Spy Kyoushitsu (NL)

Volumen 4

Capítulo 2: Hostilidades

Parte 3

 

 

Todo comenzó en el hotel frente al Edificio Westport.

Era un hotel lujoso preferido por muchos de los invitados de la conferencia, y tenía un bar en el segundo piso donde podías ordenar licores y comidas ligeras. Las mesas no estaban solamente diseñadas en forma de cuartos privados, sino que también eran aprueba de sonido, haciéndolos perfectos para clientes que quisieran compartir una cena o conversar sin ser escuchados. Los clientes abarcaban desde políticos y burócratas, hasta magnates de la industria.

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Cada cuarto tenía un conjunto de sofás de cuero, una mesa de vidrio y un hermoso adorno de lámpara de techo.

Sybilla le clavó los dientes a su plato de costillas, masticando como si le fueran a quitar su carne salada-dulce muy condimentada, dejando los huesos bien chupados.

Se limpió las manos. “¿Te parece bien invitarme a esto?”, preguntó con una sonrisa.

Un robusto hombre estaba sentado frente a ella. “Oh, tú no te preocupes. Salvaste mi vida, es lo menos que puedo hacer. ¡Por favor, no te contengas! Toma, pide algo más del menú”.

“¿De verdad? Ahora tú me has salvado. En ese caso, pediré este de aquí, el tercero de arriba a la izquierda”.

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“¡Ah, una perfecta opción para una jovencita como tú! ¡Me encanta!”. El hombre se rio a carcajadas y se bebió el resto del vino.

Era vicepresidente de una productora de té del Reino de Bumal, y había venido a la conferencia junto a un diplomático del mismo lugar para ayudar a negociar la tasa arancelaria de bienes de calidad que son exportados desde Tolfa. En su estadía, él mantuvo conversaciones con algunos otros países sobre la apertura de plantas de procesamiento de alimentos dentro de sus fronteras.

Era un hombre talentoso en muchos aspectos, pero descuidado en otros—como cuando dejó todos sus documentos clasificados en un maletín fácil de robar.

“En ese momento casi acaba mi vida. Nunca imaginé que saliendo de esa cafetería alguien me robaría el maletín. De no haber sido porque apareciste como toda una heroína y lo recuperaste, ¡no sé qué habría sido de mí!”

“Meh, no fue nada. Al final, ni siquiera pude atrapar al ladrón”. “Pequeños detalles. Déjame recompensarte”.

“¿Entonces qué tal si me regalas una entrevista exclusiva?”.

“No hay problema. Si tienes preguntas, pregunta lo que quieras, vamos, pregunta”.

“Eres muy generoso. Con el corazón que tienes, en un santiamén serías presidente”.

“Oh, puedes omitir los elogios. Soy sólo un modesto vicepresidente”.

Siguiendo con su papel de columnista de periódico, Sybilla comenzó a hacerle preguntas. El vicepresidente era un hombre muy hablador y le contó cosas que ni había preguntado. Cada vez que ella asentía y cada “mm-hmm” que Sybilla daba en respuesta parecía levantarle más el ánimo, e incrementaba el ritmo de sus tragos.

Era tanta la insistencia, que Sybilla también se tomó una cerveza.

Cuando ya había pasado media hora, el vicepresidente estaba bien borracho. “Admito queshta entrevishta me tiene fascinado. Vasha publicarlo, ¿verdad?”

Sybilla se rio nerviosa ante la pregunta mal articulada. “Por supuesto. Incluso me estoy tomando la molestia de escribirlo todo, ¿no?”.

“¿De veras? Me han entrevistado un mooontooon de periodistas, y nunca lo imprimen”.

“… ¿Ah sí?”.

“Simplemente no lo entiendo. Supongo que no tengo suerte, ya que ningún periodista me regresa mis llamadas. Esso es cruel”.

“……”.

Sybilla se rascó un poco la frente. El agudo estímulo la ayudó a concentrarse.

“Oye, no es por querer cambiar el tema, pero—”.

Ella hizo un gesto con su lapicero. “—¿quién está detrás de ti?”

Sybilla y el vicepresidente no eran los únicos en el lugar.

También estaba la secretaria del vicepresidente, y otro hombre de pie guardando silencio.

La piel del hombre era tiesa como un tambor, e incluso a través de la ropa se podía ver su increíble musculatura. Su camisa de manga larga estaba al límite tratando de contener sus bíceps.

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“¿Hmm? Oh, él. Es Barron, es mi chófer”.

Barron asintió levemente. “Oui. No me preste atención”.

Sybilla le dio un pequeño saludo con la mano. “Su voz es un poco tenebrosa, pero su pronunciación es muy buena. ¿nació aquí?”.

“Así es. Mi chófer exclusivo iba a venir conmigo, pero se enfermó por comida intoxicada. Tuve que encontrar un sustituto a toda prisa. Barron puede verse aterrador, pero es bueno en lo que hace, tanto al volante como fuera de él”.

“…Oui”.

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El vicepresidente se llevó un cigarrillo a la boca para demostrar lo que decía, y Barron inmediatamente le ofreció fuego. Al parecer, conducir no era la única cosa que él hacía por su cliente.

“……”.

“Ah, ¿preocupada porque esh tan grande? Fue boxeador de peso medio hace unos cuantos años. Oí que era muy talentoso”.

Oui. Pero me rompí un ligamento y tuve que retirarme”.

“Qué pena. Oh, ¿crees que puedas escribir un artículo con eso? ¿O tendremosh que darte informashión detallada?”.

Sybilla y Barron ignoraron las palabras del ebrio vicepresidente e intercambiaron una mirada.

Entonces llegó el camarero con una nueva botella de vino.

Barron estaba más cerca de la puerta, así que tomó la botella. “Oui. Yo serviré”.

La entrevista llegó a su fin cuando Sybilla empezó a sentirse mareada. “Ugh, no me siento muy bien…”.

“Culpa mía. Perdón por haberte hesho beber tanto”, se disculpó el vicepresidente mientras Sybilla se tapaba la boca con la mano. “Barron, acompaña a la amable reportera a su casa, ¿quieres?”.

Sybilla le hizo un gesto con la mano. “No, no, no tiene que hacerlo”.

“Ya, ya, descuida. La excusa perfecta para que siga la fiesta. Ahora, asegúrate de llamarme cuando tengas una fecha fijada para ese artículo, ¿me oyes?”.

El vicepresidente se alejó alegremente con su secretaria a rastras. Se dirigían a buscar alguna dama de compañía, de eso no había duda.

Sybilla y Barron estaban solos frente al bar del hotel. “Oui. Por aquí”.

“Gracias”.

Según Barron, el auto estaba aparcado debajo del hotel.

Sybilla siguió sus indicaciones y se tambaleó por las oscuras escaleras. Al bajar, perdió el equilibrio y chocó varias veces con Barron. Él no parecía muy contento, pero de igual forma la ayudó.

Una vez que llegaron abajo, Sybilla se metió en una zanja. “Ugh, ya no puedo con esto”.

Vomitó. Todo lo que había comido y bebido, salió por donde había entrado.

A su lado, Barron frunció el ceño. “…Oui. Te traeré agua”.

Se dirigió a las escaleras. Mientras subía, buscó algo en el bolsillo del pecho y luego se le escuchó confundido. Lo que sea que buscaba, ya no estaba.

“¿Buscas esto?”, le dijo Sybilla.

Sostenía un par de píldoras para dormir en la punta de sus dedos. “Somníferos, ¿eh? Qué cosa tan horrible me estuviste dando”. “……”.

“Tuve que vomitar enseguida, o las cosas habrían salido mal. Bueno,

¿quién te mandó a hacerlo? No creo que fuera ese vicepresidente”. Sybilla ya estaba segura que el culpable era Barron.

Cuando el vicepresidente mencionó a los periodistas desaparecidos, la expresión de Barron había cambiado levemente. Algo sabía. Y, además, estaban las drogas que había metido en el vino. Cuando sirvió, se aseguró de colocar la botella de forma que su mano quedara oculta.

No era un chófer ordinario.

“Dime quién es tu cliente, o llamaré a la policía y les diré que—”. Sybilla fue interrumpida a mitad de la frase.

Barron acababa de dar media vuelta y subió corriendo las escaleras.

Sybilla no tenía intención de dejarlo escapar sin pelear. Chasqueó la lengua y corrió tras él. Lo ebria y su mala condición física fueron mentira. Ahora era el momento de usar los músculos de las piernas que había entrenado incansablemente.

Sin embargo, Barron tampoco era lento.

Al llegar a la planta baja, empujó a unos cuantos empleados del hotel y huyó por la salida trasera.

Parece que lo de haberse roto un ligamento era mentira. ¿Quién demonios es este sujeto?

Sybilla se hizo más preguntas mientras lo perseguía en dirección a la salida trasera.

Detrás del hotel había un desgastado edificio multicliente de ocho pisos. Barron subió por la escalera exterior y Sybilla sacó su pistola y continuó la persecución. Cuando lo arrinconara, podría sacarle información.

Su enemigo parecía haber entrado en el sexto piso del edificio. La puerta estaba abierta.

“¡No irás a ninguna parte!”, Sybilla gritó mientras entraba al edificio.

Dentro, había un complejo de oficinas que parecía estar programado para ser demolido. No había inquilinos y todas las oficinas estaban vacías. Sin embargo, aún había electricidad y luces fluorescentes iluminaban los pasillos.

Un largo pasillo estaba delante de ella. Sybilla no vio a nadie.

¿Por qué ya no oigo sus pasos? Diablos, no oigo nada… ¿Se escondió?

Ella asumió que el plan del sujeto era lanzar un ataque sorpresa, así que empuñó con fuerza su arma mientras avanzaba por el pasillo.

De repente, oyó que algo se colapsaba en la escalera exterior. Al momento siguiente, las luces se apagaron.

“¿Eh?”.

En ese momento, algo grande se movió detrás de ella. Ella saltó hacia un lado por puro reflejo para esquivarlo, y sintió que algo le pasaba silbando por la cara.

Oui”, dijo Barron con calma.

Sybilla se dio la vuelta y trató de distanciarse de él. Sin embargo, sólo dio unos pasos y tropezó con algo. La visibilidad era terrible. Tras caer al suelo, huyó hacia una de las oficinas desocupadas.

Maldita sea, ¿en serio? Bueno, al menos sé lo que está sucediendo…

Se dio cuenta que la condujo aquí a propósito, pero era demasiado tarde. Ella ya estaba en el campo de caza de Barron.

La oscuridad era absoluta.

Todas las ventanas del edificio estaban entabladas. No entraba ni un rayo de luz del exterior y ella no podía ver nada. Sus ojos quedaron inutilizados. Lo único en lo que podía confiar era en los más mínimos sonidos para encontrar a la corpulenta masa asesina que se acercaba a ella.

“He entrenado mucho para poder luchar sin necesidad de ver”, murmuró Barron.

Después de eso, hubo silencio durante un rato. Entonces, un poderoso puño se aproximó hacia ella desde atrás.

Sybilla usó todo lo que tenía para percibir el ataque un momento antes de que llegara y evitar recibir un impacto directo. Aun así, la fuerza del golpe fue tan feroz que sintió que todo su cuerpo iba a salir volando.

“Esta prisión de oscuridad será tu tumba”.

Mientras la voz de Barron resonaba, ella percibió que el siguiente golpe invisible se acercaba. Pero no tenía forma de esquivarlo.

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Mierda… en serio no puedo ver na—

Fue allí, en esa oscuridad, cuando Sybilla se dio cuenta de que iba a morir.

***

 

 

Mientras tanto, en la embajada de Lylat…

La embajada se encontraba en la parte más bella de la ciudad, y allí se estaba llevando a cabo una fiesta para conmemorar el aniversario de la fundación del Reino de Lylat. Los invitados a la conferencia de Lylat estaban lejos de casa, pero aun así hicieron una gran fiesta e invitaron a todo tipo de dignatarios extranjeros para profundizar sus vínculos.

Aparte de los otros invitados, la banda de jazz de Monika había sido invitada a la fiesta. Un burócrata con el que se llevaban bien insistió en que vinieran a tocar a la fiesta. Su petición de que tocaran versiones de jazz de muchos de los clásicos de Lylat había sido inusual, pero estuvieron a la altura de las circunstancias y ofrecieron una presentación para la posteridad.

Cuando terminaron de tocar, la banda se quedó y conversaron un buen rato con los invitados. Varios de los invitados habían traído a sus familias, y los músicos de jazz se encargaron de entretener a los niños bailando y tocando música con ellos. Según los miembros de la banda de Monika, hacer un esfuerzo adicional como ése era el truco para conseguir más trabajo.

Monika decidió hacer lo mismo. Se mezcló con el público, demostrando su habilidad con el saxofón tenor y mostrándole a todos una brillante sonrisa cuando normalmente ni por error la dejaba ver. “Si les gusta lo que oyen, no duden en contratarnos para sus próximas fiestas”, sugirió a los funcionarios de los distintos países con los que se encontraba.

Mientras creaba conexiones, alguien le habló por detrás.

“La tocada estuvo increíble. Tengo que decir que me ha cautivado”.

La ponente era una joven que parecía ser diez años mayor que Monika. Tenía el cabello largo y rubio y llevaba un vestido que le dejaba los hombros casi al descubierto.

“Gracias”, respondió Monika cordialmente. “Tú eras, eh…”.

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“Miranda. Sólo soy una estudiante universitaria; uno de los señores me trajo como su cita”.

Se le podía ver cierta indiferencia por la forma en cómo le ofreció la mano.

Cuando Monika le devolvió el saludo, Miranda se inclinó hacia ella y le susurró. “¿Quieres pescar a un pez gordo? ¿Andas buscando alguien que te mantenga?”.

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“No, eso no es lo mío”. Monika negó con la cabeza. “La banda todavía necesita ganar reconocimiento. Hay que salir a la calle para conseguir esos conciertos”.

“¿En serio? Escuché que ya eran muy famosos”.

“Ah, ¿sí? Bueno, yo acabo de unirme”, respondió Monika, sacando la lengua con timidez.

Miranda soltó una carcajada. “Me gusta tu estilo. Creo que tú y yo nos llevaríamos bien”.

“Bueno, ya somos dos”.

“Dime, ¿quieres salir de aquí?”- Miranda le susurró al oído. “Hay un lindo lugar que quiero enseñarte. Te encantará—hay mucha gente con grandes bolsillos”.

Monika se lamió los labios. “Dime más”.

Las dos se fueron de la fiesta y Miranda la llevó a un callejón a las afueras del distrito comercial de Mitario. Después de pasar por una serie de bares y burdeles estrechos, llegaron a una cafetería.

Miranda le enseñó una moneda al encargado y éste las dejó pasar a la parte de atrás. Desde allí, bajaron por una escalera subterránea y llegaron a una gran puerta.

Se abrió, revelando una gran sala.

El interior estaba bien iluminado y había casi cincuenta personas con los rostros enrojecidos y mucho ruido.

La gente llenaba las mesas en las que había cartas, ruletas, juegos de dados y máquinas tragamonedas. De vez en cuando, alguien alegraba el momento y una mujer semidesnuda les pasaba una gran pila de fichas.

“Así que me trajiste a un casino clandestino”. La cara de Monika se iluminó. “Me encanta. Parece ser el lugar donde la gente dejaría escapar todo tipo de secretos”.

En la mesa de póquer, el viceministro de Asuntos Exteriores de la Confederación de Fend estaba sentado junto al presidente de una empresa farmacéutica de Mouzaia, y no eran ni por cerca los únicos invitados a la conferencia en el salón.

Miranda sonrió orgullosa. “¿Quieres que hable bien de ustedes? Soy amiga del dueño, y apuesto a que puedo hacer que deje a tu banda tocar aquí”.

“¿De verdad harías eso? ¿Dónde has estado toda mi vida?” Miranda le dio algo. “Toma esto”.

Ese algo resultaron ser tres flechas pequeñas del largo de su mano. “¿Eh? ¿Dardos?”.

“Sí. Aliviará la tensión si juegas una ronda antes de que te presente.

¿Has jugado antes?”.

“Je. ¿No te gustaría saberlo?”, respondió Monika, esquivando la pregunta mientras seguía a Miranda.

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Había un par de dianas colgadas en un rincón de la sala, rodeadas de hombres que parecían ser los corredores de apuestas del casino. Todos estaban usando máscaras que les cubrían la mitad derecha de la cara.

“El juego es muy sencillo. Sólo tienes que lanzar los dardos a la diana”. Miranda se paró frente a una de las dianas y se colocó perpendicular a ella. “Así”.

Moviendo sólo el codo, lanzó sus tres dardos uno tras otro.

Monika entendía bien las reglas. Todos los dardos de Miranda se hundieron en la zona triple del 20, el punto de mayor puntuación del tablero—que era sólo un cuadrado de un centímetro de longitud.

Había una gran pizarra colgada junto a la diana, y esa proeza le otorgó a Miranda un 180.

Monika siguió los pasos de Miranda y se colocó delante de la diana que había junto a la suya. Le pareció ver que el corredor sonreía, pero lo ignoró y preparó sus dardos. Luego se colocó de la misma manera que Miranda y los lanzó usando sólo la fuerza de su codo.

“¿Así?”.

Uno tras otro, los tiros de Monika cayeron en el triple del 20.

La expresión de Miranda se puso rígida. “Vaya… Eres muy buena en esto”.

Un enmascarado recuperó los dardos y luego escribió un 180 en su pizarra igual que antes con Miranda.

A partir de ahí, Miranda y Monika siguieron turnándose para lanzar series de tres dardos. Ninguna de las dos falló nunca el triple del 20 y, en poco tiempo, cada pizarra estaba cubierta por una larga serie de 180.

Al poco tiempo, una multitud empezó a reunirse y a lanzar gritos de asombro ante las increíbles técnicas de Monika y Miranda.

“¿Quiénes son estas señoritas?”. “No puedo creerlo…”.

“¿Cómo siguen acertando en ese punto tan pequeño?”.

“¿Qué les pasa a estas chicas?”.

“¿Entonces cómo sabemos quién gana?”, Monika preguntó una vez terminada su séptima ronda. Para entonces, había acertado veintiún triples de 20 seguidos.

Miranda, que había igualado su puntuación en todo momento, volvió a preparar sus dardos. “Normalmente termina después de ocho rondas, y el ganador es quien tenga la puntuación más alta”.

“¿Y si hay empate?”. “Vamos a prórroga”.

“Espera, este juego apesta. Tendremos que seguir jugando por el resto de nuestras vidas”, respondió Monika irritada antes de volver a lanzar sus dardos.

Y como era de esperar, la partida se alargó hasta la prórroga. Las pizarras se limpiaron, sólo para ser llenadas con una nueva ronda de 180.

Cuando la novena y la décima ronda terminaron exactamente igual, Miranda chasqueó la lengua. “Sólo como advertencia, yo tendría cuidado con anotar demasiados puntos”.

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Monika frunció el ceño. “Ah, ¿sí? ¿Por qué?”.

“Aquí jugamos en serio. El perdedor tiene que pagar hasta cien donnis por cada punto que el ganador obtiene”.

Monika miró de nuevo las pizarras.

Después de diez rondas, tenía un puntaje total de 1.800 puntos. Si se multiplicaba por cien de los donnis de Mouzaia, salía una suma aproximadamente cuatro veces superior a lo que un hombre adulto ganaba en un año.

Sí, me imaginaba que era eso.

“¿Qué demonios, Miranda? Yo no acepté ninguna apuesta”. Monika estaba afligida.

“Aceptaste en el momento en que entraste por esa puerta”. Miranda lanzó sus dardos triunfalmente. Su puntaje para la décima ronda era nuevamente 180. “Si no tienes el dinero, siempre puedes pagar con tu cuerpo. Este lugar también hace shows de striptease”.

“Tampoco acepté eso”.

“Si te digo algo, son bastante desagradables. Tienen una gran guillotina que les gusta usar para diseccionar a los artistas”.

En ese momento, Monika se dio cuenta de que había más enmascarados alrededor, y se estaban posicionando para acorralarla. Probablemente todos eran de alguna pandilla de por aquí, y estaba claro que les gustaba la violencia. Su trabajo consistía en capturar al perdedor.

Los presentes empezaron a sonreír malévolamente esperando la derrota de Monika.

Perder significaría ser diseccionada en vivo en el escenario. Ni siquiera había garantías de que fuera a salir con vida.

Se encogió de hombros y enfiló sus dardos. “Nunca entenderé los gustos de la gente rica”.

Miranda la observó con una sonrisa sádica. “Odio tener que decírtelo, pero no eres el primer prodigio al que me enfrento. Es raro, pero pasa”.

“………”.

“Las personas son criaturas extrañas. Incluso si eres un prodigio que puede lanzar un juego perfecto como si nada, en el momento en que te ves atrapado en una situación de vida o muerte, te derrumbas en un santiamén. Pero a mí eso no me molesta. Esto es exactamente para lo que he entrenado”.

“………”.

“Ahora veamos cuánto tiempo puedes mantener la calma ahora que sabes el—”.

“Así que, dicho de otra manera…”, Monika ignoró las burlas de Miranda y lanzó su siguiente dardo. Aterrizó justo en el medio del triple del 20. “Si gano, te tendré a mi merced así sin más. Me gusta”.

“¡……!”.

“Todo va saliendo bien. Al principio sentí mucha curiosidad sobre por qué te me acercaste”.

Los siguientes dos dardos de Monika también dieron en el blanco.

“Escogiste a la persona equivocada. Una vez que te gane, puedo hacer que me lo digas”.

“Parece que alguien está actuando prematuramente”.

Con eso, los dos monstruos comenzaron su batalla de lleno.

No importaba cuántas rondas pasaran, las dos continuaban acumulando puntuaciones perfectas de 180 puntos. Llegó un punto en el que las dianas se rompían de tanto golpearlas en el mismo sitio y tenían que ser cambiadas.

Llegada a la decimoquinta ronda, los espectadores seguían gritando de emoción. Sin embargo, en la vigésima ronda, esos gritos disminuyeron. Habían empezado a darse cuenta de lo que estaban viendo—un combate a muerte entre dos personas que habían trascendido las limitaciones humanas.

Todas las personas reunidas esperaban impacientemente a ver cómo terminaba el combate.

Fue en la vigésimo séptima ronda cuando cambiaron los vientos de la fortuna. El tercer lanzamiento de Monika se desvió hacia abajo.

“¿Pero qué…?”, exclamó.

Su dardo había caído en una de las 20 secciones.

¿Voló mal…?

No había cometido ningún error en su técnica, pero había fallado el tiro.

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Algo debió de interferir en el aire. No había otra forma de explicarlo. “Bueno, bueno, bueno. Lo siento, pero fin del juego”.

Miranda soltó una carcajada sospechosa y preparó su tercer dardo.

No hacía falta decir que su primer y segundo lanzamiento habían sido perfectos. Si anotaba al menos veintiún puntos con su tercer lanzamiento, tendría la victoria.

“Abre bien los ojos. Este es el momento en el que toda tu vida termina”.

Mientras la multitud miraba expectante, ella lanzó el dardo decisivo.

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