Spy Kyoushitsu (NL)

Volumen 4

Capítulo 5: Dominación y Negociación

Parte 2

 

 

Para las Hormigas Obreras, la sugestión que Kouro había plantado en ellas había sido su único rayo de esperanza en un mundo de desesperación.

Sufrieron un dolor atroz y fueron obligados a matar gente una y otra vez. Por absurda que fuera la creencia de que una chica de cabello negro vendría a salvarlos, ese simple pensamiento debió brillar más que cualquier otra cosa.

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Tengo que salvarlos. Son mis enemigos e intentan matarme, pero necesito salvarlos.

Thea corrió por la escalera exterior del edificio.

Incluso estando allí, las Hormigas Obreras siguieron atacándolos, pero ella y Klaus sometieron a todos los que se acercaban. Los dos llegaron al octavo piso al mismo tiempo.

Era el piso en el que se encontraba el jardín en la azotea.

El Edificio Westport, de cuarenta y siete pisos de altura, incluía diversas atracciones turísticas, y una de ellas era el jardín de su octavo piso. Había estado cerrado durante toda la Conferencia Económica de Tolfa y, entre eso y la hora tan tardía, no había nadie.



El jardín en la azotea tenía aproximadamente el tamaño de tres canchas de tenis. Tenía una fuente en los lados este y oeste, cada una rodeada por un camino de rosas, y un monumento de bronce en el centro del jardín. El monumento representaba a una diosa alimentando a una paloma que estaba a punto de alzar el vuelo.

Murasakiari los esperaba bajo la estatua.

“¿Aquí es donde quieres tratar de resistirte?”, preguntó Klaus.

“Sí. Y fue muy considerado de su parte que vinieran solos”. Murasakiari acarició tiernamente la estatua. “Es la misma diosa que la del puerto. ¿Has ido a visitarla? Dicen que es un símbolo de libertad; la estatua celebra cómo los inmigrantes que vinieron aquí ganaron su independencia”.

“Supongo que eso la convierte en tu opuesto”.

“Así es. La desprecio, ¿sabes? Me enferma cada vez que la veo”. Murasakiari extendió la mano hacia Klaus y Thea. “Por eso pensé que sería apropiado matarlos delante de ella”.

En el momento en que las palabras salieron de su boca, un grupo de personas llegó corriendo por detrás de los caminos de rosas. Thea pudo distinguir a tres de ellos, y todos estaban apuntando sus armas hacia ella y Klaus.

“¡Ah!”.

Ella intentó retroceder, pero Klaus fue más rápido. Saltó hacia atrás en un instante y tiró de la ropa de Thea para sacarla de la línea de fuego.

Las balas rozaron la cara de Thea.

La sincronización y la puntería de sus atacantes eran impecables.

Los atacantes se reunieron frente a Murasakiari. Eran nueve en total, todos vestían esmoquin. Sus filas estaban compuestas por hombres y mujeres de todas las edades. Había una niña que recién dejaba su infancia, y otro era un hombre que se veía muy decrépito. Había desde amas de casa hasta jóvenes en la flor de la juventud. Lo único que todos tenían en común era la mirada apagada de sus ojos.

“Saluden a mis nueve Hormigas Generales”. Murasakiari sonrió con orgullo. “Son mi carta del triunfo”.

Se sentó en el pedestal de la estatua como si fuera su trono.

Klaus disparó su revólver. Thea ni lo vio desenfundarlo. Pero antes de que la bala alcanzara a Murasakiari, sus secuaces la interceptaron. Dos de ellos levantaron algo que parecían escudos y lo protegieron.

Klaus murmuró impresionado. “Veo que ponen en vergüenza a tus otros soldados”.

“Sí”, respondió Murasakiari con frialdad. “Tengo más de cuatrocientas Hormigas Obreras, y estas nueve son lo mejor de lo mejor”.

Thea actuó con rapidez. “Deténganse”, dijo.

Sin embargo, las Hormigas Generales ni se inmutaron. Su voz no les llegaba.

No conocieron a Kouro. Y como estuvieron aislados, tampoco oyeron el rumor.

Esos nueve eran realmente el as en la manga de Murasakiari. Eran guerreros de cabo a rabo, y su única misión era defender al rey.

Klaus empujó suavemente a Thea hacia atrás. “Retírate”.

Si su voz no funcionaba con ellos, lo único que iba a hacer era interponerse en su camino. Le dolió tener que hacerlo, pero retrocedió hasta la entrada del jardín.

Murasakiari chasqueó los dedos.

Con esa señal, las nueve Hormigas Generales se lanzaron sobre Klaus. Prepararon sus diversas armas—uno tenía un cuchillo, otro un estoque—y se movieron y lo rodearon.

“————”.

Klaus desvió el estoque de una mujer con su cuchillo y se movió para golpearle la nuca con la culata de su arma. Sin embargo, en el último momento, Klaus saltó hacia un lado. Una bala se estrelló contra el suelo, donde acababan de estar sus pies, y rebotó contra el hormigón. A poca distancia de los dos, el anciano sostenía un rifle.

En el momento en que Klaus escapó de la línea de fuego del anciano, un par de chicos procedieron a atacarlo y blandieron sus espadas largas.

¡Le dieron!

Justo cuando ese pensamiento amenazaba con convertirse en realidad en la mente de Thea, Klaus retrocedió en el momento justo una vez más.

Algo revoloteaba en el jardín. Eran tiras de la manga de Klaus.

Murasakiari asintió satisfecho. “Supe del incidente. De cómo dejaste escapar a mi compañero Shirogumo en Din”.

“…………”.

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Klaus miró en silencio la manga destrozada.

En su pedestal, Murasakiari se mantenía sereno. “Por una sencilla razón. No tenías información de él, mientras que él lo sabía todo sobre ti. Desde tu educación hasta tus fortalezas y debilidades, y cómo vencerte”.

“Ciertamente”.

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“Un espía con su información filtrada no puede confiarse en ganar”.

Cuando Murasakiari terminó su discurso, las Hormigas Generales reanudaron su ataque.

Su coordinación era impecable. Uno sacó su cuchillo, y en ese instante, balas pasaron bajo su auxilia. Klaus contraatacó con una patada baja, pero otra Hormiga General la bloqueó, y ondeó su espada sobre la cabeza de Klaus.

Era como si fueran un mismo organismo vivo.

Sus dieciocho ojos y sus dieciocho manos se movían en perfecta sincronía, permitiéndoles atacar y defenderse al mismo tiempo.

Dejaba perplejo a cualquiera con sólo pensar en el tiempo que debían pasar entrenando. No era un entrenamiento de algunos días. Sólo se podía llegar a ese estado si un prodigio sacrificaba todo lo demás en su vida y dedicara diez mil, quizá incluso veinte mil horas, para alcanzarlo. De no ser por el control de Murasakiari, nunca se habría logrado.

Aun así, Thea no podía creer lo que veían sus ojos.

¿Lo están arrinconando?

Las habilidades de combate de Klaus eran incomparables y lo único que hacía era defenderse.

En algún lugar de su corazón, Thea había albergado una esperanza infundada. Es el profe, había pensado. Nueve contra uno no es problema para él. Podría enfrentarse a cien enemigos a la vez y salir vencedor.

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Por eso le costaba tanto asimilar lo que estaba viendo.

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¿Cómo era posible?

“La información era correcta”. Mientras Thea miraba perpleja, Murasakiari empezó a hablar. Su voz tenía un aire de superioridad. “Estás preocupado por tu equipo, ¿verdad? Podrían estar muriendo en este mismo momento”.

“¡!”.

Thea ensanchó los ojos.

Ella asumió que sólo estaba fanfarroneando, pero al observar los movimientos de Klaus, se sentían faltos de su brillo habitual. Resistía muy bien los impecables ataques en equipo de las Hormigas Generales, pero eso era lo más lejos que podía llegar.

El sudor recorrió el rostro de Klaus.

¿Está pasando? ¿Un espía de élite como él podría… estar afectado?

Thea frunció el ceño, incapaz de compaginar el desempeño actual de Klaus con sus habilidades reales.

“Escuché por ahí algo curioso”, dijo Murasakiari provocativamente. “Al parecer, a ti también te llamaban rey”.

Mientras tanto, las Hormigas Generales continuaban con su bombardeo.

“Vivías en un barrio pobre devastado por la guerra, huérfano, sin padres y sin nombre”, continuó Murasakiari. “La única forma de evitar el hambre era robar comida a las pandillas. El caso es que eras un mocoso resistente que le dabas miedo a los demás. Vivías aislado en un vertedero sucio y polvoriento. Por eso te llamaban Rey de la Basura”.

“…………”.

“El día que te acogió un espía fue la primera vez que tuviste aliados a los cuales podías llamar como tuyos. Es conmovedor; muy conmovedor. Pero te dejó con una debilidad evidente: quieres a tus compañeros como si fueran tu familia”. Murasakiari lo miró con lástima. “Fue traumático, ¿verdad? Perder a tu equipo de esa forma”.

Fue entonces cuando cambió la balanza.

Una de las Hormigas Generales consiguió atravesar la guardia de Klaus y golpearlo. El puño de la hormiga se clavó profundamente a un costado. Klaus giró el cuerpo para esquivar el ataque, pero una mirada angustiada se dibujó en su rostro.

Era el primer golpe que Thea lo había visto sufrir.

Klaus retrocedió rápidamente dejando un espacio entre él y su oponente.

Las Hormigas Generales dejaron de atacar por un momento. Se dieron cuenta de que tenían ventaja y sabían que no era necesario apresurar las cosas. Simplemente ajustaron su formación sin emoción alguna. No le dieron a Klaus la más mínima oportunidad.

“No debiste formar otro equipo”, dijo Murasakiari. “Debiste vivir como un rey. Todo lo que necesitabas eran esclavos que pudieras sacrificar a tu antojo. Y así, no te habrías vuelto débil”.

Murasakiari aún no se había movido de su posición en lo alto del pedestal.

Se limitó a observar con mirada sádica cómo Klaus se iba agotando cada vez más.

“Profe…”.

Thea recordó el primer encuentro. El día que llegó por primera vez al Palacio Kagerou, los ojos de Klaus estaban tan llenos de tristeza que casi parecían congelados, y había dedicado cada minuto de su tiempo libre a pintar una obra que había titulado Familia.

Tras perder a su equipo, le tocó luchar completamente solo.

Pero entonces fundó Tomoshibi. Decidió tomarlas bajo su tutela como jefe y como instructor. A partir de ahí, tanto maestro como alumnas superaron dificultades, entrenaron incansablemente y, al final, completaron la Misión Imposible.

Todos esos días juntos fueron días de muchas bendiciones para las chicas.

La pregunta era, ¿qué le habían dado a Klaus?

“¿Por qué no te rindes?”, Murasakiari preguntó. “No podrías vencer a mis Hormigas Generales ni en tu mejor día. Con tu mente en otro lugar, no tienes oportunidad”.

La situación estaba en contra de Klaus se viera por donde se viera. Ahora con su propia información filtrada, Murasakiari logró preparar el escenario perfecto para luchar contra él.

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Una intensa ansiedad recorrió el cuerpo de Thea mientras Klaus se quitaba el polvo de la ropa. “Te encanta escucharte arrogante,

¿verdad?”, dijo Klaus.

Sonaba tan seguro de sí mismo como siempre. Ni siquiera se sentía acorralado, sus nueve enemigos no eran nada.

“Me siento mal por tocar el tema después de ese monólogo, pero como te equivocas en muchas cosas, no puedo soportarlo más. Esto es tan tedioso que me deprime”.

Murasakiari enarcó una ceja. “¿Tedioso? ¿De qué estás hablando?”.

Klaus dejó escapar un profundo suspiro. “Esto se está poniendo aburrido”.

“¿Qué?”.

“Es verdad que hiciste que tus Nueve Hormigas Generales sonaran impresionantes, pero es lo mismo de siempre. Es como si estuvieras obsesionado con la idea de encontrar gente fuerte, usar los números para derrotarlos y convertirlos en tus aliados. ¿Dónde está la innovación?”.

“………”.

Murasakiari se heló, como si se hubiera quedado sin habla. Klaus tenía razón.

La habilidad de Murasakiari era poderosa, pero era el único truco que tenía. Todo lo que él sabía hacer era dominar a la gente y lanzarla contra sus enemigos. La simpleza de la táctica la hacía fuerte, pero eso era todo. Ni más ni menos.

¿Podría ser esa la clave?

Mientras Thea trataba de deducir a qué se refería Klaus, su maestro continuó, imperturbable. “Tus cientos de secuaces sólo cumplen lo que un hombre les dice. Es un reino muy poco interesante”.

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Todo concordaba con lo que Klaus había dicho. O mejor dicho, con lo que Kouro le transmitió.

“Las diferencias entre aliados son la clave de una organización fuerte”, había dicho ella.

Klaus se dio la vuelta. “¿No estás de acuerdo, Thea?”. “………”.

La repentina pregunta la tomó por sorpresa.

Después de perderse un segundo, se dio cuenta de lo que él quería decir.

“Oh, por supuesto”, respondió con una sonrisa. “Si él hubiera querido controlarte, lo habría hecho”.

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Murasakiari, irritado, se tapó la cara con una mano. “No sé qué tonterías dices”—chasqueó los dedos—“pero si quieres que esas sean tus últimas palabras, que así sea. Capturen a la chica”.

Las Hormigas Generales entraron en acción una vez más.

Esta vez, cambiaron su patrón de ataque. Siete atacaron a Klaus, y dos a Thea, que observaba la pelea desde la entrada. Los gemelos se dirigieron hacia ella con espadas largas en mano.

Obviamente, Thea no tenía ninguna posibilidad contra ellos, y Klaus estaba muy ocupado como para salvarla a tiempo.

Sin embargo, Thea pudo escuchar unos pasos subiendo las escaleras que le parecían familiares.

“No creo que el profe esté muy contento conmigo”. Las espadas estaban a punto de tocar su garganta. “No después de haberlo puesto de nuestro lado”.

Los pasos llegaron al lugar de la pelea.

Su valiente guardaespaldas finalmente había llegado.

“Tengo un trabajo para ti”, dijo con una dulce sonrisa. “Protégeme”.

Los hermanos Hormiga General se congelaron a la vez.

Había un hombre de pie delante de Thea, y estaba agarrando a las dos Hormigas por el cuello. Levantó sus escuálidos brazos en el aire e izó a las Hormigas.

“Te lo agradezco”. Thea le sonrió. “Muy bien hecho”. “Eres muy amable”, respondió Roland.

Lanzó a sus dos enemigos con todas sus fuerzas y los estrelló contra la escultura de la fuente.

           ”.

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Murasakiari estaba boquiabierto.

Aunque de cierto modo ya lo sabía. Después de todo, ¿cómo fue que Klaus supo del escondite?

Pues Kouro había sugestionado a alguien más.

“Supongo que podemos omitirnos la presentación”, dijo Thea. Acarició suavemente la barbilla de Roland.

“Después de todo, es el hombre que Kouro conoció justo antes de morir—tu querido perro mascota”.

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