Bungo Stray Dogs (NL)

Volumen 6

Capitulo 3: Ese Sol Poniente.

Parte 1

 

 

Mi nombre es Sakunosuke Oda. Soy un detective de la Agencia Armada de Detectives. Algunos dicen que la forma más rápida de conocer a alguien es averiguar a qué se dedica. Puede que tengan razón, pero esa regla no se aplica a mí. ¿Por qué? Porque no tengo la mentalidad ni el talento para ser detective. Sólo soy un tipo común y corriente. Nada más que un agente de poca monta. Nada diferente a una colilla en el suelo.

Hace dos años, resolví el caso del Apóstol Azure y me uní a la agencia de detectives. Todavía puedo recordar esos días como si fuera ayer. Un momento, todo se inclinaba hacia la derecha, y al siguiente, todo se inclinaba hacia la izquierda. El caso era escabroso, así que me agarré a lo más cercano que pude, y me costó todo lo que tenía para aguantar y esperar. Fue una mera coincidencia que pudiera resolver el caso. Suerte de principiante.

Publicidad G-AR



Sin embargo, conseguí resolverlo, lo que significaba que había superado la prueba. Desde entonces, resuelvo cualquier caso que la agencia me propone para ganarme la vida. Cuido a los huérfanos, bebo café y, en mis días libres, me voy a apostar un rato antes de escribir novelas en la cocina por la noche. Esa es mi vida. Es una vida humilde y acogedora. No es mucho, pero es trabajo honesto.

Sin embargo, el trabajo de hoy en la agencia ha sido un poco peculiar.

Estaba caminando por la galería comercial para encontrarme con alguien. Era casi de noche. Todo el mundo iba y venía tranquilamente como criaturas de las profundidades marinas mientras el sol anaranjado del atardecer se hundía en el horizonte. Había una mancha al final de la acera donde alguien vomitó anoche. La bicicleta plateada de un joven pasó a mi lado, con sus ruedas iluminadas como una especie de nave espacial. El paisaje de la ciudad tenía el color de la gelatina de café. No me atrevía a odiar este lugar. Mi trabajo de hoy tenía que ver con el nuevo recluta Akutagawa. Había entrado en el cuartel general de la Mafia Port, una organización clandestina que había echado sus raíces en lo más profundo de esta ciudad. Decir que tenía unos cuantos tornillos sueltos sería decir poco. También podría haber destrozado sus huesos con un martillo y habérselos dado de comer a los lobos. Eso habría tenido más sentido que infiltrarse en la sede de la Mafia.

Por cierto, fui yo quien le invitó a unirse a la agencia de detectives. Una vez más, me había disparado en el pie. Como siempre. A estas alturas, se había convertido en un mal hábito del que no podía deshacerme, así que lo único que podía hacer era aceptarlo. Sin embargo, lo que tenía que hacer ahora era preocuparme por el nuevo recluta, ya que estaba cien veces más mal de la cabeza que yo.

El nuevo —Akutagawa— era un poderoso usuario de habilidades que había pasado por el infierno muchas veces. Si alguien era capaz de penetrar las defensas de la Mafia y reunirse con su hermana, ese era Akutagawa. Pero ese es el final de la línea para él. Akutagawa nunca sería capaz de recuperar su antigua vida. La Mafia Port era como la brisa nocturna que sopla en las zonas más oscuras de esta ciudad. Ni siquiera un callejón o alcantarilla estaba fuera de su alcance. Incluso si Akutagawa conseguía recuperar a su hermana y escapar de su cuartel general, la Mafia los encontraría, los colgaría boca abajo y los haría desfilar por las calles. Degollarían a los hermanos, los colgarían en ganchos y mostrarían a todo el mundo lo que les ocurre a los que se oponen a ellos. Por eso el presidente me dio órdenes de rescatarlos, para asegurarme de que Akutagawa salvara la vida de su hermana y volvieran a la agencia sanos y salvos.





Mi trabajo consistía en ayudarles después de que escaparan. No había forma de que la Mafia dejara ir a Akutagawa o a su hermana. Les haría quedar mal. Si dejaban libre a un intruso como él, sólo parecerían débiles ante cualquier persona ajena a la Mafia, y si dejaban marchar a su hermana, parecerían débiles ante los de dentro de la organización. El dinero o los privilegios no eran suficientes para hacer borrón y cuenta nueva. ¿Qué podíamos hacer entonces?

Después de pensarlo mucho, llegué a una sola conclusión: Amenazarlos. Esa era la única manera. Decirle a la Mafia que iba a dar al gobierno información sobre ellos que los hundiría definitivamente. Entonces, a cambio de esta información, prometerían dejar en paz a Akutagawa. Sin embargo, para hacer esto, necesitaba la ayuda de alguien de dentro. Pero no podía ser cualquier colaborador. Tenía que ser alguien que desempeñara un papel fundamental en la Mafia. Idealmente, alguien que trabajara cerca de la fuente de su dinero. Al fin y al cabo, el dinero era como la sangre para la organización, y una criatura viva no puede sobrevivir si se bombea veneno en su torrente sanguíneo.

Investigué y rastreé a los delincuentes que trabajaban en la clandestinidad hasta que encontré a “el elegido”: un contador de la Mafia que manejaba sus finanzas. Era un anciano que había trabajado durante años como guardián de la organización blanqueando su dinero. Sus aficiones incluían el bonsái y el ajedrez. Pidió reunirse en un viejo bar en un callejón.

Era de noche, y el bar aún no estaba abierto, pero la puerta de madera estaba entreabierta; tal vez había movido algunos hilos para nosotros. Atravesé la puerta y comencé a bajar la escalera. La oscura y seca escalera del sótano me hizo sentir como si retrocediera en el tiempo. Podía oír débilmente música de jazz procedente del bar.

Publicidad G-M2



El interior era silencioso y tan estrecho como una caja de zapatos. Había un mostrador, taburetes, varias marcas de botellas de licor alineadas contra la pared, pero ningún camarero.

El hombre con el que pensaba reunirme ya estaba sentado en el fondo. Miraba con desánimo su vaso lleno de licor mientras pasaba el dedo por el borde. Parpadeé.

—¿…Quién es usted?

No era el anciano que estaba sentado allí.

La persona levantó la cabeza al oír mi voz y me miró a través de sus largas pestañas. Sus labios se curvaron en una sonrisa tan sutil que pensé que tal vez estaba imaginando cosas.

—Hola, Odasaku. Cuánto tiempo sin verte —dijo el joven con un abrigo negro— ¿Todavía es demasiado pronto para tomar una copa?

***

 

 

«Tengo miedo»

«Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo»

Me persiguió desde la oscuridad. Traté desesperadamente de huir. Ni siquiera me importó si mis piernas se rompían o mis pulmones estallaban. Corrí tan rápido como pude. Intenté huir, pero no había escapatoria, porque el monstruo estaba dentro de mi cabeza.

“No importa lo que pase, Atsushi”.

Una voz de mi pasado resonó en mi mente. ¿De quién era la voz? Era la de Dazai. Se convirtió en una cadena negra y se enroscó alrededor de mi cuerpo. Era una voz maldita.

“No hagas nada, Atsushi”.

No pude escapar, por muy rápido que corriera.

Sé que vendrá tras de mí sin importar a dónde vaya. Quería gritar, pero no tenía garganta. Quería llorar, pero no tenía ojos. Todo mi cuerpo temblaba tan violentamente que parecía que iba a romperse en mil pedazos. Seguí huyendo.

Pero no se puede huir de uno mismo. Nadie puede hacerlo.

Atsushi atravesó el cuartel general de la Mafia con la cabeza inclinada hacia delante, casi exactamente como correría una bestia. Pateó las paredes mientras doblaba las esquinas y saltaba por la escalera, ascendiendo por el edificio en cualquier ángulo que pudiera. Sólo pensaba en alcanzar a Akutagawa: es decir, en salvar a Kyouka. Todo lo demás había desaparecido de su mente.

Vio soldados armados de la Mafia al final del pasillo. Eran unos ocho, y estaban bloqueando el camino de Atsushi.

—Muévanse.

Como un tornado o una bala de cañón, Atsushi se lanzó a través del grupo con un gruñido. El impacto golpeó a los soldados contra la pared, dejando a la mayoría fuera de combate antes de que supieran realmente qué les había golpeado. Uno de los soldados se dio cuenta de que Atsushi se acercaba y, por reflejo, levantó su arma, pero en el momento en que Atsushi pasó junto a él, su pistola ya había sido cortada en pedazos. Cuando el soldado se dio cuenta, la sangre ya había empezado a brotar de su brazo y de su cuerpo. Ya no quedaban soldados conscientes después de que pasara la calamidad. Atsushi apenas era consciente de lo que acababa de hacer. Simplemente siguió avanzando para escapar del miedo.

“No importa lo que pase, Atsushi”.

La espalda de Akutagawa apareció por fin. Atsushi aulló y luego aceleró. Akutagawa se dio la vuelta al oír la ominosa voz. Intentó extender su abrigo como una cortina para crear un muro de defensa, pero Atsushi fue más rápido. Se abalanzó sobre el pecho de Akutagawa, apartando su abrigo antes de que tuviera la oportunidad de atacar.

“No vayas a pasar— por nada de este mundo, Atsushi”.

Atsushi aulló.

¡Awooooooooo!

—¡¿Qué-?!

El puño de Atsushi se estrelló contra la cara de su aturdido oponente, doblando el cuello de Akutagawa hacia atrás hasta donde podía llegar. Akutagawa salió volando como si le hubiera atropellado un camión; luego perdió el conocimiento en el momento en que se estrelló contra la pared antes de caer de cara al suelo como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos. Pero no llegó a tocar el suelo: Atsushi se precipitó hacia delante y agarró a Akutagawa por los hombros, deteniéndolo en el aire.

La bestia rugió.

Inmovilizó el hombro de Akutagawa contra la pared y golpeó su torso sin descanso.

Golpe. Golpe. Golpe. Golpe. Golpe. Era como una ametralladora que descargaba rítmicamente bala tras bala, destrozando los huesos de Akutagawa y formando grietas en la pared detrás de él. Su cuerpo se balanceaba como un péndulo.

Las manos desnudas de Atsushi podrían partir en dos el cañón de una pistola. Un solo golpe sería fatal para cualquier persona normal, y Akutagawa estaba siendo bombardeado con docenas. No importaba cuántas veces le golpeara, Atsushi no se detenía. Sus ojos, abiertos de par en par, vacilaban con un terror sobrecogedor. Sus manos temblaban.

Sus dientes castañeaban. Un sudor frío recorría su cuerpo.

Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo.

“No vayas— no importa qué, Atsushi.”

Atsushi no dejó de atacar. Aunque quisiera, no podría. Era un prisionero del miedo. Su cuerpo ya no le escuchaba. Su alma fracturada gritaba. No podía parar; seguía astillándose desde aquel día de hace un año.

—…di cuenta.

El puño de Atsushi se detuvo. Los labios de Akutagawa se movieron para formar palabras:

—Me di… cuenta… de que lo que sientes… no es miedo.

Un aterrador escalofrío recorrió la columna vertebral de Atsushi, que dejó de respirar.

—Esa emoción… es culpa.

Todo lo que Atsushi podía ver era una luz blanca mientras la insoportable emoción consumía cada una de sus células cerebrales. células del cerebro.

—Ah…

Pudo escuchar una voz. La voz de su maestro:

“Te estoy ordenando como tu jefe”.

Era una voz del pasado. Una cadena negra que lo ataba.

“No vayas al orfanato pase lo que pase, Atsushi… ¿Entendido?

***

Publicidad M-M5

 

Publicidad M-M4

 

Ese día no seguí las órdenes. Las órdenes de la Mafia. Las órdenes de Dazai.

Órdenes que tenía que obedecer a toda costa.

Ataqué el orfanato.

Ya era miembro de la unidad de comando de la Mafia hace un año. Era el líder con algunos hombres propios, y tenía poder: tenía información. Podía hacer que las investigaciones sobre incidentes violentos desaparecieran con sólo filtrar información a un colaborador de la policía de la ciudad. Pero sólo lo hice una vez… para borrar mi pasado.

Dentro de la mente de cada persona hay un niño pequeño. Ese eres tú.

Es tu yo de la infancia, sollozando en la oscuridad: una versión más joven de ti mismo a la que nadie podrá entender nunca, a la que nadie tenderá una mano amiga. La gente hará cualquier cosa para calmar a ese niño o para que deje de llorar… por muy inhumano que sea. Para mí, eso fue quemar la prisión de mi pasado hasta convertirla en cenizas y matar al demonio que llevaba dentro.

Fue ridículamente sencillo, a decir verdad. Acordoné las instalaciones con mis hombres, y luego comencé el ataque. Después de cortar la línea telefónica y destruir todos sus autos, me convertí en el tigre y me precipité en el dormitorio.

Tenía miedo, pero no era el miedo a cometer un pecado. Era el miedo a perder ante el director del orfanato. Tenía miedo de que con sólo mirarme, la sangre estallara en mi cuerpo mientras caía al suelo. Necesité años para superar ese miedo. Se me ocurría un plan tras otro, pero cada vez me acobardaba.

Hoy, sin embargo, superaría el miedo. Ganaría.

Hubo algunas razones por las que pude reunir el valor. Una de ellas era algo que a los demás les parecería poco importante, pero ese día era mi cumpleaños. Por eso quise hacer del día en que nací —en el sentido más estricto— el nacimiento de algo nuevo.

El orfanato, que no había visto desde hacía tres años, tenía un aspecto minúsculo y miserable. Las paredes de yeso estaban agrietadas, los caminos eran sólo tierra sin pavimentar y el pozo de agua potable se había secado. Era como contemplar unos huesos maltratados por la intemperie, que se habían ido consumiendo poco a poco.

Sin embargo, cada paso que daba removía una costra de mis recuerdos, e inevitablemente sangraba. El callejón donde me golpearon hasta astillarme y romperme los dientes, la habitación disciplinaria con las uñas aún clavadas en la pared donde me rascaba hasta romperlas, la despensa en la que me colaba por hambre pero tenía tanto miedo de ser castigado que no podía salir… tenía que quemarlo todo, o el niño de mis recuerdos nunca dejaría de llorar. Era sencillo. Algo que cualquiera podía entender.

Hoy era mi cumpleaños. Hoy era el día en que iba a reducir mi prisión a cenizas y nacer de nuevo.

Corrí por el orfanato, que recordaba fielmente hasta el más mínimo detalle, hasta llegar al castillo del señor de los demonios: el despacho del director. Abrí la puerta de una patada e inmediatamente se me heló el corazón. El director me miraba fijamente desde el fondo de la habitación con los brazos cruzados.

—Llegas tarde, Setenta y ocho —me espetó.

Era una emboscada. No había ni miedo ni sorpresa en su rostro. Lo único que había era su habitual mirada frígida. Eran los ojos de un hombre que miraba a los huérfanos y los dominaba.

—N-no me llames así —logré balbucear con toda la fuerza que pude.

Pero él se limitó a mirarme como si pudiera ver a través de mí.

—Parece que has llegado a tu graduación justo a tiempo —señaló el director.

—¿”Graduación”?

La puerta se cerró de golpe detrás de mí. La robusta puerta de hierro se cerró automáticamente, seguida del sonido de su cierre. En ese momento no lo sabía, pero el despacho del director podía cerrarse y bloquearse automáticamente. La única razón por la que pude entrar fue porque él había desbloqueado la puerta de antemano para mí.

Sonó una alarma. Era el timbre de la hora de limpieza después del almuerzo. Mi cuerpo quiso de repente empezar a limpiar, y tuve que hacer un esfuerzo mental para detenerme.

—¿Te trae recuerdos? —preguntó el director mientras me miraba— Es el sonido del orden. Es el sonido que les hizo saber a todos lo que les gobernaba.

—Tienes razón —Miré fijamente al director— Aquí no hay relojes, así que esta alarma era la única forma de saber cuándo hacer qué. Este sonido nos tenía secuestrados porque sólo había una persona en el orfanato que tenía un reloj: tú.

Miré el reloj de la pared. Era un antiguo reloj de péndulo de color ámbar. Incluso ahora, el segundero marcaba el paso del tiempo como un dios.

—“Poseer un reloj es prueba de una voluntad fuerte e independiente” recité, ya que se lo había oído decir cientos de veces.

—Por lo tanto…

—“Por lo tanto, los que han nacido para ser gobernados y disciplinados no necesitan un reloj” —Terminé de recitar una de sus frases favoritas— Así que pusiste como norma que no podíamos tener relojes. Uno de los niños mayores intentó comprar uno una vez después de ahorrar su dinero, pero lo echaron del orfanato… después de que lo golpearan casi hasta la muerte.

—Sí. Pero nunca hiciste algo tan tonto, Setenta y ocho. Eras obediente. Sumiso —añadió antes de tomar una caja de madera blanca que había en su escritorio. Nunca la había visto. Era una caja sencilla, ligeramente más grande que la palma de su mano.

—¿Qué hay en esa caja? —Me temblaba la voz.

—¿No es obvio? —El director habló con voz llana— Es algo que necesitas para graduarte de aquí.

Una emboscada. Una caja. Tuve un mal presentimiento en las tripas que se me había hinchado hasta la garganta.

—¿”Graduar”? ¿De qué estás hablando? ¡¿Qué hay en esa caja?! ¡¿Qué estás tramando?!

El director se acercó lentamente a mí con la caja aún en la mano. El calor frío empezó a recorrer todo mi cuerpo.

Publicidad M-M3

Probablemente había un arma en la caja, pero mi cuerpo no se movía. Intenté convencerme repetidamente de que me calmara. Ganaría fácilmente en un combate cuerpo a cuerpo. Aunque hubiera un arma en esa caja de madera, una pequeña pistola no podría matarme.

Sin embargo, el director sabía que yo venía, y seguramente también conocía al tigre que llevaba dentro. Lo que significa…

«¿Una bomba?»

Si hubiera una explosión en una habitación sellada como ésta, el reflejo de las ondas expansivas aumentaría la letalidad varias veces. Un explosivo de gran potencia probablemente me volaría la cabeza antes de que pudiera curarme con la capacidad de regeneración del tigre. Concentré mi oído de tigre y me quedé helado, porque pude oír lo que había dentro de la caja de madera. Era el paso del tiempo. Tic. Tac. Tic. Tac.

Esto no es bueno.

—¿Recuerdas lo que te enseñé? —El director se acercó lentamente a mí— “Los que no protegen a los demás no merecen vivir”

—Detente —rogué, con la voz temblorosa— Quédate quieto.

El director se puso delante de mí y extendió los brazos. Una regla colosal. Mis pies dieron instintivamente un paso atrás. Era el destino. Estaba indefenso ante él.

«No. No. No.»

«Lucha. Lucha. Lucha. Lucha. Lucha, Atsushi. ¡O morirás!»

Las puntas de mis dedos de las manos y de los pies temblaban. Mi corazón acelerado martilleaba contra mi pecho.

Este era el miedo, el soberano absoluto grabado en mi alma.

—Hoy es el último día de mis enseñanzas para ti.

—¡Alto…!

«Lucha. Lucha. Lucha. Lucha.»

«¡LUCHA!»

Cada célula de mi cuerpo gritaba.

—¡Ahhhhh!

Oí el sonido de algo húmedo. Mi brazo había atravesado el pecho del director, y mis dedos sobresalían de su espalda

—…

Susurró algo. Oí lo que dijo, pero no pude procesarlo. Las campanas de alarma rojas sonaron en mi mente mientras seguía gritando la palabra Lucha.

—¡Ahhhhhhh!

Empujé al director y me senté a horcajadas sobre su cuerpo mientras estaba tumbado en el suelo. Le di un puñetazo. Una y otra vez. Copiosas cantidades de sangre salpicaron el suelo. Aunque podía sentir cómo se rompía el cráneo, no dejé de golpear. Sólo cuando ya no había nada que golpear y mi puño se estrelló contra el duro suelo, me detuve. En ese momento, vi la caja de madera por el rabillo del ojo. La tapa se había caído y lo que había dentro había salido rodando. Lo miré.

Era un reloj.

Junto al reloj había una hoja de papel con lo siguiente escrito:

Feliz cumpleaños

«¿Qué?»

«¿Qué es esto?»

«¿Por qué está escrito aquí? ¿Por qué hay un reloj dentro de la caja?»

“Poseer un reloj es prueba de una voluntad fuerte e independiente”

Era un reloj nuevo. Debía de ser difícil para un orfanato tan deprimido como éste permitirse una pieza de tan alta gama.

“Es algo que necesitas para graduarte de aquí”.

Fue entonces cuando finalmente logré procesar las últimas palabras que me dirigió el director:

—Sí… Así de fácil.

El director había extendido sus brazos ante mí… como un padre que abraza a su hijo. La verdad estaba clara. Pero por más que la verdad me atravesara el corazón, mi cerebro simplemente no intentaba comprender. El director estaba muerto en el suelo. Nunca más dirá una palabra.

Ese fue el momento en que me golpeó de repente. Por mucho que me fortaleciera o creciera, por muy orgulloso que estuviera de mí mismo, nunca más podría decirme “buen trabajo” o decir “estoy impresionado”.

Había una posibilidad de que lo dijera. Un día. Si estuviera vivo. Pero no dijo nada.

Nunca podría escuchar la única cosa que más quería en este mundo.

Porque lo había matado.

—¡AAAAAAAHHHHHHHHHHHH!

***

 

 

En retrospectiva, había algunas cosas que no cuadraban. No tenía ni idea de que era un tigre devorador de hombres. El director del orfanato y los demás me lo ocultaron. Había un tigre blanco diabólico que asolaba el orfanato y hacía daño a la gente. Y este tigre no había aparecido más que unas pocas veces, así que, como mínimo, mis profesores del orfanato seguramente sabían que era yo. Y sin embargo, nadie me lo dijo nunca.

No fue hasta mucho más tarde que descubrí por qué.

Había un investigador que vino al orfanato para investigar en secreto al tigre, pero lo mató. Tenía el pelo largo del color de la niebla blanca y los ojos rojos como manzanas. Si su muerte se hubiera hecho pública, la policía militar habría intervenido y matado al peligroso tigre. Pero el director encubrió el accidente. Tiró el cuerpo del investigador a un río y quemó sus pertenencias. Luego reunió a los profesores para que dijeran la historia de que “Ningún investigador vino aquí”. Luego, tras comprobar si tenía algún recuerdo de lo ocurrido cuando era un tigre, el director me encerró en una celda del sótano. Siguió ocupándose de las secuelas cada vez que el tigre se volvía loco en adelante. Me encerró en el sótano en reclusión para que no hubiera víctimas, para que no hiciera daño a nadie.

Por eso siempre creí que el tigre era una bestia salvaje que venía de algún lugar muy, muy lejano. El director me conocía mejor que nadie. Incluso comprendía que no sería capaz de soportarlo si supiera que yo era el tigre. Y sabía que tenía que seguir protegiéndome, impidiendo que saliera al mundo exterior, hasta que tuviera la edad suficiente para poder controlar al tigre y aceptar lo que soy.

***

 

 

—Esa emoción… es culpa —resolló Akutagawa mientras su hombro se clavaba en la pared.

—Ah… —Los ojos de Atsushi perdieron la concentración— ¡Ah… Ahhh… Ahhhhhh… Ahhhhhhh…!

Gritó y lanzó a Akutagawa por los aires. El cuerpo de Akutagawa se dobló en posiciones antinaturales hasta que golpeó el suelo; entonces rebotó una vez más antes de rodar junto a una ventana cerca de la esquina del edificio. Atsushi aterrizó sobre su cuerpo mientras estaba boca arriba. Se sentó a horcajadas sobre Akutagawa con sus piernas y lo golpeó una y otra vez con ambas manos como si fuera una lluvia de meteoritos. El suelo bajo Akutagawa se desmoronó lentamente mientras el hormigón se esparcía en todas direcciones. Akutagawa ya ni siquiera intentaba utilizar su abrigo para defenderse. Era una destrucción absoluta, mucho más de lo que cualquier humano podría soportar, como un planeta engullido por innumerables meteoritos.

—¡Te equivocas, te equivocas, te equivocas, te equivocas! —berreó Atsushi mientras golpeaba a Akutagawa— ¡No lo sabía! No sabía… ¡de otra manera…!

—Una excusa común utilizada por los débiles —murmuró de repente Akutagawa. Hubo un sonido sordo. El brazo de Atsushi fue cortado a la altura del codo, dejando un rastro de sangre mientras rodaba por el suelo.

—¿…?

Las cuchillas de tela se retorcieron alrededor del cuerpo de Akutagawa como si hubieran vuelto a la vida antes de atravesar inmediatamente los hombros, el estómago, la garganta y los muslos de Atsushi como una lanza, inmovilizándolo contra la pared.

—¡Gwah…!

Akutagawa se levantó lentamente como un fantasma. La sangre goteaba por cada parte de su cuerpo, pero caminaba con determinación.

—¿Cómo…? —murmuró Atsushi mientras gorgoteaba sangre— Después de… todo…

eso…

—Me abrí la piel antes de que me golpearas. Luego creé un desgarro en el propio espacio para evitar que tus ataques alcanzaran mis músculos y huesos —reveló Akutagawa mientras se frotaba la piel— Esta era mi carta de triunfo. Mi última línea de defensa. Sin embargo, no esperaba utilizarla tan pronto.

Las cuchillas que atravesaban el cuerpo de Atsushi empezaron a retorcerse y expandirse, haciéndole gritar mientras el tejido raspaba su carne.

—Un usuario de habilidades alimentado por el miedo y la expiación… —comenzó Akutagawa mientras se acercaba a Atsushi— No es difícil imaginar tu miedo. Nada en este mundo es peor que el arrepentimiento. Vivir la vida preguntándose siempre “si hubiera hecho eso” es un infierno.

El rostro de Atsushi temblaba de miedo. Akutagawa siguió acercándose a él con una mirada afilada.

—Sin embargo, en este momento, todo lo que eres para mí es una barrera entre mi hermana y yo. No deseo volver a arrepentirme. Por eso debo cortarte y seguir adelante.

La hoja de Akutagawa se convirtió en una guillotina y se elevó en el aire ante los ojos de Atsushi.

***

 

 

Se trataba de la sala de vigilancia del control central de la Mafia, en el piso 35. Gin abrió la puerta del espacio poco iluminado y se apresuró a entrar, tratando de recuperar el aliento. Con los pies pesados, se tambaleó hasta la pared cercana al tablero de control de supervisión y puso la mano sobre él. Inmediatamente, sus rodillas cedieron y se dejó caer débilmente al suelo para sentarse.

—Ryuunosuke…


Apoyó la cabeza en la pared mientras se agarraba las rodillas como si estuviera sola en una montaña nevada. La habitación estaba vacía. Oscura. Sólo los innumerables monitores que mostraban todas las habitaciones del edificio iluminaban el espacio, pero no había calidez en su luz. Akutagawa y Atsushi podían verse en uno de los monitores. Akutagawa, que tenía inmovilizado a Atsushi con su habilidad, estaba a punto de quitarle la vida.


—Ryuunosuke… Es suficiente —insistió, con la voz ronca— No podrás salir de aquí con vida si matas a alguien más…

Gin temblaba, pero no porque tuviera frío. Se puso en pie tambaleándose y se acercó al tablero de control.

—No me importa la clase de persona que seas.

Giró débilmente la llave de control y pulsó el interruptor numerado.

—Todo lo que quiero es que vivas.

Cogió el intercomunicador del escritorio y se lo puso en la oreja.

—Ryuunosuke, para —dijo Gin en el intercomunicador— Vete a casa.

***

 

 

—Ryuunosuke, para.

La voz de Gin resonó en el pasillo en el que se encontraban Akutagawa y Atsushi.

—Vete a casa.

—Gin —Akutagawa miró a su alrededor para ver de dónde venía su voz— Gin, ¿dónde estás?

Olvídate de mí y vete a casa —Gin sonaba como si estuviera tratando de contener sus emociones— ¿No lo entiendes? Podría haber ido a verte en cualquier momento si quisiera. No me secuestraron hace cuatro años. Decidí por mi cuenta aceptar la invitación del jefe —ese hombre solitario— La razón por la que nunca fui a verte fue porque no eres capaz de tener seres queridos en tu vida.

Publicidad M-M2

—¿Qué? —Nervioso, Akutagawa levantó la vista en la dirección de la que procedía la voz de Gin— ¿Qué se supone que significa eso?

—La forma en que destruyes las cosas es diferente a como lo hace la Mafia. La destrucción de la mafia tiene racionalidad y propósito, pero tú no. Incluso los que amas se ven arrastrados por tu violencia mientras destruyes todo lo que te rodea. Incluso a ti mismo. Porque…

Gin hizo una pausa. Su voz era silenciosa, como si estuviera respirando el valor que necesitaba; entonces confesó,

—Porque has nacido para hacer el mal.

Los brazos de Akutagawa cayeron a los lados sin vida. Su rostro era como el de un niño perdido que se ha separado de sus padres.

—¿Yo? ¿Maldad? ¿Por eso no quieres volver conmigo? —preguntó Akutagawa confundido— Eso no tiene ningún sentido, Gin. Nada lo tiene. ¿Qué estás diciendo? No lo entiendo.

No hubo respuesta.

—¡Gin, contéstame! ¿Qué me falta? ¿Qué puedo hacer para recuperarte?

Y ninguna respuesta llegaba. El sistema de intercomunicación ya se había apagado.

—¡Gin, respóndeme! ¡Te lo ruego! ¡Gin-!

Publicidad M-AB

La pared se rompió de repente en pedazos, esparciendo trozos de hormigón y polvo en el aire. Pero antes de que Akutagawa pudiera siquiera mirar hacia atrás, la tela de [Rashomon] fue arrancada. Una bestia rugió. Pero no era Atsushi. Ni siquiera era humano.

—¡¿Qué?! —Sorprendido, los ojos de Akutagawa se abrieron de par en par— ¡¿Un tigre blanco?!

Una bestia del tamaño de un coche pequeño cargó contra él hasta que se estrellaron juntos contra una ventana, rompiendo el cristal y atravesándolo. Todo lo que les esperaba ahora… era un cielo vacío.

Akutagawa y el tigre blanco cayeron por la ventana del cuartel general de la Mafia.

Mantente Enterado
Notificarme
guest
This site uses User Verification plugin to reduce spam. See how your comment data is processed.

INSTRUCCIONES PARA LA ZONA DE COMENTARIOS

1- No Puedo Comentar: Toca los botones que estan debajo del recuadro de comentarios, aquellos que le cambian el estilo a Negrita, Cursiva, etc. (B, I, U, S)

2- No Aparece Mi Comentario: Es por nuestro sistema de moderación, luego de revisar y aprobar tu comentario, este aparecera. NOTA: Usa un correo real o no se aprobara tu comentario.

3- ¿Como Escribo un Spoiler?: Toca [ + ] (es el botón spoiler) y aparecera una ventana, ahí debes poner el TITULO de tu spoiler (recomendamos poner simplemente SPOILER), luego en el codigo que aparecera en el recuadro del comentario debes escribir dentro de los simbolos ] [

[spoiler title="Titulo de tu spoiler"]Aqui va tu spoiler[/spoiler]

Nota: Todo el texto que coloques antes o despues del codigo del spoiler sera visible para todos.

0 Comentarios
Respuestas en el Interior del Texto
Ver todos los comentarios