Danmachi: Sword Oratoria (NL)

Volumen 8

Capítulo 3: Lagrimas sin Derramar

Parte 4

 

 

 

Bete se encontró con el grito arrebatador de Valletta con un furioso aullido propio.

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Ella había matado a Leene y los demás. Y ese solo pensamiento fue suficiente para hacer que todo el mundo de Bete se convirtiera en llamas.

—¿Cómo lo tomó Finn, eh?—Probablemente se veía tan patético como lo estas tú justo ahora, ¿eh? ¡¿Como si tu precioso gatito acabara de morir o algo así?!

Y entonces la ira de Bete implosionó. Justo en esa cara sonriente.

—¡¡RRUUUUUUUUAAAAAAAARRRRGGGGHH!!

Su pie se movió tan rápido que pareció fundirse con la lluvia que caía, rompiendo la daga de Valletta directamente en su mano.

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—¡Mierda! … Bueno, adivina que las cosas terminan aquí; Valletta maldijo mientras saltaba y se alejaba del hombre lobo, lanzando una rápida mirada a su destrozada hoja antes de lanzarla detrás de ella. —¡Aunque si sigues así, te matarás!; Agregó con una risa rígida ante los ojos ahora inyectados en sangre del hombre lobo. A pesar de la cautela de sus palabras, su propia voz estaba llena de diversión. —¡Vamos, entonces, Vanargand! ¡Aunque ya sea demasiado tarde! Ja-ja-ja … ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja- ja-ja-ja-ja-ja-ja-ja.

Y con eso, la mujer desapareció bajo la lluvia.

Bete ni siquiera esperó hasta que ella se fuera por completo, él se fue en un instante.  La lluvia que inundó su visión solo impulsó aún más su furia.

¡Fuera de mi camino! ¡Piérdanse! gritó para sí mismo cuando sus piernas tronaron contra el suelo debajo tan lentamente que casi lo volvía loco. Y la lluvia pareció responder, perdiendo muy poco de su fervor como si estuviera asustado por el avance del lobo.

Vio una cimitarra demasiado familiar que yacía abandonada sobre los adoquines.

De repente, las maldiciones que habían estado atando su cuerpo se soltaron, y se sintió infinitamente más ligero incluso cuando su corazón se apretó en su pecho.

Más rápido, más rápido, más rápido.

Siguiendo los cuerpos desparramados de los asesinos que Lena debió haber esquivado antes, se propulsó a ir aún más rápido a través de las ruinas barridas por la lluvia.

Abajo, por esa calle en ruinas de la ciudad, él corrió. Y entonces.

—…

El camino se abrió frente a él, y allí estaba ella.

La lluvia caía sobre su cuerpo, tendida sobre la piedra desmoronada.

Ella debe haber luchado hasta el final. Su piel cobriza estaba pintada con el color rojo de su sangre, y sus brazos y piernas eran una malla enmarañada de cortes y heridas. Sobresaliendo de su estómago, casi como una lápida, estaba una daga negra.

La sangre goteaba de la herida lenta, constante y silenciosamente en los charcos de abajo.

Bete se quedó congelado por un momento, luego corrió al lado de la chica, arrodillándose junto a ella. La salpicadura de agua que él envió pintó su mejilla, haciendo que sus párpados se abrieran, muy lentamente.

—¿Eres… tú… Bete Loga…?; Murmuró ella con los labios manchados de rojo y una mano que se alzaba inestable en el aire. —No puedo… ver muy bien… Todo es… borroso…

Sin darse cuenta, Bete extendió su propia mano para encontrarse con la de ella, con cautela, con cuidado. La mano de Lena respondió con un suave apretón, casi como si sus propios dedos delgados estuvieran sonriendo.

—…Oye.

Urgió Bete.

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—…Oye.

Bete comenzó a temblar.

—…Oye.

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Parece que no podía decir nada más, casi como si sus labios estuvieran rotos.

Los borrosos ojos oscuros de Lena comenzaron a caer cuando la sonrisa más suave y leve cruzó su rostro.

—Bete Loga… lo siento por ser tan… débil…

————-

—No pude cumplir mi… promesa…

Cuando las palabras se desvanecieron, también lo hizo el poco calor de su cuerpo. El tiempo se detuvo allí.

Con el último gramo de su fuerza, Lena le dirigió la sonrisa más silenciosa.

—Realmente quería… estar a tu lado… Esas fueron sus últimas palabras.

Cuando lo último de su fuerza desapareció, sus delgados dedos se deslizaron de las manos de Bete. Casi como si en ese momento, otro gorgoteo de sangre goteara de su cuerpo, con la última chispa de vida dentro de ella convirtiéndose en nada.

—…

La lluvia sonaba tan fuerte a su alrededor. ¿Estaba llorando el cielo? Bete no hizo ningún sonido.

Él no se rio. Él no lloró.

Simplemente se quedó mirando a la chica en el suelo, con el pelo mojado pegado a la cara. El tiempo parecía estancado en un bucle sin fin.

—¡Lena!

Cuando finalmente se llamó el nombre de la chica, no vino de él.

Era Aisha, sin aliento mientras corría y seguía a una sorprendida Aiz y Riveria.

Bete reconoció la llegada de las chicas, girando la cabeza hacia un lado y levantándose lentamente. Los tres corrieron hacia adelante en un instante. Aisha tomó la iniciativa y lo empujó sin una palabra, pero se detuvo antes de poder arrodillarse junto a la chica en el suelo.

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Ella había dirigido una mano temblorosa solo a medio camino hacia el cuerpo de la chica antes de que sus dedos se curvaran en un puño.

Aiz y Riveria se pusieron de rodillas junto a ella, con el rostro sombrío cuando sacaron la daga y comenzaron a preparar frascos de medicina y hechizos de curación, tan inútiles como sabían que serían.

Y Bete lo observó todo, lo observo todo con sus ojos oscuros.

—¡Está  maldita…!;  Murmuró  Riveria  mientras  observaba  la  daga  de  color  negro azabache.

La mirada de Aisha se detuvo ante esto, con su voz tersa mientras dirigía su ira hacia Bete.

—¡¿Qué te dije, Vanargand?! ¡¡Si le sucedia algo, cualquier cosa, lo que le pase a ella, yo…!!; siseó ella, con sus ojos clavándose en él.

Pero Bete no tuvo una respuesta.

Simplemente se quedó allí, con la lluvia empapando su piel mientras devolvía la mirada indignada de Aisha.

Entonces, finalmente, sus labios se movieron, formando una sonrisa.

—Heh. ¿Y que se supone que debo hacer, eh? La maldita mocosa se escapó sola.

Los ojos de Aisha se apretaron.

—Ella solo se estaba poniendo en el camino de todos modos. Era demasiado molesta.

—Bete…

—Es como siempre he dicho. No puedo hacer nada por un trozo de cebo.

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—Bete…

Pero ahora que había comenzado, él no podía detenerse, las palabras volvían a él como una cascada apresurada. Ignorando las miradas de Aiz y Riveria, él simplemente siguió hablando, siguió burlándose.

Él continuó riéndose.

—Todos terminarán de esta manera. Muertos en la acera e incapaces de hacer algo al respecto… ¡Y no digas que no se los advertí!

Aisha estalló, las chispas se encendieron en sus ojos.

—¡¡NGH!!

Superada por la rabia, ella agarró a Bete por el cuello, la furia se acumuló como un infierno cuando lanzó su puño directamente hacia su cara estúpidamente sonriente.

Solo que, en esa fracción de segundo antes de que su puño conectara…


——–

Ella se detuvo con un chirrido.

Lo único que terminó golpeando la cara de Bete fue la lluvia torrencial, formando riachuelos que caían en cascada por sus mejillas.

Aisha simplemente se quedó allí, congelada, con los ojos muy abiertos. Y por la vida de él, Bete no pudo entender por qué.

¿Por qué?

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¿Por qué se detuvo su puño?

¿Cuál era esa mirada que ella le estaba dando?

¿Qué fue ese shock coloreando sus ojos?

¿Qué demonios estás mirando? Estoy sonriendo, ¿verdad?

¡Como siempre lo hago!

—Tú…

¡Oye! ¿Qué piensas que estás mirando?, ¿eh? ¿Tengo algo en mi cara?

¿No puedes ver que me estoy riendo de ella? Entonces, ¿por qué me miras así?

¿Por qué no estás golpeándome?

—…

Aisha, sin decir alguna palabra, bajó su puño, liberando su agarre en el cuello de Bete. Con una última mirada de lástima, ella se dio la vuelta.

Mientras tanto, Riveria tomó a la chica inmóvil en el suelo en sus brazos y se la llevó. Dejando a Bete atrás.

—……Bete.

Solo Aiz se quedó, sin saber cómo acercarse al hombre lobo o qué decir. Así que ella simplemente lo miró, parada allí de espaldas a ella.

La lluvia nunca paró.

—… ¿Qué demonios fue eso?

¿Por qué ella no lo había golpeado?

¿Por qué?

¿Por qué le había mirado así?

Crees que puedes mirarme como quieras, ¿Eh—?

Fue humillante, eso es lo que era.

Dejando lo que debería haber sido su sonrisa desdeñosa deslizándose de su rostro, él apretó los dientes tan fuertes que era probable que se rompieran.

La rabia—y otras emociones—se agitaban por sus venas como el fuego. Y sin embargo, él era incapaz de hacer una sola cosa.

Incapaz de gritar, él volteó su mirada hacia el cielo. Y hacia la lluvia insensible, golpeando contra su piel.

***

 

 

Había estado lloviendo ese día, también.

Con el Maestro de los Llanuras vencido, Bete comenzó su regreso triunfal a la Ciudad Laberinto.

Sin embargo, todo lo que le esperaba a su llegada fueron los rostros llorosos de su familia y el cadáver de su amada.

———–

Bete se encontró repentinamente abrumado, el ruido seco del suelo pisoteado bajo sus pies se estrelló a su alrededor.

No se suponía que fuera algo especial. Ellos estaban entrando en el Calabozo, igual que siempre. Solo el típico ataque al Calabozo, igual que siempre. Entonces, de repente, ella terminó muerta.

Había sucedido tan rápido. El calabozo había mostrado sus colmillos y la había tomado antes de que ella hubiera tenido la oportunidad de resistir.

La mujer que había estado tratando de ponerse fuerte por el bien de Bete; que había hecho todo lo posible para deshacerse de la piel de su antiguo y débil yo; que había ignorado su propia fuerza y pagado el precio final. Y Bete no había estado allí para protegerla.

—B-Bete…

El resto de su familia era un espectáculo igualmente lamentable, gimiendo y herido. Algunos habían perdido extremidades, algunos cuyos cuerpos ni siquiera se habían recuperado de la excursión al Calabozo, y otros con lágrimas corriendo por sus rostros cuando se disculparon con Bete una y otra vez. Nadie lo culpó. No, no culparon a nadie más que a sí mismos y su propia falta de fuerza, maldiciendo al mundo con una desesperada melancolía.

Su cadáver había estado tan pálido, como si estuviera libre de pesar o dolor, como si nada hubiera pasado en absoluto.

¿Por qué?

¿Por qué?

¿Por qué no podría haber sido más fuerte?

¿Por qué tenía que ser tan débil?

Demasiado débil para luchar contra el mundo, para luchar contra el destino, para luchar contra la verdad.

Estos débiles.

Ellos no pueden hacer nada sin mí.

Sin uno de los fuertes para protegerlos.

¿No me hice más fuerte para escapar de todo esto?

Entonces ¿Por qué sigue sucediendo? ¿Por qué me quitan las cosas que amo?

Una cantidad ridícula de preguntas se agitó en su corazón antes de desvanecerse en nada. Un torbellino de pensamientos que no podía convertir en palabras, la desesperación se adentraba en su ser.

Echando un vistazo a sus compañeros, todavía llorando sin poder hacer nada en el suelo, él se levantó distraídamente.

—Bete… lo siento.

La voz vino de Víðarr esta vez, el dios giró su mirada hacia Bete. Algo dentro de Bete se rompió.

Antes de que lo supiera, sus manos sujetaban el collar de Víðarr y lo sostenían en alto.

—¡No me digas eso! ¡Se supone que un dios no debe disculparse!

—¡Bete, para!

—¡Un dios—un dios se supone que no debe admitirlo!

Bete continuó gritando, las lágrimas corrían por su rostro incluso cuando los miembros de su familia corrieron hacia adelante para alejarlo. No dejaba que Víðarr se disculpara, no cuando esas palabras eran una aceptación de los sacrificios hechos por los débiles.

Se sentía como si el mundo entero estuviera afirmando la desesperación de Bete. Las lágrimas, la angustia, se negaron a dejarlo ir.

¿Por qué se estaba disculpando Víðarr?

¿Por qué se estaba disculpando con Bete?

Bete no lo entendió. Todo lo que podía hacer era aullar, la emoción cruda corría a través de él como un río furioso.

Se decidió que Víðarr y su familia rota abandonaran Orario. Bete no fue con ellos.

Él se había lavado las manos de ellos. Como con la esperanza de hacer que lo odiaran, sus palabras afiladas prácticamente los expulsaron de la ciudad, como si quisiera mantenerlos lejos del Calabozo. Y el Gremio no tenía más remedio que permitir su partida si querían que Bete, ahora un aventurero de segundo nivel, se quedara en Orario. Bete ni siquiera despidió a sus antiguos amigos el día que se fueron.

Con la bendición casi retirada de Víðarr aún en su espalda, lo que le permitió pasarse a otra familia, Bete siguió luchando y se lanzó a batalla tras batalla. Se sumergió solo en el Calabozo, hiriéndose, perdiendo sangre por chorros, pero aun cortando monstruos de izquierda a derecha. Élse había convertido en un lobo hambriento de aún más poder, incluso más fuerza.

Pero aun así, el dolor fantasma que irradiaba el tatuaje en su mejilla, su colmillo, se negó a ceder.

De hecho, en todo caso, empeoró. Él había destruido a su enemigo, entonces ¿Por qué el dolor lo seguía adondequiera que iba?

La lenta quemadura que asolaba todo su cuerpo no podía ser enfriada.





Fue en esta época cuando Bete comenzó a atacar con su lengua tan afilada como un cuchillo.

— ¡Lárgate, cebo!

—¡Conoce tu lugar!

—¡Diría que eres un perro que ladra y no muerte, pero ni siquiera puedes ladrar!

Él reprendió a todos y todo, y los que lo rodeaban empezaron a despreciar al lobo solitario sin familia. Y lo atacarían, una y otra vez, tratando de derrotarlo, para finalmente ser derrotado. Su desesperación simplemente no podía ser detenida.

No pasó un día sin que él no escogiera una pelea. Como un reloj, casi, él estaba causando estragos en el bar debajo de la señal de la avispa roja. Ni siquiera el enano descontento que dirigía el lugar podía estar enojado con él, casi como si estuviera sintiendo lástima por la situación de Bete.

Bete no iba a ser derribado por los fuertes.

No importa cuánto lo lastimaron, cuánto le robaron, cuánto lo acosaron, él seguiría luchando, seguiría avanzando. Porque se había prometido a sí mismo que se deleitaría con su carne y se haría fuerte él mismo.

Sí.

Lo que finalmente había destronado a Bete no era el fuerte—sino el débil.

Los seres impotentes incapaces de luchar contra un mundo donde solo los más fuertes sobrevivieron.

Y no importa qué tan fuerte se volvió, su fuerza no pudo hacer nada para cambiar eso. No importa cuán fuerte se volvió, no podía salvar a esos seres frágiles.

Antes de que se diera cuenta, había llegado a despreciar a los débiles, impotentes para cambiar su destino, con cada fibra de su ser.

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Odiándolos, odiándolos, reprendiéndolos con palabras ridículas y desprecio.

Así, el hombre lobo solitario, roto y sin amigos, continuó su búsqueda voraz de fuerza, rechazando a todos los que lo rodeaban. Solo, él luchó su camino hacia adelante a lo largo de su propio camino.

Hasta que, a pesar de no tener una familia, tomó un nuevo nombre—

Vanargand.

Sí, así es como lo llamaban.

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