86 [Eighty Six]

Volumen 11: El Día De La Pasión

Capitulo 7: La Caída De Liberté Et Égalité

 

 

Filas de esqueletos sin cabeza y de cuatro patas cruzaron la puerta hacia el Gran Mur. Este espectáculo hizo que los ciudadanos de la República que observaban desde lejos se lamentaran en voz alta. Gritaron con desesperación y resentimiento. Con pesar y odio.

Aquella noche, la Legión invadió los ochenta y cinco Sectores al caer las murallas del norte del Gran Mur, y destruyeron la última línea defensiva trazada en la capital, Liberté et Égalité. Toda la gente que corrió para salvar su vida y se puso a cubierto aquí, en la parte oriental del Sector Ochenta y Dos, estaba sucia y demacrada. Y, sin embargo, a pesar del destino de su país y de sus propias muertes, el odio y la desesperación que expresaban ahora era aún mayor en este momento.


Lena se situó frente a los ciudadanos, que llegaron allí sin ser invitados, justo cuando la primera fila de Juggernaut se detuvo ante ella. Al desembarcar los Procesadores, los murmullos de odio aumentaron de volumen.

Estaban allí, sus diferentes colores contrastaban con el plateado homogéneo de los Alba. Eran chicos y chicas de diferentes etnias y colores de piel. Ochenta y Seis. Subhumanos y fracasados de la evolución que habían sido expulsados de los ochenta y cinco Sectores de la República, un paraíso sólo permitido para los seres humanos. Cerdos con forma humana que ocupaban la tierra de nadie del Sector Ochenta y Seis, del que nunca debían regresar.

Al ver a estas despreciables criaturas pisar de nuevo el suelo de la República —en el terreno sagrado de la tierra más superior e ideal de toda la humanidad—, los ciudadanos alzaron sus voces de odio y angustia.

Junto a un Juggernaut con armadura negra y la marca personal de un globo ocular estampada en ella había un Procesador. Sonrió a Lena, con el cabello rojo y despeinado cortado y la cremallera del uniforme de campaña bajada hasta el ombligo.

“Es la primera vez que nos encontramos cara a cara. Un placer verte por fin, Handler One.”

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Lena asintió con un movimiento de la barbilla, y entonces los pálidos rasgos de Lena, cubiertos de polvo y escombros, se suavizaron en una sonrisa.

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“… Realmente eras una mujer.” Dijo.

Shiden cacareó agradablemente, con una voz ronca y alta que hacía difícil distinguir su género.

“A-ja-ja, me pasa mucho. Pero eres exactamente cómo te imaginaba. Una hermosa, fría y ensangrentada reina plateada.”

Mientras Shiden continuaba con su cacareo inapropiado, uno de los civiles se levantó de entre la multitud y gritó:

“¡Tú… tú, sucia Ochenta y Seis! ¡Estabas tan ocupada tratando de salvar tu propio pellejo que ni siquiera querías morir con la Legión! ¡Tú eres quien nos ha metido en este lío!”

Su aullido desapareció en el claro cielo de luna nueva como la llamarada de una hoguera. Tras un momento de silencio, la multitud, espoleada por su grito, estalló en cólera.


““““¡Eso es, es su culpa, Ochenta y Seis! ¡No lucharon lo suficiente! ¡No pusieron sus vidas y ganaron la guerra por nosotros! ¡No desperdiciaron sus inútiles vidas para vencer a la Legión!

“““¡Se preocuparon más por su supervivencia, cuando están profanando este sagrado país sólo por respirar su aire! ¡Y a pesar de lo inútiles que son, cerdos, hemos sido lo suficientemente misericordiosos y amables para mantenerlos!

“““Ingratos inútiles…

“““¡Su incompetente inutilidad es la causa de que gente inocente como nosotros tenga que pasar por esto!”””

Sus acusaciones fueron absurdamente egoístas y ciegas al hecho de que estaban sufriendo las consecuencias de sus propios errores. Al fin y al cabo, fueron ellos los que no lucharon y no vencieron a la Legión.

Fue tan ofensivo que Lena se quedó sin palabras por un momento. Sin embargo, Shiden sacudió la cabeza con exasperación y levantó la mano derecha. La levantó con la despreocupación de apuntar a alguien… salvo que en su mano había una gran e imponente escopeta del calibre 12, con la boca del cañón como un agujero.

Una escopeta de palanca recortada.

Era una escopeta con la boca del cañón más corta y, a cambio de la disminución de la velocidad inicial y la reducción del retroceso, su tiro de dispersión era mucho más destructivo en espacios cerrados.

“… ¿Eh?” El primer hombre que se acercó dejó escapar una voz estupefacta mientras miraba el cañón.

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Disparó casualmente la escopeta. La escopeta de cañón recortado lanzaba perdigones que se extendían por una amplia zona delante de la boca del cañón, lo que la convertía en un arma antipersonal de corto alcance excepcionalmente letal. Los perdigones de 9 mm se disparaban a gran velocidad, matando sin esfuerzo a ciervos mucho más grandes que un ser humano.

Pero como desvió la boca del cañón en el último segundo, el disparo sólo perforó el suelo cerca de los pies del hombre. Por suerte, no hubo efecto rebote. Y aun así, ver este espectáculo de violencia ante sus ojos después de una década de paz rompió el frenesí de la multitud como una ramita.

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Mientras la multitud se paralizaba, Shiden recargó tranquilamente su escopeta. Con el dedo todavía en la palanca de carga, rotó el arma, haciéndola girar a lo largo de la palanca en un giro de carga. Cuando su mano derecha volvió a colocarse en la empuñadura, la escopeta estaba bloqueada, cargada y apuntando. Y esta vez, apuntó directamente a la cara del hombre.

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El hombre de la República se puso pálido y se quedó mirando sin palabras los llamativos ojos de color extraño de Shiden. Shiden abrió la boca, mostrando una hilera de dientes afilados que le vendrían bien a un demonio o a una bestia, y se rió a carcajadas.

“Deja de respirar de ese modo en mi cara, cerdo blanco. Si vas a actuar como un cerdo, al menos haznos un favor y quédate dentro de tu pocilga cuando chilles. Si lo haces, nosotros los Ochenta y Seis…”

Cada uno de los Procesadores que estaban junto a sus Juggernaut miraba en silencio a los ciudadanos. Sus cabellos y ojos eran de diversos colores, pero sus miradas no revelaban ninguna emoción, brillando tan artificialmente como la más profunda oscuridad.

Y con ellos como telón de fondo, la bruja cíclope cacareó. Una carcajada llena de genuina malicia y desprecio hacia esos cerdos blancos que seguían creyendo que podían mandarlos.





“… bien podríamos decidir proteger sus lamentables vidas en el camino.”


Alguien salió corriendo con un grito insignificante de: “¡Esos malditos cerdos pintados…!” fue la señal. Los demás ciudadanos se dispersaron, corriendo en todas direcciones.

“Lo siento, Capitana Iida…” Dijo Lena, dirigiendo una mirada de reojo a los ciudadanos que huían. “Gracias por su paciencia y contención.”

“Por supuesto que mostraría moderación aquí.” La respuesta de Shiden fue más fría de lo que ella esperaba. “Si los hubiera matado a tiros en ese momento, las cosas se convertirían en una bola de nieve en poco tiempo.”

La situación sólo se calmó porque los Ochenta y Seis pasaron de ser unos débiles de los que podían abusar libremente a ser una ‘amenaza’ con la que la gente de la República no podía lidiar. Pero si Shiden hubiera matado a tiros a alguien, no habrían sido una amenaza, sino enemigos. Y entonces los ciudadanos no se limitarían a huir. En el peor de los casos, la gente de la República y los Ochenta y Seis se habrían enfrentado allí.

Por supuesto, los Ochenta y Seis estaban armados y acostumbrados a manejar armas. No perderían ante civiles desarmados. No importaba cuántas de estas masas impotentes se reunieran, las armas de fuego modernas serían capaces de aplastarlas y acribillarlas sin piedad. Sería el comienzo no de una batalla, sino de una masacre unilateral.

Y honestamente, nadie podía decir a los Ochenta y Seis que se detuvieran. La única razón por la que se contenían era porque sabían que desperdiciar balas aquí sólo los llevaría a perder contra la Legión.


“Sabemos que los cerdos blancos son así de estúpidos. Estamos acostumbrados a ello. Además, nosotros, no tenemos tiempo para peleas internas con la Legión acercándose a nosotros… Pero supongo que esa parte aún no ha encajado para los cerdos blancos. Si van a seguir actuando así, vamos a estallar más pronto que tarde.”

Incluso en este punto, la gente de la República seguía sin enfrentarse a la realidad. Incluso con la invasión de la Legión dentro de sus muros, seguían creyendo que no serían ellos los que morirían. Pensaban que todo lo que ocurría ahora era el resultado de la negligencia o la incompetencia de alguien, y pensaban que todavía podían desahogar esa indignación con los inferiores Ochenta y Seis.

Pensaban que podían sentarse y no hacer nada mientras otros luchaban para protegerlos. Seguían creyendo honestamente que eran la raza más superior y fina de todas las etnias de este mundo.

Aunque ese tonto sueño ya se había desmoronado junto con el Gran Mur.

“Nos importa una mierda si los cerdos blancos viven o mueren. Si quiere mantenerlos a salvo, será mejor que los tenga bien atados, Su Majestad.”

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