Makeine: Too Many Losing Heroines! (NL)

Volumen 1

Perdedoras 2: Yakishio Lemon Contra La Narrativa

Parte 1

 

 

Muchas cigarras. los sonidos eran ensordecedores. Y el sol sofocante no ayudaba. Por fin había terminado la segunda hora de clase -Educación Física- y lo único que me separaba de la libertad eran las tareas de limpieza.

Dejé caer la última valla en el almacén y me sequé el sudor que me caía de la cara. El sistema estaba roto. No era justo que el tipo de guardia tuviera que ser aquel cuyo número de asiento coincidiera con el día del mes. Quienquiera que decidiera esa pequeña regla debía de ser el número treinta y creerse muy listo.

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«Los mataré», refunfuñé, sacudiéndome la suciedad de las manos.

Cuanto antes acabara con esto, antes podría quitarme esta ropa asquerosa y sudorosa. El último en cambiarse era el último que se quedaba en calzoncillos mientras los demás se vestían, y yo no quería ser ese tipo.

De repente, la puerta se cerró. Todo quedó a oscuras. ¿Por fin había ocurrido? ¿Empezaba por fin el acoso? Este era mi final.

Me di la vuelta y vi que no estaba solo. Yakishio Lemon estaba de pie en la penumbra, moviéndose torpemente. El sudor se apoderaba de su ropa, pegándola a su cuerpo y acentuando su figura.

«¿Yakishio-san?» le dije.

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Era una escena sacada directamente de un anime. Tragué saliva.

Yakishio evitó mirarme a los ojos. Se apartó un mechón de pelo que tenía pegado a la mejilla y se acercó. «Hola, Nukumizu», dijo. «Quería preguntarte algo».

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«Oh. Claro.»

A diferencia de aquellos con mentes de menor disciplina, mis expectativas no eran altas. Había visto suficientes comedias románticas como para saber que no habíamos tenido ni de lejos la acumulación de interacciones suficiente para desencadenar una escena de este calibre.

«¿Han hablado desde entonces?», preguntó.

«¿Eh? ¿Quién? ¿Sobre qué?»

Esto no era un desarrollo romántico. Era del tipo en el que se espera que el protagonista se ponga nervioso antes de que sus esperanzas se desvanezcan. Podía soportarlo.

«Mitsuki», dijo Yakishio. «Sobre los libros. ¿Ha venido ya a por ellos?»

Ahora que lo pensaba, no había puesto a Ayano al corriente de nada de eso.

Yakishio se llevó las manos a la espalda y golpeó tímidamente el suelo con la punta del zapato. «Estaba pensando que, bueno, ¿quizá podría dárselos yo?».

«Bueno, es una colección bastante grande», dije. «Tendría más sentido que él viniera y…». Yakishio seguía inquieta. Me di cuenta. «En realidad, avísale de mi parte, ¿quieres? Tengo permiso, así que puede pasar cuando quiera».



«¡Claro! ¡Te doy mi palabra de que lo sabrá!». Su sonrisa iluminó el cobertizo. El polvo que bailaba bajo los rayos de sol parecía casi centellear a su alrededor. «¡Le avisaré para que venga después de clase!»

«En realidad, espera. Tengo una idea».

«¿Sí?» Yakishio ladeó la cabeza, sin dejar de sonreír.

Veníamos del mismo instituto. A mi lado sentimental le apetecía hacerle un favor.

«¿Qué tal si le dices que venga un día que no tengas entrenamiento?». Le dije.

Era el plan perfecto para que estuvieran juntos más tiempo. A lo mejor hasta podía llegar a un acuerdo y dejarles la habitación para ellos solos un par de horas.

«Pero, ¿por qué?» dijo Yakishio, mirándome confundida.

«Para que puedas venir a visitar el club. El mismo día», dije. No podía haberlo dejado más claro. «Ya sabes.»

«No… realmente.»

Con un demonio.

«Podrías decirle que venga a recoger sus libros y ya está», le expliqué. «O podrías elegir un día que no tengas entrenamiento para que vayan juntos. Si no sabes cómo auto invitarte, el tour te da una excusa para estar allí de todos modos».

Dio una palmada y levantó las cejas al darse cuenta. «¡Ah, ya entiendo! Eres un tipo listo, Nukumizu». Sus labios se abrieron en una amplia sonrisa. Me dio una palmada en la espalda. «Me equivoqué contigo. No eres tan malo».

No estaba seguro de querer saber por qué todos creían que era ‘malo’ según mis compañeros.

«¡Pero no te equivoques!», se apresuró a decir Yakishio. «Mitsuki es sólo un amigo, ¿sabes? Sólo somos compañeros, eso es todo».

«Buena salvada», dije con expresión seca.

Yakishio me hizo un puchero. Al parecer, la jerarquía social no equivalía a la madurez emocional.

«En fin, ¿podemos acabar con esto? Me estoy derritiendo». Ella se abanicó la camisa por el cuello. Mientras tanto, me obligué a morderme la lengua. Ella Intentó abrir la puerta. «Uh…»

«¿Qué?» Intente abrir la puerta con ella. Sin éxito.

Yakishio se volvió hacia mí. «Yo, eh, creo que podríamos, tal vez, posiblemente estar encerrados aquí dentro.»

«Estás bromeando», le dije. «¡Ayuda! ¿Hay alguien afuera…?»

«¡Silencio!» Yakishio siseó. «¡Deja de gritar!»

Me rodeó el cuello por detrás con un brazo y se aferró a mí con todas sus fuerzas. Las muchas cosas que me presionaban la espalda casi me hicieron olvidar todo el sudor asqueroso del que estaba cubierta. Casi.

«¡No puedo… respirar!» Me ahogaba. Por más que intentaba safarme, eran sus músculos contra mi falta de respiración. «¡Veo una luz…!»

Le di un golpecito en el brazo.

«¡Oh, rayos, lo siento», dijo. «¿Estás bien?»

«Estás… estás loca», jadeé. «¿Por qué demonios me has detenido?».

«¡Porque la clase de Mitsuki también tenía educación física! ¡Podría estar por ahí!»

«¿Y no le llamamos porque…?»

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«¡Porque sí!» Afirmó Yakishio. «Y si me viera aquí sola con otro chico y él, bueno, no sé…». Hizo girar los pulgares. Me habría parecido linda en cualquier otra situación.

«Bueno, tenemos que darnos prisa antes de que todos se vayan», dije.

«La próxima clase llegará pronto, ¿ok? Esperemos hasta entonces».

«Y entonces encontrarán a un chico y una chica que han estado solos juntos durante Dios sabe cuánto tiempo».

«Podrías travestirte», propuso Yakishio.

«Si eso está sobre la mesa, podrías convencerme de una mejor manera.»

No llegábamos a ninguna parte, y todos nuestros compañeros se habían marchado mientras tanto. Los murmullos de los estudiantes habían sido sustituidos por una cacofonía de cigarras.

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Yakishio se alzó para asomarse por una ventana alta. «¿Por qué no viene nadie?».

«Oh», dije. «Yakishio-san. Creo que están en la piscina».

«¿Eh?» Sonó el timbre. El siguiente período había comenzado. «¡¿Por qué no estábamos en la piscina?!»

«¿No has oído al profesor? Los de segundo año la estaban usando para practicar para el torneo.»

«Oh. Cierto. Así que ahora la piscina está abierta», dijo Yakishio. «Y nosotros estamos atrapados aquí dentro».

Las cigarras zumbaron su orquesta.

«¡Socorro!» gritó Yakishio. «¡Yo también estoy aquí!»

«¡Alguien!» Grité.

Nuestras súplicas resonaron en la nada. Al final, nos rendimos y encontramos un par de lugares cómodos en el suelo para contemplar.

El pronóstico de la mañana decía que hoy sería un día abrasador, con una máxima de treinta y cinco grados, y el cobertizo cada vez estaba más caliente. En algún momento dejé de sudar tanto, no porque me hubiera acostumbrado al calor, sino porque estaba seco como un esqueleto.

«Me pregunto cuándo se dará cuenta alguien», murmuré.

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«El equipo de atletismo estará aquí al menos hasta la hora de comer», jadeó Yakishio. A su alrededor se estaba formando un charco visible. Su cuerpo era una máquina.

«Oye, ¿estás bien?»

«Sí, no, soy el tipo de chica impala. Aquí no hay gacelas», murmuró.

«Oh, genial.»

Espera, ¿qué?

«Intento decirle a la gente que cuatro patas son mejor que una. Pero, ¿me escuchan?», divagó. «Escucha. Nada te refresca tanto como el agua lo hace con una hiena moteada.»

«¿Yakishio-san?»

Ella estaba cualquier cosa menos bien. Tenía que hacer algo.

La ventana estaba arriba, cerca del techo, y enrejada por seguridad. No podía colarme por ahí. Rebusqué en las estanterías para encontrar algo con lo que hacer ruido -un silbato o un megáfono, quizá- y encontré una vieja y polvorienta bolsa de lona enterrada en el fondo. Dentro había ropa de mujer, una toalla y, gracias a Dios, una botella de agua medio bebida.

Se me cayó el estómago. El líquido estaba cubierto de láminas de moho. Volví a meter la botella en la bolsa y, por casualidad, vi un bote de spray refrescante.

«¡Yakishio-san! Esto te ayudará», le dije.

Ella se fijó en el bote y sus ojos volvieron a iluminarse. «¡Eres el mejor, Nukkun! hechalo».

¿Nukkun?

Me dio la espalda y se quitó la camiseta empapada. El sujetador deportivo ocultaba muy poco de su piel desnuda, incluso en la penumbra.

Me atraganté con saliva. «¡M-más despacio!»

«¡Pero lo necesiiiito!» gimoteó Yakishio.

Y pensar que viviría para ver el día en que una mujer me suplicara algo, y nada menos que esto. Tímidamente, le devolví un buen rociado. Yakishio dejó escapar varios gemidos y aullidos poco saludables.

«Ahora de frente», dijo.

Se giró. ¿Esto estaba permitido? Tenía la sensación de estar infringiendo algo. Una ley, una norma de algún tipo. Podía ver su vientre desnudo, y las líneas de bronceado que asomaban de su sujetador deportivo no ayudaban con los pensamientos intrusivos.

La rocié. Sus abdominales se crisparon. Volvió a gemir. No era culpa mía por los lugares a los que iba mi mente. Esto me lo llevaría a la tumba.

«¿Mejor?» Le pregunté.

«Un poco», dijo. Ella todavía parecía vacía, sus ojos inestables. Se metió las manos bajo el sujetador.

«¡Espera, espera, espera!» solté. «¡No te lo quites!»

«Vamos, Nukkun. Las dos somos chicas. Estoy sudadísima. Dame una toalla».

Make Heroine ga Ōsugiru! Volumen 1 Capitulo 2 Parte 1 Novela Ligera

 

Esta chica estaba delirando. Pensaba que estaba en el vestuario de las chicas, de todos los lugares.

Revolví la bolsa en busca de la toalla y, sin dejar de mirar en otra dirección, se la di a Yakishio mientras se quitaba el sujetador. «¡V-vuelve a ponértelo cuando termines!».

«Oye», dijo, «ese es mi bolso. Así que aquí es donde lo perdí».

Yakishio echó un vistazo al interior mientras ella se limpiaba.

«¡Yakishio-san!» Grité. «¡L-la ropa! ¡La ropa primero!»

«¡También deje una bebida dentro!»



Oh-oh. Me arriesgué a echar un vistazo y encontré a Yakishio momentos antes dando un sorbo a la botella mohosa.

«¡Detente!» Se la arrebaté. «¡No te bebas esto!»

«¿Por qué eres tan malo, Nukkun?». Se subió encima de mí y cogió la botella.

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Grité. «¡No estoy viendo! ¡No estoy viendo!»

«¡Es mía!» Yakishio gimió.

¡Ahí están de nuevo! ¡Justo contra mi espalda! ¡Sí, esta vez los siento!

«¿Hay alguien ahí? ¡Marcooo!» Una voz que reconocí. Era nuestra profesora, Amanatsu Konami.

«¡Sensei! ¡Estamos aquí! ¡Polo! ¡Polo!» Le grité.

Hubo un clic, un traqueteo, y la puerta se abrió. Estábamos salvados.

Amanatsu-sensei miró detenidamente lo que tenía delante. «¿Se están divirtiendo, verdad?»

Quizá no nos salvamos. Una Yakishio semidesnuda yacía tirada encima de mí. Tal vez simplemente estábamos saliendo de un sartén hipotético para caer en el fuego literal.

«Ustedes dos terminen primero», dijo Amanatsu-sensei con rotundidad.

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«¡Espere, no cierre la puerta! ¡Necesito su ayuda!»

«He estado en algunos escenarios locos en mis tiempos, pero ¿durante clases? ¿En serio?»

«¡No quiero tanta información!, Sensei, ahora por favor por el amor de Dios ¡ayúdeme!»

Una vez conseguí liberarme del delirante agarre de Yakishio, ella se apagó como una luz justo en el piso.

Una vez más, para que conste: Yo no estaba mirando.

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