Bungo Stray Dogs (NL)

Volumen 6

Prologo: «Me va a matar»

 

 

Bungo Stray Dogs Volumen 6 Prologo Novela Ligera

 

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El joven chico corrió durante la noche. Se sentía como si fuera a toser en cualquier momento mientras el sudor goteaba por sus mejillas. El hambre y el cansancio le nublaban la vista. La mayoría de las personas ya se habrían desmayado, pero este joven no. Siguió avanzando, forzando cada pie hacia adelante tan rápido como podía aunque le costara una extremidad, porque este chico conocido como Ryuunosuke Akutagawa se le había acabado el tiempo. Se imaginó que estaría muerto una vez que terminara de correr por este camino.

Akutagawa era un niño de los barrios bajos, y uno de los muchos que nunca conocieron a sus padres. Vivía en la calle junto a otros ocho que compartían su destino. Todos sus compañeros decían lo mismo de él: El chico carecía de emociones. Incluso cuando Akutagawa se despertaba en la fría acera todas las mañanas, incluso en las raras ocasiones en las que le invitaban a comer, incluso cuando un adulto le golpeaba sin sentido, mostraba poca emoción. Se limitaba a mirar al espacio con sus ojos oscuros y vacíos. La mayoría de los adultos lo consideraban un mocoso sin corazón.

Pero este muchacho insensible poseía poderes misteriosos.

Era capaz de manipular su ropa. Una vez, la utilizó como una cuerda; otra vez, como una cuchilla. La capacidad de manipular la ropa que llevaba era el don de Akutagawa. Sin embargo, esto era Yokohama, la ciudad de los demonios. Comprar armas de fuego y granadas ilegales era como comprar una manzana. Era fácil. Convertir sus mangas en cuchillas y lanzarlas por ahí no era más impactante que un truco de magia. Al menos, eso era lo que le decían los adultos que conocían su habilidad mientras se burlaban de él. Sin embargo, los compañeros de Akutagawa eran diferentes. Los ocho chicos y chicas que vivían en la calle con él sabían lo peligroso que era. Este frágil y sucio chico vestido con harapos podía acercarse a alguien —con los ojos vacíos de cualquier emoción— y cortarle el cuello sin previo aviso. Los adultos armados y demasiado confiados eran los que más rápido morían de esta manera. Muchos ladrones que intentaron robar dinero a los niños encontraron su fin a manos de Akutagawa.

Akutagawa asesinaba a todos los que amenazaban su territorio sin mostrar ninguna emoción ni decir siquiera una palabra, lo que le valió el apodo del Silencioso Perro Loco. No había ningún rugido amenazador ni gruñido de advertencia. Cuando su objetivo se daba cuenta de lo que ocurría, ya era demasiado tarde; Akutagawa lo tenía agarrado por el cuello. Era mucho más despiadado que cualquier perro rabioso y ruidoso. Se le rehuía, se le temía: y así fue como se le conoció por su apodo.

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Sin embargo, seguía siendo un niño pequeño que nunca tenía suficiente comida y que pasaba las noches en los barrios bajos, donde el viento frío le helaba hasta los huesos. Akutagawa era intrínsecamente frágil, además de bajito y demacrado. Naturalmente, los otros de su grupo no eran muy diferentes. Por eso siempre trabajaban juntos y se cuidaban unos a otros.

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Pero eso ya no era necesario. Todos sus amigos habían sido asesinados.

También sabía quién los había asesinado.

Los asesinos formaban parte de una pequeña organización armada que se había abierto camino desde el oeste hasta los barrios bajos de Yokohama. En realidad, organización armada no era más que un término que sonaba bien para los que atacaban y robaban a los barcos de transporte desarmados que frecuentaban el puerto y los barrios bajos. En otras palabras, eran piratas. Aunque eran recién llegados a la zona, el grupo formó una alianza con la organización criminal Mafia Port y, por tanto, recibió permiso para operar en la región. Nadie se atrevería a luchar contra una rama subsidiaria de la Mafia, la encarnación misma del bajo mundo de Yokohama.

Uno de los amigos de Akutagawa había escuchado accidentalmente la fecha y la hora en que los piratas iban a llevar a cabo un negocio ilegal, así que, temiendo ser denunciados a la policía, los forajidos atacaron a los niños en su territorio y los masacraron a todos. Sólo con la ayuda de su hermana pequeña, Akutagawa pudo escapar por los pelos, aunque no ileso.

A pesar de sus graves heridas, que normalmente requerirían un mes de reposo para curarse, Akutagawa corrió ahora por la oscuridad de la noche con la mayor rapidez. Los niños tenían una regla: si uno de ellos resultaba herido, los demás lo vengarían. Era la única forma de protegerse de los que intentaban pasar por encima de ellos. Sin embargo, esa no era la única razón por la que Akutagawa corría tan rápido.

Por fin había conseguido lo que le faltaba.


Le ardían las entrañas y se le ponían los pelos de punta por una emoción tan poderosa que parecía a punto de estallar en su garganta.

Esa emoción era el odio, el primero que Akutagawa había sentido claramente. A pesar de saber que se dirigía a las puertas del infierno, este sentimiento no hizo más que crecer y consumirlo. No iba a dudar. Simplemente, iba a degollar a sus enemigos con su cuchilla, como su odio le dictaba.

“Por fin he ganado odio. Ahora, ya no soy un sarnoso y asqueroso canalla. Soy un humano con emociones; por lo tanto, todo lo que queda es cómo voy a realizar mi venganza”

Akutagawa tenía una idea de dónde aparecería el enemigo: en el camino hacia el lugar donde iba a tener lugar el acuerdo comercial. Corrió a través del escarpado bosque, su única compañía era la plateada niebla gris y el silbato de vapor que sonaba en la distancia. No tenía miedo a la muerte, pues creía que el infierno sería mucho más agradable que este lugar. Tampoco temía el dolor de esta, pues su día a día no era más que una tortura.

Días sin comida en los que se peleaba con la maleza sólo para sobrevivir…

Días en los que se despertaba en una mañana nevada para encontrar al amigo a su lado que nunca despertaba de su sueño eterno…

Si esto era lo que debía ser la vida, si éste era el precio que había que pagar por el derecho a respirar y existir, entonces se vengaría. Quería acabar con todos los enemigos que pudiera antes de empujar su cadáver juvenil a través de las puertas del infierno. Esa era la mejor manera en que Akutagawa podía vengarse— vengarse de la maldición de haber nacido.

Y entonces llegó. Al otro lado de la niebla había unas cuantas luces rojas parpadeantes: las puntas encendidas de los cigarrillos que fumaba un grupo de forajidos. Eran ellos. Seis hombres, cada uno armado con una pistola en la cintura. Parecían más bien relajados; tal vez tenían algo de tiempo antes de que se llevara a cabo su acuerdo comercial. Akutagawa se escondió entre los matorrales y observó a los forajidos. Estaba claro que eran criminales experimentados y acostumbrados a matar. Y eran seis en comparación a uno. Ningún niño tenía una oportunidad contra tantos.

«¿Y qué?» pensó Akutagawa. Cargaba el peso de ocho amigos muertos, así que no había razón para que cediera basándose simplemente en los números. Akutagawa se desabrochó la camisa y miró la herida vendada de su costado. Era la herida que se hizo al ser rozado por una bala mientras escapaba del ataque de aquel día. Arrancó las vendas antes de clavar los dedos en la herida con toda la fuerza que pudo, forzando la salida de sangre fresca.

Ngh

Akutagawa gruñó de agonía mientras se untaba la sangre en la cara para que pareciera que su herida era más grave. Luego comenzó a acercarse a los forajidos.

—A-ayuda… —llegó la voz temblorosa de Akutagawa desde el camino del bosque— Fui atacado por dos hombres armados…

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Los seis forajidos se volvieron cuando el joven se acercó a ellos, agarrándose el pecho mientras arrastraba la pierna por el suelo. Respiraba con dificultad mientras la luz de la luna iluminaba su rostro pintado de sangre.

—¿Eh? ¿Un niño?

—¿Qué haces solo en un momento como éste?

—Justo al final de la carretera… hubo un robo de coche… por parte de dos hombres enmascarados… Era un camión que transportaba billetes del gobierno… —tartamudeó Akutagawa con una voz tan débil como la de un pequeño animal asustado— Accidentalmente vi la cara de uno de ellos después de que mataron a los guardias y robaron el dinero… así que empezaron a perseguirme para asegurarse de que no pudiera decírselo a nadie…

—Ajá, así que… has sido testigo de un robo, ¿eh? Vaya pueblo peligroso en el que vivimos —bromeó uno de los forajidos mientras levantaba tranquilamente su pistola— Lo siento, chico. Pero si yo fuera ese ladrón, no podría dormir por la noche sabiendo que sigues vivo. Deja que te saque de tu miseria. Considéralo un acto de piedad.

—Espera. No te precipites —Otro forajido lo detuvo— Esta es una oportunidad de oro, ¿no?

—¿Qué quieres decir?

—Los transportistas que llevan billetes del gobierno tienen cientos de millones en efectivo para ajustar la circulación nacional de billetes. Podríamos jubilarnos con ese dinero.

—Espera… ¿Así que dices que quieres proteger a este chico?

—No, estoy diciendo que deberíamos hacerlo por el dinero. Piénsalo. Lo que ocurre después de robar dinero al gobierno es la parte difícil. La policía militar, la policía de la ciudad, los fiscales del Ministerio de Finanzas, los investigadores del banco… todos los que se juegan su reputación vendrán corriendo como hormigas. Pero esta vez no vendrán por nosotros. Irán por los tipos que atacaron el transportador. Ni siquiera considerarían venir a por nosotros. No tuvimos nada que ver, después de todo. Es dinero fácil. Buscarían a dos hombres, no a seis. Bajo riesgo, alta recompensa.

Los seis forajidos intercambiaron miradas.

—Supongo, pero…

—Todavía tenemos mucho tiempo antes de que se cierre el trato.

—¿…Quieres hacerlo?

—Todo esto es un poco repentino. No estamos preparados.

—¿Oíste la parte de “cientos de millones”? Es imposible que dejemos pasar tanta lana. ¿Qué, tienes miedo?

Pfft. Para nada. Me parece bien recibir una paga extra, pero ¿qué va a pasar cuando nos encontremos con la Mafia Port esta noche?

—Mantendrán la boca cerrada una vez que les demos su diez por ciento. Vamos, todo lo que tenemos que hacer es mantener nuestra historia si las cosas se ponen feas. Sólo intentábamos ayudar a un chico herido que estaba siendo atacado. Es medio verdad, ¿no? Y si el chico resulta herido por una bala perdida, bueno…

El forajido sonrió, y luego apuntó la boca de su pistola en dirección a Akutagawa. Los otros cinco hombres sonrieron como si supieran que estaba insinuando que iba a matar al joven después de conseguir su dinero.

—Oye, chico. ¿Qué aspecto tenían estos dos tipos? ¿Sabes qué tipo de armas tenían?

Akutagawa negó con la cabeza —No sé mucho de armas… pero tomé una de las balas.

—Eso servirá. Sabremos qué tipo de arma estaban usando. Déjame ver.

—Está bien…

Akutagawa se acercó al hombre y le tendió la palma de la mano. El forajido se agachó y se acercó para ver mejor la bala bajo la luz de la luna. Hubo un sonido de corte. Apareció un corte horizontal en el cuello del hombre, seguido de sangre fresca que brotaba por todas partes. El hombre lanzó una mirada incrédula, pero su vida llegó a un abrupto final antes de que se diera cuenta de que Akutagawa había convertido su manga en una cuchilla y le había cortado el cuello.

—¡¿Qué-?!

Antes de que los otros cinco forajidos pudieran siquiera procesar lo que estaba sucediendo, Akutagawa giró sobre sí mismo y, de inmediato, clavó su cuchilla en las tripas del más cercano, deslizándola justo a través de la abertura de su chaleco antibalas. La hoja infundida por la habilidad se extendió dentro de su estómago mientras removía sus entrañas. Justo después de que Akutagawa sacara la hoja, la sangre y las tripas destrozadas salieron inmediatamente de la herida como una fuente. El forajido se desplomó.

—¡Tú…!

El primer forajido que se dio cuenta de lo que ocurría apuntó con su arma a Akutagawa. Estaba a unos dos pasos de él, por lo que estaba fuera del alcance de la habilidad, así que Akutagawa se inclinó hacia delante y se lanzó contra el forajido. Justo cuando tocó el suelo, balanceó sus brazos hacia los tobillos del hombre como si estuviera cortando la hierba con una guadaña. El forajido aulló cuando le cortaron las piernas desde el tobillo hacia abajo antes de desplomarse. La sangre brotó de sus heridas y llegó a la cara de Akutagawa.


«Quedan tres»

—¡Este maldito niño es un usuario de habilidades! ¡Dispárenle! ¡Mátenlo!

Los tres forajidos dispararon simultáneamente. Akutagawa rodó por el suelo hasta que pudo esconderse detrás del cadáver más cercano y utilizarlo como escudo. El cadáver rebotó al recibir los disparos. Había derrotado a tres hombres, pero ahora era cuando empezaba la verdadera lucha. Ya no podría tomarlos por sorpresa. No había forma de que Akutagawa matara a tres hombres armados con armas de largo alcance, ya que necesitaba estar cerca para atacar. Pero no sintió ni miedo ni vacilación.

La mirada del Perro sin corazón no vaciló. Si sentía algo en este momento, era una pizca de euforia. Ya había derrotado a tres forajidos. ¿Cuántas almas de malhechores necesitaría llevarse al infierno? ¿Tres? ¿Cuatro…? Cuantas más mejor, por supuesto.

Akutagawa observó las ropas del cadáver tras el que se escondía. Dentro de los bolsillos del cadáver había dos granadas. Akutagawa utilizó su propia ropa para agarrar las granadas y tirar de los pasadores, y luego esperó un breve momento antes de lanzarlas simultáneamente contra el enemigo. Uno de los hombres absorbió toda la explosión, esparciendo trozos de su carne por el aire e incluso por encima de las copas de los árboles. Sorprendidos por la lluvia de carne de su camarada, los dos forajidos supervivientes se escondieron rápidamente detrás de unos árboles.

—¿Q-qué demonios le pasa a este chico? —gritó horrorizado uno de los hombres— ¡Está fuera de sí! Atacándonos a todos él solo… ¡¿Acaso valora su propia maldita vida?!

—Buena pregunta —Akutagawa se puso en pie— Gracias a todos ustedes… creo que estoy a punto de encontrar la respuesta.

Corrió hacia adelante con una rapidez que contradecía sus graves heridas. Era una velocidad que sólo podía mantener alguien a quien no le importaba cuántos tendones se desgarraban o cuántos huesos se rompían. Los forajidos le dispararon con sus armas a medida que se acercaba. Una bala que se movía a la velocidad del sonido atravesó su hombro derecho, creando un rastro de sangre tras él. Sin embargo, no redujo la velocidad. Akutagawa saltó en el aire y se lanzó hacia delante, mordiendo el cuello de uno de los forajidos. Luego envolvió al forajido con su ropa para que no pudiera escapar. Los caninos de Akutagawa se hundieron en la carne del hombre mientras apretaba la mandíbula con toda la fuerza que podía hasta morder la garganta del forajido, con carótida y todo.

—¡Gaaaaaaah!

La sangre salió a borbotones del cuello del criminal y se elevó en el aire. Akutagawa se quitó el esternón de una patada y aterrizó en el suelo con la carne y la sangre del hombre aún colgando de su boca. Akutagawa volvió a ponerse en pie.

—¿Cuánto hace que no pruebo la carne fresca? —murmuró mientras escupía la sangre. Sus labios manchados de sangre se curvaron en una sonrisa diabólica.

El Silencioso Perro Loco. Una bestia despiadada y salvaje.

Este Akutagawa iluminado por la luz de la luna era lo que sus amigos temían y en lo que confiaban: la bestia definitiva. Después de girarse para enfrentarse al enemigo restante, Akutagawa pronunció:

—Sólo queda uno

—¡Eek…!

El último forajido chilló desde lo más profundo de su garganta. Apuntó a la bestia con la pistola que tenía en su mano temblorosa y disparó salvajemente. Sin embargo, Akutagawa se limitó a atravesar la lluvia de balas. Sus ojos tenían un brillo espeluznante y animal mientras la sangre goteaba de sus dientes. Los disparos pasaron zumbando por sus oídos y atravesaron su ropa. Pero incluso entonces, su expresión permaneció inmóvil. Las balas le atravesaron los hombros, los lóbulos de las orejas y las costillas, destrozando todo a su paso. Pero incluso entonces, Akutagawa no disminuyó la velocidad.

—¡Atrás! ¡Aléjate, aléjate, aléjateee…!

Una de las balas atravesó el muslo de Akutagawa, que inmediatamente se tambaleó hacia delante, incapaz de utilizar los músculos de su pierna. Otro aluvión de balas bañó al niño arrodillado mientras el forajido descargaba su cargador hasta que sólo disparaba balas de fogueo. Sin embargo, eso no impidió que el forajido siguiera apretando el gatillo. Akutagawa miró a su enemigo —uno de los responsables de la muerte de sus amigos— sonrió con evidente satisfacción… y se desplomó de cara al frente. Ya no se movió mientras la sangre caliente seguía brotando de todos los cortes de su cuerpo.

—¿Está…? ¿Está muerto?

El forajido miró a Akutagawa con incredulidad. Se acercó tímidamente al cuerpo y le dio una patada en un hombro. El cuerpo ni siquiera se movió. Pateó la cabeza. Todavía nada.

Pateó el brazo de Akutagawa. Unas garras parecidas a las de una bestia le agarraron el tobillo.

—Pensé que ya había matado suficiente por esta noche… pero me siento un poco codicioso —Akutagawa miró al hombre con una horripilante sonrisa— Creo que me llevaré seis almas conmigo.

Su hoja rodeó el tobillo del forajido, atravesando la carne hasta llegar al hueso. La ropa de Akutagawa giró como una sierra giratoria a través de la pierna del hombre, cortando sus vasos sanguíneos y rebanando sus nervios. El hombre gritó de agonía mientras su pie se convertía lentamente en carne picada, empezando por los dedos. Akutagawa entonces agarró la pierna del hombre y movió su espada más arriba. La sangre y la saliva caían sobre Akutagawa mientras su oponente luchaba por escapar, pero éste se negaba a soltarlo. Para cuando todo lo que había debajo de la rodilla del hombre se había reducido a trozos de carne, el forajido empezó a tener convulsiones, y luego emitió un sonido silbante antes de exhalar su último aliento. El intenso dolor desencadenó un reflejo trigémino-vagal, y todas las venas de su cuerpo se dilataron más allá de su capacidad. Murió de un shock.

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Tras asegurarse de que el último hombre estaba muerto, Akutagawa soltó la pierna, luego rodó sobre su espalda y miró el frío cielo estrellado. Un silencio reinaba en el bosque, como si el mundo se hubiera acabado y él fuera el único que quedara.

—Ja…ja-ja…ja…

Una risa hueca escapó por reflejo de sus pulmones. Había vengado a sus amigos… él solo. La batalla no podría haber ido mejor. Pero ni siquiera eso pudo llenar el agujero en el corazón de Akutagawa. Quemó su propia fuerza vital como combustible para matar al enemigo, y su deseo se hizo realidad. Él también iba a morir, seguramente dentro de media hora o más. Sin embargo, justo cuando se dio cuenta de ello, le vino a la mente una pregunta un tanto pasiva:

«¿Quién me ha matado?»

Akutagawa fue quien había decidido tirar su vida para derrotar al enemigo. Por lo tanto, se había suicidado en cierto sentido. Pero nunca había deseado un destino como éste. Ni una sola vez. Sentía que su vida no valía nada, por lo que la despreciaba. Se vio obligado a sentirse así, y por eso acabó en esta situación.

—¿Pero por qué tengo que morir? —murmuró Akutagawa mientras miraba las frígidas estrellas. Era una pregunta que nunca se resolvería. Ni siquiera esperaba una respuesta.

Y, sin embargo, una respuesta llegó sorprendentemente:

—Eso es porque no vives por tu propia voluntad, Akutagawa.

Akutagawa se quedó sorprendido y giró la mirada en dirección a la voz. Una figura sombría estaba sentada en el tocón de un árbol junto al camino. Era delgada y estaba vestida con un abrigo negro, pero la luz de la luna proyectaba una sombra sobre su rostro. Todo lo que Akutagawa pudo distinguir fue el cabello negro desordenado de la figura y las vendas blancas. Dudaba de lo que estaba viendo.

«¿Cuánto tiempo lleva esta persona aquí? No debería haber nadie más por aquí… »

—¿Quién… eres…? —La voz ronca de Akutagawa salió como un susurro— ¿Eres… uno de ellos…?

Seis forajidos habían tendido una emboscada y matado a sus amigos, pero era totalmente plausible que hubiera otros implicados en algún otro lugar en ese momento.

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—En realidad vine a invitarte a nuestro pequeño grupo, pero… he cambiado de opinión. Es la naturaleza humana arremeter con violencia. Pero si herir a otros es tu instinto natural… entonces no eres más que una bestia sin sentido.

Su voz era joven y podría incluso pasar por la de un adolescente. El joven del abrigo negro bajó de un salto del tronco del árbol, pero su rostro seguía oculto en las sombras. Y, sin embargo, Akutagawa podía sentir de algún modo su mirada fría y distante escudriñando su corazón.

—¿Yo…? ¿Una bestia sin mente…? —Las emociones al rojo vivo corrieron por sus venas una vez más— Entonces, ¿qué… hace eso… de ti? —Akutagawa se levantó con sus brazos temblorosos. Sus heridas lloraban con una inmensa agonía, pero el fuego de su odio no se desvanecía— ¿Estás diciendo que… tus actos de violencia… están justificados…?

Se puso en pie, empujando contra sus temblorosas rodillas. La sangre resbaló por su cuerpo hasta caer en el camino del bosque, donde se enfrió inmediatamente. Akutagawa había perdido demasiada sangre. No estaba en condiciones de luchar, y mucho menos de caminar. Estaba a punto de perder el conocimiento. Pero de ninguna manera iba a dejarse morir si aún quedaba un alma enemiga por tomar. Akutagawa bullía de rabia asesina y bestial, pero el hombre del abrigo negro seguía acercándose a él con el mismo tono gélido.

—¿Estás planeando matarme? Porque si es así, eso te convertiría en la persona más tonta de este mundo, Akutagawa.

—No me importa —Akutagawa gruñó como un animal salvaje— Mi único deseo es convertir al hombre que tengo delante en el segundo más tonto del mundo.

El hombre del abrigo negro se acercó a Akutagawa. Sólo serían unos pocos pasos más hasta que estuviera en el rango de ataque del chico.

—Eres irremediablemente estúpido. ¿Lo sabes? —El hombre negó con la cabeza— ¿Sólo querías venganza? ¿Incluso si te mataba? ¿Ni siquiera pensaste en lo que le pasaría a tu hermanita si la dejabas sola en un lugar como éste?

Un intenso fuego interior ardía dentro de Akutagawa como nunca antes. «¿Cómo sabe de ella? Nadie la vio durante el ataque… En cualquier caso, el cómo o por qué no importa ahora»

—¡Maldito…! —Cada músculo de su cuerpo chilló de rabia— ¡No te atrevas a ponerle un dedo encima a mi hermana! ¡No lo permitiré! ¡[Rashomon]!

La ropa de Akutagawa se hinchó explosivamente por su rabia. La tela en el borde de su hombro se hinchó gradualmente y se retorció hasta convertirse en la cabeza de una enorme bestia. Su habilidad había evolucionado, adquiriendo una nueva forma. Cuando levantó la mano en el aire, la bestia levantó la cabeza y miró a su oponente como un depredador hambriento.

—¡Muere!

Se lanzó hacia delante, enviando a la bestia directamente hacia el hombre del abrigo negro mientras sus colmillos se clavaban en el suelo. Su velocidad era igual a la de una bala, y sus colmillos eran tan afilados como los de una guillotina. Este fue el ataque más fuerte que Akutagawa había desencadenado. Sin embargo…

—Aburridooo…

El hombre giró casualmente su brazo hacia un lado y redujo a la bestia a polvo como una hoja muerta.


—¡¿Qué…?! —Los ojos de Akutagawa se abrieron con incredulidad hasta el momento siguiente, cuando el hombre le dio una patada en el estómago, empujando su torso hacia el cielo. Akutagawa tosió sangre y vomitó antes de salir volando hacia atrás.

—No podrás matarme.

El hombre se dirigió tranquilamente hacia él.

—No cuando eres tan débil. Creo que voy a ir contra ese tipo por lo de mi mano derecha.

El cuerpo de Akutagawa estaba en su punto de quiebre, y su visión comenzó a desvanecerse. Podía oír los pasos del hombre acercándose a él al otro lado de la oscuridad.

«Me va a matar»

Pero los pasos pasaron junto a Akutagawa y comenzaron a desaparecer en la distancia. El hombre parecía haber perdido el interés.

—Ven a buscarme cuando descubras qué te hace tan débil. Tendremos una revancha.

Me quedaré con tu hermana hasta entonces.

Bungo Stray Dogs Volumen 6 Prologo Novela Ligera

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—¡¿Qué…?! ¡Espera…! —gimió Akutagawa. Sin embargo, la temperatura de su cuerpo había descendido rápidamente, y era incapaz de mover ni un solo dedo.

«¡Espera! ¡No te lleves a mi hermana! ¡Detente! No me importa que sea un tonto, que vaya a morir… ¡Sólo no le hagas daño a mi hermana…!»

Pero Akutagawa no pudo expresar sus gritos. Sus deseos nunca tomarían forma. Las lágrimas que corrían por sus mejillas se enfriaron mientras el viento nocturno pasaba silenciosamente a su lado. La intensa emoción de Akutagawa nunca influiría en el mundo exterior, sino que simplemente resonaría sin sentido en la solitaria oscuridad del abismo. Sus deseos nunca serían escuchados. Así era este mundo en el que vivía.

Cuatro años y medio pasaron.

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