86 [Eighty Six]

Volumen 11: El Día De La Pasión

Capitulo 14: El Primer Sector

“No es que yo sea alguien para hablar, pero… lo juro, esto es patético.”

Después de que las fuerzas terrestres de la República fueran aniquiladas hace nueve años, los soldados actuales de la República no heredaron ni sus tradiciones ni su dignidad. Al final, esos soldados sólo estaban allí para llenar las filas.

Karlstahl se mofó de lo antiestéticos que eran por no haber sido capaces de retrasar la caída de la República ni siquiera unos días mientras yacía en el suelo, con órganos que nunca debieron salir de su cuerpo derramándose desde su estómago desgarrado.

Carecían de educación como soldados, eludían el entrenamiento y sólo cosechaban los beneficios del servicio militar sin aprender ni el orgullo ni el deber que lo acompañaban. Y al final, sólo les dejó indefensos para resistir la invasión de la Legión.

No quedaba nadie para responder a las transmisiones de radio, no quedaba nadie en el Para-RAID. Ya no había gritos ni disparos ni adultos llorando y lamentándose como niños. Lo único que quedaba era el sonido del paisaje de tiza ardiendo, de las cenizas y las llamas crepitando, avivadas por el viento mientras surgían y aullaban hacia el cielo.

Los Ochenta y Seis —que, a pesar de no haber recibido una educación o formación adecuada, lucharon durante los últimos nueve años— probablemente opondrían algún tipo de resistencia. Esta era la estimación de Karlstahl; el Sector Ochenta y Seis sí tenía una fuerza que podía tomar represalias, pero sólo los ochenta y cinco Sectores tenían las plantas de producción y energía que podían soportarla.

Con el Gran Mur entre ellos, los Ochenta y Seis perderían su línea de suministro. Y en ese momento, independientemente de que estuvieran dispuestos a luchar, acabarían debilitándose demasiado para hacerlo y serían consumidos por la Legión.

Pero eso no ocurrió, porque Lena había abierto las puertas del Gran Mur, que se encontraba entre los ochenta y cinco Sectores y el Ochenta y Seis.

“Puede que no tenga derecho a decirlo, pero es patético. El estado en el que estás… ¿Dejaste a tu esposa e hija para hacer qué? ¿Reducirte a un enemigo de la humanidad?”

Mientras Karlstahl yacía, ya completamente incapaz de moverse, un solo Dinosauria se erigía silenciosamente ante él. Con un peso de combate de cien toneladas y una altura total de cuatro metros, se alzaba imponente sobre él, como un acorazado en tierra. Su armadura de color metálico brillaba en rojo mientras permanecía sobre las llamas del campo de batalla, imperturbable ante el infierno. Sus dos ametralladoras pesadas y la torreta de tanque no estaban fijadas en Karlstahl.

Se quedó allí, con la arrogancia de un tirano supremo, como si dijera que no necesitaba hacer nada. Al fin y al cabo, aunque no lo aplastara, su cuerpo humano tan herido y frágil pronto perecería por sí mismo.

Karlstahl lo miró y sus labios pálidos, sin sangre, se curvaron en una sonrisa.

“Tu hija realmente se parece a ti, ¿sabes? Es una soñadora que suelta tonterías idealistas todo el tiempo… y no sabe cuándo rendirse. Al igual que tú, lucharía con uñas y dientes contra este mundo. Lucharía hasta la muerte por él. Estoy seguro de que será tu mayor enemigo, tal y como eres ahora.”

La forma en la que estás ahora—habiéndote vuelto contra la humanidad aunque tu mujer y tu hija aún estén entre los vivos. Un lamentable comandante de la Legión que observa cómo sus lacayos hacen pedazos a la familia que tanto ama.

El Dinosauria se mantuvo en silencio ante él, con su sensor óptico —su brillo azul, como el de un fuego fatuo— fijado directamente en Karlstahl. Ahora que se había convertido en un monstruo de acero, ya no poseía la función de conversar con los humanos. No tenía pensamientos que pudieran ser expresados a un ser humano.

Y a pesar de eso, Karlstahl pudo notar de alguna manera que le estaba preguntando algo.

—¿No vas a venir a este lado?

Antes de que tu vida como humano se apague.

Con el rostro pálido por la pérdida de sangre y los labios pasando de púrpura a azul pálido, Karlstahl escupió su respuesta. Quizá aquella pregunta fuera su mayor muestra de camaradería y amistad persistente, ahora que se había convertido en Legión.

“Nunca.”

Puede que Karlstahl haya renunciado a su patria hace mucho tiempo, pero… pero no había caído tanto como para convertirse voluntariamente en una patética máquina de combate que había perdido a los amos que la comandaban y sólo vagaba por el mundo movido por un impulso de matanza sin rumbo.

Levantó la pistola que tenía en las manos —que, aunque pesaba menos de un kilo, se sentía mucho más pesada— y se la llevó a la sien. La primera bala ya estaba cargada. Era la pistola automática estándar de las fuerzas terrestres de la República; no tenía seguro manual, y como era un modelo de doble acción, se podía disparar sin tener que amartillarla.

Un arma optimizada para el suicidio.

El Dinosauria miró a Karlstahl en silencio.

—¿Eso es cierto?

“Así es. Me adelantaré a ver cómo se desarrolla esto… y tampoco voy a desear tu éxito. Será mejor que des una buena pelea.”

Porque estarás luchando contra tu hija, que es muy parecida a ti pero diferente en los aspectos más críticos.

Una soñadora que dice tonterías idealistas y que nunca se rendirá, por mucho que se pisoteen los ideales de la gente. A diferencia de ti, que ni siquiera pudiste entregarte por tus propios ideales y te volviste contra la humanidad a pesar de tener una hija a la que amas, ella probablemente resistirá a la Legión y a la malicia humana hasta el amargo final.

Estarás luchando contra tu hija, que ha madurado de una manera que no conocías.

Será mejor que pongas en escena tu mejor plan.

Porque no voy a desear tu éxito. Puesto que ya he dejado todos mis deseos con tu hija.

“Václav.”

-FIN DEL VOLUMEN 11-