Spy Kyoushitsu (NL)

Volumen 4

Interludio 3: Murasakiari IV

 

 

“Kouro”, declaró Murasakiari. “Ese es tu nombre clave, ¿no?”. “…Así es”.

Su prisionera—es decir, Kouro—asintió derrotada.

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Aunque fue él quien lo adivinó, Murasakiari seguía sorprendiéndose.

Su misión era la de aniquilar a cualquier espía que se acercara a la Conferencia Económica de Tolfa, con el fin de debilitar a sus naciones enemigas. Aunque la conferencia duraba seis meses, y acababa de empezar, ya había eliminado a montones de agentes famosos.

Además, había capturado a una mujer sospechosa que era espía de la República de Din. Shirogumo le había advertido que se pusiera en guardia contra Kagaribi, así que la había tomado como rehén para atraerlo, pero nunca imaginó que acabaría siendo Kouro.

Murasakiari vio de nuevo a la mujer que tenía enfrente.

Ahora que sabía su nombre clave, se sorprendió aún más de lo joven que se veía. Daba igual cómo hicieras el cálculo, tenía que rondar los treinta, pero no lo parecía. Su cabello era de color carmesí ardiente y sus ojos—el derecho tenía un profundo corte—desprendían una energía feroz.

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Kouro presionó la herida de bala de su torso y sonrió. “Pensé que me habías descubierto desde hace mucho”. Ya había perdido mucha sangre, tanta que se estaba formando un charco alrededor de sus pies. Su piel estaba mortalmente pálida.

La mayoría de la gente ya se habría desmayado.

“Bueno, mira eso. Puedes hablar perfectamente”, respondió Murasakiari. “¿Por qué te quedaste callada?”.

“Estaba haciendo todo lo posible para ganar tiempo. Pero ya es demasiado tarde. Ah, qué pena. Supongo que aquí es donde muero. No podré sobrevivir con una herida como ésta”. Casi se le podía ver alivio en su rostro. “Sin embargo, me sorprende que hayas tardado tanto en descubrirme. Toda mi información se ha filtrado, ¿no?”.

“Así es. Y, además, ya eras famosa”.

“No es algo que me enorgullezca, dado que soy una espía. Entonces,

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¿por qué no me descubriste desde el principio?”.

Murasakiari dudó un momento antes de responder.

Era muy raro que mostrara tanta consideración a alguien. “Por lo débil que eres”.

“Oh cielos”.

“Viendo tu larga lista de logros, y luego mirándote de frente, me doy cuenta que eres demasiado frágil para encajar en el perfil”.

Ella forjó innumerables leyendas.

La información que ella le dio a los Aliados sobre el Ejército del Imperio durante la Gran Guerra había sido directamente responsable de poner fin al conflicto. El Imperio maldijo el suelo que ella pisaba, pero como agente, Murasakiari no podía evitar respetarla.

“No me había dado cuenta de lo rápido que había progresado tu enfermedad”, dijo. “Tu juicio estaba tan entorpecido y tu cuerpo tan débil que sólo bastaron cincuenta de mis Hormigas Obreras para vencerte. ¿Cómo es posible que seas Kouro? Me hice esa pregunta”.

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“Por desgracia, me atrapaste. Hoy en día, sólo soy una cáscara seca”.

“¿Tienes, no sé, una décima parte de la fuerza que tenías en tu apogeo?”.

“Por favor, no me subestimes. Soy al menos una novena parte de la mujer que era”.

Él no sabía si estaba presumiendo o siendo modesta.

Ella sacudió la cabeza, desvalorizándose. “¿Te importa si te hago una pregunta? Pareces muy preocupado por Klaus, ¿será que venga? Ni yo lo sé”.

“Yo tampoco lo sé. Mis compañeros le tendieron una trampa, pero parece que escapó. Por el momento, el Imperio no sabe dónde está. Tenía la esperanza de que capturarte fuea suficiente para que diera la cara, pero…”.

“Pero ni siquiera se encuentra en esta nación, ¿verdad?”. “Desgraciadamente, ese parece ser el caso”.

Murasakiari miró el costado de Kouro. El charco de sangre era cada vez mayor. No le quedaba mucho tiempo.

“Es una forma lamentable de morir”, dijo él. “Una enfermedad que te destruía, un compañero de equipo te traicionó, asesinando al resto de tus compañeros, viniste aquí a Mitario a luchar tú sola, para luego ser acorralada por mis Hormigas Obreras y exhalar tu último aliento en un sótano sin luz”.

“…………”.

“¿Este es el fin? ¿Así es como muere la mujer venerada como la Mejor Espía del Mundo?”.

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El sudor brotó de la frente de Kouro mientras sonreía. “Así es como todos los agentes encuentran su final”.

“Ah, ya veo. Me aseguraré de recordarlo”.

Murasakiari no se hacía ilusiones de que su propia muerte fuera más pacífica. Sin embargo, algo en la inminente muerte de Kouro lo llenaba de una sensación de vacío.

Todo se sentía tan anticlimático.

Incluso en el Imperio, había mucha gente que la respetaba. Las formas artísticas que tenía de conseguir información eran tan mágicas que incluso sus enemigos derrotados no podían evitar suspirar de asombro. Incluso en Hebi había admiradores suyos.

“En resumen”, continuó él, “lo único que los espías se llevan a la tumba es desesperación”.

“Oh, todo lo contrario”, dijo ella, negando rotundamente su afirmación. A pesar de que la muerte se acercaba, sonrió. “En este momento, estoy llena de esperanza. El futuro es tan brillante que me duelen los ojos”.

“Todos tus compañeros, excepto Kagaribi, están muertos. Y tarde o temprano, él también morirá”.

“No, no morirá. Klaus es fuerte”. Había confianza en su voz. “Él es… Él es mi hermoso niño, eso es lo que es. Puede que no tengamos consanguinidad, pero es mi hijo, y heredó todas las habilidades que Homura tenía para ofrecer. En toda mi vida, nunca he conocido a nadie con tanto talento como él”.

“…………”.

“Te lo prometo, él puede satisfacer tu seco corazón. Lo juro por mi vida”.

“¿Seco? Mi corazón no está seco”.

Murasakiari no estaba seguro de qué hacer con esa promesa, pero se aseguró de archivarla en su cerebro de todos modos.

Sólo con escucharla estaba claro que las cosas que decía tenían el poder de grabarse profundamente en el corazón de la gente. A veces, las palabras eran algo más que palabras.

“Y no es el único”, continuó. “Alguien más también heredó mi voluntad”.

“¿Oh?”.

Eso era nuevo para él.

Hasta donde sabían, Kouro no tenía parientes consanguíneos, ni estaba unida a nadie fuera de Homura. Y ciertamente no tenía ningún aprendiz.

“Lo vi en sus ojos. Ella heredó mi voluntad y algún día hará realidad mi sueño. Salvará a más gente de la que una cáscara seca como yo jamás podría aspirar a salvar”.

“¿Y quién es ella exactamente, esta misteriosa niña?”.

“Oh, no sabría decir… Han pasado siete años desde la última vez que la vi. Me encantaría ver en qué clase de persona se ha convertido”.

Kouro negó con la cabeza. La expresión de su rostro era tan serena que costaba creer que estuviera a las puertas de la muerte.

Murasakiari la miró con los ojos entrecerrados. “Todo esto me resulta un poco difícil de creer”.

Había una buena posibilidad de que Kouro estuviera utilizando sus últimos momentos para difundir información errónea en un intento de asustarlo. Era imposible que depositara todas sus esperanzas en una niña que no había visto en siete años.

Sin embargo, su afirmación le recordó algo.

La palabra salvar también había aparecido en algún que otro rumor que circulaba por Mitario.

“Espera, ¿fuiste tú?”, preguntó. “¿Tú estuviste alimentando a mis Hormigas Obreras con esos extraños rumores?”.

“Oh, cielos, ¿de qué estás hablando?”.

“Una historia sobre un héroe de cabello negro que acude a la gente que está sumida en la desesperación”.

Al principio, lo había descartado como una tontería sin sentido. Nunca se habría imaginado que la única e inigualable Kouro era la culpable. Aun así, incluso con la espalda totalmente contra la pared, difundir rumores como ese habría sido un juego de niños.

“Me descubriste, ¿eh?”, suspiró. “Bueno, ¿cómo podría no sentirme mal por ellos? Esas… ‘Hormigas Obreras’, ¿así es como las llamas? Tus secuaces necesitaban la luz de la esperanza. Así que se las planté en lo más profundo de sus cerebros”.

“¿Difundir falsas esperanzas? Eres más cruel de lo que pareces”. Murasakiari se burló. “Y, además, no se merecen tu compasión. La gente a la que domino son un montón de escoria humana que vive de la desgracia de los demás. Perder la guerra llevó al Imperio a la miseria, y esta gente engorda y se enriquece a costa de nuestras pérdidas. ¿Has visto lo llamativa que es su Calle Principal?”.

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Él recordó las hileras de rascacielos y los luminosos carteles de neón.

Toda esa riqueza provenía de la venta de productos a los países que sufrían en el frente de la Gran Guerra. Los recursos que habían suministrado a los Aliados habían desempeñado un papel muy importante en la caída del Ejército del Imperio.

“Después de las heridas que sufrimos en la Gran Guerra, tenemos todo el derecho de odiar a esta gente”.



Murasakiari no tenía piedad con la gente a la que obligó a renunciar a sus vidas y a convertirse en Hormigas Obreras. En comparación con lo que sufría la gente del Imperio bajo las enormes reparaciones de guerra, ellos lo tenían fácil.

En todo caso, deberían estar agradecidos de poder vivir bajo el gobierno de un rey tan benévolo como él.

Kouro le dirigió una mirada gélida. “Me das asco. Tú y toda tu podrida ideología. No sé de dónde sacas el papel de la víctima, pero aún recuerdo muy bien las vidas que perdimos cuando tu gente invadió la República”, dijo en tono directo. “Un héroe no deja a nadie atrás”.

“… ¿Qué?”.

“¿Sabes cuál es tu debilidad? Tu dominación no puede controlar los corazones de la gente. Por mucha violencia con la que los amenaces y por mucha desesperación en la que los hundas, nunca podrás apagar su luz”. Continuó con confianza, su voz orgullosa y digna. “La esperanza que les di no era falsa. Viene un héroe. Vendrá a Mitario. Klaus la traerá. Verá la luz que habita en sus corazones y, como tu depredadora natural, salvará a la gente de esta ciudad”.

Kouro soltó la herida, metió la mano en el bolsillo, y sacó una bala. Tenía una extra. La sostuvo entre sus dedos y se la mostró a Murasakiari.

“Es mi última bala, en la que he puesto todo mi empeño, y te va a atravesar”.

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Ahora sí que estaba diciendo tonterías. Su juicio debe haberse perdido.

“Por favor, no arruines la imagen que tengo de ti”, dijo Murasakiari. “No me da placer verte así. Qué bajo has caído. Supongo que la enfermedad debe haber llegado a tu cerebro”.

Él ya no quería ni mirarla. En este punto, sacarla de su miseria sería misericordioso.



Él levantó el revólver y le apuntó a la frente.

“Entonces, tengo una última cosa que decir”. Kouro volvió la mirada hacia la entrada. La sangre goteaba de su mano cuando la extendió. “¡Klaus, ayuda!”.

Murasakiari se dio la vuelta por reflejo. ¿De verdad había venido Kagaribi?

Sin embargo, no había nadie. La puerta seguía cerrada. Miró hacia atrás y encontró a Kouro sacándole la lengua. “¿Te la creíste?”.

Apretó el gatillo.

El cuerpo de Kouro se sacudió cuando la bala atravesó su cráneo y penetró en su cerebro. Murasakiari disparó otros cinco tiros. Cada uno en un órgano. El charco de sangre creció más que nunca y tiñó los zapatos de Murasakiari de un rojo intenso.

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La bala resbaló de los dedos de Kouro.

Murasakiari apartó la mirada del cadáver y, con una mirada aturdida, dio una fuerte patada a su perro mascota. “Necesito que entregues el cadáver a la República de Din. Asegúrate de que nadie te siga al regreso”.

Luego salió del bar.

No sintió logro alguno, sólo un vacío que lo carcomía. Incluso una espía legendaria como Kouro había muerto como cualquier otro.

Se quedó mirando el Edificio Westport, que se elevaba hacia el cielo. Para él, este silencio hacía ver al edificio como una lápida.

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