Tearmoon Teikoku Monogatari (NL)

La Lanza Adamantina era un nombre que describía simultáneamente tanto el arma como el portador. Bernardo levantó su armamento de elección — una bestia robusta de acero puro desde la punta hasta el eje que los soldados normales se esforzaron por levantar — incluso con temible facilidad y cargada.

“¡Por tu insolencia, morirás por mi lanza!”

Como una estampida de un solo hombre, tronó hacia Dion con la fuerza y la ferocidad de toda una línea de caballería. Su impulso junto con el poder de su empuje impulsó su lanza hacia adelante a una velocidad aterradora.

¡Ker-ching!

Un fuerte sonido metálico reverberó en el aire. Al siguiente instante, sus formas superpuestas se separaron nuevamente y Bernardo se detuvo detrás de Dion. Ninguno de los dos se movió para perturbar el silencio que siguió. Finalmente, Dion habló, su brazo aún extendido por el movimiento de su espada.

“Entiendo. Un ataque mortal de hecho… Lo más impresionante. Aunque tengo una pregunta…” Se volvió con una sonrisa y señaló con su espada. “¿Por qué sigues sosteniendo esa cosa? ¿Vas a tratar de matarme a golpes?”

En ese momento, la punta metálica de una lanza silbó al caer del cielo y se incrustó en el suelo. La escena provocó poca reacción de los soldados que miraban. Después de todo, era una visión común en el campo de batalla que una lanza perdiera su cabeza. Entonces alguien jadeó. Se hizo eco por algunos otros. Pronto, una ola de conmoción comenzó a extenderse a través de la audiencia cuando se dieron cuenta de una sorpresa — la lanza de Bernardo era una barra de acero intacta. La única forma de separar su punta era…

“Cortando acero. Una hazaña impresionante. Parece que me enfrento a un enemigo competente.”

Bernardo se volvió también y examinó la sección transversal lisa de su asta. Durante la fracción de segundo que se enfrentaron, Dion balanceó su espada a una velocidad cegadora y cortó la gruesa barra de acero.

“Bueno, tiendes a aumentar cuando hay una audiencia, ¿verdad? Especialmente cuando dicho público es tu maestra real. ¿Pero qué hay de ti? ¿Qué vas a hacer con tu, ya sabes, palo?”

“Hmph. Obviamente… voy a golpearte hasta la muerte con eso”. Bernardo hizo girar su lanza convertida en bastón con un toque experto y sonrió. En sus manos, el brazo decapitado seguía siendo un arma mortal, ya que todavía tenía el peso más que suficiente para aplastar cráneos y huesos rotos. No le perturbó por completo la inesperada alteración de su arma. En todo caso, parecía positivamente emocionado. Esta vez, fue el turno de Dion de hacerle un cumplido a su oponente.

“Bahaha, eres un verdadero alborotador. Creo que me gustas. Es bueno saber que Remno tiene una buena cantidad de bastardos locos. ¿Te importa si te pregunto tu nombre?”

“Bernardo Virgil, Capitán de los Caballeros de la Segunda Compañía.”

“Oh demonios. La famosa Lanza Adamantina. Bien, bien. Te veo a la altura de tu nombre. Remno tiene algunos pesos pesados serios a su servicio.”

“¿Puedo saber su nombre también, señor caballero?”

“Dion Alaia. No pretendo presumir, pero me considero el caballero más fuerte del Imperio”. El pauso. “Hm, ¿sabes qué? Supongo que quiero decir presumir.”

Este comentario fue recibido con un resoplido.

“Hah. Si usted, señor, es el mejor del Imperio, Tearmoon representa una pequeña amenaza.”

“…Grandes palabras, Lanza de Adamantina. Será mejor que puedas respaldarlos, o realmente te arrepentirás”. Dion sacó su otra espada del suelo y retomó su postura de doble empuñadura.

“¿Lamentar? No hay lugar en el código del lancero para tales sentimientos débiles. Cumplimos con tres principios: cargar, perforar e infringir”. Bernardo preparó su lanza sin cabeza, preparándose para conducir su extremo, aunque fuera directo, a través del pecho de su oponente. Todos los espectadores contuvieron la respiración cuando los dos guerreros sin igual intercambiaron miradas mortales. Justo cuando el aire comenzó a espesarse con una tensión letal, una voz audaz y resonante rompió el silencio asfixiante.

“¡Suficiente! ¡Sepan que están en presencia de Su Alteza la Princesa Mia!”

De repente, Ludwig estaba de pie junto a ella.

“¡Es su voluntad que toda lucha cese de inmediato! ¡Ambos, bajen sus armas!”

Dion le lanzó una mirada antes de soltar un suspiro muy visible de renuente resignación y hundir ambas espadas en el suelo. Luego le dirigió a Bernardo una mirada inquisitiva, que chasqueó la lengua y bajó su “lanza” con una mueca.

Bernardo se había unido a la refriega por dos razones. Lo primero era obvio: un hombre de identidad desconocida sostenía una espada a poca distancia de Abel, y esa era una situación que debía resolverse de inmediato. Aunque el hombre no mostró intención de dañar al príncipe, eso no significaba que Bernardo pudiera simplemente pararse allí y girar los pulgares. La segunda y más importante razón fue tomar el mando de la situación — tener el poder. Desafortunadamente, con su arma ahora baja, ya no era el centro de atención, y todos los ojos naturalmente se desviaron hacia la figura que ahora ocupaba el centro del escenario. La pelota estaba en la cancha de Mia; ella tenía el poder.

“…¿Eh?”

Lo cual era casi lo último que esperaba. Después de todo, ella no era la única Alteza presente. Abel era un príncipe, aunque segundo en la fila, y Sion era su igual. Nada sobre ella debería haberse destacado. Sin embargo, la reputación de Bernardo de ser un caballero feroz había hecho que la actuación dominante de Dion contra él fuera aún más increíble, y luego verlo a él — el hombre que había proclamado ser el mejor del Imperio y tenía las habilidades para respaldarlo — obedientemente, bajo su espada tan pronto como se mencionó el nombre de Mia… Era una prueba innegable de su autoridad. A través de una hábil muestra de manipulación social, Ludwig la había colocado firmemente en la cima de la jerarquía de poder percibida. Convencido de que el escenario estaba listo, se volvió hacia ella y, con una mezcla de orgullo y anticipación, le pasó el testigo proverbial.

Ella realmente no quería ese bastón. Sus piernas aún no se habían solidificado, y su rostro era un desastre lloroso.

¿Eh? ¿Qué? ¿Por qué me miran todos?

Habiendo sido el foco de todas las miradas de los soldados, su corazón de pollo se estremeció, y casi chilló de terror. Lo único que la detuvo fue la presencia reconfortante de sus leales vasallos. Con una mirada suplicante, se volvió hacia Anne. Su primera y más fiel súbdita asintió de inmediato, secó las lágrimas de Mia, se limpió la cara, se retocó el cabello y asintió nuevamente.

“No te preocupes. Estamos justo detrás de ti.”

Fue entonces cuando Mia se dio cuenta de que su destino estaba sellado.

Ahh… Entiendo. No hay salida de esto, ¿verdad?

Sin otra opción, se preparó y se volvió hacia los soldados, sus ojos humedecidos con lágrimas y su piel limpiada por el baño le transmitían un aura de belleza etérea.

Más tarde, cuando Elise publicó sus “Crónicas de la Princesa”, los lectores encontrarían en él un extracto que cita a un soldado que había estado presente durante esta confrontación. El pasaje fue como sigue.

“Cuando apareció, fue [como si la diosa de la luna misma] [descendiera al campo de batalla]”.