Shokei Shoujo no Virgin Road (LN)

Volumen 1

Interludio 3: Interludio 3

 

 

La primera vez que Menou escucho la palabra ‘Japón’, fue durante su formación en el monasterio.

Las elegidas para formar parte de Las Fausto son siempre mujeres—y también huérfanas.

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Una miembro de Las Fausto no puede casarse. Una vez que una chica se convierte en sacerdotisa, nunca se le permitirá tener una familia. Si alguna llega a aspirar al matrimonio, deberá renunciar a su cargo. La razón oficial era que las sacerdotisas tenían que dedicarse por completo al Señor, pero estas restricciones no eran más que una medida para prevenir cualquier parcialidad que pueda surgir debido a la familia.

En cualquier caso, existía un monasterio que recogía y entrenaba a las niñas con un rendimiento especialmente alto. Se trataba del cuartel general de Las Fausto, quienes dominaban todo el continente. Situado en lo más profundo de la tierra sagrada, estaba aislado del mundo exterior.

Cuando la joven Menou fue llevada a este monasterio por su Maestra, lo que le espero fue una vida difícil.

El entrenamiento intensivo estaba destinado a cultivar las habilidades físicas y mentales de las jóvenes. Esto incluía una rigurosa formación en el arte del engaño, la supervivencia y muchas otras especialidades. Se dedicaban a estudiar a fondo todas las culturas, materias y habilidades imaginables; pocas no eran las estudiantes que desertaban al ser incapaces de seguir el plan de estudios. Menou nunca fue especialmente talentosa, pero aguanto todos los días que pudo en esa abadía inflexible.

Allí la instruyeron a fondo sobre una nación conocida como Japón.

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Cuanto más aprendía sobre ese lugar, más extraño le parecía.

Sus sistemas eran mucho más complejos que los de cualquier sociedad que había encontrado en el camino hacia este monasterio, y sus artes y tecnologías únicas no mostraban ningún ápice de magia. Todo parecía tan desconocido que, cuando descubrió que se encontraba en otro mundo, tuvo mucho sentido.

Sin embargo, cuando les dijeron que las personas de ese lugar eran consideradas tabúes de extremo peligro, el joven Menou se sintió confundido.

—¿Y están prohibidos? ¿…así que las personas que vienen de allí no pueden volver?

—Esa es una buena pregunta, Menou.

Recordando a la chica que redujo su ciudad a blanco puro, Menou miró a su Maestra, la alta sacerdotisa pelirroja.

—¿Los Errantes que son invocados aquí pueden volver a su mundo? La respuesta se encuentra en la antigua civilización en la que la humanidad alcanzó una vez su máxima gloria.

—Cierto.


Hace mucho tiempo, antes de que los estamentos sociales se dividieran en tres y el Señor pusiera en marcha la actual estructura del mundo, hubo una época en la que floreció la cultura humana. Esta antigua civilización conquistó la tierra, atravesó los mares e incluso se aventuró hacía los cielos y más allá de las estrellas.

—Su cultura era tan avanzada que se decía que nada era imposible. Esa prosperidad se logró con la ayuda de muchos Errantes y, lo que es clave en todo este desastre, con el uso deslenguado del mayor de todos los tabúes–las Purezas Conceptuales.

La civilización que había colaborado activamente con los Errantes, haciendo avances culturales basados en el conocimiento que compartían y con la ayuda de encantamientos extraídos de la Dimensión Conceptual, fue un día destruida por cuatro Errores Humanos.

Espada de Sal. Crepúsculo Estelar. Pandemónium.

Sociedad Mecánica.

Estas enormes calamidades, conocidas como los Cuatro Mayores Errores Humanos, dejaron graves cicatrices en el planeta que perduran a día de hoy.

—La antigua civilización alcanzó un nivel de vida increíblemente alto, pero dependían demasiado de los Errantes. Tanto es así que el lenguaje de este mundo llegó a volverse uno con su lengua materna.

La Maestra frunció los labios.

Esa civilización había caído hacía bastante tiempo, pero demostró cuan valiosas podían llegar a ser las Purezas Conceptuales y los conocimientos de los Errantes. Los artefactos supervivientes de aquella época se conocían como ‘reliquias antiguas’ y eran muy apreciados. La mayoría de ellos eran tratados como obras de arte, pero los pocos que aún eran funcionales se consideraban tesoros nacionales.

—E incluso en aquella época donde todo era posible, se consideraba imposible regresar a un Errante a su mundo.

En otras palabras, aunque los que venían de Japón no querían ser traídos aquí, no había forma de enviarlos de vuelta.

—Tan pronto como llegan a este mundo, una Pureza Conceptual se acopla a sus almas. No pueden volver a casa. Así que la única solución es matarlos.

—¿Pero esas personas son malas?

—¿Verdad que es jodido? Estoy segura de que algunos son malos, pero por lo que sé, la mayoría son buenas personas.

—¿Entonces la ideología de su mundo es peligrosa?

—No. Su mundo tiene muchas creencias diferentes, igual que el nuestro.

—¿Entonces por qué? Seguramente, debe haber alguna otra alternativa además de matarlos, ¿no?

—No, no la hay.

La Maestra, que estaba a cargo de este singular monasterio que entrenaba a las Verdugos, ni siquiera se detuvo a reflexionar su respuesta.

—¿Por qué los matamos? Porque somos los villanos.

Habló de forma fría, como si quisiera inculcarle su verdad a la joven.

—¿Por la justicia? ¿Por la fe? ¿Por el Señor? ¡¿Por la paz?! No son excusas. Lo que hacemos no es justo. No hay recompensa al final. Ningún elogio lo vale. Nadie nos llorara. Y los que sobrevivan solamente nos recordaran con odio y resentimiento. Algún día, agotaremos nuestra utilidad y seremos arrojados a un lado. Esa es la clase de villanos que somos.

La Maestra se inclinó cerca y susurró al oído de Menou.

—Así que mátalos.

Para grabarlo en su joven corazón, en su carne y en la médula de sus huesos.

—Tanto si el objetivo es bueno como si es malo, mata todo lo que lleve una Pureza Conceptual. Mátalos a todos, por cualquier medio que sea necesario. Engaña. Cógelos por sorpresa y elimínalos. Tiéndeles una mano y extermínalos. Ofrece indicios de amistad y destrúyelos. Susurra palabras de amor y mátalos. Utiliza todos los métodos cobardes, rastreros y escabrosos a tu disposición. Sigue matando, manchando tus manos de barro y sangre hasta el día de tu muerte.

Era una lección extraña.

No por el bien del mundo, ni por la paz, ni por su gran Señor, ni siquiera por Las Fausto. La Maestra no ofreció ninguna palabra de consuelo hacia el horrible hecho.

Matamos porque somos los villanos.

Una lección sobre que nunca podrás justificar tus acciones, y que sería difícil de aceptar para cualquier persona normal.

—Recuerda tu ciudad natal. Eso es lo que hacen los Errantes.

Tras recibir tan inusual discurso, Menou se sentó en un silencio reflexivamente durante un momento, y de repente sacó a relucir un tema totalmente diferente.

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—Maestra, ¿conoce a la niña que vino hace poco, y que es sólo dos años más joven que yo?

—No.

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—Ya veo. Es muy linda.

Había una linda niña de cabello esponjoso que acababa de llegar al monasterio.

Menou recordó su cara tras haberla visto ayer.

—Verá, llora mucho.

—¿…y qué?

Que los niños lloraran durante el entrenamiento probablemente no era nada extraño para la Maestra. Se veía desinteresada, pero Menou no le dio importancia.

Había algo más que preocupaba a Menou.

Esa niña siempre lloraba al final de cada entrenamiento o lección.

Odio este lugar. No quiero luchar. Aquí todo el mundo tiene unos cuantos tornillos sueltos.

Seguía llorando, aunque el hecho de estar aquí debía significar que no tenía otro lugar al que llamar hogar.

Cada vez que Menou se acercaba a ella, la niña la alejaba llorando. Cuando intentaba tenderle una mano para consolarla, ella gritaba “—¡No me toques!” y la apartaba de un manotazo. La muchacha miraba a Menou cada vez, diciendo que odiaba a cualquiera que aceptara la idea de asesinar, rechazándola una y otra vez.

Sin duda, esa niña odiaba a Menou.

Lo único que podía hacer Menou era sentarse cerca hasta que la chica dejara de llorar.

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Pero cuando escuchó sus quejas, Menou no pudo evitar pensar que la niña tenía toda la razón.

—Creo que cualquiera se opondría a matar inocentes. Es perfectamente natural llorar ante la idea de convertirse en un asesino de inocentes.

—¿…y? —La Maestra parecía menos interesado a cada segundo, pero Menou continuó.

—Todas queremos ser alabadas, y amadas, y aceptadas, o al menos eso es lo que pienso. Pero si matamos a personas buenos, entonces perdemos ese lujo.

—……

No se trataba sólo de la chica del cabello esponjoso.

Nadie en esta institución quería convertirse en asesina.

¿Dejarían de llorar y se volverían inexpresivas? ¿Se engañarían a sí mismas poniendo una sonrisa sarcástica? ¿Se dedicarían a su fe y confiarían en que estaban haciendo lo correcto?

Los corazones de las chicas deambulaban en muchos caminos diferentes, pero todas compartían un mismo sentimiento.

No querían matar personas.

Por eso; ¡precisamente por eso!, tenían que cambiar.

—Sólo una mala persona mataría a una buena persona que no ha hecho nada malo.

Incluso Menou, cuyos recuerdos fueron blanqueados, entendía eso.





—Entonces, Maestra…

¿Todavía vas a seguir quejándote? La Maestra parecía disgustado, pero luego su rostro se congeló cuando Menou continuó.

—…mataré a más de esas entidades prohibidas que nadie; a todas las que pueda.

La Maestra la miró boquiabierta.

Menou le devolvió su mirada y explicó su lógica.

—Estoy segura de que aquí nadie quiere asesinar inocentes. Todas son personas normales.

No como yo.

No eran como Menou, que perdió su ciudad natal y sus recuerdos, y que no tenía nada valioso a lo que llamar suyo.

Todas estas niñas tenían pasados—aun conservaban mucho más que un nombre.

—Así que mataré por ellas. Si no hay de otra, matare a tantos como pueda para que no tengan que mancharse las manos.

Así, las demás no se verían obligadas a matar personas inocentes, o al menos no tan a menudo.

Menou había tomado una decisión.

No tenía el poder de cambiar el mundo, pero sí podía ensuciarse las manos por otras personas.

—Seré pura, propia y muy poderosa. Me convertiré en una villana.

—¡Ja…!

La Maestra se echó a reír.

—¡Ah-ha-ha! ¡Bah-ha-ha! ¡JA-JA-JA-JA-JA! ¡¿A tantos como puedas?! ¿En lugar de los demás? ¿Tu? ¿Matar? ¡Bah-ha-ha! Ja-ja-ja… en serio eres una completa idiota.

Dejó de reírse de repente y se inclinó hacia Menou.

—Menou, tu habilidad para los encantamientos no es nada especial entre las candidatas que han sido elegidas para este monasterio. Estas por debajo de la media.

—Sí, señora.

—Tu potencial físico es aún más bajo. No estas al fondo, pero ni siquiera te acercas a la media.

—Sí, señora.

—En cuanto a tu memoria, comprensión, reacción, capacidad de adaptación… tu cabeza no está nada mal, pero en este aspecto, simplemente eres una mediocre. Hay muchas chicas más inteligentes que tú. Y tu fe tampoco es profunda. Promedio.

—Sí, señora.

—Tu cara no está mal. Probablemente crecerás siendo hermosa, lo suficiente como para poder conquistar a tus objetivos, tanto hombres como mujeres. Por encima de la media.

—Sí, señora.

—Para resumir, ligeramente por encima de la media. Un punto de partida bastante mediocre, ¿no crees? ¿Y dices que llegarás a ser tan fuerte como yo?

—Sí, señora.

—Ya veo. Entonces te enseñaré todo lo que sé. Todo lo que soy. ¿Entiendes?

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—Sí, señora. —Menou la miró fijamente a los ojos.

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La Maestra era una instructora de Las Fausto, anteriormente conocida como la Verdugo Flare.

Ella cazó más tabúes que nadie, lo que la convirtió en una leyenda viviente.

—Maestra, por favor, conviértame en una Verdugo.

—Muy bien. Te entrenaré para que te conviertas en una de primer nivel.

Abrió la boca de par en par y se echó a reír, pareciendo genuinamente entretenida.

—Absorberás todo lo que soy con esa alma y espíritu blancos que tienes. Y si algún día todo lo que te enseñe acaba rompiéndose por la felicidad, y todavía consigues sobrevivir… bueno, supongo que entonces me abras superado.

—Sí, Maestra.


—Bah-ha-ha, buena respuesta. Primero, aprenderemos a utilizar la Fuerza Guía para camuflarse, a ver si así hacemos algo con tu horrible manejo sobre tus poderes.

Puso su mano a medias sobre la cabeza de Menou.

—Y también deberías arreglar tu cabello. A menudo, las mujeres pueden ganarse a un objetivo sólo con su aspecto. Tu aspecto es un arma. Así que es importante tener elegancia.

—Sí, señora. Con elegancia. Ya veo.

Así, Menou iba a renacer como Flarette, la máxima creación de su Maestra.

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