Tearmoon Teikoku Monogatari (NL)

Volumen 2

Capitulo 29: Soldados De Diamante

 

 

La rendición pacífica de las instalaciones del gobierno local y el desarme no violento de sus guardias fue el mejor escenario según lo establecido por los líderes de la revolución. Los guardias en las ciudades más pequeñas de Remno eran en su mayoría residentes, nacidos y criados donde trabajaban. El principio estratégico básico subyacente a este acuerdo era que, en el caso de una invasión extranjera, la guarnición local lucharía para ganar tiempo para que el gobierno reuniera y enviara una fuerza de respuesta rápida. El temor era que, si la guarnición estuviera tripulada con tropas de otros lugares, podrían huir tan pronto como la marea se volviera contra ellos. Incluso si se quedaran y pelearan, la moral probablemente sería baja. Cámbialos por locales y las cosas serían diferentes. Sabiendo que estaban defendiendo sus hogares y seres queridos, seguramente lucharían hasta el final.

Sin embargo, este sistema tenía una flagrante debilidad a la hora de defender la ciudad contra un levantamiento de su propia gente. Enfrentados con amigos y familiares que se levantan en protesta contra los fuertes impuestos y la hambruna, ¿cuántos guardias sacarán sus espadas? ¿Quién pelearía con sus propios hermanos y hermanas para proteger la monarquía que causó su sufrimiento? La respuesta fue nadie. No solo no pelearían, sino que probablemente se unirían a sus hermanos y agregarían sus voces al creciente rugido de la revolución. Los guardias, por lo tanto, tenían un gran valor estratégico. Era muy probable que se alinearan con los revolucionarios y reforzaran sus fuerzas, por lo que, idealmente, el objetivo era capturarlos ilesos. Esto significó que, durante el levantamiento inicial, los rebeldes deseaban evitar bajas en ambos lados. Lo último que querían era una guerra de desgaste, lo que pondría a una milicia de base como ellos en desventaja en comparación con el ejército nacional bien provisto.

A fin de cuentas, una rendición pacífica fue el resultado ideal. Los líderes de la revolución habían seguido las instrucciones de Graham y — al menos técnicamente — habían hecho exactamente lo que se les había dicho.

“Pero el plan se diseñó con la suposición de que los fuertes impuestos ya habrían llevado a una población empobrecida y agotada…”

Graham golpeó los codos sobre su escritorio y se pasó las manos por el pelo. Con sus requisitos previos insatisfechos, el plan no podría funcionar según lo previsto. Los fuertes impuestos no habían tenido tiempo de pasar factura. Nadie había perdido a un ser querido por el hambre. Nadie había caído en la pobreza. Nadie había sufrido aún. En consecuencia, el odio profundamente arraigado hacia la monarquía no se materializó. Actualmente, solo un grupo de manifestantes muy ruidosos irrumpieron en las oficinas del gobierno y acamparon. Su disgusto, no magnificado por la pérdida o el derramamiento de sangre, tenía poco peso.

“…Esto es una farsa”, dijo, golpeando las páginas que sostenía sobre el escritorio. “¡Todo esto es una maldita farsa!”

Según el informe, la atmósfera entre los rebeldes se parecía más a la juerga que a la revolución. Casi deseó que hubieran asesinado a uno de los mensajeros reales o hubieran bañado la ciudad con la sangre de los guardias, pero ninguno de ellos había llegado tan lejos. Sin el combustible de la ira y el odio, sus pasiones simplemente no ardían lo suficiente como para producir el tipo de potencial sangriento y destructivo que podría derrocar a una monarquía. Si los soldados enviados para erradicar la rebelión tuvieran un comandante que valiera incluso un grano de sal, se reiría de risa en cuanto mirara a este llamado ejército rebelde. Luego entraba y les pedía que se disolvieran. Con tal vez una voz severa por si acaso. A este ritmo, el fuego de la revolución apenas consumiría el reino; estaba a punto de mojarse en su primer pueblo.

“Pero… todavía hay una posibilidad. Todavía puedo cambiar esto…”

Lo que necesitaba era una atrocidad — un acto de violencia contra el ejército rebelde tan completamente insensato que incitaría al odio y la indignación de la población en general contra el gobierno. La idea lo llevó a recordar el incidente que tuvo lugar en el Bosque de Sealence, durante el cual la Gran Sabia del Imperio, Mia Luna Tearmoon, había hecho un milagro literal. Un comandante experimentado se había abstenido de la violencia abierta, momento en el cual la princesa Mia llegó al lugar y obligó al ejército a retirarse, lo que calmó las tensiones. Además, en una muestra de coraje inimaginable para una niña de su edad, entró en la aldea de Lulu con una escolta mínima y entabló negociaciones cara a cara con el jefe. Ella resolvió el conflicto con facilidad, atando cuidadosamente cada hilo suelto que podría haberle ocasionado problemas en el futuro.

“No hay forma de que pueda lograr algo así otra vez…”

Su enfoque principal era asegurarse de que ocurriera una batalla. Cualquiera que hubiera perdido a su familia no se dejaría influenciar por unas pocas palabras tranquilizadoras. Una vez que eso sucedió, incluso la Gran Sabia del Imperio — con toda su habilidad y astucia — no podía esperar hacer retroceder el reloj y que todo volviera a la normalidad. Esta vez, no habría milagro. Se aseguraría de ello.

No tenía intención de cometer el mismo error dos veces. Con ese fin, dirigió su atención a la Legión Diamante. Sus cualidades: lo suficientemente poderosas como para cometer una brutal masacre, desprovistas de la experiencia necesaria para medir con precisión la fuerza de su oponente y, lo más importante, ansiosos de gloria en su campaña inaugural. Eran el instrumento perfecto.

Y es por eso que, cuando Graham se unió al Rey de Remno y sus oficiales en su reunión militar, habló con la confianza de un hombre con un plan.

“Considere por favor, Su Majestad, el hecho de que estos bribones insolentes no respetan la ley del rey. ¿Existe, entonces, un instrumento más adecuado para entregar justicia que la espada del rey — la Legión Diamante?”

Una ronda de conversación surgió ante su sugerencia que rápidamente convergió en un acuerdo.

“Esa es una idea brillante.”

“Si. Adecuado de verdad.”

Voces de apoyo sonaron al unísono.

“¿Se enviará a la renombrada Legión Diamante de Su Majestad a su gloriosa campaña inaugural?”

El rey de Remno asintió con la cabeza. “Que así sea. ¡Goriall, comandante de la Legión Diamante, por la presente te ordeno aplastar a estos insolentes tontos que se atreven a llamarse a sí mismos el ejército revolucionario!”

“¡Si su Majestad!”

El corazón de Goriall se disparó por orden del rey.

“Juro por mi honor que te presentaré con la cabeza de cada último rebelde.”

“Excelente. Espero su regreso triunfante. Por cierto, Goriall…”

“¿Si su Majestad?”

El rey agitó la mano y le ordenó a Goriall que se acercara. Obligó, acercándose con pasos silenciosos y haciendo una pausa para pedir permiso antes de inclinarse.

“Como estoy seguro de que lo sabes”, susurró el Rey, “me ha llevado una década encontrar y entrenar a los soldados de élite que llevan el estandarte de la Legión Diamante. Tú y tus hombres son mi orgullo y alegría.”

“Me honra más allá de las palabras, Su Majestad.”

Goriall parpadeó con lágrimas. La cantidad de confianza que el Rey tenía en él y en sus hombres lo conmovió profundamente, y apretó los labios para evitar que temblaran. Estaba a mitad de un juramento silencioso en su corazón para pagar el favor del Rey cuando escuchó algo que lo detuvo.

“De hecho, eres precioso…” continuó el Rey. “Muy precioso. Por eso, Goriall, espero que regreses victorioso y con cada uno de tus soldados ileso.”

“Sí, su Maj— ¿Huh?”

El comandante hizo una doble toma, preguntándose si sus oídos lo habían engañado. Las siguientes palabras del Rey, sin embargo, confirmaron que sus oídos estaban siendo completamente honestos.

“Hasta el último, comandante. Quiero que todos vuelvan intactos. No me importan un par de raspones y contusiones, pero la muerte está fuera de discusión, al igual que cualquier lesión lo suficientemente grave como para terminar sus carreras como soldados.”

Durante mucho tiempo, Goriall simplemente miró al Rey, sin saber cómo responder.

¿Por qué el rey hizo tal demanda? La razón fue bastante simple. Supongamos, por ejemplo, que existiera una armadura hecha de diamante. Es fuerte e impenetrable, funcionalmente excelente. Pero, ¿lo llevarías a la batalla? Probablemente no, ¿verdad? Porque es demasiado caro. No querrá rascarse por miedo a dañar su valor.

…Esencialmente, vale más estar sentado en una bóveda que ser usado.

Aplica esta lógica, entonces, a una legión de hombres, cada uno de los cuales posee una amplitud de cuerpo y estatura tan raras que son inherentemente valiosas. Agregue a esos años de entrenamiento especializado, produciendo soldados de élite de tan gran valor que cada uno de ellos vale su peso en diamantes. Supongamos nuevamente que esta Legión Diamante se envía para sofocar un levantamiento local. ¿Estarías dispuesto a arriesgarte a perder algunos de esos hombres preciosos, cada uno de los cuales representa miles de monedas de oro?

Goriall, por lo tanto, se enfrentó con la tarea imposible de matar a todos sus enemigos sin perder a un solo hombre en el proceso. Pensó y pensó, sacudiéndose el cerebro por una solución… que simplemente no existía.

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