Tearmoon Teikoku Monogatari (NL)

Bajo el liderazgo de Sion, el grupo se puso rápidamente en marcha. Con los preparativos hechos, lo único que quedaba era iniciar la señal de fuego.

“Creo que podemos hacerlo frotando unas ramas contra otras, ¿verdad?”

“Sí, tus conocimientos son muy impresionantes, princesa Mia. Esta vez, sin embargo, he traído un pedernal conmigo, así que permítame hacer los honores”, dijo Keithwood, deduciendo con precisión de su pregunta que sus habilidades de supervivencia estaban a medio cocinar y se encontraban más en el ámbito del interés académico que de la aplicación práctica. Tomó nota mentalmente de que nunca la dejaría sola con nada importante para su supervivencia, pues sabía bien que no había nada más peligroso que un poco de conocimiento. Los fracasos más desastrosos provenían de quienes se creían capaces.

Parece que será mejor que vigile a la princesa… pensó antes de que sus temores se confirmaran rápidamente.

“¡Oh, tengo una idea! Si vamos a buscar comida, ¿por qué no me dejas manejar el bosque? Estoy bastante familiarizada con las cosas que crecen allí, ¿sabes? Todas las plantas y hongos y —”

“Me parece una idea excelente, pero me temo que tendré que acompañarte en tu búsqueda en el bosque, princesa Mia. Dado que no sabemos qué alberga la isla, por tu seguridad, necesitaré — solicito humildemente — que sigas mis instrucciones cuando estemos allí. ¿Te parece bien?”

Esbozó una sonrisa cordial — de esas en las que los labios, las mejillas y los ojos se curvan técnicamente en las direcciones correctas, pero no hay suficientes músculos para que sea genuina. Esta sutil imperfección pasó completamente desapercibida para Mia.

“¡Oh, mira esa planta! ¿Cómo se llamaba? Algo de artemisa, creo. Se supone que es amarga pero comestible.”

“Ah, impresionante. Tienes razón. Se llama artemisa del Mar del Sur. Puedes quitarle parte del amargor sancochándola. Sin embargo, es muy nutritiva. Buen hallazgo.”

Finalmente, a Mia y Keithwood se les asignó la tarea de buscar en el bosque. Sion y Abel se encargarían de vigilar el fuego de las señales mientras intentaban pescar en el mar. Finalmente, Anne y Nina — y, técnicamente, Esmeralda — se quedarían en la caverna y harían los preparativos para cocinar la comida que los demás trajeran.

“Les doy mi palabra de Greenmoon de que Ni— ejem, mi sirvienta, preparará una cena de lo más deliciosa, digna de nuestro nombre. Puede que nos falten un poco de herramientas, pero estoy seguro de que eso no será un problema. ¿Verdad?” había dicho Esmeralda con una mirada interrogativa a Nina, cuyos ojos se desplazaron en diagonal hacia arriba mientras consideraba sus opciones.

“Déjame pensar… El menú será limitado, pero si tenemos suficientes ingredientes, creo que podré cocinar algo razonable”, respondió, aceptando estoicamente la tarea que Esmeralda le lanzó.

Mia la estudió durante un segundo.

“Hm… Pobre chica, tener que aguantar las tonterías de Esmeralda todo el tiempo”, murmuró para sí misma antes de encogerse de hombros. “Oh, bueno. Al menos tiene mucha práctica. Supongo que estará bien.”

Felizmente inconsciente de la ironía inherente a su insensible comentario, no se dio cuenta de que los ojos de Keithwood se volvieron distantes y cansados al mirarla. Sin embargo, resistió el impulso de hacer un comentario, y los dos partieron en su búsqueda de alimentos sin — casi — ningún resentimiento.

Sin embargo, ahora Keithwood empezaba a reconsiderar su decisión. Después de entrar en el bosque, Mia había descubierto planta tras planta comestible, y rápidamente habían acumulado una tranquila colección de suculentas verduras. Era, si era totalmente sincero, bastante impresionante. Tan impresionante, de hecho, que le estaba haciendo dudar de si había sido excesivamente duro en su valoración y de si sus conocimientos de supervivencia, aparentemente a medias, habían pasado en realidad mucho más tiempo en el horno de lo que él había pensado en un principio. Afortunadamente, Mia desmintió inmediatamente esta suposición incorrecta sobre su competencia.

“¡Ah, mira! Creo que esta seta es de las comestibles. De hecho, estoy segura de ello. Mi instinto me lo dice”, dijo mientras cogía el hongo.

Keithwood se apresuró a detenerla.

“Por el amor de — Ejem. No, princesa Mia. Pasaremos de los hongos”, dijo en un tono cortés pero definitivo.

“…¿Perdón? No estoy segura de entender. ¿Por qué pasamos de los hongos?”, preguntó ella con el ceño fruncido.

“Porque sí.”

“¿Por qué?”

“Porque está bien. Estamos bien. Ahora sigamos adelante.”

Mia hizo un puchero de protesta pero, amedrentada por su severa insistencia, se apartó de mala gana de su funesto premio.

“Qué pena más grande… Además, parece tan sabroso…”

Para que conste, lo que estaba a punto de recoger era conocido como maitake de tres días. Sus propiedades toxicológicas podían deducirse de su nombre — “maitake” por “hongo bailarín” y “tres días” por… bueno, tres días. Básicamente, comer uno de estos te mantendría bailando durante tres días seguidos debido a todo el veneno alucinógeno que contiene. Definitivamente no es comestible. Keithwood acaba de salvar la vida de todos. O al menos su dignidad colectiva.

“Hablando de sabroso”, dijo Mia, su atención se desplazó rápidamente a un nuevo objeto de interés. “¿Ves esa fruta de ahí arriba? Tiene buena pinta, ¿verdad? Pero sé, de hecho, que en realidad es venenosa.”

“Tienes razón. Ese de ahí es un cazador de ogros. Realmente sabes lo que haces”, respondió Keithwood, optando por guardarse la parte final de su comentario — “Excepto cuando se trata de hongos.”

En serio, ¿qué tiene esta chica con los hongos? ¿Cómo puede estar tan obsesionada con ellas y al mismo tiempo estar tan mal informada sobre esas cosas?

Sólo había empezado a pensar en el enigma andante que era Mia antes de que le agarrara bruscamente la muñeca. El movimiento se estaba convirtiendo en una especie de reflejo. A pocos centímetros de su mano extendida había un hongo blanco, con un tono tan brillante y descarado que casi gritaba “letalmente tóxico”. Ambos lo miraron por un segundo antes de encontrarse con la mirada del otro.

“…¿Sí?”, preguntó él con una mirada llana.

“Oh, es que…”, dijo ella, con un tono tímido pero con la mano desenfundada. “Nunca había visto este hongo antes, y parecía algo interesante… y me preguntaba si tal vez podría añadir algo de sabor a nuestra cena. ¿Como un ingrediente secreto o algo así?”

“No puedes.”

“Pero, pero, podría saber muy bien—”

“No podemos usarlo.”

“Los hongos realmente resaltan el sabor de una sopa, ¿sabes? Especialmente en el estofado de liebre—”

“Si quieres estofado de liebre, tendremos que cazar una liebre primero. Y encontrar algo para guisarla. Por lo tanto, creo que la progresión adecuada debería ser preocuparse por los sabores y los ingredientes secretos después de conseguir esos elementos primero. ¿Le parece bien, princesa Mia?”

Sonrió. Bueno, sus labios lo hicieron, al menos. Nada más en su cara se involucró en el esfuerzo.

“Uf, está bien”, dijo ella, cediendo finalmente antes de añadir con un suspiro y un movimiento de cabeza de “qué voy a hacer”. “Pero Keithwood, realmente necesitas aprender a ser un poco más flexible. No harás ningún amigo si siempre eres tan aguafiestas.”

Le salió una vena en la sien, pero mantuvo su fachada sonriente y siguió recordando su generosidad con las galletas hasta que se le pasó. La gratitud de una galleta llega muy lejos.

“Ignoremos los hongos por ahora y centrémonos en reunir ingredientes que requieran la menor preparación posible. ¿Le parece bien, princesa Mia?”

“Sí, sí, adelante. Te juro que tienes suerte de que sea tan complaciente…”

La vena de Keithwood tuvo un buen entrenamiento ese día.