Spy Kyoushitsu (NL)

Volumen 4

Capítulo 2: Hostilidades

Parte 1

 

 

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Thea suspiró.

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Las horas pasaban, y las impresionantes vistas desde su apartamento se habían convertido en otra parte cotidiana de la vida.

Dos semanas habían pasado desde que llegaron a Mitario, una de las mayores metrópolis de los Estados Unidos de Mouzaia.

Formalmente, Thea trabajaba como empleada contratada por una empresa de Din que importaba muebles extranjeros. Su coartada era que, junto a Klaus y Grete, estaban buscando en Mitario información sobre muebles finos que pudieran llevarse a casa.

De momento, estaban alquilando un par de apartamentos de lujo. Tenían dos habitaciones y estaban una al lado de la otra en el octavo piso de un complejo de apartamentos en el centro de la ciudad.

La Calle Principal pasaba junto al edificio, y el tráfico de la mañana estaba tan congestionado como siempre. Cientos de autos avanzaban en filas ordenadas mientras las enormes vallas publicitarias a lo largo de la calle anunciaban productos a los conductores. Incluso los presentadores de las noticias de la televisión hablaban de lo congestionado que se encontraba, y mencionaban que el gobierno recomendaba a los transeúntes usar el metro.

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Thea alzó la vista hacia las hileras de rascacielos que se elevaban hacia las nubes. Los campanarios de la capital de Galgad habían sido impresionantes, pero Mitario estaba en otra liga. Si uno de los rascacielos tenía treinta pisos, el siguiente tenía cuarenta y el siguiente cincuenta, como si sus constructores hubieran estado en una competencia. Hoy en día, nadie lograba mantener el récord del ‘edificio más alto del mundo’ por más de dos años.

Eso hace ver lo atrasados que estamos…

Ella volvió a suspirar.

En la República de Din, los embotellamientos se producían en raras ocasiones. Tampoco realizaban transmisiones por televisión. Sólo por radio. Tampoco tenían un sistema de trenes subterráneos. En las grandes ciudades apenas había trenes suburbanos, y en las zonas rurales era frecuente ver a la gente en carruajes tirados por caballos. Además, se podía recorrer todo el país y no se verían edificios de más de un piso.

Thea había visto las hileras de mega hoteles cuando visitó el distrito del entretenimiento al sur de Din, y comparados con Mitario, eran como casas de muñecas.

Entonces oyó la voz de Grete desde fuera de su habitación. “Thea, el desayuno está listo…”.

Tras asegurarse de que su vestimenta y su peinado estuvieran en orden, Thea se dirigió al comedor. Un olor a tostadas y mermelada dulce, que hacía agua la boca, flotaba en el aire mientras Grete colocaba los platos en un carrito.

“Gracias, todo luce delicioso. Pero, ¿por qué el carrito?”, preguntó Thea.

“Ah, ¿esto? Quedé con el jefe para que desayunáramos. Admito que estoy un poco emocionada”.

Cuando Grete terminó de cargar el carrito, empezó a empujarlo.

Thea asumió que planeaba llevarlo al apartamento de al lado, donde se quedaba Klaus.

Era una vista encantadora, pero hubo algo que llamó la atención de Thea.

“Cuatro porciones, hmm”.

Había cuatro platos, uno junto a otro. El pan estaba bien tostado, pero algunas rebanadas estaban más oscuras que otras—quizá debido a la ansiedad de la cocinera.

Thea y Grete se dirigieron juntas al apartamento de al lado y llamaron a la puerta. Poco después, Klaus abrió. “Buenos días a las dos. Les agradezco que se hayan tomado la molestia”.

Tras dar las gracias a Grete, miró el carrito. “Cuatro porciones, eh”.

Nunca se le escapaba nada.

Grete sacudió la cabeza con descontento. “…No puedo decir que eso me haga feliz”.

“No hace falta que te esfuerces tanto. A partir de mañana, yo cocinaré”.

Los dos sonaban como un par de recién casados conmovedores. Thea podría seguir viendo esto por días.

Entonces se oyó una voz desagradable que venía de más adentro.

“Ooh, algo huele bien. ¿Qué es eso, el desayuno? ¡Somos afortunados, Kagaribi! No bromeo cuando digo que tengo tanta hambre que podría comerme un caballo”.

Klaus frunció el ceño y abrió de golpe la puerta del dormitorio. “¿Y quién dijo que ibas a desayunar?”.

Dentro había un hombre flaco atado de pies a cabeza: Roland, alias Shikabane.

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Con los brazos en la espalda, estaba atado por todas partes con cinturones sujetos por un arsenal de candados. Incluso el estado en el que se encontraba ya era similar a una tortura, pero el asesino de élite parecía imperturbable.

Les mostró una sonrisa despreocupada desde lo alto de la cama. “Vamos, viejo, ten corazón. Soy un informante valioso, ¿recuerdas?”.

“Uno que se niega a darnos siquiera una pizca de información factible”.

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Roland ignoró la sarcástica insinuación de Klaus. “Mira, olvídate de todo eso y desátame de una vez. Necesito las manos libres para comer tostadas”.

“………”. Klaus tomó el plato de las tostadas y lo colocó en el suelo delante de Roland. “Tienes boca, ¿verdad?”.

“… ¿Has oído alguna vez la expresión ‘abuso de poder’?”.

“¿En serio crees que los espías capturados tienen derechos?”, Klaus disputó mientras se alejaba. Ni siquiera quería respirar el aire de la misma habitación que Roland.

“Profe”, dijo Thea, “¿está seguro que traerlo fue una buena idea?”.

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“Es la única persona que conoce la apariencia de Murasakiari. Por desgracia, eso lo hace valioso para nosotros”.

Klaus no parecía muy contento con ese hecho, y Thea comprendía perfectamente cómo se sentía. Su opinión de Roland se encontraba por los suelos, lo mismo para Klaus. Al fin y al cabo, el hombre había pasado sus días matando a políticos y agentes secretos de todo el mundo. ¿Quién sabía cuánta gente había muerto a sus manos?

De repente, Grete se acercó a Roland con un cuchillo y un tenedor. Con una expresión fría, empezó a cortarle la tostada.

Eso sí fue una sorpresa. Nadie esperaba que ella decidiera atenderlo.

Roland le dio las gracias, pero Grete le ignoró. “Yo… tengo algunas preguntas que hacerte”.

Su voz era firme. Tenía ese algo cuando hablaba con hombres. “Ah, ¿sí?”

“¿Te acuerdas de Olivia?”.

Thea reconoció ese nombre. Era la espía con la que Grete había luchado. Olivia era la aprendiz de Roland, y había utilizado su posición como sirvienta de un importante político para proporcionar apoyo a los espías del Imperio.

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“¿Qué? Claro que sí”, respondió Roland. “¿Qué pasa con ella?”. “¿De verdad… la amabas?”.

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“Oh, sí, por supuesto. Sólo tuve que decirle que la amaba y estuvo dispuesta a arriesgar su vida por mí. Cuando se trata de peones, no hay nada mejor que—”.

La tostada se estrelló contra la cara de Roland. Y el plato también.

La mermelada de fresa roja parecía sangre mientras se deslizaba por su cuerpo.

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“Grete”, Klaus le habló. “Cálmate”. “Sí, señor… Lo siento…”.

Luego de tirarle el plato, Grete salió de la habitación y cerró con llave luego de salir. “Thea, ¿serías capaz de mirar en su corazón?”, preguntó en voz baja. “Cuanto antes le saquemos esa información, más rápido lo podemos tirar al océano”.

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“¡No sabía que eras vengativa!”.

Estaba claro que Roland provocó esa ira.

Thea suspiró. Normalmente era Grete quien tenía que calmarla, y no al revés. “Entiendo cómo te sientes, pero no puedo. Lo he intentado una y otra vez, pero nunca baja la guardia”.

Thea tenía un talento especial—la capacidad de espiar en el corazón de cualquier persona a la que mirara.

Sin embargo, contra los espías de élite era más fácil decirlo que hacerlo. Intentó muchas veces con Roland, pero nunca tuvo éxito. Cada vez, él apartaba la mirada antes de que ella pudiera sacarle lo que necesitaba. Probablemente era su instinto de espía el que le decía que tuviera cuidado con ella.

“No nos preocupemos por él por ahora”, dijo Klaus. “Podemos encontrar a Murasakiari por otros medios. Sabemos que está inmiscuyéndose en la Conferencia Económica de Tolfa, así que a partir de mañana empezaré a investigar a los invitados. Una vez que averigüemos quién es Murasakiari, podremos capturarlo”.

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Continuó.

“Ustedes encárguense de los demás”.

Thea y Grete asintieron con determinación. “Entendido”.

“Por supuesto…”.

De ahí en adelante, iba a depender de ellas determinar el proceder del equipo.

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