86 [Eighty Six]

Volumen 7: Niebla

Capítulo 2: Niebla Azul

Parte 6

 

 

 

“Ya nos has salvado muchas veces… Amigo, es hora de que te dejemos vivir tu vida.”

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De camino a la casa de baños, Shin se encontró con el Capitán Aegis, que estaba hablando con los Procesadores que no participaban en la prueba. Al ver el largo cabello negro del capitán balancearse como una cola, Shin pensó en TP, el gatito negro que Daiya recogió en su día.

Sólo sus patas eran blancas, como los calcetines.

En aquel momento, no le dieron un nombre y se limitaron a llamarlo como se les ocurriera. Por aquel entonces, pensaban que Lena no era más que una handler irresponsable que se limitaba a darles órdenes y que vivía engreída en la seguridad de las murallas.

¿Cuándo había decidido darle una despedida formal…? ¿Por qué había pensado que confiarle ese deseo sería lo correcto? ¿Por qué en aquel entonces había confiado tanto en ella?

De repente los ojos de Shin se abrieron.

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“Capitán Nouzen. Estamos considerando desmontarla. Su naturaleza poco cooperativa sólo hace que la opción parezca mucho más viable. Tal vez el hacerle saber nuestra intención podría servir como moneda de cambio…”

“No.”

Shin cortó bruscamente las palabras del jefe de la sección de inteligencia. Estaban hablando en la habitación de Shin.

Hacer eso no tendría sentido. La Legión no teme a la muerte, y las amenazas no los perturban.

“Olvide eso, Jefe de Sección… Déjeme entrar en la sala de confinamiento.” Todos los presentes se quedaron sin palabras ante la sugerencia de Shin.

“¿Qué estás…?” Empezó a decir Lena por reflejo, pero Shin cortó sus palabras con una mirada.

Sus ojos comunicaban que no tenía intención de hacer nada descuidado. Ya no era como antes, cuando pensaba poco en su propia muerte. El jefe de sección intercambió miradas con los otros responsables de la sala, uno de uniforme violeta y otro de color verde oliva, antes de aceptar.

“Comprueben que las sujeciones funcionan como es debido. Y mantengan las ametralladoras preparadas en caso de que tengamos que deshacernos de ella. ¿Qué posibilidades cree que tiene de hacerla hablar, Capitán?”

“La Reina Despiadada se desvivió por revelarse ante mí en la Montaña del Colmillo del Dragón. No trató de matarme, e incluso condujo a Raiden y a los demás hasta mí. Así que si mi suposición de por qué lo hizo es correcta…”

La cerradura de la puerta de la sala de confinamiento, que estaba sellada con pernos de aleación reforzada, se abrió. Las puertas de dos capas se abrieron, dejando sólo la puerta del lado de la sala de observación.

“Deja el Para-RAID encendido…” Dijo el jefe de sección. “Y no te acerques demasiado.

En el momento en que consideremos que tu vida corre peligro, la abatiremos.”

La puerta estaba formada por gruesas paredes de metal y era esencialmente un largo pasillo. Shin atravesó la puerta sin decir nada más.

Se cerró detrás de él, tras lo cual la puerta de la sala de confinamiento se abrió finalmente. Se situó en el límite entre la sala de confinamiento y el pasillo, en un punto en el que el material del suelo cambiaba, como para delimitar una frontera.

Al notar su presencia, la Reina Despiadada se agitó como un insecto que reacciona ante una presa, intentando ponerse en pie. Pero las limitaciones se lo impidieron. Era un movimiento casi reflexivo, una reacción mecánica.

Porque, sí, la Legión masacra todo lo que se le pone por delante. Ya sean personas, ciudades, países o ejércitos, pisotean todo lo que encuentran a su paso sin distinción.

Así eran sus instintos. Era lo mismo que una mina terrestre se preocupaba poco por la identidad de quien la activaba. Eran armas que mataban indiscriminadamente.

Pero en el lago de magma de la Montaña del Colmillo del Dragón, esta Reina Despiadada se rebeló contra esos instintos y no intentó matarlo. Simplemente se acercó, como si quisiera jugar con él.

O tal vez para evaluarlo. Pero, por supuesto, siempre existía la posibilidad de que las cosas hubieran ido de otra manera si se hubiera enfrentado a ella durante más tiempo. Si Raiden y los demás no hubieran ido tras él, y si nadie hubiera estado allí para detenerlo, las cosas podrían haber sido diferentes.

“Sé que puedes oír mi voz, Reina de la Legión.”

Shin se dio cuenta con amargura de que no tener un nombre con el que dirigirse a ella era un inconveniente. No podía llamarla Zelene, porque si no era ella, la reina podría intentar hacerse pasar por ella. Y llamarla Reina Despiadada tampoco era correcto. Así que sólo poder darle este apelativo le parecía irritante a Shin.

En el Sector Ochenta y Seis, siempre consideró que los nombres no eran más que símbolos utilizados para designar. Y siempre odió su propio nombre por sonar tan parecido a la palabra pecado (sin)…

Pero hace dos años, no le dio a Lena su nombre hasta que ella se lo pidió. Y ahora al recordarlo, tuvo que preguntarse cómo pudo llevar una vida así.

“Tú fuiste la que me llamó, ¿no? Ven a buscarme, dijiste. Y lo hice. Así que si tienes algo que decir, te escucharé. Aquí mismo, ahora mismo. Y si no respondes, me iré.”

Era difícil decir que estaban ocupando la misma habitación, ya que había unos buenos diez metros entre ellos. Pero mientras el sensor óptico de la Reina Despiadada, que parecía una luna, le miraba fijamente sin pestañear, Shin creyó ver una pizca de pánico en su mirada.

Lo había sentido durante siete años. La sed de sangre de las monstruosidades mecánicas. Podía sentir que se filtraba a través de la armadura del Ameise. Las restricciones crujieron fuertemente.

Hace dos años, pudo creer en Lena. Una chica a la que nunca había conocido de puertas para adentro. Y pudo confiar en ella porque eligió conocerla. Eligio hablar con ella, escuchar lo que tenía que decir… Porque podían aprender a conocerse.

Si no hubieran conversado, nunca se habrían acercado. Y uno no puede confiar en alguien o en algo que no conoce. Así que decidió hacerlo, de forma unilateral, sin intentar ponerla a prueba.

El crujido de las restricciones se detuvo. Levantó ligeramente su armadura blanca y un tenue resplandor plateado comenzó a salir de ella. Micromáquinas Líquidas.

Buscando en su memoria, Shin sabía que el Phönix era la única unidad de la Legión de la que se había confirmado que poseía la capacidad de convertirse en mariposas y salir volando.

Pero hubo otra unidad que recordaba que había utilizado, de alguna manera, tal habilidad. Su hermano, el Pastor Dinosauria. Las “manos” que se extendían desde él. Las manos que se extendían suavemente hacia él al final… Manos que, como las de una persona, podían sin duda estrangular tan fácilmente como acariciar.

“No sé nada de ti. No sé por qué me has llamado o incluso por qué ahora mismo estás en silencio. Así que quiero que me lo digas, con tus propias palabras.”

Las Micromáquinas Líquidas continuaron filtrándose. Pero justo cuando Shin empezó a temer que tomaran una forma física…

 

<<Abandona esta sala de confinamiento. Se aconseja la evacuación a la sala de observación.>>

 

Era como si se reprodujera el audio de un disco antiguo. Como el sonido de un ser sintiente e inhumano que se obligaba a hablar en lengua humana. Era una voz mecánica que era increíblemente difícil de entender.

La voz procedía de un terminal de información que permitía las comunicaciones de audio, que estaba colocada dentro de la sala de confinamiento. Se había activado sin que nadie la tocara, abriendo una holopantalla llena de ruido estático. La acentuación y el volumen de este ruido estático se utilizaba para producir palabras humanas.

Shin pudo oír el sorprendido tumulto que llenaba la sala de observación a través de la Resonancia Sensorial procedente del dispositivo RAID que llevaba en el cuello de su uniforme. No podía culparlos por estar sorprendidos. Probablemente se trataba del primer diálogo entre un humano y una unidad de la Legión en toda la historia.

Pudo oír a Vika murmurar para sí mismo, diciendo que ahora podía ver que le aterraba la idea de matar a Shin, incluso por accidente.

<<Una vez completada la evacuación, comenzará la respuesta a las consultas. Evacuar a la sala de observación. Esto es una advertencia.>>

Los Pastores se hicieron asimilando las redes neuronales de los humanos, pero no se podía saber cuánto quedaba de su conciencia y emociones humanas. Pero en ese momento, Shin creyó haberlo sentido.

La furia indignada de la Reina Despiadada.

<<Su determinación de negociar a riesgo de muerte es notable. Sin embargo, cualquier otro intento de hacerlo será rechazado. Recuerda esto.>>

Lena observó aquel espectáculo en un silencio aturdidor. No se estaba exponiendo intencionadamente porque esperaba morir. Lena lo entendía.

Pero apenas había informes de una unidad de la Legión que expusiera sus Micromáquinas Líquidas fuera de su cuerpo y las hiciera funcionar de forma independiente. Ni en la República, ni en la Federación, ni en el Reino Unido, ni en la Alianza, ni en ninguno de los otros países pequeños.

Sólo había un puñado de casos similares, incluyendo el caso del Dinosauria, que Shin y Raiden presenciaron, y el otro reportado fue Rei.

Aparentemente, esta habilidad no era común a todos los Pastores. Era posible que sólo la Legión que estaba explícitamente programada con la habilidad, como los Phönix, fuera capaz de hacerlo.

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Y para ello, no desconfiaban de la posibilidad de que utilizara sus Micromáquinas Líquidas como medio de ataque. Tal vez la Reina Despiadada tuviera la capacidad de utilizarlas de esa manera. Pero normalmente, las Micromáquinas Líquidas no se utilizaban como armas, sino como componentes de su sistema de control. Para empezar, no se movían con la velocidad irracional que normalmente tenía la Legión.

No podía ver a Shin a través de la luz que desprendían las Micromáquinas Líquidas, pero podía decir que estaba en guardia. Hablando mientras trataba de averiguar el momento adecuado para escapar si era necesario.

Y no había dado ni un paso fuera del pasillo ni siquiera antes de que apareciera el resplandor plateado, por lo que podía desplazarse rápidamente al otro extremo del pasillo si era necesario.





Estaba dispuesto a correr riesgos en aras de esta discusión, pero no se tiraba a la piscina.

Lo hacía por el bien del futuro que deseaba, para encontrar los medios de alcanzarlo.

Y verle hacerlo dejó a Lena con la boca abierta. Le hizo darse cuenta de algo. Él realmente… cambió.

Justo cuando Shin regresó a la sala de observación, los brazos formados por las Micromáquinas Líquidas se deslizaron por los huecos de la armadura de la Reina Despiadada, como si no pudieran esperar más.

No eran lo suficientemente largos como para alcanzar las paredes desde la posición de la Reina Despiadada en el centro de la sala de confinamiento, pero como para compensar su longitud, había un número sorprendente de ellos.

El regreso a la sala de observación hizo que los nervios de Shin se relajaran un poco. Tal vez por eso, el recuerdo de las manos de su hermano estrangulándolo, y no sólo sus manos de pastor, sino también sus manos reales, afloró con todo su vívido y escalofriante horror. Hizo que se le fuera el color de la cara por un momento.

“¿Estás bien, Nouzen?” Preguntó Vika, notando el cambio. “Sí… estoy bien. Acabo de recordar algo.”

Probablemente, Vika se dio cuenta de que muy posiblemente había sufrido algunas heridas relacionadas con las manos, o quizás fue herido por un Pastor.

“Te pusiste delante de ella, sabiendo que podía abrir una vieja herida. Te obligaste a hacerla hablar… Aunque fuiste tú quien insistió en que no se podía conversar con los muertos.”

“Sigo pensando lo mismo, incluso ahora…”

Los vivos nunca pueden mezclarse con los muertos. Esa era una regla de la naturaleza. Por mucho que uno quisiera hablar con ellos, las reglas con las que funcionaba este mundo seguirían siendo frías e inflexibles.

Pero al final de la misión de Reconocimiento Especial, cuando fue derrotado en las profundidades de los territorios de la Legión… Su hermano probablemente lo salvó. No podían conversar, pero sus voces sí llegaban al otro.

Shin podía oír las voces de los fantasmas, lo que implicaba que lo contrario también podía ser  cierto.  Pero, ¿y si conversar  con los fantasmas fuera realmente posible… pero los fantasmas simplemente no transmitieran sus pensamientos de una manera que Shin pudiera entender?

Los vivos nunca pueden mezclarse con los muertos. Pero tal vez los fantasmas que permanecen entre la vida y la muerte, que aún no han cruzado el río Leteo, puedan llegar hasta él, que permanece atado a la orilla más lejana.

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Era una teoría que le parecía a Shin ligeramente inquietante, pero no iba a huir más de ella.


“Sólo quería hacer todo lo posible… Si podemos conseguir la más mínima información beneficiosa, podríamos estar un paso más cerca de acabar con la guerra.”

Vika, por alguna razón, sopesó sus palabras con una sonrisa divertida.

“¿Quieres enseñarle el mar, hmm? Ya veo. Así que no escatimarás esfuerzos para ello.”

“¿Por qué tú también lo sabes?”

“¿Por qué asumes que no lo sabía…? Pero ahora mismo eso no importa.”

Al ver que el color había vuelto a la cara de Shin, Vika se volvió en dirección a la Reina Despiadada.

“¿Esas manos son algo que poseen todas las unidades de la Legión que han asimilado la red neuronal de un muerto?”

El micrófono estaba encendido, por supuesto, y la ventana estaba puesta en transparente. Pero la reina no respondió a su pregunta. Vika hizo una señal a Shin con los ojos, que repitió la pregunta. Esta vez, respondió.

<<Sólo  los  que,  incluso  en  sus  últimos  momentos,  han  extendido  sus  manos  en  una desesperación enloquecida, poseen esto.>>

Es como los gritos de la Legión, pensó Shin.

Sus cerebros se hicieron eco de esos gritos. Sus mentes se retorcían en las formas de sus últimas palabras, repitiendo las emociones que sentían al borde de la muerte. Sus deseos no morirían aunque sus cuerpos perecieran y, en cambio, se manifestarían como esas manos.

Sin estar seguros de sí sólo podía oír a Shin o si eligió conscientemente responder sólo a sus preguntas, los oficiales de inteligencia susurraron entre ellos, para que se les oyera por el micrófono. El jefe de sección insistió en que la próxima vez tendrían que tomar precauciones para evitar que los brazos salieran de su armadura.

<<Una pregunta ha sido contestada. Del mismo modo contesta a una pregunta.>>

La última palabra que dijo fue excepcionalmente difícil de entender. Era como si el lenguaje mecánico se hubiera convertido a la fuerza en sonido. Pero la terminal del parlante, por fortuna, apenas fue capaz de transmitir lo que había dicho.

Báleygr. 

Ese era el identificador que la Legión le había asignado a Shin.

<<Su nombre.>>

Shin lanzó una mirada al personal de inteligencia, uno de los cuales asintió. “Shinei Nouzen.”

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No añadió su rango ni su afiliación. La sala estaba blindada contra las interferencias electromagnéticas. Incluso si un Eintagsfliege hubiera entrado en la sala e intentado funcionar como repetidor, la Reina Despiadada no habría podido transmitir ninguna información a la Legión. Pero Shin decidió pecar de precavido.

La Reina Despiadada guardó silencio por un momento, como si tragara su aliento.

<<Nouzen. Nouzen. Descendiente de los destructores. Progenie del General de Ébano del Imperio. Pregunta. Por qué un Nouzen traicionó a su patria y desertó al ejército de la Federación? ¿Es porque es un rotegig? Respuesta.>>

Rotegig. Ojos rojos. Un término despectivo que los Onyx de sangre pura y ascendencia noble utilizaban para referirse a los niños mezclados con sangre Pyrope. Oír a la Reina Despiadada pronunciar esa palabra hizo que los oficiales de información Pyropes presentes en la sala endurecieran sus expresiones de desagrado.

Pero Shin había nacido en la República y se había criado en el Sector Ochenta y Seis, por lo que el insulto no le resultaba ofensivo.

“No soy del Imperio.”

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<<Entonces eres un Ochenta y Seis.>>

“… ¿Cómo lo sabes?”

Si era Zelene Birkenbaum, no debía saber lo que era un Ochenta y Seis. Ese término despectivo no existía mientras estuvo viva.

<<Porque eran débiles. Porque eran frágiles. Porque eran la raza inferior expulsada de la República. Capturarlos fue sencillo. Obtener información de ellos era simple.>>

Tenían medios para sacar información de un cerebro incautado. No… Ni siquiera un Pastor podía resistirse a los instintos de la Legión, y quizás a las directivas superiores enviadas por las unidades de comandantes. El hecho de que la Reina Despiadada estuviera conversando con ellos bien podría haber sido posible sólo porque estaba aislada del resto de la red de la Legión.

“¿Y cuál es tu nombre?”

Calculó que entendía el principio con el que trabajaba. Hizo una pregunta y él respondió. Por lo tanto, era su turno de hacer una pregunta. Y entonces preguntó aquello qué quiso saber desde el principio.

Por alguna razón, esa pregunta hizo que la Reina Despiadada inclinara un poco su cuerpo. Como si estuviera confundida o quizás decepcionada de que su provocación cayera en saco roto.

<<Se supone que ya lo sabes.>>

“He respondido a tu pregunta… Por favor, responde a la mía.”

Al ser preguntada de nuevo, la Reina Despiadada desvió su mirada hacia Vika, que estaba al lado de Shin.

<<Afirmativo. Aunque, innecesario. Confírmalo con la Serpiente Inocente de Antaño.>>

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Vika hizo una mueca por un momento y luego lanzó un largo suspiro. “Así que realmente eres tú, Zelene.”

<<Afirmativo.>>

La Reina Despiadada, Zelene Birkenbaum, asintió ligeramente. Con altanería. Con la crueldad de la luna blanca como el hielo, una crueldad que correspondía a su identificador.

<<Mi  nombre…  El  nombre por  el  que  se  me  conocía  cuando  aún  vivía…  era  Zelene Birkenbaum. Rango Mayor. Investigadora. Afiliada al Instituto de Investigación Imperial.>>

Subrayó que era su nombre cuando aún estaba viva. Como para enfatizar implícitamente el hecho de que ya no era humana.

Al salir de la ruidosa y bulliciosa sala de interrogatorios, Lena se dirigió al pasillo para escapar del ruido y miró hacia arriba. Se trataba de una base subterránea y, naturalmente, el cielo no estaba a la vista. Todo lo que podía ver era el frío y artificial gris del techo.

Shin realmente había cambiado. Cuando se enfrentó al teniente coronel de la República, mostró un claro desprecio por su malicia. Había fomentado los lazos con su recién redescubierta familia y las personas que estaban a su lado y se esforzaba por mantenerlos. Volvió a llamar a Annette Rita. Empezaba a recoger del fondo de sus recuerdos los retazos de la alegría que una vez conoció.

Incluso cuando el mundo era tan frío y poco acogedor, incluso cuando no tenía nada que esperar de él… Seguía mirando al futuro, buscando hacer realidad sus sueños.

Y Lena pensó que eso era algo bueno. Se alegró por él, pero… también sintió cierta soledad, como si la dejaran atrás. Y ansiedad, como si el suelo que pisaba se desvaneciera.

Ella pensó que era débil, pero… al final, realmente era una persona fuerte. Incluso con todos esos puntos débiles, y a pesar de que no podía ver la luz al final del túnel, todavía tenía la fuerza para seguir caminando, para alcanzar y agarrar su único deseo.

Pero eso significaba que podría llegar un momento en que Shin ya no la necesitara. Y en el momento en que pensó en eso, se apoderó de ella una pesada y abrumadora sensación de miedo. Aunque todavía no lo hiciera, seguro que algún día se daría cuenta. Que la persona a la que quería mostrar el mar… no tenía que ser ella.

Antes no era así. Hace dos años, Shin seguía atrapado en el Sector Ochenta y Seis. Estaba destinado a morir dentro de seis meses, y a su alrededor había otros Ochenta y Seis, que compartían ese destino. La única persona a la que tuvo que pedir que se acordara de él fue Lena. No era porque ella fuera especial de alguna manera. Simplemente era la única persona que Shin sabía que seguiría viviendo.

Pero ahora ya no era así. Había sobrevivido al Sector Ochenta y Seis y se había librado de ese destino de muerte segura. Al igual que Raiden y los demás. Había vivido en la Federación durante dos años, forjando nuevos lazos con gente que no le dejaría atrás.

Y así, Lena ya no era la única persona con la que podía vivir.

Pero no se puede decir lo mismo de Lena. Ella sólo había llegado hasta aquí porque Shin le dijo que lo alcanzara. Ella sólo podía luchar en pos de perseguir su sombra. Sin Shin, ella no podía luchar. Sin él apoyándose en ella… no podía pretender ser fuerte.

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Quería que él confiara en ella. Se aferraba desesperadamente al papel de ser la que él necesitaba, la que le rogaba que no le dejara atrás. Quería apoyarlo, guiarlo… Seguir actuando como una santa para él, aunque fuera una mentira.

El orgullo de luchar a su lado es todo lo que tengo. Mi preciado papel de ser la que lo sostiene. Si pierdo eso… Si Shin me deja… No podré seguir adelante… Y cuando él lo haga, no podré hacer lo mismo… No podré aferrarme a él, rogarle que no me deje atrás…

Pero mientras Lena formara parte del Grupo de Ataque, seguiría sirviendo como prueba de la validez del “sistema de defensa progresivo y humano” de la República. De la idea de que los ciudadanos de la República no necesitaban luchar. Del campo de batalla del Sector Ochenta y Seis de cero bajas.

Shin se había sacudido por fin esa ilusión, y a Lena le preocupaba convertirse en el grillete que una vez más lo atara a ella. Así que no podía aferrarse a él. No quería hacerle daño, ni agobiarle.

Porque, después de todo… soy uno de los cerdos blancos de la República…

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