Spy Kyoushitsu (NL)
Volumen 4
Capítulo 4: Peligro
Parte 3
Ahora que lo recordaba, Sybilla había mencionado lo mismo. Justo antes de desmayarse, Barron también había murmurado algo sobre un héroe. Thea no había pensado mucho en ello, pero con todos esos datos juntos, ya no parecía sólo un rumor. Era como si alguien lo hubiera difundido a propósito.
“Pero, ¿qué significa? ¿Lo empezó alguien que trabaja con Murasakiari?”.
“El rumor incluye el aspecto de ese héroe”.
Ese pequeño detalle no había aparecido en ninguno de los informes. Lily seguramente investigó más a fondo.
Cuando Thea apretó el auricular contra su oreja, Annette dijo algo totalmente inesperado.
“Según Hanazono, la gente dice que el héroe es una chica guapa de cabello negro”.
“¿Qué?”.
Eso era muy específico. Cuando la mayoría de la gente oía la palabra héroe, pensaba en un hombre grande y musculoso. ¿Quién estaba difundiendo el rumor y con qué fin? Thea no tenía ni idea.
Pero para hacer las cosas aún más peculiares… “¡Espera, es la descripción de mi aspecto!”.
La descripción encajaba a la perfección con Thea. Tenía el cabello oscuro, era una chica y era guapa. Tres de tres.
“La siguiente parte es un mensaje de Hanazono”.
Annette continuó.
“‘Qué coincidencia, ¿eh? Aprovecha el rumor y conviértete en una heroína de verdad’. Eso es lo que ella quería que oyeras. Ahora tengo que volver con ella”.
Después de transmitir el mensaje, Annette colgó.
Nada de aquello tenía sentido. ¿Thea tuvo suerte con los detalles del rumor o había algo más? ¿Podía un rumor tan conveniente difundirse por mera casualidad?
“¿Qué… qué significa todo esto?”. Colgó el auricular y gimió.
Había tantas cosas que no entendía, pero al menos había conseguido calmarse. No iba a lograr nada con llorar. Su equipo la necesitaba y ella iba a hacer todo lo posible por ayudar.
Miró fijamente a la pared.
El apartamento de Klaus estaba justo al otro lado, y él les había dado una copia de su llave. Grete la había usado para entrar en numerosas ocasiones, aunque siempre resultaba echada.
En estos momentos, hay un hombre prisionero.
Thea no era lo suficientemente fuerte para salvar a sus amigas. Pero conocía a alguien que sí lo era.
Respiró hondo.
Esto es todo lo que puedo hacer por ellas.
Thea siguió las instrucciones de Grete y volvió a leer los informes antes de dirigirse a la habitación de al lado.
Las luces estaban apagadas y el apartamento estaba oscuro. Klaus no estaba. Se encontraba en la línea de fuego, luchando contra los secuaces de Murasakiari.
El salón estaba limpio y ordenado, sin ningún aromatizante en el ambiente. A uno de los costados, una de las puertas estaba bien cerrada.
Thea utilizó su llave, abrió la puerta con cautela y encontró a un hombre demacrado sentado en una silla. Tenía los brazos atados por detrás con pesadas cadenas. Era como si su captor hubiera tenido miedo de lo que pudiera pasar si al hombre se le permitiera mover un solo dedo.
“Supuse que ya era hora”.
Era Roland—el asesino del Imperio que ella y Klaus habían capturado.
A pesar de tener el cuerpo atado de la cabeza a los pies, sus ojos seguían brillando con una luz ardiente y se veía tan intimidante como siempre. Puede que haya sido imaginación de Thea, pero parecía que emanaba una presión más intensa que antes. Su prolongado cautiverio lo había debilitado, adelgazado y acercado a la muerte, lo que hacía su presencia mucho más impactante.
Su sonrisa engreída le dijo a Thea todo lo que necesitaba saber.
Este era el plan de él desde el principio. Sabía que llegarían a esto.
Él conocía a Murasakiari. Conocía la habilidad y los métodos de Murasakiari. Sabía que la ciudad estaba completamente bajo el control de Murasakiari. Y sabía que Tomoshibi no tenía la fuerza de combate para enfrentarlo.
Roland soltó una carcajada penetrante. “¿Qué te pasa? ¿El gato te comió la lengua?”, dijo en un tono muy confianzudo. “Vamos. Esta es, ¿cuántas? ¿la cuarta vez que nos vemos? Tienes que dejar de tenerme tanto miedo, niña”.
Sin embargo, a Thea seguían sin salirle las palabras. Roland casi la mata en dos ocasiones. Y aunque estuviera inmovilizado, el miedo de Thea se negaba a desaparecer. Hizo todo lo posible para que no le temblaran las rodillas.
Y con una sonrisa burlona, Roland dijo: “Parece que todo va según lo previsto. Las Hormigas Obreras de Murasakiari está destrozando a tu gente. Pero vamos, no es culpa tuya. No tienes cómo acabar con todos ellos. Y por eso vienes a mí”.
“…………”.
“Quieres que salve a tus compañeras, ¿verdad?”. Es lo que ella quería.
Roland era el único que podía hacerlo. Puede que no estuviera al nivel de Klaus, pero sus habilidades de asesinato seguían siendo las mejores de su clase. Había crisis en tres lugares diferentes, y salvar a todas iba a requerir manos extras. Al paso que iban las cosas, Tomoshibi sufriría bajas.
Thea apretó los puños.
¿Cómo podía ella confiar en él?
Una mirada de compasión cruzó los ojos de Roland. “Claro, lo haré”. Le sonrió amistosamente. “¿Qué puedo decir? Me he encariñado con ustedes. Les echaré una mano”.
“…………”.
“Oye, no te sorprendas tanto. Estoy hablando en serio. Vamos— suéltame”.
Thea sentía un dolor en el corazón, como si alguien se lo hubiera agarrado y luego apretujado. Este era el momento. Sus compañeras estaban en peligro y ella tenía que tomar una decisión.
Podía liberar a Roland o podía ignorarlo.
No había nadie cerca a quien pudiera pedir consejo. Grete se había ido, al igual que Klaus. Era una decisión que tendría que tomar sola.
Roland chasqueó la lengua. “¿Cuál es el problema? Si sigues perdiendo el tiempo, va a morir gente”.
“……………”.
“¿De verdad quieres dejar que maten a tus compañeras por tu indecisión?”.
Thea permaneció en silencio mientras intentaba usar su talento único.
Cuando miraba a alguien a los ojos, podía descubrir sus deseos más profundos. Todo lo que tenía que hacer era cumplir esa condición, y su habilidad le diría lo que Roland realmente quería. Entonces podría usarlo para tenerlo bajo su control.
¡Si pudiera verlo a los ojos…!
Hizo innumerables intentos para conseguirlo. Era una hazaña bastante fácil de realizar con hombres seducidos por su belleza, pero cada vez que lo intentaba con Roland, éste desviaba rápidamente la mirada.
“¿Qué está pasando aquí?”, Roland suspiró. “¿Encuentras excitante verme a los ojos o algo así? Mira, los dos sabemos que eso no es lo que pasa. Te daré un consejo: si estás muy asustada para hablar con alguien, intentar mirarlo a los ojos una y otra vez sólo hará que sospeche”.
“…………”.
“Tu pequeño truco no va a funcionar conmigo, niña”.
Le estaba poniendo trabas. Era como con Klaus—su intuición de espía le decía que estuviera alerta. Thea nunca había logrado usar su habilidad con un espía de élite. Tampoco había funcionado con Matilda.
Se había quedado sin opciones. Había conseguido hacerlo con Monika besándola, pero acercarse tanto a Roland sería demasiado peligroso para intentarlo. En cuanto ella posara sus labios con los de él, él podría arrancarle fácilmente la lengua.
No hay nada… Nada que pueda hacer…
El tiempo corría.
No podía arriesgarse desatándolo. Si lo hacía, estaría haciendo exactamente lo mismo que la última vez. Sería como si hubiera seguido la pista de Matilda y la hubiera rescatado sin llegar a averiguar quién era en realidad.
La risa aún resonaba en sus oídos. “Thea, cariño, no eres nadie”.
No podía volver a cometer el mismo error.
De repente, Roland habló. “…Oh, ya lo entiendo. Metiste la pata hace poco”.
Esta vez, su voz no era amenazante. Era suave.
“Lo tienes escrito en toda la cara. No debería haber sido tan idiota contigo. Perdona. Yo también estoy un poco nervioso”.
Sacudió ligeramente la cabeza.
¿Se está disculpando? ¿Un asesino de élite se disculpa conmigo?
Mientras Thea se quedaba boquiabierta, Roland hizo un gesto de vergüenza con la barbilla. “Supongo que ya somos dos. Yo también metí la pata”.
Por fin, Thea consiguió hablar. Sólo fueron dos palabras. “¿En serio?”.
“Estuviste allí, ¿verdad? Me viste enfrentarme a Kagaribi y serví mi trasero en bandeja de plata. Y después de toda esa bazofia vergonzosa que dije sobre ser su rival”.
“Ah, claro…”.
“¿Te importa si te cuento una pequeña historia sobre mí? No te preocupes—no tardaré mucho”.
Le sonrió.
Ni siquiera la Oficina de Inteligencia Extranjera había sido capaz de averiguar nada sobre los antecedentes de Roland. No pudo evitar prestar atención.
“Yo solía ser un tipo aburrido. Nací de una pareja de padres acomodados aquí en Mouzaia, y me dijeron que tenía que heredar el negocio familiar. Y pasé toda mi vida preparándome para ello— justo hasta que conocí a un bicho raro llamado Murasakiari y a su grupo”.
“Murasakiari…”.
“Al parecer, se fijó en mí y vio que tenía potencial, así que me secuestró y me moldeó para convertirme en espía. Honestamente, me dio igual. Era bueno en estas cosas. Y digo bueno en serio. Superé a las otras Hormigas Obreras en un santiamén y obtuve mucho trato especial. Luego recorrí el mundo matando a cuantos espías y políticos se me encomendaba”.
Roland se encogió de hombros. “Pero al final… se volvió aburrido”. “………”.
“Lo entiendes, ¿verdad? No había ningún objetivo detrás de los asesinatos. Todo lo que hacía era seguir sus órdenes. Pero me había lavado el cerebro, así que no podía desobedecerlas. Era un esclavo. Una marioneta. Una máquina. La cinta transportadora me traía gente, y yo les ponía una etiqueta de ‘asesinado’. Eso era todo”.
Thea no podía ni empezar a comprender a Roland. Hablaba de acabar con vidas humanas como si fuera algún trabajo doméstico.
Sin embargo, sintió que ahora lo entendía un poco mejor.
Matar gente era demasiado fácil para él. Debido a su profundo talento, el asesinato se había reducido a nada más que su itinerario diario. La mayoría de la gente no le daba importancia a romper huevos o ir de compras, y para él, aplastar corazones humanos era igual.
“La pregunta que me hice fue: ¿cuál era mi propósito en la vida? Pasé años tratando de descifrarlo”.
“Ya veo…”.
“Pero un par de años más tarde, me encontré con alguien que me dijo algo. ‘Conozco a alguien que puede llenar ese vacío en tu corazón’. Sentí como si acabara de escuchar una profecía. Al parecer, existía un monstruo que era más fuerte que nadie, al que nadie podía matar y que podía completar cualquier misión. Supuse que conocerlo le daría sentido a mi vida”. Roland se rio, como si todo fuese una gran broma. “Pero ya viste lo bien que me fue. Ni siquiera pude ponerle un dedo encima”.
“………”.
“¿Ves? No somos tan diferentes, tú y yo. Cometimos un error que nos rompió el corazón en pedazos, y ninguno de los dos sabemos cómo regresar el carro al camino. ¿Me entiendes?”.
Él vio a través de ella.
Ella se veía atada justo donde Roland estaba ahora. Quizá eran iguales. Puede que su cuerpo no estuviera atado, pero su corazón lo estaba, al igual que él. Ninguno de los dos había podido recuperarse de su fracaso. Ni Thea, ni Roland.
“Vamos—formemos un equipo tú y yo. Seremos compañeros fracasados, intentando recuperar nuestras vidas juntos”.
Su voz era tranquilizadora. Tanto que Thea tuvo que contener rápidamente su corazón vacilante.
“Lo que propones no tiene sentido”, dijo ella, con una voz tan débil que apenas parecía ella misma. “Según lo que me acabas de decir, trabajas para Murasakiari”.
“Sí. Llama a sus secuaces sus ‘Hormigas Obreras’, y yo soy una de ellas”.
“Pero si ese es el caso, no deberías ser capaz de traicionarlo. Los informes que recibí decían que su control sobre sus secuaces era absoluto”.
“Oye, no me metas en el mismo hoyo que esos perdedores. Él no tiene tanta influencia sobre mí”.
“¿Puedes probarlo?”.
“Todavía sigo aquí, ¿no? ¿Es que no lo sabes? Todas las otras Hormigas Obreras intentan suicidarse cuando son derrotadas”.
Él tenía razón.
Según los informes de Monika y Sybilla, sus enemigos derrotados habían intentado quitarse la vida y evitado tratar sus propias heridas en el momento en que fueron derrotados. Pero no Roland. Su historia cuadraba.
“Ahora es el momento de tomar una decisión. ¿Vas a dejarme salir o no?”.
La miró en silencio.
No le quedaba tiempo. Cuanto más dudaba, más se le escapaba la oportunidad.
Visiones de sus compañeras destellaron en su mente.
Habían pasado tantos días felices juntas, viviendo y riendo bajo el mismo techo.
Cuando las historias de Thea empezaban a ser sexuales, Lily siempre huía avergonzada. Sybilla fingía irritación, pero en secreto estaba interesada. Sara se ponía roja. A su lado, Grete tomaba notas con diligencia y Monika la miraba con frialdad mientras tapaba las orejas de Elna. Annette ladeaba la cabeza con una interrogante encima, pero siempre parecía divertirse.
De vez en cuando, Klaus se pasaba por allí mientras ellas se divertían en el comedor. Cuando llegaba, el equipo lo acosaba con preguntas sobre su historia romántica, y él les hacía una mueca y huía. Lily intentaba detenerlo, pero siempre acababa tropezando, haciendo que el comedor se llenara de risas.
Thea quería asegurarse de que pudieran volver a aquellos días felices. Quería completar la misión para que pudieran pasar el tiempo juntos en feliz armonía. Y no le importaba a lo que tuviera que renunciar para conseguirlo.
Desató las ataduras de Roland.
Con la llave extra, quitó las cadenas que lo ataban. En total, había más de veinte candados que lo mantenían restringido.
En cuanto se abrió el último candado, Roland se desplomó hacia delante y se golpeó la cara contra el suelo. Llevaba tanto tiempo atado que los músculos no le funcionaban bien.
Una oleada de preocupación recorrió a Thea. ¿Realmente iba a ser capaz de derrotar a sus enemigos en ese estado?
Después de pasar un buen rato en el suelo, se agarró de la silla y empezó a levantarse. Incluso después de ponerse en pie, su torso seguía balanceándose de un lado a otro y su cabeza se tambaleaba de un lado a otro.
Thea se apresuró a ayudarle. Fue entonces cuando pudo verle la cara por primera vez.
Roland sonrió.
“Una cosa más, para que lo sepas”. Estiró todo su cuerpo.
“Lo que dije de mi sobre ser especial era cierto. La orden que me dio Murasakiari sobre qué hacer si perdía no era suicidarme. Era engañar a mis enemigos y regresar por cualquier medio necesario”.
Un horrible crujido sonó en todas las articulaciones de su cuerpo, tan fuerte que parecía que sus huesos se quebraban. Al hacerlo, sus músculos volvieron a su sitio. Su torso, que estuvo tambaleante, se detuvo de golpe mientras permanecía de pie, imponente y digno.
Ahora ella sí había cometido el peor error posible. Había liberado a un asesino temido en todo el mundo.
Thea se apartó. Cuando su espalda chocó contra la ventana del dormitorio, Roland acortó la distancia que los separaba en un abrir y cerrar de ojos. De nuevo en plena forma, agarró a Thea por el cuello y la estrelló contra la pared sin darle tiempo a huir.
El interruptor de seguridad que estaba detrás de ella se activó y la ventana se abrió de golpe.
La mitad superior del cuerpo de Thea sobresalía por la abertura desde el octavo piso.
“No eres muy inteligente, ¿verdad, niña? No puedo creer que cayeras tan fácilmente”, se burló Roland mientras le apretaba el cuello.