Hai to Gensou no Grimgar

Volumen 14+: Las Cosas No Pueden Permanecer Igual

Apéndice 1: Sentimientos de la Máscara

Parte 9

 

 

Sangre

 

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Incluso si el bosque mismo los guiaba, eso no acortaba el camino. Pasó un día y una noche, y todavía no habían alcanzado nada parecido a una ciudad en el bosque.

Además de eso, Wezel se metió en los arbustos para orinar o algo así, y no regresó.

—…¿Hombre, qué demonios? —gruñó Ranta—. Me iré sin ti, ¿sabes? Uh, no es que tenga mucho sentido. Realmente no tengo nada qué hacer ahí…

No había nada que pudiera hacer. Ranta se dejó caer encima del equipaje de Wezel, que yacía en el suelo.

El hecho era que el rastro fosforescente que les mostraba el camino había desaparecido un poco antes. Si Ranta intentara llegar a Arnotu solo así, probablemente no lo lograría.

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Algo es extraño, pensó.

Honestamente, Ranta había detectado lo que estaba sucediendo, y no era tan vago como un simple «algo».

—Estoy rodeado de nuevo —murmuró—. Por supuesto. ¿Más treants? No… no es eso.

Suspirando, se rascó la cabeza. De acuerdo, ¿qué hago ahora? Hay varias opciones. Primero, intentemos esto.

Ranta se bajó del equipaje y corrió hacia los arbustos donde Wezel había ido.

—Tengo que orinar, tengo que orinar…





Hubo un sonido de algo cortando el aire, y Ranta se detuvo cerca de los arbustos.

Había una flecha incrustada en el suelo un poco por delante de sus pies.

Ranta chasqueó la lengua y puso su mano en la empuñadura de su katana.

—¡Como dije, tengo que orinar! —La flecha había llegado por la izquierda. Cuando se volvió hacia ahí, había otra flecha.

La segunda flecha se dirigía al pecho de Ranta.

—¡…!

Ranta sacó su katana y golpeó la flecha.

¿Qué es ese sonido? ¿Pasos? ¿Cuántos hay?

Dándose la vuelta, había hombres de orejas puntiagudas con espadas apuntadas hacia él.

Elfos, ¿eh?

—¡Muy cerca…!  —murmuró. Las espadas de los elfos se detuvieron justo antes de cortar su garganta.

Nunca hubiera pensado que se acercarían tanto.

Si fuera solo uno, sería una cosa, pero había tres de ellos. Normalmente, debería haberlo notado. No creía haberse relajado, pero pudo haber bajado la guardia.

Aun así, estos elfos eran hábiles.

En particular, uno de los tres, el elfo de mediana edad en el medio, parecía bastante capaz.

—Humano —habló el elfo de mediana edad—. ¿Qué estás haciendo en nuestro bosque?

Ranta se rio entre dientes. —¿Cómo sabes que soy humano? Podría ser un ogro o un demonio, ¿no?

—Si eres un ser tan vil, déjanos eliminarte aquí mismo.

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—¡Uh! ¡Alto! —Ranta levantó su máscara con su mano izquierda, permitiéndoles ver su rostro—. Buena suposición. No soy un ogro o demonio. Soy humano. ¿Qué? Estoy de vacaciones. No, tengo asuntos aquí… Bueno, no los tengo. Hay un tipo conmigo. Lo estoy acompañando en el viaje…

—Parece que estás solo —dijo el elfo con frialdad.

—S-Se fue a alguna parte, ¿de acuerdo?

—¿Esperas que te creamos?

—Piénsalo. Este es el Bosque de las Sombras, ¿verdad? Estoy sermoneando al jefe aquí… No, no es así, ¿cómo era? Bueno, de todos modos, no tengo que decirte esto, porque los elfos ya lo saben, pero este lugar no es uno donde ningún humano pueda caminar solo, ¿verdad?

—Eso es cierto.

—¿Verdad? Me condujeron aquí con el Arte Secreto del Bosque.

—¿Por qué un humano conocería las artes secretas practicadas por nosotros los elfos del bosque?

—¡No, no es eso! Obviamente, no sé nada de esas artes secretas. No fui yo, fue mi compañero de viaje… ¡¿Qué?!

Sintió algo envolverse alrededor de sus tobillos. Mirando hacia abajo, una especie de planta similar a la hiedra había crecido y envuelto alrededor de ambas piernas de Ranta.


—¡¿Q-Q-Qué es esto?! —gritó.

—Vamos a escuchar tus excusas después de esto.

—¿Después…?

Había otro elfo, detrás de los otros tres.

Ese elfo era una mujer.

Los elfos generalmente eran delgados, pero ella parecía delgada incluso para sus estándares. Había tenido una vaga imagen de los elfos, especialmente de las mujeres, todas con el cabello largo. Sin embargo, su cabello plateado era corto.

¿Qué estaba haciendo esa elfa, sobre una rodilla, con ambas manos tocando el suelo?

—¡Chamán! —jadeó Ranta.

En un instante, más hiedras de las que podía contar se envolvieron alrededor de Ranta. Incluso se forzaron a meterse en su boca y nariz, dejándolo instantáneamente incapaz de respirar.

Ay, dije, ay. Ay, ay, uy. ¡Esto no es gracioso! ¡Voy a morir aquí… en serio!

Ranta se desmayó.

Cuando volvió en sí, se encontró con que había sido obligado a sentarse en un lugar muy apretado.

Al menos déjenme acostarme, quería quejarse. Deberían haber sido capaces de darle esa comodidad, al menos.

Pero no, era físicamente imposible. Después de todo, el techo era bajo. No podría ser mucho más bajo que esto. La amplitud y profundidad de la habitación también eran cortas, cada una de menos de un metro. No había espacio para acostarse.

Había sido despojado de su máscara y relevado de sus posesiones, incluida la katana.

Las paredes detrás y a cada lado de él parecían duras como una roca, pero aparentemente eran de madera. Todo el frente era una puerta enrejada. ¿No estaba hecha de hierro, o de algún otro metal, sino también de madera?

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La puerta enrejada estaba envuelta con plantas espinosas, y definitivamente lo pincharían si las tocaba.

Al otro lado de la puerta había un pasillo. Parecía que había luz no muy lejos, y algo de eso lo alcanzaba aquí.

¿No había nadie en el pasillo? No sentía a nadie.

—Dijeron que escucharían mis excusas más tarde —murmuró Ranta—. Meh, alguien vendrá eventualmente, estoy seguro.

Sin embargo, como podría esperar, ni una sola persona, no, tal vez no debería decir ni un elfo, aunque tampoco estaba bien, no hacía la diferencia, porque nadie mostró ninguna señal de venir.

—¿Qué tal algo de comida? —murmuró Ranta—. ¿O un poco de agua? ¿Nada? ¿No hay nada? ¿De verdad nada? Hombre, nadie me advirtió sobre esto. Nadie me dijo acerca de esto. ¿Qué demonios? ¿Es esta una especie de juego de abandono? Voy a dormir… Ah, pero no puedo acostarme…

No pudo evitar sentirse desanimado por esto.

En momentos como este, debería mantener su espíritu de lucha en lo alto, pero no era bueno. No, no. Absolutamente no. No podía hacer eso.

Los espíritus de las personas suben y bajan. Incluso si pudiera controlar el suyo temporalmente, habría efectos secundarios en algún momento a lo largo de la línea. No era bueno pensar demasiado y deprimirse o descuidarse. Tenía que aceptar las cosas como eran. Su estado de ánimo subiría y bajaría, hasta que finalmente se estableciera en algún punto intermedio.

A través de su mente aparecían rostros, rostros, rostros…

No se detenía en ninguno de ellos. Los dejaba aparecer, luego se desvanecían y desaparecían por sí solos.

Lo mismo con los brazos.

Y pechos.

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Sí. Le estaban atrayendo, claro. Súper atractivos. Pero no se detuvo en ellos.

Ni en los muslos.

Ni siquiera en los traseros.

Incluso esa sonrisa cegadoramente brillante…

—…¡Urgh!

Ranta apretó los dientes. Por alguna razón, esa sonrisa alegre y suave, llena de inocencia y sin motivos ocultos, se negó a desaparecer.

Tengo que olvidarla. Olvídala. Olvídala. Olvídala ya.

Él lo sabía.

Nunca podría olvidarla. No había forma de que pudiera. Si ese no fuera el caso, Ranta no estaría aquí ahora.

¿Por qué estaba tratando de volver a Altana?

Porque quiero verla.

Tal vez ella nunca volvería a hablar con él. Eso estaba bien. Solo necesitaba ver esa cara.

Es estúpido. Voy a ver su cara, ¿y luego qué?

No hay nada que pueda hacer ahora.

No tiene sentido.

Quiero decir… ya no me va a sonreír, ¿verdad?

Escuchó pasos. No los estaba imaginando. Se acercaban.

Ranta cerró los ojos con fuerza, respirando lentamente.

—…Finalmente.

Sus ojos se abrieron.

—¿Hwhuh? —soltó con voz extraña.

Había un niño de pie delante de las barrotes. Un elfo, por supuesto. Tenían una vida más larga que los humano y su desarrollo era más lento, pero un niño era un niño. Este estaría en los seis años humanos, siete u ocho como máximo. Aunque su cabello era corto, a juzgar por su rostro, parecía que era una niña. Ella sostenía algo así como un bastón corto.


De repente, se le ocurrió que ella se parecía a alguien. Eso era extraño, porque no conocía a muchos elfos.

Oh. Era a ella. La elfa de cabello plateado que había capturado a Ranta con esa técnica de hiedras. Esta chica se parecía a esa chamán. Aunque tal vez solo pensó eso porque ambas tenían el cabello plateado que estaba cortado para una niña.

La elfa estaba mirando a Ranta a través de los barrotes cubiertos de espinas. Sus ojos eran rojos como la sangre.

Ranta tragó saliva.

—Tú…

—Humano. Si quieres salir, te dejaré salir.

—…¿Eh?

—¿Qué eliges? —preguntó la elfa.

—Bueno… si dijera que no quiero salir, estaría mintiendo.


—¿Qué eliges?

—Quiero salir.

—Entonces deberías haberlo dicho desde el principio. Me disgustas.

—¿Te disgusto? —gruñó Ranta—. Escucha…

—Soy Leaya.

La chica que dio su nombre como Leaya golpeó las barrotes tres veces con su bastón corto.

Entonces, oh, espera, ¿qué era esto? Las ramas espinosas que estaban apretadas alrededor de las barrotes se soltaron y se deslizaron.

Leaya sacó una llave de su bolsillo, la insertó en el ojo de la cerradura y la giró. Hubo un clac y se abrió.

Sintió que estaba siendo engañado de alguna manera, pero Ranta abrió la puerta y salió al pasillo. Le dolía la cintura, le dolía la espalda, le dolían las rodillas, le dolía todo, así que sabía que no era una ilusión. Ranta hizo algunos estiramientos, giró las caderas y sacudió las muñecas y los tobillos.

—Ahí estaba yo, listo para ser torturado también —dijo.

—Tenemos mayores problemas ahora.

—…¿Qué quieres decir?

—El bosque está bajo ataque —declaró Leaya con calma.

—Hmm —dijo Ranta—. Bueno, no es una pena. El bosque está… espera, ¡¿bajo ataque?!

—Eso es lo que dije, sí.

—Te oí. Pero ¿bajo ataque…? Oh, por las fuerzas de la alianza, ¿eh? Tiene que ser eso. ¿Ya están atacando?

—Es por eso que ya no tenemos tiempo que perder con algún humano sospecho.

—Elfos del bosque, seguro son blandengues —se burló Ranta.

—¿Por qué?

—Es posible que un humano sospechoso pueda ser un espía enemigo, ¿verdad?

—¿Lo eres?

—Bueno, no, no lo soy, pero aún así.

—Lo sé. —Leaya estaba inexpresiva y terriblemente tranquila también.

Esto era solo la imaginación de Ranta, pero probablemente no venía de un hogar privilegiado, ni había sido criada con amor por todas partes. Además, los ojos maduros e inquebrantables de Leaya eran rojos como la sangre.

—Leaya —dijo Ranta—. ¿Un viejo te pidió que vinieras a dejarme salir de esta jaula?

—Mi madre lo hizo.

—Ella es la chamán con cabello plateado, como el tuyo.

—Sí. Mi madre se llama Alorya. Pero… —Leaya bajó los ojos y se mordió un poco el labio—. Fue un viejo extraño quien le pidió a mi madre que lo hiciera. Nunca lo he visto antes. Era un viejo extraño que no conozco.

—Ya veo. —Ranta puso su mano sobre la cabeza de Leaya. Inconscientemente. No le quedaba bien, pero no sentía que se hubiera equivocado.

Seguía su corazón, abriendo su propio camino. Esa era su regla. Si quería acariciar a un niño en la cabeza, lo haría si le quedaba bien o no.

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—De cualquier manera, eres tú quien me salvó —dijo Ranta—. Te debo una. Juro que te pararé. Si hay algo que pueda hacer, dilo.

—Para empezar, quita tu sucia mano de mí.

—¿Oh? —Ranta retiró la mano.

Vacilante, se miró la mano. Ciertamente, era difícil llamarla limpia. En realidad, estaba bastante sucia.

—¿Tienes algo para limpiarla? —preguntó—. Um, perdón por eso…

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