Tearmoon Teikoku Monogatari (NL)

Volumen 3

Prologo: ¡Con Ese Nombre Orgulloso Cerca De Tu Corazón!

 

 

 

 

Una chica solitaria corrió entre las ruinas desoladas del lugar que una vez fue su hogar. Una vez aclamada como “La Ciudad Agraciada por la Luna” por su encantadora belleza, la capital imperial era ahora una sombra ardiente de su antiguo yo. Destruida una y otra vez por los horrores de la guerra, yacía estéril y desperdiciada, los escombros dispersos servían como el horizonte de una tierra ahora sin ley. Las calles estaban llenas de cáscaras vagamente humanoides secas. Una vez que fueron personas. Ahora ni siquiera eran cadáveres. El desmoronamiento de la ciudad se veía más sombrío que el antiguo distrito de Newmoon. Para los que se quedaron allí, no era una barriada; era un desierto de ladrillos y piedras.

Por eso, ver a una joven perseguida por un grupo de hombres armados no hizo que los residentes entraran en acción. Corrió y corrió, respirando con jadeos desgarrados. Su pelo argente (plateado) anhelaba ser lavado; ennegrecido por el hollín y el sudor, había perdido su brillo de platinado. El barro salpicaba sus mejillas, las manchas oscuras contrastaban con su piel pálida. Sus delgados hombros se levantaban y caían laboriosamente mientras luchaba por respirar lo suficiente para abastecer los pocos músculos que quedaban en su demacrado cuerpo.

Aún así, siguió adelante, forzando sus piernas a dar paso tras paso agónico mientras miraba hacia atrás una y otra vez a sus perseguidores con la desesperada y aterrorizada energía de una presa que intentaba escapar de la muerte. Corrió hasta que el dolor sordo de la fatiga se convirtió en el dolor ardiente del agotamiento, y luego corrió un poco más. Y así sucesivamente, el dolor, el miedo y el fuego en sus pulmones y miembros se desvanecían en una masa informe de agonía que amenazaba con aplastar su corazón. Entonces, sucedió — su fuerza le falló; tropezó y se tropezó.

“Ah —”

Golpeó el suelo con fuerza, y el objeto que había estado agarrando se deslizó lejos de ella a través del camino desigual. Era un libro viejo. Habiendo sido condenado al fiero destino del biblioclasmo, quedaban pocos ejemplares en el mundo. En la portada tenía inscrito el título “Crónicas de la Princesa Mia”. Se arrastró apresuradamente hacia ella.

“…Madre Elise.”

La niña recordó la amable sonrisa de su difunta autora, que la había criado como a su propia hija.

“Escuchame, Bel. Lo que está escrito en este libro es la verdad, y es una verdad que debes saber, sobre tu abuela, y qué clase de persona era… No importa con cuántas falsedades el mundo intente enterrarla, sólo tú necesitas saber lo que realmente pasó…”

Eso dijo la menor de sus dos madres de acogida antes de darle una cariñosa palmadita en la cabeza.

“Madre Anne…”

La chica llamada Bel recordó el tierno abrazo de otra persona, que le había dado su amor y apoyo incondicional.

“Ve, querida. Ve, y mantén ese orgulloso nombre cerca de tu corazón. Su sangre fluye a través de ti. No puedes morir aquí. ¡Vete! ¡Corre!”

Así lo dijo la mayor de sus madres adoptivas antes de abrazarla, su sonrisa era tan cálida como la sangre que corría por su pecho.

Eran los rostros de las personas que Bel amaba. Caras amables y compasivas, que ella nunca volvería a ver.

“Tía Tiona… Tía Chloe… Sr. Ludwig… Tío Dion…”

Todos se habían ido. Todos los que habían mostrado su amabilidad habían muerto… para protegerla. Antes de que lo hicieran, sin embargo, todos habían dicho las mismas palabras — algunos con pesar, otros con una sonrisa amarga. Pero sin falta, todos habían dicho lo mismo.

“Si tan sólo estuviera viva… no habría resultado así…”

Si esa santa lady de ilimitada compasión, la Gran Sabia del Imperio, aún entre ellos, el imperio… y el mundo… seguramente habría evitado este terrible destino. Esto que ella ensalzaba por todos los que Bel conocía, estaba ausente en sus propios recuerdos. Todo lo que podía recordar era el vago sentido de una disposición gentil. Por eso todo su conocimiento sobre la venerada figura provenía de los libros.

Era sin duda una persona que se había ganado su título, y la Gran Sabia del Imperio era muchas cosas. Como santa, era un parangón de compasión y benevolencia, como princesa, era la salvadora de su nación. Después de cierto punto, se había convertido en tabú hablar de ella o de la familia imperial. Aún así, cuando la luna estaba baja y los oídos eran escasos, la gente hablaba de ella en voz baja, con sus rostros floreciendo en sonrisas cariñosas a cada repetición de su nombre.

Eso llenaba a Bel de orgullo. La idea de que la misma sangre fluyera por sus venas era como un faro brillante en su corazón.

“¿Finalmente te has rendido, niña?”

Una voz áspera la sacó del tierno mundo de los recuerdos del pasado y la dejó caer de nuevo en la realidad. Ella miró hacia arriba para encontrar un hombre con una cruda armadura de cuero. Llevaba una sonrisa depredadora.

“Mira, nosotros tampoco queremos hacer esto, pero esa recompensa por tu cabeza es demasiado gorda para dejarla pasar. No te lo tomes como algo personal, ¿de acuerdo?”

A su lado, otro hombre sacó la espada de su cintura.

“Levántate. Tú vienes con nosotros. Y para que lo sepas, te buscan viva o muerta, así que te mataré si intentas huir. La horca o mi espada. Escoge tu veneno.”

“Tengo que decir que esta niña es tan sucia que ni siquiera puedo decir si es la correcta. ¿Dónde está ese cartel de “Se busca”…? Oye, chica, ¿cómo te llamas? Y será mejor que digas la verdad…”

Su aura amenazante la envolvió como los zarcillos de algún horror del mar profundo. El miedo llenó su corazón, y ella tembló.

Madre… Tengo miedo… Estoy muy asustada.

Presionó el libro que sostenía con más fuerza contra su pecho.

Ayúdame… Abuela…

En ese momento, las voces de sus seres queridos resonaron débilmente en su cabeza.

“Mantén ese orgulloso nombre cerca de tu corazón… ¡y vete! Ojalá vivas… a lo largo y ancho del mundo… y les hables… de ella…”

De repente, recordó lo que significaba — quién era y qué había heredado. La sangre que corría por sus venas le fue transmitida por quien se erigió como símbolo de esperanza para su pueblo. La golpeó como un rayo, resucitando un torrente de emociones que la empujó contra su pecho. El temblor de su cuerpo no se detuvo, pero cambió de carácter. El peso opresivo del miedo desapareció, fue reemplazado por la creciente tensión del desafío. La furiosa tormenta en su interior la empujó a ponerse en pie. Fijó a los hombres con una mirada de intensidad silenciosa, sus ojos azules llenos de una resolución pura y radiante.

“¡Retírense, bribones insolentes!”

El orgullo enderezó su espalda y estabilizó su voz. De pie, con la cabeza en alto, se las arregló para cortar una imponente, aunque diminuta, figura. Decidida a comportarse de una manera digna de un descendiente de la Gran Sabia del Imperio, sin quererlo, irradió un aura de gravedad que eclipsó por completo lo que la cosa real había sido capaz de hacer. Entonces, declaró en voz alta ese orgulloso nombre que llevaba.

“¡Mi nombre es Miabel! ¡Miabel Luna Tearmoon! ¡La que hereda la sangre noble de la Santa y Gran Sabia del Imperio, Mia Luna Tearmoon!”

De repente, hubo un estallido de luz cegadora. El libro que sostenía en su pecho se abrió, y las palabras salieron de sus páginas. Flotaron en el aire, envueltas en un brillo dorado, antes de deshacerse en hilos dorados que se enrollaron alrededor de su cuerpo.

“Ah — ¿Huh? ¿Qué?”

Ella miró fijamente en estado de shock mientras era levantada en el aire. Al instante siguiente, ambas hebras y la chica desaparecieron sin dejar rastro.

…Así las arenas del tiempo cambiaron su flujo.

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