TRPG Player Ga Isekai (NL)
Volumen 4 C2
Posfacio: Con Cautela
Parte 2
Demasiado concentrado en controlar mis vaporosos pensamientos, me encontré vestido antes de darme cuenta, y luego me empujaron de vuelta a la cama para sentarme con la espalda contra el marco. La doncella luego sacó una mesa plegable de vaya-a-saber-dónde y la cubrió con una comida.
—Mis más sinceras disculpas. No pudimos preparar nada más que lo más simple y básico, ya que no sabíamos cuándo despertaría. Si tiene alguna petición en particular, haré lo posible por cumplirla. ¿Hay algo que le gustaría?
—¿Simple…? ¿Básico?
Me habían servido un aromático té rojo, un danés —ni siquiera podías encontrar esos por la ciudad— que claramente había sido horneado fresco esta mañana, una salchicha hervida llena de hierbas que estaba justo fuera del rango de precio de un ciudadano común, y un poco de queso glaseado con miel, algo que nosotros, los campesinos, solo podríamos esperar probar en tiempos de celebración. Este desayuno hacía que las fiestas del festival de primavera de Konigstuhl parecieran una broma; si esta era una comida básica, entonces ¿qué estaba comiendo todos los días?
¿Qué les pasa a estos cerdos burgueses? ¡Alguien tráigame un martillo y una hoz!
Frizcop: ¡Camarada! xD
—Si es demasiado pesado para su gusto, prepararé una sopa ligera o una papilla de inmediato.
La criada interpretó erróneamente mi estupor atónito como un signo de mala salud e intentó compensar; negué en pánico y tomé la bandeja con alegría. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero no podría llamarme imperial si dejaba que una taza humeante de té rojo se enfriara.
Tan pronto como vio que comenzaba a comer, la señorita Kunigunde, la doncella, dio un paso atrás de la cama con alivio. Aunque solo dio un paso hacia atrás, inmediatamente se volvió difícil determinar su posición. Naturalmente, empleaba magia en cada movimiento; quizás estaba usando habilidades del apartado de Asistente Arcano que una vez hojeé en mi hoja de personaje. Supongo que una herencia de segunda categoría no bastaría para atender a verdaderos nobles.
—El sol está alto y la madame y la princesa están descansando en este momento, así que le ruego que se sienta como en casa y las aguarde aquí hasta que despierten.
Estaba sujetándome el estómago tras terminar la lujosa comida para la que mi vientre no estaba en absoluto preparado, y no tuve ni un momento de reposo antes de que me soltara esta bomba. La palabra «princesa» evocó una posibilidad: la había descartado cuando recobré el sentido, pero al parecer ella había sido la que me había salvado. El hecho de que no hubiera soñado esa última escena antes de que el pozo de la desesperación me atrapara me hizo querer suspirar.
—…Oh. Un momento, por favor.
La criada se interrumpió a sí misma, cerrando un ojo y colocando una mano en su sien. Reconocí esa reacción: era la de alguien que había recibido un mensaje telepático inesperado. Algunos magos también adoptaban esa postura para reflexionar más profundamente sobre la semántica arcana, pero una sirvienta interrumpiendo sus propias palabras delataba un mensaje de su amo.
—Mis disculpas, —dijo—. Parece que ya es demasiado tarde.
—¿Eh? ¿Demasiado tarde?
Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, la puerta se abrió de golpe.
—¡¿Estás despierto, mancebo?! ¡Qué maravilla!
Por un momento, pensé que alguien había asaltado la puerta con un ariete; al mirar, sin embargo, no vi nada más que a una deslumbrante mujer que exigía la atención de la mirada. Era la dama de ojos escarlata, cabello negro y vestida con toga que había dispersado el ataque del noble enmascarado. Los magníficos colores que compartía con la señorita Celia eran tan impresionantes que se habían grabado en mi memoria; aunque no podía recordar de qué color era la túnica que llevaba la primera vez que la vi, ahora tenía algo de un vibrante carmesí adornado con hilo de oro.
Mientras se adentraba por la entrada despejada, la sirvienta matusalén cerró los ojos y dio un paso atrás con un resignado movimiento de cabeza. El mensaje estaba claro: no debía pedir su ayuda, ya que no podía hacer nada más por mí.
—¡Cielos, la noche fue verdaderamente pesada! Quando el taumagrama vino sin aviso con sus malas nuevas, me apresuré a buscaros, hallándoos errante en el umbral del segador, mi querida sobrina-nieta sin poder soltarse de vos por la congoja, y mi necio sobrino parloteando sin tregua. ¡Ah!, lo cual me trae a la memoria: tan exasperante fue aquel menguado que intenté dejarlo casi muerto, y mi afán de matarlo una vez nomás no fue suficiente. ¡Oh, cómo desearía haberlo acabado!
Increíblemente, la hermosa mujer que recordaba a la señorita Celia se plantó a un lado de mi cama sin ningún reparo. Aun así, a pesar de sus similitudes, esta dama carecía de la frágil gracia de la monja; en su lugar, había una confianza extendida. Sus cejas finas y arqueadas coronaban dos gemas orgullosas que brillaban con un intimidante orgullo.
¿Qué crees que pasaría si alguien tan hermoso me mirara a tan corta distancia? La respuesta fue que los hilos de pensamiento que había logrado ordenar se enredaron nuevamente. Gravemente.
—Non os engañéis. Turbar un yantar por mi amada y adorable querida non puede incomodarme, ni lamentaré mi propio esfuerzo por vapulear al bufón de mi sobrino. Doble razón hay cuando tal esfuerzo va acompañado de un niño mensch tan extraño.
Su belleza era algo que la señorita Celia nunca alcanzaría, no importa cómo madurara: era el atractivo feroz del vampirismo dejado al descubierto. Curvando sus facciones en una sonrisa, la mujer aún no presentada pasó su garra por mi barbilla… y se rio. Su risa era terriblemente única, casi desdeñosa, incluso. Su voz y su dialecto arcaico se deslizaron en mi cerebro y se enroscaron allí, dejándome aturdido.
—¡Ay!, ¿e cómo podría yo omitirlo? Debéis ofrecer vuestras gracias a mi sobrina en su momento. Que vuestra carne permanezca como cuando nasciste tomó la inmolación de mi querida como su precio.
Supongo que esto era una forma de carisma en sí mismo. Me inundó con un torrente de declaraciones sin ninguna consideración por mí, pero extrañamente no sentí ningún desagrado. Cada acción suya, cada palabra, se enterró en mi memoria sin intención de irse. Estaba dotada de la disposición de un gobernante. Bendecida con un magnetismo que podía arrastrar a cualquiera a su alrededor, sus talentos evocaban la imagen de un estadista fuerte, pero la tiranía despiadada que sin duda podía ejercer acechaba apenas fuera de vista.
Era como si la personificación de la dignidad que había dado paso a la historia estuviera aquí, sentada ante mí.
—Aunque esa misma amada sobrina me ha inquietado con toda suerte de tribulaciones. Primero lamentándose por el paradero de algún otro, luego demandando que un mensajero sea enviado sin dilación tras su hallazgo… Efímero favorito de mi linaje, imagino que tú también tienes mucho que solicitar de mi favor. ¿Non es así?
Aunque lo planteó como una pregunta, la dura orden en su voz impulsó mi alma a afirmarla.
—¿Puedo preguntar por qué ha prescindido de prendas inferiores?
…Puedo explicarlo. Ella ya había mencionado todo lo que yo quería saber, y, bueno, tenía curiosidad. Las túnicas eran grandes piezas de tela que envolvían el cuerpo, pero solo estaban destinadas a ser una capa exterior como parte de un atuendo completo. Por alguna razón, ella estaba desnuda debajo. Estaba completamente desnuda. Demandaba tanto de mi atención que lo mencioné dos veces.
Su abrumadora presencia había atropellado mi confusa mente hasta el punto de no poder contener mi curiosidad. Más aún, algo había perturbado mis facultades mentales, privándome de la capacidad de producir algo que no fueran pensamientos superficiales. Por qué estaba aquí, qué había pasado ayer, cómo habían vuelto a crecer mis miembros… Sabía que tenía mucho que preguntar, ¡pero aun así!
—Hm. La razón es simple.
Podía sentir la mirada incrédula de la criada clavándose en mi costado, pero el vampiro semidesnudo sólo esperó el tiempo de un latido antes de responder.
—Los tontos aderezan y engalanan; ¡yo seduzco a la mayoría tal cual soy!
La belleza mostraba su cuerpo con formas exageradas, como una actriz orgullosa de su actuación sobre el escenario. Sus miembros flexibles se combinaban con curvas semejantes a colinas ondulantes, todo ello envuelto en una piel pulida hasta la perfección. Más seductora que las más grandes obras de mármol, la toga ocultaba sus partes íntimas con salaz incertidumbre, una seducción inequívoca. Si alguien la congelara tal y como era ahora y la colocara en un museo, vendrían invitados de todo el mundo para verla.
—Oh… Um… Bueno… Es usted realmente muy hermosa.
—¿De veras? Tienes buen ojo para la belleza, mancebo. Habla, pues; si tu afirmación es algo más que vana jactancia, dime claramente qué de mi encanto te ha hechizado.
Me había dejado llevar por mis bajos instintos y había soltado mi verdadera opinión, y ahora ella pretendía hacérmelo pagar con elogios concretos. Teniendo en cuenta su alcurnia, dudaba que quisiera elogios; ¿por qué incitaba a un chiquillo tonto a hacerle cumplidos?
Renunciando a devanarme los sesos, empecé a ensalzar su aspecto con toda mi verborrea, tartamudeando de vez en cuando por miedo a ofender a una persona de tan considerable estatura. Mientras tanto, tuve que tragarme lo que probablemente era la pregunta más importante que podría haberle hecho: ¿Quién es usted?
[Consejos] Los sirvientes abarcan desde la servidumbre feudal hasta el aprendizaje y el trabajo remunerado. Por lo general, se trata de mayordomos profesionales para toda la vida, en contraposición a la servidumbre temporal.
En el Imperio Trialista, los hijos de sangre azul suelen pasar algún tiempo sirviendo a los amos de otra casa como parte de su formación en etiqueta; también hay familias enteras de sirvientes que poseen mucha más historia e influencia que muchos advenedizos de nuevo cuño. Los escándalos provocados por gente que mira por encima del hombro a los «sirvientes» sin conocer su verdadera estatura son bastante comunes.
Los nobles eran criaturas fastidiosas: animales apuntalados en una cosita llamada «orgullo». La totalidad de su poder procedía del valor de su marca y su influencia, y ninguna fortuna material podía comprar el respeto que acompañaba a la historia y el carácter. Como consecuencia, sus gastos podían parecer un derroche desde el punto de vista financiero: construían mansiones, colocaban alfombras y se adornaban con las mejores ropas. Parecer tacaño ante sus compatriotas conllevaba perder prestigio; parecer poco fiable ante sus subordinados les hacía abandonar la órbita; y encontrarse con un rival extranjero vestido de forma desaliñada amenazaba con dañar el prestigio de toda la nación.
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