Spy Kyoushitsu (NL)
Volumen 4
Capítulo 3: Héroe
Parte 3
Barron observó con calma la huida de las dos chicas y les dio caza. Sin embargo, no corrió a toda velocidad. Las siguió por la luz del encendedor que llevaban en la mano, pero no se esforzó por acortar distancias.
“¡Hay que irnos de aquí!”, dijo la chica llamada Sybilla.
Su voz era enérgica. Estaba segura que había ganado. Una vez que escapara de la oscuridad, tendría la oportunidad de orientarse y prepararse para el segundo ataque.
Lo cierto es que… pensó Barron mientras seguía fingiendo agonía.
No irás a ninguna parte.
A fin de cuentas, no tenía nada que temer de niñas como ellas. Todo estaba yendo exactamente según su plan.
Llamaste demasiado la atención. Dejaste todo en evidencia.
Había ocurrido por pura coincidencia, pero Barron la había divisado.
Cuando vio a una aprendiz de periodista cubriendo tercamente a políticos sospechosos, se puso inmediatamente en guardia. Luego utilizó su personalidad para deducir cómo ella operaba. Cuando ella se acercó al vicepresidente para el que trabajaba, ya sabía que era buena carterista.
Esa información le había permitido idear el plan perfecto.
El hecho de que seas impulsiva me permitió predecir que vendrías tras de mí, y que lo primero que buscarías sería mi encendedor. Es la elección obvia para una persona atrapada en la oscuridad.
Barron vio a Sybilla salir corriendo, con el encendedor en la mano.
Y cuando vieras el mapa, no tendrías de otra que usarlo.
Ella no era inexperta, ni de lejos. Barron no dudaba de que ella había entrenado para ser capaz de memorizar cosas al instante que las viera. Por desgracia para ella, carecía de la prudencia necesaria para combinarla con su talento.
El mapa indicaba unas escaleras que llevaban al quinto piso. Todo lo que tienes que hacer es girar a la izquierda en el extintor y seguir recto más allá de la sala de descanso, y llegarás a la escalera de incendios.
Barron apretó los puños con fuerza.
¡Pero en esa escalera de incendios es donde puse mi trampa!
Cualquier pie que pisara esas escaleras sería cortado por la cuerda de piano que él había colocado. A partir de ahí, no podrían resistirse, ya que la gravedad y la inercia las arrastrarían hacia abajo y la cuerda de piano las cortaría en tiras.
Entonces él podría cazarlas a placer.
Los enemigos de Barron solían ser cuidadosos de su destreza en el combate y sus agudos oídos, pero su verdadera arma era su astucia. Cada vez que perseguía a alguien, se aseguraba de arrinconarlo con cuidado y los atraía a sus trampas sin perder nunca la ventaja.
“Oui… Vuelvan aquí…”, les gritó amenazadoramente. Fingió estar sin aliento, como si no pudiera atraparlas.
“¡No, gracias!”, gritó Sybilla.
Barron se jactó en silencio. Perfecto.
Saquen sus garras y escarben hacia la luz. Huyan de la oscuridad tan rápido como puedan.
En todo caso, Sybilla no era la del problema—sino la más joven. Con unos sentidos tan agudos como los suyos, existía la posibilidad de que descubriera la trampa de la cuerda de piano. Sin embargo, Barron ya había visto que cuando él ponía presión, esas habilidades disminuían considerablemente.
“Sybilla-oneechan, tenemos que darnos prisa…”.
Había sudor brotando de la frente de la chica más joven mientras usaba la llama del encendedor para guiarse. Le era imposible tomar decisiones claras en una situación con constante estrés.
Luchar a muerte en la oscuridad era una experiencia angustiante. Hacía que las personas actuaran precipitadamente.
La victoria de Barron estaba asegurada.
Nunca escaparán de esta oscuridad. Sus vidas acabarán en esta prisión que he construido.
Sus ojos se ensancharon con regocijo.
¡Este es el final de la línea!
Unos metros más y llegarían a la escalera de incendios.
Las dos chicas corrieron por el pasillo, y en el momento en que llegaron a la esquina con el extintor—
“Meh, esto no está bien”.
—Sybilla se detuvo.
Era impensable. ¿Por qué se detendría cuando estaba tan cerca de la libertad?
“¿Qué está pasando?”, murmuró Barron.
Aún no habían llegado a las escaleras, así que era imposible que ella se hubiera dado cuenta de su trampa. Y tampoco había oído a su compañera decir nada. Ella también miró a Sybilla con asombro. “¿Igh?”.
Sybilla se quitó la chaqueta, la tiró al suelo y le arrojó el encendedor aún encendido. La chaqueta empezó a arder en cuestión de segundos.
“Tenemos fuego suficiente para luchar por tres minutos. Es tiempo de sobra para nosotras ¿no?”.
La luz de la llama iluminó su rostro, revelando una sonrisa temeraria. Barron ensanchó los ojos.
¿Por qué iba a detenerse ahí? Cuando el fuego se extinguiera, ella se sumiría nuevamente en la oscuridad…
Él no podía entender por más que lo intentara qué la motivó a cambiar de opinión. En lugar de poner en marcha algún plan, simplemente hizo la primera pregunta que le vino a la mente. “¿No te da miedo la oscuridad?”.
“¿Por qué? No soy una niña”, Sybilla se rio en tono burlón. “Huir es demasiado cobarde para mi gusto. Y tampoco necesito esta pistola. Arreglemos esto mano a mano”.
“¡¿Qu—?!”.
Barron realmente no lo había visto venir.
Sybilla sacó la pistola del bolsillo y la arrojó a un lado de su compañera. Incluso dejó caer su cuchillo al suelo.
No lo entiendo… ¿Por qué hace algo tan ilógico?
El corazón de Barron empezó a acelerarse. Su cuerpo se calentó y sudaba por todos los poros.
Todos sus cálculos se venían abajo. Pensaba que tenía a su oponente atrapada en la palma de la mano, pero ella se había liberado y se había convertido en algo que él no podía comprender.
¿Dice que sería “cobarde” a pesar de que estamos luchando a muerte? ¿Qué se cree que es esto, combate deportivo?
Barron no estaba en la obligación de aceptar su desafío. Tenía un arma. Podía dispararle. La única razón por la que no lo había hecho era porque ni siquiera él era bueno apuntando en la oscuridad.
Cuando metió la mano en la chaqueta, Sybilla ya había acortado distancia. “¿Sabes lo que pienso?”, lo golpeó con los puños. “Creo que has estado muy estresado todo este tiempo. Es como si apenas pudieras respirar”.
Por la forma en que sonaba, era como si realmente disfrutara pelear. Barron todavía no lograba entenderla. Sus movimientos eran agudos y ágiles, y lanzaba combinaciones de puñetazos y patadas bajas sin pausa.
“Respirar… está sobrevalorado…” gimió Barron mientras soportaba sus ataques.
Pensaba en la violencia que aquel hombre le había provocado.
Barron había estado disfrutando de una agradable reunión navideña con su familia cuando aparecieron aquel hombre y sus matones. Antes de que supiera qué ocurría o por qué habían venido, los hombres los arrastraron y los sometieron a un dolor horrible. Barron no pudo hacer nada más que mirar cómo gritaban sus seres queridos.
“¿Alguna vez has tenido que escuchar los gritos a todo pulmón de tu hijo? ¿A tu mujer suplicando por su vida? Nunca podrías entender la agonía de oír sufrir a tu familia ni saber cómo ese dolor te quema el cerebro…”.
Después de diez horas de aquello—después de haberle dejado el alma destrozada—el hombre le había susurrado.
“Conviértete en mi Hormiga Obrera y mata espías para mí”.
Barron no tuvo más opción que obedecer. Su cuerpo se movía solo. Había sido reducido a nada más que la marioneta de ese hombre. Mató sin vacilar, tomando sus años de experiencia en el boxeo y utilizándolos para aprender a asesinar gente.
“Te mataré… Te mataré y salvaré a mi familia…”.
¿Combate cuerpo a cuerpo? Pues ven.
Esquivó el ataque de Sybilla y aprovechó que era más corpulento para saltar sobre ella como si quisiera asfixiarla. Se agarraron de los hombros y empezaron a luchar por el control.
Barron no iba a perder en una batalla de fuerza bruta. Sybilla era fuerte para ser una chica, pero no era rival para él. Empezó a empujarla hacia atrás. Una vez la tuviera contra la pared, podría estrangularla.
“Familia, ¿eh?”.
Sin embargo, su sonrisa se negó a desaparecer.
“Lo entiendo. Yo también quería salvar a mi familia. Quería salvar a mi hermanito y hermanita”.
“Entonces, ¿por qué… sonríes…?”.
“Por arrepentimiento. Me lancé como una idiota y lo único que hice fue estropearlo todo. Intenté exprimir al máximo el poco cerebro que tenía, pero no pude ver nada. Te cuento, estuve desesperada. Como si no tuviera futuro”.
Sus ojos brillaban, penetrantes y genuinos.
“Pero entonces, vino este tipo diciendo que fue ‘magnífico’”. “……”.
“Esas palabras me dieron un poco de esperanza. ¿Y ahora? Ahora soy una maldita optimista”.
Barron no entendía nada de lo que decía. Todo lo que había recibido eran órdenes de un hombre misterioso.
“Mátalos a todos”. “Si pierdes, mátate”.
“Si no lo haces, tu familia se muere”.
Barron había estado matando durante tres largos años.
Entrenó en el arte del espionaje, había estudiado cómo extraer información de la gente, había aprendido el ángulo exacto que se necesita para romper el cuello de alguien en combate cuerpo a cuerpo, y había dominado la técnica de confiar en el sonido para moverse en la oscuridad absoluta. Sin embargo, una vez al mes sonaba el teléfono y oía a su mujer y a su hijo gritar a través del auricular.
“Entonces tú y ese cerebro afortunado que tienes se pueden morir aquí”, dijo, “y ser olvidados en la oscuridad”.
“Te equivocas. Puedo ir donde me dé la gana”.
Barron la empujó contra la pared como si intentara contradecir su comentario. “Estás acabada”.
Le puso la mano a su esbelto cuello.
Entonces vio de reojo una cabellera rubia revolotear.
Soltó a Sybilla por reflejo. En el momento en que lo hizo, un rugido atronador partió el aire y una bala le rozó la cara. La bala era enorme—el mero flujo de aire que causó al pasar fue suficiente para calentarle la cara.
Después de pasar zumbando a su lado, penetró profundamente en la pared.
¿Era la bala de una magnum? Debe de haber usado un arma muy grande…
Barron volvió a mirar a la chica rubia.
El retroceso del disparo había sido demasiado para ella y estaba a medio caer hacia atrás. El arma que había utilizado era demasiado grande para su pequeña estatura. Rodó sin poder evitarlo y se golpeó la cabeza contra la pared.
“¡Igh!”, se quejó. Luego murmuró: “Qué mala suerte…”, y se desmayó.
Barron ni siquiera había necesitado perder tiempo con ella.
Ella había sido un misterio para él de principio a fin, pero una vez muerta, eso sería todo.
Se giró hacia Sybilla. “Muy bien, ya es hora de que termi—”.
Pero antes de que pudiera terminar la frase, se escuchó un disparo. “¿Qué…?”.
Las piernas le fallaron y cayó al suelo.
Lo siguiente que sintió fue un dolor agudo en la rodilla. Recibió un disparo.
Barron levantó la vista, atónito. Vio a Sybilla sosteniendo su pistola automática.
“¿Me has disparado…?”.
Debió recogerla en el breve instante en que la chica rubia le robó la atención.
El problema era que no tenía sentido. Sybilla había querido luchar mano a mano. ¿Por qué volver a usar un arma?
“¿Creía que habías dicho que no te gustaban las tácticas cobardes?”.
“¿Qué? Somos espías luchando a muerte. Aquí no hay reglas. Dije esa estupidez para que bajaras la guardia”, respondió rotundamente. “No lo decía en serio”.
Todo lo que ella decía era totalmente lógico. Sin embargo, el contraste entre sus palabras y sus actos seguía desconcertándole. “Entonces… ¡¿Entonces por qué no escapaste por la escalera de incendios?!”.
Antes, Sybilla se había detenido en seco y había optado por luchar limpiamente contra él en lugar de escapar de la oscuridad. Si ella no tuviera problema usando tácticas cobardes, podría haber huido por la escalera de incendios. Su comportamiento era incoherente. Barron no le encontraba sentido.
“No tiene sentido. Viste el mapa, así que pudiste haber bajado desde el sexto piso. ¿Por qué dudar?”.
Sybilla sonrió como si acabara de descubrir de qué estaba hablando. “Ah, ya veo. Así que por eso tu plan se vino abajo. ¿Supongo que preparaste las escaleras con una trampa?”.
“…………”.
“Parece que tuve razón sobre lo estresado que estabas. La respuesta era muy simple, y ni siquiera lo notaste”.
“¿De qué me perdí…?”.
Barron había estado observando a Sybilla, y la había visto trabajar como periodista mientras ideaba su plan para matarla. ¿Qué era lo que había pasado por alto?
Todo lo que él había visto y oído pasó por su mente.
“Tus comentarios de esta mañana contradicen la minuta de la reunión del departamento que se publicó ayer, ¿o lo vas a negar?”.
“¡¿Disculpa?! ¡¿Q-qué estupideces estás diciendo?!”.
“Toma, pide algo más del menú”
“¿De verdad? Ahora tú me has salvado. En ese caso, pediré este de aquí, el tercero de arriba a la izquierda”.
Darse cuenta de la verdad dejó a Barron sin aliento.
Era imposible. Era totalmente impensable, y ahí estaba ella, confesándolo despreocupadamente.
“No me digas que tú en serio no…”.
“Mira, me exprimí los sesos en el viaje en barco hasta aquí. Pero hablo en serio cuando digo que el idioma de Mouzaia es increíble. No tuve el tiempo suficiente. Aprendí a hablarlo, pero eso fue todo”. Sacó la lengua. “En cuanto a la escritura, no puedo leer ni una palabra”.
Por fin tenía sentido. Por eso había renunciado a huir—simplemente no supo leer el mapa. Las palabras extintor, sala de descanso y escalera de incendios no significaban nada para ella. Se había limitado a elegir una dirección y correr. No tenía ni idea de dónde estaba la salida de incendios.
¿Cómo él podía haber predicho eso?
¡¿Qué clase de espía se infiltra en un país sin siquiera aprender el idioma?!
Era como si ni siquiera se tomara en serio su trabajo. Sin embargo, era una posibilidad que Barron había pasado por alto y, como resultado, acabó bailando a su ritmo. En el momento en que las cosas dejaron de ir según lo planeado, ella le había robado la iniciativa.
Bueno… supongo que he perdido.
La hemorragia de su rodilla no paraba. Ella le había perforado una arteria. Él apresuradamente trató de detener la herida, pero en su mente, aún recordaba la orden del hombre, y aún recordaba el dolor.
“Si pierdes, mátate”.
El cuerpo de Barron se negó a moverse. Su cerebro había sido entrenado a fondo, y no tenía ningún interés en detener la hemorragia. Quería que su vida acabara.
Sin embargo, sabía que, si moría, matarían a su esposa y a su hijo. No se hacía ilusiones de que un hombre tan cruel tuviera una pizca de piedad en su cuerpo.
Quiero vivir… No quiero morir… Quiero volver a ver a mi familia…
Buscó la esperanza. Anhelando encontrar una luz en esa oscuridad.
La pérdida de sangre estaba haciendo que todo se sintiera confuso. No pasaría mucho tiempo antes de que muriera desangrado.
Oigo una voz. ¿Qué está pasando? ¿Quién me dijo esto?
“Un héroe viene. Aparecerá y te salvará cuando estés en tu hora más oscura”.
“Tienes que asegurarte de sobrevivir hasta que llegue”.
Ya no recordaba quién le había dicho eso, pero recordaba una voz cálida—todo lo contrario de la de aquel hombre cruel. Sin embargo, todo era mentira. Extendía la mano para ser salvado, pero nadie venía.
No había ningún héroe en Mitario.