Magdala de Nemure (NL)

Volumen 5

Capitulo 4: ¿Quién De Ustedes Dijo Que El Milagro Es Falso?

Parte 6

 

 

La razón por la que esto se puso serio fue debido a las bolas de metal que volaban por encima de las paredes.

“¿No puedes hacer que se calmen?” “Parece difícil de manejar~.”

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Tales fueron los pensamientos de los dos alquimistas después de escuchar todo.

“Los mercenarios tienen la máxima creencia en sus milagros. No tienen malicia.”

“Pero es por culpa de que se jacten de este incidente que tenemos que calmarlos con un milagro, ¿no?”

Mientras los mercenarios se jactaban alegremente en las mesas del bar de que tenían la protección de Dios, las bolas de metal cayeron de repente. Los aterrorizados compañeros seguramente querían encontrar gente sobre la que desahogarse para tapar sus miedos y ansiedades.

Así, alguien gritó, exigiendo los llamados milagros, y la oscura noche quedó inquietantemente silenciosa. Era obvio, sin levantar la vista, que los ataques de la catapulta habían terminado.

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“Si el Archiduque Kratal o Lord Alzen aparecen, será un enfrentamiento entre escuadrones. Los otros mercenarios también preguntarán por sus superiores, pero Lord Alzen está ocupado con los otros comandantes, y no tiene tiempo para ocuparse de esto.”

“Además, probablemente no querrán terminar peleando entre ellos.”

Ya que todos compartían el mismo destino en la misma ciudad. “Pero las cosas se irán de las manos si se dejan como están.”

Y los mercenarios que creían en el milagro de Kusla y las otras cosas que ocurrieron antes seguramente tendrían sus rencores.

No podían pedirle a Alzen que se ocupara de ellos, y si se les dejaba, el orgullo de los mercenarios quedaría herido. Así, su ira se dirigiría a Kusla y a los demás. Pensarían, ¡por qué no nos ayudan!

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El jadeante mensajero vino a explicar que la situación era grave y que ellos mismos no podían hacer frente a la situación.





El propio Kusla lo consideró ridículo, pero era algo habitual.

Los alquimistas no eran más que herramientas, y los milagros no eran más que una herramienta.

“Por favor, haz un milagro para que se calmen.”

Parecía que el propio mensajero ansiaba un milagro para calmar la ansiedad provocada por las prepotentes bolas de metal.

“Además, si eres capaz de calmar a esos mercenarios ahora, tu posición entre las fuerzas será inquebrantable.”

Incluso en esos momentos, Alzen nunca se olvidó de recordar los intereses de los demás. El propio Kusla estaba impresionado.

Pero tenía razón.

Después de pensarlo un poco, Kusla le dijo a una inquieta Fenesis. “Hemos traído bastantes herramientas para procesar los minerales,

¿verdad?”

“S-Sí.”

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“¿Qué estás planeando~?” Preguntó Weyland.

Kusla respondió: “Mojar a esos tipos de sangre caliente con agua fría. Ya es una costumbre, ¿no?”

“¿Hm?”

Kusla ignoró a Weyland, que reflexionaba con una mano en la barbilla, y dio instrucciones a Fenesis,

“Consigue la botella indicada para el agua y el hielo. Es peligroso.

No las agites.”

Fenesis asintió con rigidez y entró en el taller tambaleándose. Junto a Kusla, Weyland levantó la cabeza al darse cuenta.

“He oído que el inquisidor hacía milagros cuando obligaba a los paganos a convertirse~.”

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“Pues justo eso es lo que vamos a hacer.” Dijo Kusla con sinceridad. En ese momento, Fenesis sacó la botella con cuidado y la entregó. “Me llevaré esto.”

“¿Y el milagro?” Preguntó el mensajero.

Kusla se limitó a encogerse de hombros.

“Dirige el camino. Una vez que sacan las espadas, no hay quien los pare.”

El mensajero asintió y condujo al grupo de Kusla al lugar del incidente.

La taberna estaba situada en una calle muy desordenada, con un montón de borrachos agitando sus armas con fuerza. Dada la situación, era de esperar que ocurriera algo.

El mensajero condujo a unos cuantos hombres a través de los borrachos, sólo para chocar con un muro humano. Todos ellos empuñaban armas, sus rostros estaban enrojecidos y apestaban a alcohol mientras gruñían en el centro de la multitud.

Fenesis estaba atónita, e incluso Kusla tenía la piel de gallina.

Ante la violencia gratuita, los alquimistas sólo podían enfrentarse a ellos mediante la violencia.

En ese momento, el mensajero exhibió las agallas que debía tener. “¡Atrás! ¡Dejen paso a la Doncella y a los Alquimistas!”

El mensajero sonaba exagerado, pero Kusla sabía que en tales situaciones, cualquier signo de debilidad por su parte los llevaría a ser arrollados por los borrachos de alrededor.

Kusla se inclinó un poco hacia delante y sus labios mostraron una sonrisa de satisfacción. También Weyland fingió parecer intrépido. Tal era su especialidad. Kusla se inclinó hacia Fenesis, susurrando: “No importa lo nerviosa que estés, tu aprieta los dientes, no muestres miedo y actúa como una doncella.”

Fenesis levantó la cabeza hacia Kusla, e hizo lo que él decía, apretando los dientes con cautela, aparentemente haciendo un mohín como un niño. Se puso las manos a los lados de los labios, relajándose, y dejó de moverse. Esos movimientos le quitaban las fuerzas por completo.

Su expresión podría engañar al menos a 8 de cada 10. “Bien, movámonos.”

Kusla le dio un empujón en la espalda, haciéndola avanzar primero.

Los mercenarios se apartaron, mirando a la comitiva con ojos atroces, como si se les acusaran de herejía.

Algunos de ellos ya estaban echando humo, pensando que la crueldad de Dios y el error de sus compañeros los condenó a este aprieto, pero había algunos que no conocían la vergüenza, hablando de algunos milagros. ¿No merecían ser apoyados?

Atravesaron el muro humano y ante sus ojos se enfrentaron los escépticos y los fervientes.

“¡Oh, Alquimista!”

Los maltrechos mercenarios forzados a los lados de las calles gritaron al unísono.

El que ofreció flores a Fenesis estaba entre ellos.

Todos estaban encantados, como si fueran testigos de Dios en el campo de batalla.

O quizás, una forma más fácil de describirlos sería que eran mártires rodeados de paganos.

Probablemente estaban a punto de ser interrogados por sus perseguidores.

“Ya que tenemos la protección de Dios, ¡muéstrenla!” “¡No se creen nuestro milagro!”

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“Una cosa es que nuestros nombres sean mancillados. No podemos perdonar a los que se burlan de nuestros salvadores.”

Los mercenarios se quejaron, sólo para escuchar frías burlas. “Tan solo muéstranos tu milagro.”


Los mercenarios circundantes se apartaron apresuradamente.

Había un hombre con un hacha de guerra apoyada en su espalda, y claramente era un guerrero capaz de masacrar su camino a través del campo de batalla. El ambiente que tenía era diferente al de los que estaban detrás. Probablemente era alguien que había experimentado decenas, incluso cientos de batallas.


“Tu existencia en esta maldita ciudad es una monstruosidad. Lo que te ha salvado es la suerte. Es común en el campo de batalla.”

El hombre escupió una vez que dijo eso.

Kusla comprendió un poco la infelicidad del hombre.

A él también le disgustaba que Fenesis creyera en la suerte.

“Mira la realidad. ¡No hay ningún milagro! ¡No contagies tu laxitud a los demás!” Gritó uno.

O más bien, no habían tenido tanta suerte como el grupo de Kusla cuando superaron el asedio.

No hubo protección de Dios, nos abrimos un camino para escapar, y ahora estamos desesperados, claramente no podían decir eso. Ahora, en tal situación, cuando alguien se jacta de la protección de Dios…

Kusla sintió un dolor de cabeza, pero la espada desenvainada tuvo que ser envainada de nuevo.

“Tienes muy mala suerte, ¿eh? Si los ignoras, te tacharán de traidor.

Si se acercan, les rogarán un milagro que no existe.”

Se volvió cada vez más impetuoso, probablemente incómodo con la situación.

“Muéstranos un milagro. Esta es una noche en la que desciende un demonio.”

Se burló, y la gente de los alrededores miró con desprecio, y dentro de sus sonrisas bullían la ira y la ansiedad. Parecían un grupo familiarizado con la crueldad del mundo, que aullaba. Parecían preguntar si iba a intentar engañarlos con un milagro que no existía.

“¿Los he oído decir que esa cosa tuya se llama fuego del infierno?

¿Qué dispersa al enemigo? Probablemente los ahuyentó con antorchas,

¿no?”

“Si a esto se le llama milagro, ¡es una ingenuidad de tu parte!”

Entre los latigazos verbales, se oía vagamente el rechinar de dientes.

La moderación mostrada por su parte fue realmente digna de elogio.

Kusla tosió una vez y abrió la botella. “¿Hm? ¿Qué? ¿Vino de disculpa?”

“¿O alguna botella con el Espíritu Santo?” “Jeje, ¿algún cuento de hadas?”

Los hombres de enfrente se rieron.

“¿Quieren ver milagros?” Preguntó Kusla con despreocupación, y las sonrisas de los mercenarios se congelaron.

“Oigan, reúnan todas las antorchas, iluminen este lugar. Además, traigan una mesa y un cuenco de madera.”

Kusla ordenó a los mercenarios que estaban a su lado, y éstos hicieron lo que se les dijo. Kusla lanzó una mirada gélida hacia los mercenarios de enfrente.

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“Les mostraré un milagro.” “…”

La mano del líder permanecía en la empuñadura del hacha, sin parecer inmutado. Sin embargo, los hombres que estaban detrás de él empezaban a sentir pánico.

No, espera, tal vez…

Kusla ignoró sus reacciones, se acercó al oído de Fenesis y le susurró: “Lee una Escritura de la Biblia. Cualquiera servirá. Sólo asegúrate de que suene bien.”

“¿…?”

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