Kimi to Boku no Saigo no Senjo, Aruiha Sekai ga Hajimaru Seisen

Volumen 7

Capítulo 2: La Noche De La Caza De Brujas II

Parte 3

 

 

Esta noche, había sido visitada por uno de los orgullosos asesinos del Imperio.

―Así es. Era parecida a ti: como el frío filo de una espada sedienta de sangre y una barrera que impedía a cualquiera acercarse a ella. Una marioneta para la guerra.


―¿Tu reina? ¿Similar a mí? ¡Ja! Preferiría que no me metieras en el mismo saco que una bruja. Incluso yo me enorgullezco de ser un humano. Somos diferentes a ti ―El súbdito imperial resopló. Era el Discípulo Santo del octavo asiento, la Mano Invisible de Dios, Sin Nombre.

Su forma parecía parpadear dentro y fuera de la vista, ya que estaba vestido de pies a cabeza con un abrigo gris oscuro. Podía hacerse desaparecer con un camuflaje activo, un maestro del asesinato silencioso sin armas.

―En los viejos tiempos, quiero decir. Una época en la que eras un recién nacido o no eras de este mundo.

Crujiendo, el anciano giró ligeramente su silla de ruedas.

―Cuando tenía catorce o quince años. Ese fue su mejor momento, cuando era una asesina silenciosa y sedienta de sangre. Durante esos dos años, fue la candidata a reina más poderosa de toda la historia… Ahora, sus colmillos se han embotado. Tal vez como consecuencia de haber abandonado el campo de batalla desde que se convirtió en reina o en madre.

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―¿Qué estás tratando de decir?

―Es hora de cambiar de dinastía ―Había poder en las palabras de Growley―. Estoy agradecido con las fuerzas imperiales. La culpa recaerá en la reina que ha invitado al caos. En el próximo cónclave, la Casa de Lou caerá, dejando sólo el Sol y la Luna.

Señaló al Discípulo Santo bañado en luz.

―Así que las fuerzas imperiales han cumplido su propósito. Desaparece.

Unas sombras brotaron de los pies del anciano. Chorros de luz púrpura inundaron la sala antes de condensarse y convertirse en perros de seis patas.

―¿Has materializado la energía astral?

―Son avatares. Ya son culpables de un crimen. Ese crimen se ha convertido en tu castigo.

El anciano sacó una vara de hierro que tenía incrustada en el hombro, un arma asesina que parecía la punta de un picahielos. Cuando se habían encontrado minutos atrás, el anciano había dejado a propósito que Sin Nombre lanzara el arma y le golpeara.

―Te convertiste en mi enemigo en cuanto me atacaste. ¿Puedes escapar de tu propio Vice?

―¿Vice? No pienso expiar nada ―Sin Nombre levantó una de sus manos. Con un golpe bajo, lanzó otra barra de hierro. En cuanto tocó el techo, salieron chispas por encima de la cabeza de Growley.

Una pequeña bomba enterrada en la varilla se había denotado. Un panel del techo se derrumbó y aplastó a los avatares que estaban justo debajo.

―Eso no hace nada.

Las criaturas que habían quedado atrapadas bajo el panel se arrastraron hacia afuera.

―Nada físico afectará a estos avatares. Ni siquiera los misiles imperiales serían capaces de derrotarlos. ¿No es tu brazo izquierdo una prueba de ello?

―¿Son poderes astrales contraofensivos? ―Sin Nombre protegió su brazo izquierdo inmóvil y saltó hacia atrás.

Eso había surgido del conflicto de dos minutos antes.

Había intentado golpear a un avatar con su puño izquierdo cuando intentaba atacarlo, pero la cosa lo había atravesado y poseído el brazo. Se había convertido en una maldición que le corroía el brazo.

¿Qué era el Vice?

¿Qué clase de poder astral tenía este hechicero?

―La energía astral reacciona a sus enemigos y evoluciona. Una vez que ha crecido más allá de cierto punto, adopta la forma de una bestia para atacar. Para evolucionar, necesita que el enemigo le haga daño… No, esa no puede ser la única condición. Hay múltiples cosas que pueden desencadenar su crecimiento.

¿Así que eso es lo que es este Vice?

―No pretendo revelar mis trucos. Sin embargo, te felicitaré por estar en el camino correcto ―Growley sonrió como si estuviera gruñendo―. ¿Qué tal si comparto un secreto contigo? Estas criaturas crecen indefinidamente.

―Un poder astral objetable. ¿No crees que es contraproducente que pueda atravesar la materia?

El asesino silencioso dio una patada en el suelo, tocando la barrera del fondo del pasillo y rebotando hacia arriba, saltando de pared en pared. Por encima de las cabezas de los avatares que lo perseguían, Sin Nombre levantó la mano derecha.

Sostenía un cuchillo de cerámica.

A toda velocidad, Sin Nombre podía lanzarlo tan rápido como una pistola. La primera vez, había apuntado al hombro del anciano para ver qué pasaba. Esta vez, apuntó al pecho del hombre.

Los avatares no se verían afectados por nada físico. En otras palabras, el cuchillo los atravesaría, sin hacer nada para detener su avance.

―Desaparece, hechicero, junto con tu poder astral.

―Con el florecimiento de las flores llega el viento y la lluvia… Antes de que las cosas puedan salir como quieres, algo se interpondrá en tu camino, jovencito.

El cuchillo se detuvo.

Un brazo de otro avatar salió disparado de debajo de la silla de ruedas, atrapando la hoja que Sin Nombre había lanzado. Parecía una mano humana.

―…¡¿Qué?!

―No puedes afectarlos a través de la interferencia física. Pero pueden interactuar con la materia. ¿Entiendes lo que eso significa, jovencito?

El Discípulo Santo Imperial aterrizó sobre sus pies.

―Es como si afirmaras que eres invencible.

―Eso es precisamente lo que estoy diciendo.

Los avatares no podían ser vencidos. Además de venir a atacar en manada, se convertían en un escudo definitivo, protegiendo al anciano de cualquier tipo de agresión física. Este era el poder astral Vice.

Este poder contraofensivo que Growley mantenía podía convertirse en algo ridículo una vez que se cumplían sus condiciones.

―Así que, básicamente, tú y tus criaturas no pueden ser dañados por los ataques de tu enemigo. Sólo tú puedes atacar a tus oponentes.

―Efectivamente.

―Eso es bastante absurdo. Me parece que tendría que haber alguna laguna.

―No hay ninguna. Por eso, soy invencible. Bombas imperiales, gas venenoso, misiles… ninguno de ellos puede derrotarme. La prueba de ello son estos setenta años.

―…………

―Ser coronado como jefe de familia no es sólo un título, ¿sabes?

Growley controlaba a los Zoa.

Ninguno de los bombardeos del pasado se había acercado a derrotar a este anciano. Esa era la razón por la que Lord Mask y Kissing lo idolatraban.

―Si sólo mis piernas pudieran moverse. Habría convertido la capital imperial en cenizas hace cincuenta años.

―Deberíamos tener miedo de la generación más joven. ¿Cómo podemos saber lo que planean hacer? ―recitó el súbdito imperial.

―…¿Qué? ―El anciano se sorprendió. Entrecerró los ojos de forma dubitativa. Era una frase antigua. ¿Por qué los jóvenes de hoy iban a conocer las palabras de un gran hombre del pasado?

Cualquier forma de gloria pasada quedaría anulada en el futuro. La máxima se burlaba del anciano que presumía de setenta años de experiencia en la batalla. Era lo contrario de la cita anterior de Growley:

―Con el florecimiento de las flores llega el viento y la lluvia.

―¿Dices que eso habría ocurrido si sólo tus piernas fueran móviles?

Exageras tu antigua gloria. Te has vuelto viejo, hechicero.

El brazo izquierdo de Sin Nombre, maldecido por el avatar, seguía flácido e incapaz de siquiera moverse. El Discípulo Santo del octavo asiento volvió a saltar del suelo, lo suficientemente rápido como para dejar una imagen residual al saltar a un lado. Por un estrecho margen, esquivó al silencioso avatar que lo perseguía por detrás.

―Admito que tu poder astral es extraordinario. Sin embargo…

El hechicero podría haber afirmado que los colmillos de la reina se habían embotado, pero él también estaba cautivo de su vejez.

―Tu poder astral puede haber permanecido igual. Pero, ¿no ha envejecido su portador?

―¡Ja! ―se rió Growley. Marcado con manchas de la edad, su rostro se contorsionó y sus labios formaron una mueca de desconcierto―. Creía que sólo eras un asesino, pero parece que eres más que eso. Hacía tiempo que no veía a uno como tú. ¿Alguien que pueda mantener una conversación decente? Dime tu nombre.

―No tengo ningún nombre que ofrecer a un monstruo. ¿No te dije ya eso?

―Te estoy preguntando tu nombre otra vez. Eso no ocurre a menudo.

―¿Te han afectado al oído?

―Qué grosero ―El anciano no ocultó su tono de alegría―. Pero no se puede prevalecer sobre la muerte simplemente con el espíritu.

Detrás de Sin Nombre, los avatares comenzaron a inflarse. Vice crecía infinitamente. Las bestias -una vez a la altura de la cadera, del tamaño de un perro- echaron tres cabezas y crecieron lo suficiente como para que incluso el Discípulo Santo tuviera que agachar el cuello para mirarlas.

―Parece exactamente como Cerberus. ¿Cuánto crecen estas cosas?

―Hasta que agotan sus fuerzas. El mayor récord fue… más o menos tan grande como esta Aguja Lunar, supongo.

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El Cerberus había crecido lo suficiente como para aplastar a Sin Nombre y parecía terriblemente ágil. Congelando la energía astral, permaneció en silencio. Sin embargo…

―Hmm… ―Growley dudó de sus propios ojos. No podían atraparlo. Los avatares que habían seguido persiguiendo a Sin Nombre no podían ni siquiera alcanzar a un Discípulo Santo, un simple humano.

Del mismo modo que Growley era una amenaza para las fuerzas imperiales, este hombre era inequívocamente un peligro para los magos astrales de todo el mundo.

―Si te aplasto, entonces todos mis vice o lo que sea desaparecerán, ¿verdad?

Sin Nombre se había acercado al anciano con el puño preparado. Bajo sus pies, el suelo rebotaba como una pelota de goma.

―¿Así que se propagan?

―No sólo crecen. Tus vice seguirán reproduciéndose.

De debajo de la silla de ruedas de Growley, salieron nuevos avatares con forma de leones. Eran incluso más grandes que el Cerberus. Sin Nombre tenía a los leones al frente y al Cerberus a la espalda.

No pudo conseguir escapar.

Si cualquier parte de su enemigo tocaba a Sin Nombre, se corroería por la maldición. Si tocaba su cabeza, eso significaría una derrota instantánea. En cuanto se dio cuenta, actuó con rapidez, girando como una peonza. La aceleración levantó su brazo izquierdo inmovilizado hacia la boca del león que le enseñaba los dientes.

―Puedes tenerlo ―Dejó que lo mordieran el brazo izquierdo.

Haciendo que el león cerrara la boca, Sin Nombre dejó que su brazo izquierdo se desprendiera del hombro sin hacer ruido antes de que la maldición pudiera extenderse por su cuerpo.

―…¡Así que lo abandonaste!

―Es un brazo artificial.

Lo había perdido en una batalla a muerte con cierto mago.

Todos los soldados imperiales arriesgaban sus vidas. Todos los Discípulos Santos habían recorrido el límite de la vida y la muerte al menos una vez. Eso era lo que se necesitaba para desafiar a un purasangre.

Y ahora… a cambio de perder su brazo artificial izquierdo, Sin Nombre se acercó a la garganta de Growley.

―¡Gh!

El puño del Discípulo Santo intentó embestir a Growley.

Un avatar atrapó el puñetazo. Un gigante con forma humanoide salió de debajo de la silla de ruedas como un muerto viviente.

―…¿Qué?

―Un segundo delito. Te has convertido en un segundo delito al intentar atacarme. La reincidencia es más pecaminosa, ¿sabes?

Los siete vices: ataques por sorpresa, reincidencia, uso de armas, superación del adversario, destrucción, engaño y traición.

Sin Nombre había cometido los dos primeros. El “ataque sorpresa” de la barra de hierro en el hombro de Growley y la “reincidencia”.

Por eso, el vice se multiplicó en ese momento.

―Sé engullido por tus pecados.

Cinco gigantes se acercaron a Sin Nombre. El Cerberus y el león se lanzaron hacia él. El Discípulo Santo que se enfrentaba a ellos había perdido su brazo izquierdo. Su puño derecho había sido profanado por la maldición, quedando inmovilizado.

―Tsk.

Los avatares que se abalanzaron sobre él estaban a punto de aplastarlo, pero justo antes de que pudieran hacerlo… el combatiente de mayor rango del Imperio emitió un siseo de irritación y levantó la pierna derecha.

La hizo caer al suelo.

―Tonto. ¿Crees que los avatares vacilarán…?

―Lo harán.

El tacón de Sin Nombre apuntó al objeto que yacía en el suelo: su propio brazo izquierdo. Pisó el mecanismo que formaba su brazo artificial y lo rompió en pedazos.

Un destello de luz.

El último truco incrustado en su brazo artificial se había denotado e inundó la sala de luz.

―…¿Es una granada de poder antiastral?

―Así que la interferencia física no funciona con ellos. Pero algo que obstruya el poder astral podría.

Los avatares alrededor de Sin Nombre dejaron de moverse.

La granada podía perturbar las longitudes de onda del poder astral en un radio de treinta metros. La única desventaja era que era activa durante exactamente dos segundos.

El Discípulo Santo pasó junto a los avatares que lo rodeaban en una fracción de segundo y corrió hacia el fondo de la gran sala.

―He visto tu poder astral. Lo detendré cuando te vea la próxima vez.

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―¿Crees que te dejaré escapar?

El Cerberus se abalanzó, persiguiendo a Sin Nombre. Los gigantes le perseguían, destrozando las paredes y el techo de la aguja. Se lanzaron hacia el hombre que huía.

El único que quedó atrás en el espacio fue el jefe de la casa Growley.

―……

Comprobó que el Discípulo Santo había abandonado el gran salón.

―…No tenía intención de torcer esto. Eso fue una falta de respeto, soldado imperial.

El anciano escupió sangre mientras caía de su silla de ruedas.

El puño que le había golpeado el pecho le había destrozado la caja torácica. Jadeó, usando cada gramo de fuerza en él para volver a su asiento.

―No puedes escapar. Vice seguirá persiguiéndote hasta los confines de la Soberanía.

Sin embargo, ni siquiera el jefe de los Zoa, Growley, tenía forma de saber… que la Soberanía ya había comenzado a derrumbarse, con el palacio en su centro.

***

 

 

El Palacio de la Reina.

Una torre central se alzaba sobre el palacio formado por las agujas Estelar, Lunar y Solar. Una fortaleza para la reina.

El lugar era un laberinto viviente construido por el poder astral. Las salidas de los pasillos cambiaban según el mes y el día. Cada piso tenía un ascensor que sólo funcionaba con energía astral. Incluso si el ejército imperial invadiera, no podrían hacer que un solo ascensor se moviera.

Asaltarlo debería haber sido imposible.

Todos en la Soberanía habían confiado en el Palacio de la Reina durante cien años.

Era el momento de destruir sus creencias de un siglo.

***

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El Espacio de la Reina.

Un lugar tranquilo decorado con alfombras de color vino, actualmente azotado por intensas ráfagas desde el exterior de las ventanas. Era una sombra de su antigua gloria. Los vientos nocturnos casi helados y las brasas quemaban la piel.

En medio del caos…

―Oh, Reina de Nebulis ―gritó un asesino imperial, cuya voz resonó en el Espacio de la Reina.

Técnicamente, sería impreciso calificar de asesino a uno de los guardias del Señor.

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―No tengo intención de alargar esto. Además, los Astrales estarán aquí en minutos. Razón de más para darse prisa.

El Discípulo Santo del primer asiento. El Caballero “Relámpago”, Joheim. Pelirrojo y corpulento, llevaba una capa de batalla personalizada integrada en la armadura. Dio un paso adelante.

Un solo paso.

En cuanto la Reina Nebulis IIX lo reconoció, su flequillo se desordenó.

¿Un cambio en la presión del viento? ¿De ese único paso?

―Entra en el descanso eterno, aquí y ahora.

Bajó su estrecha espada.

Se había teletransportado, o eso parecía mientras el espadachín la perseguía. Casi parecía una ilusión.

La reina abrió mucho los ojos y gritó:

―¡Fuego!.

Fue un disparo de aire.

Una masa de aire se había acumulado en el techo. Como si hubiera sido activada por el conjuro de una bruja, se convirtió en un proyectil que se precipitó hacia abajo, abriendo un agujero en el suelo.

La corriente de aire se convirtió en un muro invisible que protegió a la reina. Se apresuró a subir al segundo piso. El Discípulo Santo fue empujado hacia las puertas del Espacio de la Reina, con el viento barriendo la habitación.

―Mira, el Viento Silencioso. Tus poderes son violentos para semejante apodo.

―Estás atascado décadas en el pasado ―Miró al espadachín imperial desde el rellano.

La reina Mirabella Lou Nebulis IIX se arregló el flequillo despeinado con la mano. Se contuvo de llevarse una mano al pecho. Su corazón latía con fuerza, advirtiéndole. No era necesario expresarlo con palabras: Estaba agitada porque el Discípulo Santo consiguió acercarse a ella con un solo paso.

―Mirabella Lou Nebulis IIX: puedes manipular la atmósfera, un mago astral del tipo viento. No controlas el viento. Controlas el aire ―dijo el espadachín imperial sin emoción, como si leyera un informe―. Te dirigiste al campo de batalla a la edad de once años. En los diez años siguientes, ganaste el 3% del territorio imperial. Tu aparición en el campo de batalla fue frecuente, incluso para un purasangre. Tienes habilidades físicas y capacidades de asesinato ejemplares para una bruja. Los ojos estaban puestos en ti como la más grande candidata a reina de la historia y prodigio en la Soberanía.

―……

Kimi to Boku no Saigo no Senjo Volumen 7 Capítulo 2 Parte 3

 

―Pero estás en declive.

No la estaba provocando. Sólo estaba haciendo sus observaciones como Discípulo Santo del primer asiento.

―Tu fuerza vino de tu época en el campo de batalla como autómata de guerra sin emociones. Ahora fabricas sonrisas como reina ante el pueblo. Incluso el acero se oxida cuando todo lo que hace es sentarse en reuniones que inducen al bostezo.

―Hablas como si estas situaciones imaginadas hubieran sido presenciadas, súbdito imperial.

―Lo he presenciado ―Su larga y delgada espada se agitó―. A través de los que viven en el castillo.

―¿De verdad? ―La Reina Mirabella no podía importarle menos.

Había un traidor entre ellos. Ya sabía que era alguien cercano a ella. En su corazón, incluso podía adivinar de qué hija se trataba.

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―Todo es un proceso de eliminación.

En una sala ocupada sólo por ellos dos, la voz de la reina Mirabella le llamó.

―No me importa si mis propias habilidades están en declive. Si puedo proteger la Soberanía como su reina, esa es la elección correcta.

Detrás del espadachín imperial estaban las ruinas de la puerta que había sido cortada en pedazos en forma de dados.

…¿Por qué no han venido mis guardias?

…Los que estaban cerca deberían haber venido corriendo directamente hacia aquí cuando escucharon el rugido.

En general, había dos sistemas de defensa en el Palacio de la Reina.

Los Astrales eran los protectores de las figuras importantes, entre las que se encontraba la reina. El otro era la unidad de comandos, los Gobernantes, que cazaban a los invasores. Eran verdaderos maestros en sus ocupaciones.

El hecho de que no hubiera aparecido ni uno solo de ellos demostraba sin lugar a dudas que algo andaba muy mal aquí.

…¿Este espadachín golpeó a los guardias frente a mi puerta?

…¿O es que otros Discípulos Santo han entrado en el Palacio de la Reina y se están enfrentando a ellos?

Mientras se concentraba en cada pequeño movimiento de su oponente, pensó en una persona. No en ninguno de sus guardias, sino en su hija del medio, Aliceliese. Con sólo diecisiete años, ella era sin duda la carta de triunfo de los Lou cuando se trataba de la batalla. Ya debería haber llegado al palacio.

―¿Pretendes esperar la llegada de la Bruja de la Calamidad Helada?

―¡¿Qué?!

Había descubierto su jugada. Con la mente en blanco por el shock, la reina dejó de pensar por un momento.

La silueta de Joheim parpadeó. Lanzándose desde el suelo con una patada lo suficientemente potente como para hacer temblar la habitación, el espadachín se desplazó hasta el espacio que había frente a los ojos de ella, como si estuviera flotando.

―¡¿Usaste mi propio truco en mí?!

Ciclón Bomba.

Un término meteorológico que indicaba un rápido cambio en la baja presión barométrica. La técnica de la Reina Mirabella creaba una mina invisible que arrastraba a su presa hacia un vórtice de nivel tifónico. A pleno funcionamiento, podía incluso desarmar un tanque imperial. ¿Había predicho el viento que se formaba de ella y cortado el aire con su espada?

Imposible.

Maestro espadachín o no, no sería capaz de responder al ataque de la reina sin conocer su estrategia.

―¡Así que había un conspirador…!

―Es una guerra de información. No planeaba atacarte directamente.

―Fue Elletear, ¿no es así?

El espadachín guardó silencio.

Simplemente balanceó su espada directamente hacia ella. Mientras los vientos que formaban la barrera alrededor de la Reina Mirabella aumentaban su velocidad, la espada del Discípulo Santo continuaba hacia adelante, rasgando el aire.


Sintió que un escalofrío la recorría.

En ese momento, algo duro pasó por su cara. La sangre brotó de su mejilla.

―¡Ay!

¿Cómo de profundo había sido el corte?

¿Era un rasguño? ¿O había cortado más profundamente en su carne? Ni siquiera le dio tiempo a averiguar el alcance de su herida. Usó toda su fuerza para saltar.

Él fue rápido. Esa no era una forma precisa de describir al espadachín. Era escandalosamente rápido.

Si fuera simplemente rápido, no habría sido capaz de superar su barrera de viento. Su agilidad y su fuerza estaban perfectamente equilibradas, permitiéndole un nivel de movilidad sorprendente.

―Prepárate.

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―¿Estás seguro de que no estás juzgando mal lo que puedo hacer?

Se detuvieron.

La reina Nebulis IIX no había utilizado su poder astral y, sin embargo, Joheim se detuvo bruscamente al pisar el rellano.

Sus ojos centellearon. Si sus hijas Alice o Sisbell hubieran estado allí, habrían dudado de sus ojos. Había un brillo inhumano en la mirada de Mirabella Lou Nebulis IIX: purasangre y máquina. Era una mirada que nunca había mostrado a sus hijas.

―…Qué mala suerte. Parece que los guardias y Alice aún no han llegado.

Sus ropas crujieron al bajar por su cuerpo. Se había despojado de la capa exterior que cubría los hombros de su vestido real. Se despojó de la ligera armadura a prueba de balas y cuchillas que llevaba debajo.

―No quiero ser responsable de la destrucción del Espacio de la Reina.

Crujido. El ominoso sonido que resonaba alrededor de Mirabella Lou Nebulis IIX provenía del aire creado por la atmósfera que se agitaba por su poder astral. Era la liberación de sus poderes que había estado reprimiendo.





―Y así es como termina.

―……

El Discípulo Santo tomó la declaración de la reina en silencio. Un murmullo se le escapó al hombre.

―Parece que no entiendes… quién soy.

Nada podía contener más lástima y desprecio que su suspiro.

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