Spy Kyoushitsu (NL)

Volumen 4

Capítulo 1: Movilización

Parte 3

 

 

Roland se puso de pie. Mientras lo hacía, comenzó a morder sus uñas hasta que estuvieron afiladas como cuchillos.

“Vamos, Kagaribi, otro intento. Uno a uno. A muerte. Esta vez no me agarrarás desprevenido”.

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“No tengo tiempo para esto”, respondió Klaus a secas.

“¿Ah, sí? Pues en ese caso—”, sonrió Roland. “—supongo que tendré que matar a la chica”.

De la nada, su cuerpo pareció flotar en el aire. Así de veloz y eficaz era su salto. Eso plantea la pregunta, ¿de dónde sacó los músculos para realizar semejante hazaña con su demacrado cuerpo? Dio una patada a la pared para tomar impulso, se lanzó junto a Klaus, yendo directo hacia la garganta de Thea. La velocidad a la que se movía era absolutamente inhumana.

Entonces, un momento antes de que sus dentadas uñas pudieran tocar la carótida de Thea… se congeló en el aire.

El puño de Klaus estaba enterrado en el plexo solar de Roland.

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Por un momento, Roland se quedó allí, inmóvil. Luego salió volando y se estrelló contra la pared con un terrible crujido.

Klaus sacudió el puño para desentumecerlo. “No me sirvió ni para calentar”.

La pelea inició y terminó antes de que Thea tuviera siquiera la oportunidad de reaccionar. Y, al parecer, Klaus había ganado contundentemente.

“Perdiste, Roland. Lo que te queda ahora es contarme todo”.

“Urgh…”

“Tengo entendido que hay un miembro de Hebi infiltrado en la ciudad de Mitario, en los Estados Unidos, y que está interfiriendo en la Conferencia Económica de Tolfa. ¿Es eso cierto?”.

Roland yacía en el suelo, gimiendo.

Finalmente, dio su pobre respuesta. “…Sí. Yo le estaba ayudando”. “¿Dónde se esconde exactamente? ¿Cómo podemos identificarlo?”

“Ya te lo dije una vez, y te lo repetiré mil veces”. Roland apretó los dientes y miró fijamente a Klaus. “Déjame salir y te diré lo que quieras saber”.

Klaus lo miró con frialdad. “¿De verdad crees que estás en posición de exigir algo?”.

Roland escupió al suelo con dolor, se dejó caer en la cama y suspiró. Luego agarró el vaso que estaba al lado de la cama y se bebió de un trago el agua. Para cuando acabó, había recuperado la compostura. “Bueno, ¿qué más vas a hacer? ¿Entrar a ciegas?”.

“Tu preocupación me conmueve”.

“Lo siento, pero no hay tortura ni suero de la verdad que pueda doblegarme. Y si se te ocurre entrar a ciegas…”.

Roland gesticuló una mueca burlona.

“…Murasakiari hará una carnicería hasta con el último de ustedes”.

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Murasakiari. Así que ese era el nombre del miembro de Hebi que acechaba en Mitario.

Sin embargo, conocer el nombre clave de un espía no era suficiente para idear una estrategia para derrotarlo.

Nada de eso parecía ser noticia para Klaus, y su expresión no cambió en lo más mínimo. Se limitó a mirar a Roland con frialdad. “Ahórrate las amenazas vacías”.

“Es que no lo fue”. Roland sonaba casi orgulloso. “Hebi ya mató a uno de tus compañeros, ¿verdad? Si no recuerdo mal, entregaron el cadáver aquí mismo a Din con el corazón arrancado y sin remitente”.

“……”.

“Tengo una profecía para ti. Vas a perder gente que te importa, de nuevo”.

Su voz sonaba con convicción. Era casi como si tuviera evidencia con las que respaldar lo que afirmaba.

El miedo y la inquietud atravesaron el corazón de Thea, y se sintió impulsada a pedirle a Klaus que escuchara a Roland. Ella sabía que estaba tratando de tentarla. Ella sabía que esa reacción era exactamente lo que buscaba su enemigo. Pero el impulso se apoderó de ella de igual modo.

Sin embargo, Klaus parecía totalmente imperturbable. Se dio la vuelta para marcharse. “Veo que estoy perdiendo mi tiempo aquí”.

Thea pudo oír cómo Roland chasqueaba la lengua, molesto.

Escuchar esa conversación había sido una experiencia bastante desconcertante. Thea también buscó la salida. Quería salir de allí lo más rápido posible.

Sin embargo, cuando lo hizo, Roland les habló con un tono grave. “Mis condolencias. Pero oye, te daré un regalo”, dijo. “Deberías sacar a esa chica de cabello negro de tu equipo lo antes posible”.

Thea se detuvo con un grito ahogado.

Se imaginaba la sonrisa burlona de Roland.

“Cuando luché contra ella, no logró nada. Todo lo que hizo fue temblar y correr por su vida. Si yo fuera tú, me desharía de ella antes de que te arrastre”.

Thea sintió que la temperatura de su cuerpo cambió.

Todo era cierto. Cuando se enfrentó a él, no pudo hacer nada. Su compañera Monika se había defendido bien, pero Thea había cedido completamente a su falta de carácter.

Incluso ahora, quería huir tan rápido como pudiera, pero— “Interesante. En realidad, yo también quería preguntar algo”.

Klaus se dio la vuelta. La mirada de sus ojos seguía siendo tan fría como el hielo.

“¿Cómo era? ¿Qué impulsó a un debilucho como tú a pensar en mí como tu rival?”

“………”.

Esta vez, fue el turno de Roland de verse estremecido.

“Deben ser muy vergonzoso para ti, todas esas tonterías que creías sobre ‘el destino nos unió’ y ‘rivales’. ¿De quién escuchaste todas esas estupideces? Conoce tu lugar—tu vida como espía ha terminado”.

Con esas despiadadas palabras finales, Klaus salió de la celda. Mientras Thea lo seguía, volteó a ver a Roland.

Su rostro estaba rojo luego de golpearse contra la pared ante la frustración.

Cuando subieron del sótano, Klaus le habló. “Lo siento por eso”. Era raro oírlo disculparse.

“Serás quien dé las órdenes durante la misión, así que pensé que sería mejor que vieras de primera mano de quién venía nuestra información. No tenía intención de exponerte al peligro, y no tenía idea de que haría esos comentarios sin fundamento sobre ti”.

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Thea negó con la cabeza. “No, no, no es culpa de usted…”

Ella entendía el porqué de sus palabras. Esta misión había surgido por el testimonio de Shikabane—Roland. Ella se alegró de que Klaus se hubiera tomado la molestia de permitirle estar presente mientras él confirmaba los detalles.

Sin embargo… Ella estaba al límite.

Su corazón se comenzaba a desgarrar.

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“Profe”. Ella le habló desde detrás. “Todo lo que dijo Roland era cierto. Por mi miedo no pude contribuir”.

“Ya veo”.

“¿Está seguro de que estoy calificada para estar al mando?”.

Fue una pregunta patética. Ella lo sabía. Pero de igual forma la hizo.

Tener que dar órdenes con las vidas de sus compañeras de equipo en juego era una gran responsabilidad, y no estaba segura de que su corazón pudiera soportar ese peso.

La luz era tenue, así que no pudo ver la expresión de Klaus. Se preguntaba qué tan decepcionado estaba él mientras ella se agarraba el pecho y proseguía. “Antes… ayudé a una espía enemiga a escapar”.

“………”.

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“No fue un error o un accidente. Les di instrucciones a mis compañeras e hice que salvaran a nuestra enemiga”.

Klaus asintió como si ya lo supiera. “Ya veo”.

Thea estaba hablando de lo que había sucedido hace unos días.

Ella y las chicas habían conocido a Matilda, una mujer que decía ser la madre de Annette, y cuando descubrieron que Matilda era una espía enemiga, Thea tomó la decisión de ayudarla a escapar. Algunas de sus aliadas se habían opuesto, pero ella las persuadió y obligó a hacer las cosas que creía eran las correctas.

Sin embargo, era muy probable que todo formara parte del plan enemigo.

Thea, cariño, no eres nadie”.

Thea nunca olvidaría la mirada de desprecio en los ojos de Matilda.

“Eso hizo que me diera cuenta de algo… Soy demasiado blanda con mis enemigos”.

Volvió a pensar en las palabras de su heroína.

Todo había empezado por algo que la espía Kouro le había dicho. “Quiero que te conviertas en una heroína”.

Esas palabras la impulsaron a convertirse en espía, pero ahora, se sentían como una maldición que la trituraba.

A diferencia de los espías, que sólo salvaban a sus conciudadanos, los héroes también salvaban a sus enemigos. Pero ahora, se daba cuenta de que ese ideal era una fantasía. Si seguía dejando que su indulgencia la controlara, lo que conseguiría sería poner en peligro a sus compañeras.

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“No estoy hecha para tomar el mando. Estaríamos mejor con usted de vuelta al frente, como en un principio”.

Era una carga demasiado grande para ella.

Y, además, Klaus había tomado el mando en la primera Misión Imposible, ¿no es así? Ella y las demás habían elaborado el plan y se habían encargado de transmitirle la información, pero era él quien tenía el visto bueno en todo. ¿Qué tenía de malo repetirlo?

Sin embargo, Klaus se limitó a suspirar. “No puedo aprobar eso”. “¿Pero por qué no?”.

“Porque no sabemos lo suficiente sobre a quién nos enfrentamos. Con tan poca información para trabajar, la única forma de saber sobre nuestro enemigo es arriesgándonos. Eso significa un peligro adicional para la gente en el frente, y por eso yo necesito estar ahí”.

“………”.

Thea no tenía nada que refutar. Era una decisión racional.

Efectivamente, habían logrado reunir información anticipada de todos sus otros oponentes hasta la fecha. Tanto si se enfrentaban al mentor de Klaus como a alguien por el que sus camaradas habían dado la vida para investigar, siempre habían sido capaces de preparar contramedidas.

Pero esta vez, las cosas eran diferentes.

¿A quién otro que no fuera Klaus podrían poner a cargo de la exploración de amenazas potenciales?

“No te castigues tanto”, dijo Klaus con gentileza. “¿Recuerdas lo que te dije? Las diferencias entre aliados son la clave de un equipo fuerte. La crueldad pudo haberle servido al equipo en el pasado, pero llegará el día en que esa compasión tuya sea exactamente lo que necesitemos”.

¿Pero cuándo?

¿Cuántas veces tendré que salir herida mientras espero?

¿Y si mi ingenuidad nos cuesta una de nuestras compañeras antes de eso?

Quiso gritarle preguntas como si fuera una niña, pero Klaus ya había salido del edificio y había llamado a un taxi. Ahora que estaban en público, ella ya no podía hablar de trabajo.

Los dos se subieron en el asiento trasero y el taxi se puso en marcha.

“Cuando lleguemos a la estación, ¿por qué no nos detenemos a comer?”, Klaus sugirió. “Te ayudará a despejarte”.



La amabilidad era inusual, viniendo de él.

Gran parte del tiempo, era bastante frío con ella, y en ocasiones, ella podía oír algo parecido a disgusto en su voz. Pero ahora, todo lo que escuchó fue simpatía.

“Profe… ¿podría consolarme?”. Las palabras se le escaparon casi involuntariamente. “¿Promete no abandonarme por ser inútil…?”.

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“Por supuesto”, respondió Klaus al instante. “Velar por el bienestar mental de mis subordinadas es parte del trabajo, así que—”.

Ella lo agarró del brazo. “Gracias. Entonces vayamos a un hotel y hagamos el amor”.

La voz de Klaus se enfrió rápidamente. “¿De qué estás hablando?

¿Necesito recordarte que estamos en un taxi?”.

Thea lo fulminó con la mirada. Se sintió un poco traicionada. “Usted es malo. ¡Acaba de decir que me consolaría!”.

“Estaba hablando de llevarte a un buen restaurante”.

“Oh, no, no se preocupe. Llamaré a Grete para que se nos una en el hotel”.

“Estás robándole años a mi vida”. Klaus se masajeó las sienes. “Te juro que a veces me das más dolores de cabeza que Lily”. Era un comentario bastante grosero, por no hablar del hecho de que implicaba que Lily era el criterio que utilizaba para juzgar lo molestas que eran las cosas.

Sin embargo, Thea se negó a dar marcha atrás.

Esta es la única manera que conozco para deshacerme de los sentimientos deprimentes…

Klaus había accedido a consolarla, y ella tenía la intención de hacer que lo cumpliera. Esta vez, haría falta algo más que unas cuantas palabras reflexivas para satisfacerla.

Ella le consultó al chofer. “¿Podría girar a la derecha más adelante? Hay un hotel que he estado queriendo visitar. He oído que tienen toboganes de agua en las habitaciones”.

Decidió ignorar la forma en que Klaus le fruncía el ceño.

Sin embargo, el taxi pasó de largo por la intersección donde ella quería girar.

“Ah, supongo que tuve que decirlo más antes”. Se serenó, y luego hizo otra petición. “En ese caso, ¿podría girar en la siguiente a la derecha? El hotel más elegante de la zona está cerca. Tienen unas bañeras enormes que se iluminan con todos los colores del arcoíris”.

“Tu profundidad de conocimientos sobre el tema es un poco preocupante”, comentó Klaus, pero Thea siguió ignorándolo. Él no se iba a librar de esto. Ella estaba dispuesta a registrar el taxi en el hotel si era necesario.

Sin embargo, una vez más, el taxi pasó de largo la intersección.

Ahora Thea empezaba a sospechar. ¿Por qué el conductor estaba tan decidido a seguir recto? ¿Se estaba imaginando cosas, o iban realmente rápido?





“L-Lo siento mucho, señorita”.

Thea miró hacia el asiento delantero y descubrió que su conductora, una mujer mayor de unos treinta años, estaba tan pálida como una hoja de papel.

“Cre-Creo que le pasa algo a mi auto”, dijo la conductora, con la voz temblorosa.

El miedo en su expresión era demasiado evidente.

“Va a sesenta kilómetros por hora y no puedo hacer que reduzca la velocidad”.

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