Kimi to Boku no Saigo no Senjo, Aruiha Sekai ga Hajimaru Seisen

Volumen 7

Capítulo 2: La Noche De La Caza De Brujas II

Parte 2

 

 

Entonces, ¿cómo podía una Discípula Santa del Imperio usar una cosa así?

―Los siervos imperiales son realmente irredentos ―gruñó una voz grave desde detrás de la máscara, sofocada, pero escalofriante―. Pueden condenarnos como brujas y hechiceros, pero utilizan poderes astrales a nuestras espaldas. Eres igual que nosotros, sólo que en la piel de una Discípula Santa…


―Estás dirigiendo tu ira a la persona equivocada.

―¿Hmm?

―No voy a negar que hemos estado experimentando con la forma de unir los poderes astrales con los humanos, pero nunca podríamos haberlo hecho sin la ayuda de la familia real.

―…Así que estás diciendo que hay traidores entre nosotros ―El hombre de negro golpeó el borde de su máscara con la punta del dedo―. Los Zoa ya han llegado a esa conclusión, pero agradezco toda la información. ¿Por qué no me dices sus nombres ya que estás en ello?

―Qué lento eres ―Risya volvió a ponerse las gafas, mirando al descendiente de la Fundadora a través de sus finos cristales. Su boca se curvó en una sonrisa―. ¿Realmente necesitas que te diga una frase rebuscada -‘te lo diré si me ganas’- para que entiendas la indirecta?

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―Oh, perdóname.

―Por eso no puedes escapar.

Risya In Empire. La Discípula Santa del quinto asiento extendió sus brazos frente al enmascarado purasangre. De los puños de Risya aparecieron hilos estelares que se dispersaron en el aire y empezaron a cubrir el jardín como una tela de araña. Se trataba de un poder astral, un tejido de cuarta generación. No existía dentro de la Soberanía Nebulis porque este poder astral había aparecido en un vórtice en el propio dominio del Imperio.

―¿No quieres conocer todos mis secretos? No quieres perderme de vista, ¿verdad? Por eso nunca saliste de este lugar.

―Eso es exactamente lo que quiero.

Lord Mask On se enderezó y se inclinó con una gracia perfeccionada.

Era como una mascarada nocturna. Asistían un caballero y una dama que habían tenido un encuentro fortuito; su conversación era casi como una invitación a un baile.

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―Una hermosa joven me ha llamado. No sería un caballero si me negara.


―No voy a decir que no soy un fan de tu teatralidad. Sin embargo… ―La consejera del Señor entrecerró los ojos antes de retorcerse de forma fascinante y de arrimar sus extremidades al cuerpo―. Creo que me gusta más tu cara sin adornos. Tu verdadero rostro tras la máscara: una forma horrible e inhumana. Parece que sería apropiado para un hechicero.

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―Ni siquiera yo recuerdo qué aspecto tengo debajo.

―Haré que me lo enseñes, aunque para ello tenga que arrancarte esa cosa de la cara.

Los ojos de ambos eran como el vacío mientras se hablaban.

El hechicero y la Discípula Santa se lanzaron al suelo al mismo tiempo, como si estuvieran a punto de bailar.

***

 

 

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Mientras tanto… en la Aguja Lunar, que estaba conectada a la Diadema Lunar, el corredor del aire que conducía al Palacio de la Reina…

Plink-plink…

Plink… Los guijarros golpearon el suelo, los cristales especiales del techo y los restos que habían formado las paredes de las agujas hasta hacía unos segundos. Estas piedras eran lo suficientemente duras como para que los impactos de grado medio no astillasen su exterior.

Sin embargo, las paredes se habían derrumbado como un castillo de arena, dejando un agujero enorme.

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Eso fue obra del cañón automático de control electrónico, modelo 36, el Rey Huracán Arruinado. Una sola arma de uso individual había causado esta destrucción.

―Uf. Eso ha sido un gran golpe.

Mei tiró el gigantesco auto cañón al suelo. El arma que llevaba en el hombro le había desgarrado la piel. Estaba sangrando. El retroceso del arma había obligado a sus pies a clavarse en el suelo.

Lo más destacable no era el arma, sino la propia Mei. La soldado llevaba el arma desde que había invadido el palacio, invisible por su camuflaje activo. Estaba diseñado para ser más ligero, pero el cañón seguía pesando una cantidad considerable. Originalmente se había fabricado para un buque de guerra. Mei había estado caminando, saltando y corriendo, cargando con esa arma todo el tiempo.

Al igual que las brujas y los hechiceros tenían sus poderes astrales, ella había sido bendecida con un don: una constitución física peculiar.

―Señora, um… creo que estábamos tratando de capturar a la purasangre viva…

―Oh, whoopsie. Me dejé llevar ―Mei puso una sonrisa forzada.

Se había formado una montaña de escombros en el pasillo, que estaba nublado por el polvo. Era difícil ver, incluso a través de la mira de un arma.

Cualquiera que fuera alcanzado por mil balas por segundo no conservaría una forma humana.

―Me siento obligada a intimidar a las niñas protegidas. Nací rodeada de disparos. Sobreviví a base de agua turbia y escarbé la podredumbre de mis heridas supurantes… El campo de batalla significa vida o muerte. Pero los purasangre tienen una vida diferente.

Por casualidad, nacieron con sus poderes. Esa era la única razón por la que tenían garantizada una vida protegida. Podían entrar en el campo de batalla si les apetecía y rechazar a los soldados imperiales como si fueran pulgas.

Los purasangres miraban a los soldados imperiales con desprecio, como si se preguntaran: “¿Por qué son tan débiles? ”

¿El Imperio perseguía a las brujas? No.

Las brujas eran las que miraban con desprecio a los humanos. 

Mei y los soldados bajo su mando vivían básicamente en el campo de batalla. Habían visto a las brujas burlarse de los débiles humanos. Naturalmente, la propia Soberanía Nebulis nunca admitió esto.

¿Acaso la Soberanía buscaba un mundo que no persiguiera a los magos astrales? Tenía que ser una mentira.

De todos, los descendientes de la Fundadora eran los que más menospreciaban a los humanos, incluso cuando ensalzaban esas virtudes.

―Eso es lo que realmente me pone de los nervios. ¿No estás de acuerdo, Comandante?

―Sí, señora. Sólo somos humanos en esta lucha.

El Imperio tenía su propia idea de la justicia. Los soldados imperiales – simplemente humanos- se dedicaban a entrenar antes de ser lanzados finalmente al campo de batalla.

Y entonces… eran rechazados por las brujas, que habían nacido fuertes. Los rumores sobre las armas inhumanas del Imperio podían circular, pero los soldados eran casi siempre los perjudicados por el ejército astral.

―De ahí que los soldados imperiales utilicen el cerebro, jovencita. Eso va por mi arma y por nuestra incursión. Aunque apuesto a que no lo entiendes, ya que llevas puestas unas gafas de color de rosa.

Mei miró con mala cara el montón de escombros. Miró sus informes y les dio la espalda. Oyó el estruendo de los escombros antes de que se desprendieran y saltaran por los aires.

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―……

―¿Señora?

―Oh, bien. Después de todo, intentábamos atrapar a uno de ellos con vida.

Me alegro de que estés a salvo.

Mei miró al frente… estirando el cuello para ver el montón de escombros que dejaba escapar un chillido estremecedor al derretirse como el hielo.

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―¡No!

―¡¿Cómo puede estar viva después de recibir esas balas?!

―Tranquilo, comandante. Quédate atrás y vigila. El ejército astral se reunirá en cualquier momento debido a esos disparos.

De cualquier manera, sus informes no le servirían de nada. Si un disparo del Rey Huracán Arruinado no había sido suficiente para detener a la pura sangre, cualquier tipo de fuego de refuerzo apenas serviría de algo.

―Parece que la purasangre no salió ilesa.

―……Uh…ah…… ―La respiración de la chica era agitada mientras luchaba por salir de un agujero en los escombros.

Su traje real a medida había quedado reducido a jirones. Su piel blanca, intacta por el sol, había sido raspada por los escombros, dejándola ensangrentada.

Su pelo negro, como la seda, estaba blanco por el polvo.

Y lo más importante… su linda cara estaba arrugada por el miedo y el dolor.

―Ow… Ouch… ¿Es esta… mi sangre…?

No es que Kissing nunca haya experimentado la derrota. Contra el espadachín imperial Iska, sufrió una derrota inesperada. Sin embargo, esta Discípula Santa Mei tenía algo que él no tenía.

La ira. La ira de miles-decenas de miles de soldados imperiales-hacia las brujas.

No querían la paz. Kissing no había sentido tal animosidad en su batalla con Iska. Ella no había percibido que él quisiera que todas las brujas fueran aniquiladas.

En este momento, ella había aprendido algo nuevo, la naturaleza de la guerra.

―…Tío On, creo que ahora lo entiendo ―Sus ojos brillaron pero no por un cambio de carácter.

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Los ojos de Kissing brillaban literalmente frente a los soldados.

―Vaya. Ya veo. Me preguntaba por qué no veía tu cresta astral incluso después de que tu ropa se arruinara. Así que tu cresta astral está en tus ojos.

Su cresta astral brillaba detrás de sus ojos. Cuando Kissing hizo su entrada, los había cubierto con una venda. Ni siquiera el Imperio tenía información de que las crestas astrales pudieran estar en ese lugar. Tenía que ser una rareza incluso entre los purasangre.

―Eso sí que ha despertado mi interés. Me gustaría aún más tenerte como muestra.

―…… ―Kissing se levantó de repente y se tocó el corte de la mejilla. Miró las gotas rojas en las yemas de sus dedos―. Me he dado cuenta de algo. La guerra no es algo bueno, ni en lo más mínimo. Continuar con esto sería una pérdida de tiempo. Especialmente viendo que es tan doloroso.

―¿Oh? ¿Has cambiado de opinión? ―Mei bromeó.

―Sí. Terminemos esta guerra ―La chica del vestido destrozado extendió los brazos hacia el cielo que se extendía tras ella. Sus ojos irradiaban asesinato―.

¡Eliminando todas las fuerzas imperiales! El aire gimió.

En unos segundos, las espinas se materializaron en el cielo, borrando la luz. Era una marcha de espinas: el Conjunto de la Destrucción.

Había cientos de miles de ellas, suficientes para aniquilar una aeronave y quizá incluso la Aguja Lunar. Dieron vueltas por encima, extendiéndose instantáneamente sobre Mei y los soldados.

―¡¿Qué?!

―…Huh. Vaya cara que tienes.

La chica estaba furiosa.

Había perdido el control. Nada le impedía destruir la Aguja Lunar, ni temía a la muerte.

Kissing era purasangre. Había tomado la forma de uno de los monstruos que el Imperio no había podido capturar ni una sola vez en la historia.

―¡Señora! ¡Estamos rodeados por su ataque astral!

―Tengo ojos. Mueve el culo, comandante. Tienes que matar o morir.

―¿Crees que puedes matarme? No te mostraré ni una pizca de piedad

―advirtió Kissing.

Todas las espinas se habían extendido para crear una barrera. Debido a su número, Mei no podía acabar con ellas con una descarga del Rey Huracán Arruinado.

Sin embargo, la Discípula Santa sonrió ferozmente.

―¿”Piedad”, dices? ¿Aún no has aprendido la lección?

―¿…?

―No te emociones sólo porque hayas sobrevivido a un golpe.

El Rey Huracán Arruinado seguía en el suelo mientras la Discípula Santa trazaba su superficie con las yemas de los dedos.

―¿Quieres oírme predecir el futuro? La próxima vez que oigas disparos será la última.

―Sí, la última para ustedes, soldados imperiales ―Kissing sonaba confiada mientras hacía que sus espinas se elevaran en el aire.

Mei dejó que otra sonrisa feroz se deslizara en su rostro, segura de la victoria.

¿Quién se tiraba un farol? Ninguna de las dos. La Discípula Sagrada y la pura sangre estaban convencidas de su victoria.

Las dos se movieron al mismo tiempo… Kissing produciendo todas las espinas posibles para enviarle a Mei, Mei apuntando el Rey Huracán Arruinado con sus balas.

Ninguna de las dos tuvo la oportunidad de disparar.

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Unas criaturas de color púrpura oscuro que los soldados imperiales nunca habían visto antes se estrellaron contra el suelo, recibiendo el impacto de las espinas de Kissing.

―…¡¿Eh?!

―¡¿Qué?!

Las bestias de seis patas no se disolvieron hasta quedar en nada incluso cuando fueron engullidas por las espinas de Kissing. No pertenecían al Imperio. Las criaturas enseñaron los dientes tanto a Mei como a Kissing antes de abalanzarse, con las bocas abiertas hasta las mandíbulas y la saliva que brillaba como el poder astral que goteaba de ellas. Al caer al suelo, la baba chisporroteó, corroyendo el suelo.

Escalofrío. El sexto sentido de Mei -que la salvaba del borde de la muerte- captó una amenaza que no podía describir.

¿Era un rencor? Le recordaba al rarísimo poder astral Vice, pero no podía saber si lo era. El hecho de que las cosas pudieran soportar las espinas de Kissing y permanecer indemnes era lo más extraño de todo.

―Parece peligroso. Supongo que tenemos que salir de aquí.

Mei retrocedió de un salto. Los cuatro soldados no intentaron discutir con ella.

―Oye, jovencita, esta cosa, es…

―¡No me digas que es… el poder astral del abuelo Growley! ―Kissing se dio la vuelta, con la sangre escurriendo por su cara.

La purasangre desplegando el poder astral por la ira se enfrentó a las bestias.

―Espera, abuelo, estos soldados imperiales son mi…

De la nada surgió el ominoso aullido de las bestias.

***

 

 

Los jefes de las tres familias reales eran las figuras más confiables, ya que servían como figuras de sus linajes.

Entonces, ¿qué los hacía tan confiables?

―Ser el mago astral más fuerte. Ser ingenioso. Haber recorrido muchas vidas. Los requisitos son terriblemente claros.

―¿Y qué significa ser una reina?

―No es tan diferente de ser jefe de familia. Si tienes que presionarme para que diga algo sobre ella, supongo que la favorabilidad en las encuestas es otro factor ―El anciano de la silla de ruedas soltó una risa ronca.

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El jefe de los Zoa, Growley. Su rostro estaba afligido por las arrugas y la vejez. Aunque era un hombre de más de setenta años, su voz era sorprendentemente plena y sus ojos brillaban con fiereza.

―Si una hermosa joven con fuertes poderes astrales se convierte en reina, eso es suficiente para dar esperanza a los ciudadanos.

―Parece que estás insatisfecho. ¿Estás enfadado porque eres un hombre que nunca podrá ser reina?

―Tonterías. No tenemos reparos con las habilidades de nuestra actual reina. Estoy impresionado por cómo los autómatas de guerra -cosas sin valor hace treinta años- se han vuelto tan humanos.

La Aguja Lunar de la Soberanía Nebulis, un gigantesco espacio de tres pisos iluminado por una luminaria modelada a partir de la luna llena y con una sala polivalente utilizada para eventos.

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