Bluesteel Blasphemer (NL)

Volumen 1

Epílogo: Quien Reina Sobre la Tierra

Habían pasado unos diez días desde la llegada de la Orden Misionera. Se había decidido construir una casa -un santuario- para el “erdgod” una vez más, sobre las ruinas de la antigua. Esta no sería una choza improvisada hecha con lo que estuviera a mano; sería una estructura robusta de ladrillo. Pero como su construcción exigiría una cierta cantidad de trabajo, el esfuerzo no fue emprendido por los habitantes del pueblo, que tenían todos trabajos que hacer, sino por un grupo de trabajadores temporales bajo la vigilancia de un maestro carpintero.

“¡Vamos, no aflojes, ahora!” El calvo y musculoso carpintero no perdió la oportunidad de lanzar insultos (¿o fue un estímulo?) a sus trabajadores. “Un dios va a vivir en esta casa. ¡No queremos decepcionarlo!” La mayoría de los hombres tenían la cara oscura, pero trabajaban en silencio.

Uno, sin embargo, podía ser escuchado diciendo, “¿Por qué debería ser reducido a tal…” Era Arlen, murmurando para sí mismo mientras trabajaba. Pudo haber creído que no hablaba, pero el maestro carpintero lo vio y lo oyó todo.

“¿Por qué? Esto no es tu capital, y tú no estás a cargo de nada aquí.” Le dio a Arlen un golpe en la cabeza con la mano dura.

Arlen y los demás no tuvieron más remedio que aceptar la “sugerencia” de Fiona. Informaron a sus superiores de la Iglesia que habían matado con éxito al erdgod local y convertido a la población, y que se quedarían en la zona. Y lo harían, pero por supuesto, no como caballeros de la Orden Misionera. Fiona y el resto del pueblo difícilmente podrían permitir eso. Sus armas habían sido confiscadas por los aldeanos, y los antiguos caballeros se dedicaron a tareas menores dondequiera que se necesitaban.

A los veinte caballeros que habían sido víctimas de los ataques de Yukinari y Dasa se les permitió concentrarse en descansar y recuperarse, pero eran, en cierto modo, rehenes para mantener a Arlen y a los demás a raya.

“¡Si tienes la energía para hablar, no estás trabajando lo suficiente! ¡Mueve esas manos!”

“…Sí, señor.”

Arlen se disculpó, luego suspiró y volvió al trabajo.

***

Hay cosas que entendemos incluso sin ponerlas en palabras. Pero a veces, si no las ponemos en palabras, no podemos seguir adelante. Para eso son las ceremonias y los rituales: para permitirnos volver al futuro, un futuro diferente de nuestro pasado.

“Señor Yukinari…”

En el salón de la residencia de los Schillings. El padre de Fiona, Hans, y sus mayordomos habían dicho que estarían encantados de asistir, pero Fiona los rechazó porque ella y Berta eran las más adecuadas para hacer este caso particular a Yukinari.

¿Qué caso?

“…Por favor, quédese en esta zona y proteja la ciudad de demigods y xenobestias.”

Era un alegato que había escuchado muchas veces de los labios de Berta. Pero ahora ella no le rogaba en medio de una crisis, sino que se lo pedía formalmente cuando se encontraba en el salón de los Schillinger por segunda vez. Y eso le dio a las palabras un reparto claramente diferente.

“Te dedico de nuevo mi cuerpo, mi corazón, mi alma, todo lo que soy, a ti.

Por favor…”

“Uh, pero…”

“Yukinari”, dijo Fiona desde su lugar al lado de Berta. “Considera esto como una petición mía también.” Yukinari se quedó en silencio.

“Hemos conseguido despistar a la verdadera Iglesia por ahora, pero si se enteran de la verdad, habrá represalias.”

“¿No puedes poner una excusa?” Yukinari dijo. “Diles que algún sucio y podrido erdgod te obligó a hacerlo.” Se indicó con una sonrisa irónica.

“Supongo que es posible”, murmuró Fiona con el ceño fruncido. “Sabes, estamos construyendo un nuevo y apropiado santuario.”

“Ese no es realmente el problema.”

“¿No es Berta suficiente para satisfacerte? Si necesitas… algo más, entonces como te dije, también estoy disponible.”

“Bien, detente ahí mismo.”

Las mujeres y el dinero eran los dos medios tradicionales de ganar un hombre a su lado… y Friedland no tenía mucho dinero. Necesitaban una forma de convencer a Yukinari para que se quedara. Y Yukinari, en el fondo, era en realidad sólo un adolescente. No era como si fuera infeliz por tener las atenciones de dos jóvenes tan hermosas como Fiona y Berta. Pero… “Admiro su determinación, de verdad. ¿Pero no lo entiendes?”

“¿Conseguir qué?”

“No soy humano”, dijo Yukinari, con toda la fuerza que pudo. “Tú misma lo viste”.

“Sí. Lo hicimos.” Las dos mujeres asintieron con la cabeza.

“Y no estás preocupado por… ya sabes. ofrecerte a algo como yo? ¿Nadie te enseñó nunca a valorarte a ti misma?”

“Pareces suficientemente humano”, dijo Fiona. “Y supuestamente, incluso solía haber matrimonios entre humanos y Erdgods. Aunque no estoy segura de que sea verdad”.

“¿Qué”, preguntó Yukinari después de una pausa, “bellas doncellas y horribles bestias?”

Era cierto que en su “mundo anterior”, Yukinari había sabido de un número de mitos y leyendas que hablaban del mismo tipo de cosas. Y este mundo en el que se encontraba ahora, con sus Erdgods y Xenobestias, ciertamente parecía estar lleno de criaturas que se sentirían a gusto en esas historias. Tal vez la gente de este mundo tendría menos objeciones que el propio Yukinari para convertirse en el cónyuge de algo no humano.

“Escuchen. La Iglesia me hizo. Yo…”

Un humano artificial. Un “ángel”, una herramienta de proselitismo. En otras palabras, su propia existencia estaba destinada a ser un secreto; y como si esto no fuera suficiente motivación para cazarlo, la Iglesia aún querría vengar las muertes del anterior Dominus Doctrinae y del jefe de la Orden Misionera. Si la Iglesia se enterara de que estaba aquí, no se sorprendería de que enviaran a todos los caballeros de la Orden a Friedland.

“Déjeme tratar de poner esto de otra manera, ¿sí, Yukinari?” Fiona dijo que su tono de repente se volvió más familiar. “Me alegro mucho de haberte conocido. Odiaba el viejo sistema de sacrificios; realmente quería hacer algo al respecto. Pero yo…”

Por un momento se detuvo, dudando. Pero luego continuó: “No tuve el valor”.

“¿Valor?”, preguntó él.

“Sí. Para trazar un futuro diferente de nuestro pasado.”

Hubo una larga pausa. “Yo no…”

“Creí que tenía que cambiar. Pero cambiar algo que ha durado tanto tiempo, hay muchos desafíos en eso. Y si te equivocas, podrías incluso empeorar las cosas. Esas fueron mis razones, mis excusas para no hacer nada.” Su tono tenía una nota de auto-recriminación, pero su rostro era brillante. “Pero tú rompiste todas esas cosas viejas y congeladas. Tal vez no quisiste hacerlo, tal vez fue sólo casualidad, pero no me importa”. Fiona se había inclinado un poco, mirando al suelo, pero ahora miraba la cara de Yukinari. “Me pregunto si tal vez eso es lo que son los dioses.”

“¿Cómo es eso?”

“Siguen por ahí… toman las cosas que los humanos hacen, y encuentran un significado en ellas. Existen como dioses, e incluso si no lo hacen

cualquier cosa… bueno, de ahí viene el significado.”

“Creo que estás confundiendo dioses y mascotas.”

“Es posible”, Fiona sonrió. “Así que quédate aquí, Yukinari. Con nosotros. Por favor…”

“Um, p-por favor agrégueme a la lista de gente que quiere que se quede aquí”, dijo Berta. “Quiero que te quedes con nosotros, Señor Yukinari-, y quiero quedarme contigo.”

Yukinari no dijo nada, y luego dio un largo suspiro.

Un dios. Una mascota. No importaba. Lo que decían resonaba con él mucho más fuerte que cualquier apelación sobre “el bien del pueblo” o “el bien de la gente”. Y así…

“…está bien.”

Fiona y Berta se miraron con asombro, sus rostros brillando.

Siguió esto con un débil intento de pretexto: “Estaba pensando que no podía arrastrar a Dasa por toda el planeta para siempre, de todos modos.” Luego se volvió hacia su compañera mientras notaba su intensa mirada. “Erm…?”

“Yuki”, dijo Dasa hoscamente. “Sabía… que eras un… mujeriego.”

“Oye, todo eso de ofrecerse o lo que sea, son sus palabras, no las mías”.

Dasa envolvió sus dos brazos alrededor del brazo izquierdo de Yukinari, en silencio.

“¿Dasa?”

“Pero quiero que seas capaz de ser libre, Yuki.” Miró sus pies mientras hablaba. “No te sientas… agobiado por tu promesa… a mi hermana.” “Dasa…”

“De lo contrario, seguramente…”

¿Seguramente qué? se preguntó. Pero ella no terminó su frase, sólo apretó el brazo de él. Dejó escapar un respiro y le puso una mano en su cabello plateado.

Esto pareció incitar a Fiona y Berta a empezar a discutir algún tipo de orden entre ellas.

“Así que supongo que eso significa que a partir de esta noche, podemos tomar turnos en ¿El dormitorio de Yukinari?”

“¡Oh! En ese caso, yo…”

“Oye, tú”, dijo. “Mejor deja eso, o esta conversación se irá al diablo rápidamente.”

“¿Tú crees?”

“Oh, no lo creo. Ya lo sé.”

Fiona le dio una inclinación de cabeza inquisitiva. “¿Es esa tu orden, como un dios?”

“Sí, supongo. Te ordeno, como dios de esta tierra- que dejes de hablar por ahora.”

Yukinari soltó las palabras con un suspiro, consciente de Dasa, su mirada se oscureció rápidamente, a su lado.

– FIN DEL VOLUMEN 1 –