de lado su situación, Kadyne sería liberado. Aunque las fuerzas de la alianza occidental la ocuparan, sin duda no masacrarían a su población.

Y Garda también caerá. Tenía la sensación de que estaba sucediendo. Que una por una, las capas se desprendían de ese fantasma terrorífico y misterioso que no es de este mundo, y que poco a poco se iban acercando al ser humano viviente que hay debajo.

—Entonces, ya que estás decidido, haremos lo que tú dices —dijo Nilgif en voz alta. Creía que mientras la gente de Kadyne estuviera a salvo, los sacrificios realizados no serían en vano.

Y después de eso será Zer Illias.

Los kadynianos no eran pocos. Entre ellos estaba la familia de Nilgif.

¿Viviría para verla de nuevo? Sus ojos brillaban ante la idea mientras miraba a su tierra natal antes de girar para irse. No había duda de que si la alianza occidental se imponía, Garda le ordenaría a él y a sus hombres que lucharan hasta el final. Aunque sabían que sólo les esperaba la ruina y la muerte, no podían desafiarlo y sólo podían obedecerlo.

Sin embargo,

Al pasar por la zona de árboles de baja altura que caracterizaba a Kadyne, Nilgif instó a los caballos a ir más rápido para no dejar que sus hombres se volvieran locos, aunque él mismo era el que más se entregaba al sentimentalismo. Los soldados conocían el temperamento de su general y no dijeron nada. Fingieron no ver las grandes lágrimas goteando como la lluvia sobre su cara barbuda.

Sin embargo… Sí, sin embargo, no moriremos en vano. En esta guerra, no ha habido una sola muerte sin sentido. Las generaciones futuras seguramente pensarán así. No, definitivamente lo pensarán.

La expresión de Surūr Wyerim era aún más impaciente de lo habitual.

—Deprisa con los caballos. Liberaremos Kadyne e inmediatamente nos pondremos en camino.

Lo que más temía era que las fuerzas enemigas que habían abandonado Kadyne llevaran a cabo un ataque sorpresa contra el ejército principal enviado para capturar a Eimen. Porque eso sería visto como un fracaso de su parte.

Hay demasiadas cosas que no tienen sentido en cuanto al momento en que el enemigo abandonó Kadyne. Una vez atraída nuestra tropa, el ejército de Garda utilizará nuestro retraso para atacar a la fuerza principal en Eimen…. Pero si ese

fuera su verdadero plan, habrían dejado algunos soldados en Kadyne. Haciéndonos asediar, podrían retrasarnos, aunque sólo sea medio día, aunque sólo sea una hora.

Orba fue capturado por el malestar. Sin embargo, no era el mismo tipo de malestar que experimentó cuando era el doble del príncipe. Dejó su unidad y se adelantó. En el camino, pidió prestado un caballo a uno de los guerreros a caballo y se dirigió a Surūr que estaba en el grupo de vanguardia.

—Comandante.

—Qué —Surūr miró irritado por encima de su hombro—. Gladiador Mephiano, ¿te apetece recibir otro golpe de mi puño?

—La situación enemiga es extraña. Debería considerar acampar aquí por ahora y tomarse el tiempo para vigilar a Kadyne.

—Idiota. La fuerza principal pronto tomará Eimen. ¿Qué pasa si son atacados por detrás por las tropas de Kadyne? Ellos son los que quieren que pensemos que algo está pasando para que detengamos nuestra persecución.

—Pero…

—Cállate. Ahora vuelve a tu posición.

Mierda. El desconocido malestar que sentía se debía precisamente a esto. Cuando fue Príncipe, él mismo podía mover todo según su juicio. Por supuesto, debido a ello, la carga mental había sido considerable, pero ahora que se encontraba en una situación en la que el comandante era otra persona y no confiaba en el juicio de esa otra persona, su malestar superaba a su anterior sensación de tensión.

Es como le dije a Shique. En realidad no, ¿no es como dijo Shique?

Orba se arrepintió amargamente de su infantil venganza en la ciudad de la estación de suministros. El hombre era incorregible, pero si hubiera tratado de llevarse bien con él, tal vez podría haberse ganado algún crédito que lo ubicara en una buena posición en su situación actual.

De manera similar, Noue, el ingenioso comandante de Garbera, y Lasvius, el comandante de los dragones de Helio, finalmente unieron fuerzas con Orba para lograr sus objetivos a pesar de albergar antipatía e irritación hacia él, y fueron capaces de alcanzar una confianza mutua. No pudo evitar pensar que había tenido mucha suerte en ambos casos.

¿Esta es mi posición como mercenario?

Las cejas de Orba se arrugaron por la irritación, mientras que en su vientre se acumulaba una furia que no parecía que fuera a desaparecer nunca.

Volvió directamente a su unidad sin devolver el caballo. Allí, encontró a Stan en un estado muy extraño.

—Oye, ¿qué pasa? Stan, te estoy preguntando qué es lo que está mal —le decía Talcott mientras lo agitaba repetidamente por los hombros, pero Stan no respondía. Su cara se había puesto pálida y sus ojos estaban vacíos. Como también caminaba inestablemente, Gilliam lo apoyaba.

—¿Qué pasa? ¿Qué está pasando? —A medida que su ritmo de marcha se reducía de forma inevitable, fueron superados por otras unidades de infantería y se oyeron voces burlonas que les gritaban:

—¿Tienen miedo de pelear? Los famosos gladiadores son bastante inútiles.

—Idiotas —gritó Talcott, completamente enfurecido—. Stan no es un gladiador. Y ha sobrevivido a guerras mucho más duras que tú.

Orba saltó de su caballo y miró a la cara de Stan, que brillaba con el sudor.

—Vamos, contrólate. ¿Necesitas acostarte un rato?

Se preguntó si quizás estaba herido por la batalla anterior. Stan no respondió y simplemente murmuró algo repetidamente. Debido a que su voz era ronca y baja, Orba no podía entender lo que estaba diciendo.

Su unidad marchaba cada vez más despacio. Cuando estaban casi al final de la línea, Orba tomó una decisión y, con la ayuda de Gilliam, subió a Stan al caballo. Luego saltó detrás de él y dijo:

—Voy a seguir adelante —y salió galopando.

Menos de una hora después, las puertas abiertas de Kadyne aparecieron a la vista. Apoyando a Stan, que temblaba tanto que casi se cae del caballo, atravesó las puertas. El pueblo estaba lleno de voces alegres y alentadoras. La gente de Kadyne llegó a saludar a las tropas de Surūr. Muchos de ellos lloraban mientras se abrazaban. Habían sido rehenes hasta ahora, no se les permitía vivir libremente.

¿De verdad acaban de abandonar a Kadyne?

Mientras pensaba que esto estaba completamente en contradicción con su corazonada anterior, por ahora, Orba tenía algo que hacer. Tomó a uno de los habitantes del pueblo y consiguió el nombre y la dirección de un médico. En una de las calles centrales, había un edificio con un letrero, tal como le habían dicho, pero el médico estaba ausente. Probablemente había salido a la calle a celebrar junto con el resto de la población.

Con un chasquido de lengua, Orba irrumpió de todos modos y ayudó a Stan a meterse en la cama.

Stan empezó a murmurar algo de nuevo, así que Orba acercó su oreja a la boca del otro.

—¿Qué pasa? ¿Necesitas algo?

—Ya vienen.

—¿Qué?

—Ya vienen, ya vienen, ya vienen. La maldad aúlla, los muertos gritan, el cielo arde.

Los murmullos de Stan sonaban como el delirio de una persona con fiebre y no tenían ningún sentido. Sin embargo, los escalofríos subieron por la columna vertebral de Orba y su carne comenzó a removerse. Justo cuando Stan estaba a punto de murmurar algo más, una sombra pasó repentinamente sobre el sol y la habitación se sumergió en la penumbra.

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Sorprendido, Orba estaba a punto de correr hacia la ventana, pero más rápido de lo que podía hacerlo, y aunque aún estaba dentro del edificio, escuchó un grito que le destrozó los oídos.

—¡Monstruos!

Las calles de Kadyne seguían llenas de oleadas de ovaciones.

El soldado de guardia en la torre de vigilancia los miraba con satisfacción y luego miró al cielo como si algo hubiera llamado su atención.

Las nubes se mueven rápido.

Aunque el cielo era de un azul claro, por el rabillo del ojo, ahora podía ver nubes negras avanzando. Al principio, mirándolas con indiferencia, los ojos del soldado se clavaron repentinamente en ellas, como si no pudieran separarse de ellas. No sólo se movían rápido. Las nubes cubrieron el sol en un instante y todo el cielo se oscureció.

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La gente que estaba bailando y cantando volteó la cabeza hacia el cielo. Entonces ellos también miraron fijamente. Las nubes negras se retorcían y palpitaban como entrañas gigantescas y en un instante se rompieron.

Sus fragmentos llovieron, uno de ellos atravesando el pecho del soldado. Temblando violentamente, su cuerpo se inclinó hacia delante y cayó de la atalaya.

Parecía una lluvia violenta. Pero a diferencia de las simples gotas de agua, cuando las negras sombras caían sobre la gente, les arrancaban la cara y las extremidades en pedazos.

Las calles de Kadyne, que habían estado llenas de alegría, estaban ahora inundadas de sangre.

—¡Monstruos!

Ese fue el momento en que Orba escuchó ese extraño grito.

Había criaturas aladas. Eran del tamaño de un niño humano y sus cuerpos estaban cubiertos de pieles negras. Tenían colmillos y sus caras parecían las de un mono. Las extrañas y desconocidas criaturas agitaron sus alas e implacablemente se abalanzaron sobre la gente que estaba debajo.

Sus garras desgarraban sin esfuerzo la carne humana y perforaban fácilmente las armaduras y los cascos. Esas garras atravesaban las espaldas de la gente que corría gritando, sus colmillos mordían las cabezas de las mujeres que acunaban a sus hijos de manera protectora en sus pechos, y asediaban a los soldados que trataban de combatirlos con sus lanzas. Lo que dejaron a su paso eran cadáveres destrozados, irreconocibles de su forma original.

¿Qué es esto? Orba salió corriendo a las calles y por un momento, al ver toda la ciudad vestida de negro y rojo, sólo pudo mirar con asombro.

Mientras sus ojos estaban completamente clavados en la escena, dos demonios saltaron hacia él. Instintivamente, Orba cogió su espada. Al instante siguiente, blandió la espada dos veces. Segó infaliblemente a través de los dos cuerpos ásperos – o debería haberlo hecho.


¿¡Qué!?

La espada se clavó en el aire vacío. Por el contrario, sintió un fuerte dolor en el dorso de la mano y la muñeca, y se tambaleó hacia atrás.

No había tiempo para quedarse atónito. Un rugido desde el cielo abrumó su sentido del oído y justo cuando intentaba averiguar qué era, apareció una nueva sombra negra. Mirando hacia arriba, Orba finalmente dudó de su propia cordura.

Un enorme dragón apareció en el cielo de Kadyne. Debía tener cuarenta o cincuenta metros de largo. Batió alas que eran aún más grandes que su gigantesco cuerpo y voló tranquilamente a través del cielo.

Imposible.

No era posible que ese tipo de dragón existiera. Había escuchado que existían dragones voladores en una isla volcánica del sur, pero esta criatura con su enorme cuerpo, sus gruesas patas cubiertas de escamas negras, sus dos cuernos que crecían de su cabeza alargada…. esta criatura no podía ser otra

cosa que un producto de la imaginación. Hace mucho tiempo, Orba vio algo similar en un libro ilustrado que su hermano Roan llevó a casa como recuerdo.

Frente a Orba, que estaba asombrado, el enorme dragón negro abrió la boca. Justo cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, una luz destelló de sus fauces.

Su instinto le ordenó agacharse. Incluso tumbado sobre su vientre, vio como los tejados lejanos eran arrasados y los escombros volaban mientras la bestia exhalaba fuego. Muchos de los ciudadanos perdieron la vida. El dragón se giró para merodear por los cielos una vez más como si estuviese buscando su próximo objetivo.

Gritos y lamentos resonaron en los oídos de Orba y parecían llenarlos por completo, sin mostrar signos de detenerse. Usó su espada para levantarse.

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Esto es… ¿hechicería? Ese pensamiento le impactó. No había duda de que los demonios negros y el dragón eran obra del hechicero. Por eso el ejército de Garda retiró sus tropas.

Frente a esos fenómenos sobrenaturales, los pelos del cuerpo de Orba estaban de punta y su mente parecía adormecida por el miedo. La desesperación revoloteó a través de su pecho. Si este era el poder de Garda, ¿qué podía hacer una espada contra él?

Otra explosión se produjo y Orba se derrumbó de nuevo. Cuando levantó la cabeza, un demonio negro venía directo hacia él.

Rápidamente se puso en pie y saltó hacia atrás. Mientras saltaba, cogió su espada. El movimiento era un hábito profundamente arraigado en su cuerpo. Cuando aterrizó, su espada estaba lista. Lo había hecho a tiempo. Así, seguramente podría defenderse de las garras del demonio.

Pero un dolor agudo le atravesó la nuca. Las garras habían pasado sin esfuerzo a través de su espada y sus afiladas puntas lo habían rozado.

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