86 [Eighty Six]

Volumen 11: El Día De La Pasión

Capitulo 12: 10.12 DÍA D MÁS ONCE

Parte 1

 

 

El Grupo de Ataque marchó a lo largo de los cuatrocientos kilómetros de la vía férrea de alta velocidad que se extendía desde la ciudad de Berledephadel, en la Federación, hasta la antigua terminal de la ciudad de Ilex, desplegado como una larga y delgada unidad defensiva. Se movían como un hilo extendido a lo largo de las vías norte y sur del ferrocarril de alta velocidad, iban retrocediendo gradualmente a lo largo de la ruta de retirada de la Federación.

Alternar entre el avance y la retirada era lo básico del movimiento militar. La unidad de la parte trasera de la línea hacía una pausa para reanudar el combate, y mientras ellos se detenían, el resto de las unidades se retiraban hasta un punto determinado.

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Una vez que recibieron la noticia de que el resto de sus aliados habían alcanzado su punto de retirada, la unidad que quedó atrás retrocedió, y otra unidad ocupó su lugar y se quedó atrás para entretener a la Legión y hacerse cargo de la lucha. Una vez que éstos retrocedieron, se reagruparon con las demás unidades formando la línea defensiva, continuando así su retirada.

Los primeros en retirarse y regresar a territorio de la Federación fueron la unidad de apoyo logístico y la unidad de infantería de pies lentos. A continuación, los rápidos Reginleif y los Carroñeros les siguieron. A medida que lo hacían, se reagrupaban con los Vánagandr, que se quedaban en puntos importantes ya que ofrecían la mayor capacidad defensiva y potencia de fuego. Se enlazaron, los recogieron y se retiraron a través de la noche otoñal rápidamente y sin problemas.

Todo esto fue gracias a los comandantes tácticos de las divisiones acorazadas, Lena incluida, y a los oficiales del Estado Mayor. Recogían los innumerables informes que llegaban de cada escuadrón a lo largo de la línea defensiva, los ponían en orden y, por supuesto, los compartían entre las distintas divisiones, lo que les permitía ajustar sus órdenes y dar nuevas instrucciones.

Vika y Frederica fueron informados del cambio de planes y tuvieron que salir de la cama a pesar de lo avanzado de la hora, el primero ayudando en la organización y el intercambio de información y la segunda ayudando en el reconocimiento a lo largo de la ruta de retirada. El papel de Frederica como Esper era una cosa, pero cuando se trataba de organizar y compartir información, Lena fue informada entre los informes de que Zashya y Olivia estaban a la espera, ayudando a hacerse cargo de ese frente. Vika le dijo que no se preocupara por su cansancio y que trabajara hasta desmayarse si era necesario.

Para que las armas acorazadas puedan desplazarse a pesar de su gran peso o realizar maniobras de combate, necesitaban constantes reabastecimientos. Así que cada unidad se turnaba para salir de la línea defensiva y recibir paquetes de energía y munición de los Carroñeros, además de dar a los Procesadores un tiempo mínimo para comer y descansar. Lena y los demás planificaron el orden de salida de las unidades para que no hubiera retrasos ni agujeros en la línea defensiva. Así, el Grupo de Ataque en su conjunto podría funcionar como una forma de vida singular que se extendiera por la vasta línea de cuatrocientos kilómetros.

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Afortunadamente, la fuerza principal de la Legión seguía estancada en las líneas principales de la Federación y el Reino Unido, lo que significaba que había muy pocas unidades que pudieran relegar para interponerse en la retirada del Grupo de Ataque. Y como los Reginleif eran más rápidos que la mayoría de los tipos de la Legión, salvo el Grauwolf, pudieron deshacerse de la mayoría de las unidades de la Legión alrededor de la República.

Pero el mayor logro fue que los últimos trenes de refugiados pudieron seguir su camino sin ninguna interrupción. El tren que iba delante pudo llegar a la República a tiempo sin dañar los raíles. El último tren acabó perdiendo un poco de velocidad, ya que iba cargado con más gente de la prevista inicialmente, pero seguía moviéndose lo suficientemente rápido como para retirarse junto a los Reginleif.

Que al menos se salven. Que se vayan todos, pensó Lena mientras miraba el blanco brillo del cielo que amanecía.

***

 

 

<<________¿Han pensado________>>

<<________que serían capaz de escapar de nosotros?>>

Mientras los lamentables cerdos blancos huían, dejando atrás a sus compañeros para que murieran, no podían huir de la mirada vigilante del Rabe que volaba en el cielo. Y los Pastores, vigilándolos a través de su información, susurraban sobre ello.

Mientras toda la Legión bajo su mando clamaba en el Sector Ochenta y Tres, un único lirio florecía entre las losas rotas de la plaza de la terminal de la ciudad de Ilex. Sus semillas debían haber volado desde algún lugar, y había sobrevivido a la masacre anterior sin ser aplastada o quemada. Era un lirio silvestre, pequeño y corto, diferente de los más altos que se cultivan en los invernaderos. Y, sin embargo, con las patas blandas del Dinosauria a su lado, colgaba modestamente la cabeza, apoyada en ellas.

Sus brillantes pétalos del color de la nieve estaban ahora manchados de rojo por la sangre derramada anteriormente. Como una mujer sagrada, antes orgullosa de sus colores blancos y puros, que ahora se ensucia con el carmesí de sus verdaderos pecados y su altivez y cuelga la cabeza con vergüenza.

¿Creías que lo íbamos a permitir?

¿Qué los dejaríamos escapar, odiosos pecadores, que se enorgullecen de sus colores blancos y puros?

¿Qué permitiríamos a nuestros antiguos camaradas —que a pesar de ser Ochenta y Seis como nosotros, a pesar de ser iguales a nosotros— proteger a los cerdos blancos, seguir viviendo mientras olvidan la sangre de sus camaradas derramada que clama desde este mismo suelo?

<<¿Crees que nosotros, los Ochenta y Seis, permitiríamos esto?>>

***

 

 

“… Ugh.” Lanzó un suspiro.

Lena se quedó boquiabierta. Ya había recibido el informe del comandante táctico de la 4ª División Blindada, que vigilaba esta zona de combate. Así que estaba preparada para esto.

Un grupo de personas bloqueaba los alrededores de la vía férrea de alta velocidad, su ruta de retirada. Estaban repartidos alrededor y a lo largo de los raíles en una distancia de unos quinientos metros. Todos ellos permanecían allí, congelados, desorganizados y con la mirada perdida e impotente. Eran los civiles de la República que habían subido al último tren hacia la República, el tren 192.





Su tren se había detenido en el lugar. Los raíles de delante, que empezaban a diez metros de distancia y se extendían hasta el horizonte, habían volado por los aires. Según el informe, todos los raíles de varias docenas de metros por delante habían sido destruidos en un amplio rango.

Destruidos por un bombardeo.

“Unidades Skorpion… ¡Cuando hemos llegado hasta aquí…!”

Sólo quedaban cincuenta kilómetros hasta que salieran de los territorios de la Legión, tan cerca de conseguirlo. Parecía que acercarse a los territorios de la Federación estaba jugando en su contra. Como la Legión estaba luchando contra la Federación, todas sus unidades se concentraban en el frente, donde se encontraban en un punto muerto.

Cuando viajaban por los territorios, donde las fuerzas de la Legión estaban dispersas de forma desigual, el Grupo de Ataque era capaz de detectar señales de agresión de la Legión y lanzar ataques preventivos. Pero ahora que se encontraban cerca de las líneas del frente, donde la Legión estaba muy dispersa, el gran número de Legión dificultaba significativamente esa tarea.

Es más, la habilidad de Shin podía percibir la posición y el número de las unidades de la Legión, pero no podía distinguir entre los diferentes tipos de Legión. Así que con una fuerza del tamaño de un cuerpo —con más de cien mil unidades de la Legión— enfrentándose a la Federación, le resultaría difícil saber qué Legión eran unidades acorazadas que intentaban atravesar las líneas defensivas y cuáles eran unidades de artillería.

Y aunque pudiera saber qué unidades eran del tipo Skorpion, no tenía forma de saber hacia dónde apuntaban. Y una vez que se disparaba un proyectil explosivo no guiado, no había forma de derribarlo.

Como comandante táctico y jefe de grupo, Suiu se sintió frustrado por no haber visto esto, pero no fue un error de la 4ª División Blindada. Eran conscientes de que el enemigo tenía unidades de artillería y de que estaban entrando en una zona potencialmente peligrosa. Pero los tipo Skorpion que luchaban contra las unidades de artillería de la Federación a unos setenta kilómetros de distancia cambiaron repentinamente de rumbo y dispararon una andanada concentrada en la zona que la 4ª División Blindada debía defender. Así que cada escuadrón se dispersó para minimizar los daños.

Pero no sólo no podían moverse, sino que además protegían decenas de kilómetros de vías férreas, que eran fáciles de apuntar y difíciles de defender. Así que no consiguieron proteger el ferrocarril de alta velocidad.

Con su explosión y la metralla que esparcían, los proyectiles de 155 mm eran armas letales con un radio de explosión de cuarenta y cinco metros. Su efecto sobre las unidades blindadas era limitado, pero tenían suficiente fuerza para destruir muros y fortificaciones de hormigón a medio construir. Los débiles raíles metálicos, sin ninguna cobertura que los protegiera, estaban indefensos ante ellos.

Mirando alrededor del terreno, que había sido arado en línea recta por el bombardeo de alto calibre que venía de lejos, con rieles metálicos doblados clavados en los arbustos aquí y allá, Shin habló, sin poder disimular su amargura.

“Podemos suponer que estaban esperando a que llegáramos hasta aquí… Dispararon una andanada desde setenta kilómetros de distancia a los raíles sin hacer ningún disparo de prueba. Impactaron en los raíles sin fallar un solo disparo a lo largo de unas decenas de kilómetros, pero el tren de evacuación no sufrió ningún daño.”

“Sí.” Lena asintió, conteniendo el impulso de estremecerse.

De hecho, lo único que habían destruido eran los raíles. Los trenes sólo podían moverse a lo largo de sus vías y no tenían forma de evitar los ataques entrantes, salvo ajustando su velocidad. Pero el bombardeo de la Legión no sólo no les alcanzó, sino que ni siquiera hizo descarrilar el tren aprovechando el hecho de que no podía frenar.

Atacaron los raíles con precisión, seguros de que no necesitarían destruir el tren. Y tampoco necesitaron ninguna prueba de tiro: habían recogido los datos de tiro de antemano y utilizaron disparos de base para ampliar su alcance a setenta kilómetros de distancia.

Se escondieron entre la innumerable Legión para que el Grupo de Ataque no pudiera tomar precauciones contra ellos, y les permitieron escapar sin ser molestados hasta que estuvieron en la cúspide del territorio de la Federación.

Es probable que hayan hecho coincidir su tiempo con el reconocimiento desde el cielo y hayan destruido las vías cerca del territorio de la Federación para evitar que enviaran otro tren para rescatar a los refugiados.

Han llegado hasta ahí.

“Prepararon misiles de base para aumentar su alcance en otros treinta kilómetros y dispararon a la Federación hasta justo antes de apuntarnos para que no detectáramos su ataque. Probablemente vieron el tren pero lo evitaron intencionadamente. Si se tomaron tantas molestias sólo para entretener a los civiles de la República sin matarlos—”

Se dio la vuelta para mirar. Shin asintió con amargura.

“—Sí. Algunas unidades de la Legión en los alrededores de la República están empezando a moverse. Hay unos diez mil de ellos, un poco más. Basándome en su velocidad, diría que son del tipo Grauwolf, seguidos por una unidad blindada de Löwe y Dinosauria. Van por la misma ruta que nosotros, directamente a lo largo del ferrocarril.”

“Kuh…” Lena apretó los dientes.

La velocidad de marcha a pie sería de unos cuatro kilómetros por hora. Eso se consideraría lento para los soldados entrenados, pero la larga historia de la guerra había considerado que esa era la velocidad de marcha más eficiente. Si se camina más rápido, se acumula la fatiga y la fuerza termina cubriendo menos terreno a largo plazo. Eso significaría unos treinta kilómetros por día. Una marcha más forzada podría recorrer hasta cuarenta kilómetros por día, pero ése sería el límite máximo de lo que los soldados podrían marchar en un solo día.

Los soldados tenían que cargar con decenas de kilos de peso en equipo, e incluso los soldados entrenados y disciplinados sólo podían recorrer cuatro kilómetros por hora. Así que los civiles, que no tenían experiencia en la marcha y solían viajar en vehículo o en tren, caminaban aún más despacio.

La policía militar y el personal del cuartel general que iba con los civiles trataron de organizarlos lo mejor que pudieron, de modo que, por el momento, permanecieron en un lugar sin correr a ciegas, pero seguían siendo en su mayoría una multitud desorganizada. No se podía controlar a un grupo de varios miles de personas. Pasaría un tiempo antes de que pudieran formar una fila adecuada y marchar.

Lo peor es que no eran sólo hombres y mujeres sanos; también había población más débil, como ancianos y niños, y todos habían pasado diez años caminando sólo por las carreteras pavimentadas de los ochenta y cinco Sectores de la República. No tenían experiencia en caminar por los terrenos baldíos sin pavimentar. Incluso viajar un día durante horas podía ser una tarea difícil para ellos. Y como ninguno de ellos sabía que iban a marchar durante horas, muchos no tenían el calzado adecuado para ello.

Les perseguían unidades Grauwolf, que sólo eran superadas por los Phönix en cuanto a velocidad. Eran capaces de moverse a más de doscientos kilómetros por hora. Tal y como iban las cosas, no podrían escapar. La Legión los alcanzaría en poco tiempo, y entonces se produciría el mismo pánico y caos que vieron en la terminal de Ilex.

Por su cuenta, los soldados podrían escapar. Los Reginleif podrían dejar atrás a las unidades Grauwolf, y los Vánagandr podrían derrotar a una fuerza de ellos en terreno llano. Pero tener a los refugiados revoloteando por ahí les estorbaría.

Por un momento, el pensamiento cruzó la mente de Lena. Y Shin, que probablemente había llegado a la misma conclusión, apartó los ojos de Lena. Un frío silencio se apoderó de los comandantes del Grupo de Ataque y de la expedición de socorro, conectados a través del Para-RAID. Todos consideraron la idea. Como comandantes militares encargados de las vidas de tantos subordinados, no tenían más remedio que considerarlo.

¿Debían abandonar a los civiles de la República, que no eran más que un estorbo para ellos, y hacer que sus soldados volviesen solos a la Federación?

Los comandantes y oficiales del Estado Mayor de la Federación reflexionaron sobre ello.

Para empezar, sólo debían ayudar a la evacuación de la República en la medida de sus posibilidades. No tenían ningún deber ni obligación de salvar a la gente de la República si eso les costaba la vida de sus propios subordinados.

Lena también reflexionó sobre esto.

No podía ordenar a los soldados de la Federación que llegaran a sacrificar sus propias vidas para salvar a los ciudadanos de la República. Y ciertamente no podía exigir a los Ochenta y Seis que tiraran sus vidas para salvar a la gente de la República.

Shin y los Ochenta y Seis también reflexionaron sobre esto.

No querían sacrificarse ni sacrificar a sus compañeros para salvar a la gente de la República. Y como soldados de la Federación, no tenían el deber de ayudarles más de lo que ya lo habían hecho.

Y así, finalmente, lo consideraron.

Incluso si terminaron abandonando a los civiles de la República aquí…

… ¿en este momento las cosas no estaban más allá de su control?

Un pequeño y frío suspiro rompió el silencio momentáneo que se cernía sobre el Para-RAID.

“—Ni siquiera deberían considerarlo.”

Esa voz baja y dura, tan severa como el acero templado. Era la voz del comandante de la fuerza de expedición de socorro, el general de división Richard Altner. El hombre que superaba en rango tanto a Lena como a la comandante de la brigada del Grupo de Ataque, Grethe. El oficial de más alto rango en la asistencia, y el comandante a cargo de esta operación.

Lena separó los labios a pesar de sí misma, aún sin saber si lo que necesitaba escuchar en ese momento era que él hablara con la determinación necesaria para abandonarlos aquí o que dijera palabras en sentido contrario.

“Mayor General Altner…”

“Vicecomandante, dejo en sus manos el mando de la retirada de la expedición de socorro. Coronel Wenzel, como antes, usted mantendrá el mando supremo sobre la retirada del Grupo de Ataque. El regimiento de defensa del cuartel general y yo interceptaremos a la Legión. Mientras lo hacemos, evacue a los refugiados de la República a suelo de la Federación.”

“¡¿…?!”

Lena jadeó. A su lado, Shin abrió los ojos con incredulidad, y ambos pudieron sentir cómo el resto de los comandantes contenían la respiración a través del Para-RAID. Grethe, en cambio, se mostró serena al dar su respuesta. Como si lo hubiera previsto, como si estuviera preparada para ello, en un tono silencioso y, sin embargo, algo malhumorado.

“Un  solo  regimiento  comprando  el  tiempo  que  los  civiles necesitan para marchar a pie hacia la Federación. Sería una resistencia de hacer o morir. ¿Así es como elige renunciar a su vida, Mayor General?”

“Un soldado no puede abandonar a los civiles a su muerte por miedo a su propia vida. Nuestra Federación es, después de todo, un país de justicia.”

Pero esa no era sólo la “justicia” que la Federación juraba como su política nacional.

“Hemos salvado a niños soldados de la persecución de su país. Hemos luchado junto a ellos para salvar a otros países de su situación, e incluso hemos hecho que tiendan la mano a la República que los perseguía, concediéndole una oportunidad para corregir sus errores. Hemos luchado mucho para forjar esta reputación de justicia. Y esa reputación debería ser el tesoro eterno de nuestra Federación. Así que no podemos empañarla aquí. Mucho menos podemos permitirnos dar a la odiada República el título de víctimas abandonadas por la Federación. Concederles esa carta para apalancarse contra nosotros podría poner en peligro el futuro de nuestro país.”

“¿En nombre de la diplomacia de posguerra…?” Susurró Lena.

Richard resopló.

“Así es. Me temo que esta vez no ha tenido suerte, Coronel Milizé.   Esta   habría   sido   una   buena   oportunidad   para     la República.”

La justicia de la Federación no se tambalearía. Habiendo acogido a los Ochenta y Seis como un grupo de personas trágicas, no dejarían que perdieran ese título, ni permitirían que la República se absolviera de sus deplorables pecados.

“…”

“Lamentablemente, no pudimos salvar a todos los civiles, pero cualquiera puede ver que salvar a millones de ciudadanos de un país es una tarea demasiado difícil. Pero un regimiento de la Federación se sacrificó para salvar a unos pocos refugiados. Una tragedia así seguramente es suficiente para compensar esta mancha.”

Y por eso renunció a su vida…

El Vánagandr de Richard, que servía de vehículo de vanguardia para el regimiento al mando, dio la vuelta. Como parte de su deber como comandante de la fuerza de expedición y para apoyar a los Reginleif, que tenían una potencia de fuego inferior a la del Vánagandr, el regimiento al mando permaneció en la parte trasera de la línea.

Más de un centenar de unidades cambiaron de rumbo con los pesados y retumbantes pasos del Vánagandr. Se dispersaron a izquierda y derecha, para no estorbar la ruta de las demás unidades, y regresaron por donde habían venido. Se movieron al unísono, como un banco de peces que se agita ante un estímulo externo.

Tras cambiar de dirección de oeste a este, las columnas con las que marchaban giraron horizontalmente para interceptarlas, dividiéndose además por escuadrones y pelotones. Buscaron la topografía adecuada con la que interceptar a las diez mil unidades de la Legión que les perseguían con un solo regimiento.

“Déjeme decirle una cosa, Coronel Milizé. La Coronel Wenzel no es lo suficientemente competente en política como para decírselo a usted; el ejército y sus soldados no son más que herramientas para gobernar. Su sentido no reside en derrotar al enemigo. Está lejos de mí decir si usted es la herramienta de la República o la Reina de los Ochenta y Seis. Pero dondequiera que te afilies, usa tu ingenio y tus victorias para ellos.”

“Yo…”

“Y puedo decir lo mismo de ti, Ochenta y Seis. Son miembros del ejército de la Federación, herramientas para su política. No les diré que respondan a eso con toda su forma de vida. Pero como soldados, deben esforzarse en ese sentido. Ya no pueden hablar de luchar hasta el final y de morir por ustedes mismos. No se engañen y se dejen aniquilar por esas nociones, porque la Federación no lo tolerará. No vuelvan a luchar como si se precipitaran a la muerte.”

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Shin se estremeció y miró hacia arriba. Como herramientas diplomáticas y unidad de propaganda, no se les permitía morir. Y aunque esas palabras implicaban que sólo estaban siendo utilizados, el significado que había detrás de ellas se hundió profundamente en el corazón de Shin. Después de todo, se trataba de un hombre que una vez los había enviado a la muerte.

Y ahora les decía que no se dejaran arrastrar ni se apresuraran a morir. En otras palabras, les estaba diciendo…

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Sobrevivan.

“Una cosa más, Coronel Milizé y los Ochenta y Seis. Mientras puedan permitirse no hacerlo, no abandonen a los civiles de la República.”

“Eso es…”

“Estabas a punto de abandonarlos, ¿verdad? Afirmar que hacerlo era tu responsabilidad como soldado, como comandante… Basta. Deja de intentar distraerte de la culpa pesando vidas en balanzas que sabes que están sesgadas. No dejes que los Ochenta y Seis carguen con el peso de esa culpa por la gente de la República.

“Aunque no estén resentidos con los habitantes de la República, no pueden respetarlos. Para la gente de la Federación, la vida de los ciudadanos de la República tiene menos valor que la suya. Y como lo saben, no deben abandonarlos. Para no tener que cargar con la culpa de tal pecado, con el peso de tal venganza por el resto de sus días.

“Acatar la justicia es el orgullo de un soldado de la Federación. Y seguir siendo humano es el orgullo de los Ochenta y Seis, ¿no es así? Entonces actúen en consecuencia. Si antes no eligieron la venganza, tampoco la elijan en el futuro. No dejen que se interpongan en su vida. Y, Coronel Wenzel—”

Por último, Richard volvió a dirigir sus palabras a Grethe.

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“Sí.” Ella asintió brevemente.

“—Si has decidido acoger a los Ochenta y Seis, es tu responsabilidad defender su orgullo. Cumple con ese deber. De aquí en adelante, debes ser quien soporte la carga de los crueles, los despiadados y los insensibles.”

Si la guardia de Richard fallaba, la Legión se abriría paso y no tendrían más remedio que abandonar a los civiles de la República. O bien, si fuera necesario sacrificar más de la expedición de socorro para salvar a los civiles.

La encargada de tomar esa decisión no sería ni Lena ni los Ochenta y Seis, sino Grethe.

Y así también sería en el futuro. Cuando llegara el momento de abandonar a un camarada a la muerte. O si fallaban en la protección de los civiles. Si debían montar una operación que requiriera sacrificios. A medida que la situación de la guerra empeorara, todas las decisiones crueles, despiadadas e insensibles que hubiera que tomar recaerían en ella, como comandante de brigada.

Fue ella, después de todo, quien insistió en que la Federación tenía el deber de no abandonar a los Ochenta y Seis. Así que esta era su responsabilidad.

“Si insistes en que aún son niños, entonces al menos debes proteger eso.”

Grethe se detuvo un momento, cerrando los ojos, y luego respondió. Eran palabras sin ningún tipo de alegría, y tampoco trataban de incitarla.

“Por supuesto que sí, Richard. Así que—”

Ella se ocuparía de ellos. Del futuro. De cualquier cosa y de todo.

“—no tienes nada de qué preocuparte.”

El regimiento al mando se dispuso a interceptar a las fuerzas de persecución de la Legión, pero como les superaban ampliamente en número, no podían esperar aniquilar al enemigo. Lo máximo a lo que podían aspirar era a una táctica de bloqueo. Lucharían y luego retrocederían, interponiéndose en la marcha del enemigo.

Para seguir retrocediendo, tendrían que ganar algo de distancia, por lo que el regimiento de retaguardia se alejó todo lo que pudo del Grupo de Ataque y los refugiados. Asimismo, para que el regimiento de retaguardia tuviera la mayor distancia posible para retroceder y entretenerse el mayor tiempo posible, el Grupo de Ataque y los refugiados tendrían que dirigirse a la Federación lo más rápido posible.

“—Pude    conseguir  que  la    fuerza  principal  asegurara  los camiones   de   transporte   que   necesitaríamos.   Se   pondrán   en marcha en cuanto estén listos, así que tenemos que ganar la mayor distancia posible hasta entonces.”

Grethe informó de la situación a la fuerza principal del frente occidental de la Federación y organizó el transporte de los refugiados a pie. Una vez terminados los preparativos, dio sus órdenes.

Lena escuchó la voz de Grethe a través del Para-RAID, todavía sentada en el asiento auxiliar del Grimalkin de Saki. Todos los Procesadores estaban en sus Reginleif, por supuesto, al igual que los oficiales de control y los comandantes en los asientos auxiliares. Todos esperaban en silencio y con tensión la orden de partir.

“La 4ª División Blindada debe mantener la línea defensiva como antes, y la 3ª División Blindada debe unirse a la 4ª y reforzar la línea defensiva. La 2ª División Blindada permanecerá vigilante en la retaguardia.”

“Sí, señora.”

La policía militar y los ingenieros reunieron a los civiles dispersos en varios grupos, formando filas improvisadas. La 4ª División Blindada debía establecer una línea defensiva en las zonas cercanas a la Federación, y a ella se unieron la 3ª División Blindada y los restantes Vánagandr.

“1ª División Blindada, tropas de la Coronel Milizé y del Capitán Nouzen. Deben vigilar las filas de refugiados. Asegúrense de que no se dispersen o vayan demasiado lento, pero asegúrense de que caminen hasta el punto de encuentro de los camiones.”

“Sí. Entendido, Coronel Wenzel.”

La unidad de Grethe —que era el único Reginleif realmente pilotado por el oficial al mando que lo ocupaba— utilizó el enlace de datos para compartir la hora estimada de llegada al punto de encuentro. Lena asintió tras echar un vistazo a la sub-ventana holográfica que apareció. Les quedaban diecisiete kilómetros de marcha. Su tiempo estimado de llegada era de cinco horas.

Se abrió otra ventana que mostraba el número de refugiados, que la policía militar había contado rápidamente, y las reservas de suministros restantes de los Carroñeros que los acompañaban. Esta operación estaba prevista inicialmente para tres días, por lo que disponían de abundante munición, paquetes de energía, alimentos y agua.

Lena se apresuró a dividir las tropas a través de la holo-ventana, cambió los objetivos a través del Para-RAID y empezó a dar órdenes.

“Grupo de Ataque de la 1ª División Blindada—reanuden su retirada.”

Al oír su orden, los Reginleif transmitieron las mismas palabras a los refugiados a través de los altavoces externos. El primer grupo de refugiados comenzó a marchar, urgido por sus palabras. Unos cuantos escuadrones se dispersaron a su alrededor, tanto para asegurarse de que mantenían el ritmo como para servir de vanguardia.

La visión de los Feldreß del color del hueso pulido arrastrándose a través de la tenue luz del amanecer era como la de una bandada de arañas monstruosas. Los civiles se asustaron al verlos, acurrucándose mientras caminaban sin decir palabra, como si los obligaran a marchar bajo amenaza. Cuando la parte trasera del grupo de refugiados comenzó a caminar, unos cuantos Reginleif se movieron tras ellos para defenderlos, y el siguiente escuadrón se puso en pie.

“Ya era hora, ¿no? Bien. Segundo grupo, nos ponemos en marcha.”

Sin embargo, se trataba de una multitud de unos mil civiles. Cuando el último grupo se puso en marcha, las estrellas empezaron a desaparecer del cielo, y el azul oscuro del amanecer dio paso a un amanecer sin luna. Un azul transparente y apagado empezó a alfombrar el mundo.


El Escuadrón Spearhead vigilaba al grupo. Como comandante, Lena —y por extensión, Grimalkin— se situó en la parte trasera de la formación, con el Escuadrón Brísingamen de Shiden colocado a su alrededor.

Los esqueletos sin cabeza marchaban lentamente bajo la fría penumbra de zafiro, con sus siluetas en forma de fantasmas.

Al poco tiempo, el estruendoso rugido de los cañones comenzó a resonar más allá del cielo occidental. La retaguardia había entrado finalmente en contacto con la fuerza de persecución de la Legión, marcando el inicio de las hostilidades. Tanto la retaguardia como los perseguidores pudieron avanzar decentemente, por lo que había una buena distancia entre ellos. Pero el intenso rugido de los cañones de 120 mm atravesó esa distancia, resonando con fuerza en el aire. Como si dijera que los asesinos metálicos estaban más allá del horizonte.

Debido a su larga historia de combates, los Reginleif estaban acostumbrados al sonido de los cañones y no se agitaron ni siquiera como reacción. Los ojos de los refugiados, sin embargo, se congelaron de miedo mientras se movían para mirar.

Una persona, asustada por la idea de la aproximación de la Legión, se dio la vuelta preparándose para correr. Pero un segundo después, un esqueleto sin cabeza se interpuso en su camino.

“¡E-Eeeek!”

“No te pases de la raya.” Dijo una voz grave desde su altavoz externo.

Si una persona huye, los que la rodean se verán impulsados a hacer lo mismo. Y una vez que el grupo se comenzara a alterar, no habría forma de detenerlo. Así que tenían que cortarlo de raíz.

“P-Pero oigo disparos. Hay una unida de la Legión cerca…”

“Todavía están lejos. Si quieres escapar de ellos, sigue caminando. Si alguno de ustedes huye, no nos molestaremos en protegerlos más.”

“Sí, claro que no lo harás. Al fin y al cabo, eres un Ochenta y Seis.” Murmuró uno de los integrantes del grupo, lo suficientemente alto como para ser escuchado pero escondido dentro del grupo para no ser visto.


Al fin y al cabo eres un Ochenta y Seis. Realmente no quieres proteger a la gente de la República. Nos odias, nos envidias de todos modos. Así que es por eso.

Su tono era acusador e indignado, aunque sabían que los estaban aborreciendo. Y estaba claro que no sentían haber hecho nada que les valiera ese resentimiento, que pensaban que todo era injustificado.

Pero el Reginleif no parecía agitado por ello.

“Oh, ¿eso es cierto? Bueno, lo diré una vez más: No te pases de la raya. Al fin y al cabo, soy un Ochenta y Seis, así que sólo haré lo que sea absolutamente necesario. Cualquiera que se pase de la raya está por su cuenta.”

Así que si quieres seguir vivo…

“Cállate y sigue caminando.”

“—Supongo que es lógico que haya quejas. Tanto de nosotros como de los civiles de la República.” Refunfuñó Raiden dentro de Wehrwolf.

Lo dijo mientras Claude apagaba su altavoz externo y chasqueaba la lengua con fuerza. Los Ochenta y Seis no se estremecieron por la resistencia, pero ciertamente no fue agradable.

Shin era tanto el capitán de escuadrón como el comandante de operaciones de la 1ª División Blindada, y tenía que dar prioridad a las tareas de reconocimiento para esta operación. Esto significaba que no podía tomar el mando directo, y Raiden, su adjunto, recibía todo tipo de informes, tanto del Escuadrón Spearhead como de otros capitanes de escuadrón.

Michihi —que se movía con el escuadrón Lycaon, que escoltaba a uno de los grupos de delante— se conectó a través del Para-RAID.

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“Vicecapitán Shuga, algunas personas han preguntado si podríamos vaciar uno de los contenedores de un Carroñero y al menos dejar que los niños viajen dentro. Las madres que llevan niños pequeños parecen sufrir de verdad…”

“Oh…” Raiden hizo una pausa para pensar y luego sacudió la cabeza en señal de negación. “No, Michihi, no podemos. Si lo hacemos, nunca nos enteraremos del final. ¿Por qué dejas entrar a sus hijos pero no a los míos? Si los niños pueden montar en él, ¿por qué los ancianos no? Dejen toda su munición y que todo el mundo se monte en los contenedores. No tenemos tiempo para ese tipo de discusiones.”

“Sí… Tienes razón. Entendido, señor. Además, no podemos tener niños cerca cuando estamos manejando munición.”

“Aun así, creo que ya es hora de que el primer grupo se tome un respiro.” Dijo Lena mientras miraba la pantalla del reloj de su proyector electrónico de documentos.

Había pasado casi una hora desde que el primer grupo se puso en marcha, lo que significa que ya era hora de su primer descanso.

Echó una mirada a un niño pequeño al que no llevaban sus padres, sino un chico en plena adolescencia. Probablemente eran hermanos separados de sus padres. O tal vez ni siquiera eran hermanos. Tenían mucha prisa por llegar a su destino, pero si dejaban que el cansancio se acumulara, no tardarían en no poder caminar.

“Además, hemos estado en movimiento desde anoche, y nuestro encuentro con el equipo de transporte está a cuatro horas de distancia. Necesitamos descansar, aunque sea a intervalos cortos. También debemos asegurarnos de que todos se turnen para descansar del trabajo de vigilancia. Además, necesitaré un informe sobre los procesadores que usaron medicamentos para evitar la fatiga.”

Como la operación estaba prevista para tres días, tenían bastantes provisiones. Repartieron botellas de agua de plástico y raciones de combate a los refugiados y, tras un descanso de diez minutos, continuaron la marcha.

Los refugiados, a los que por fin se les permitió sentarse, refunfuñaron: “¿Sólo diez minutos…?”, pero no pudieron oponerse mucho a los Reginleif que descansaban cerca y reanudaron su marcha. En cuanto anunciaron que volverían a ponerse en marcha, los Reginleif se pusieron en camino sin decir nada más, obligando a los civiles a apresurarse tras ellos, para no quedarse atrás.

La fila de refugiados y Reginleif continuó su viaje.

Continuaron más lejos. Cuanto más tiempo y distancia recorrían, más agotados estaban los refugiados, que no estaban acostumbrados a caminar tanto. Arrastraban las piernas cansadas, y cada vez eran más los que tropezaban con las piedras, la maleza y las hendiduras del suelo. Eso se aplicaba a los niños y a los ancianos, por supuesto, pero los adultos también empezaban a perder fuerzas.

Los Reginleif marchaban, vigilando desde un lado o haciendo guardia desde lejos. Sólo cuando tomaban sus descansos cada hora al mismo tiempo que los refugiados, o cuando eran relevados de la guardia, abrían las escotillas de sus cabinas con forma de ataúd.

Los niños soldados llevaban sus fusiles de asalto, recelosos ante la posibilidad de que les robaran sus unidades, mientras daban tragos de agua o masticaban en silencio raciones de combate sin calentar. Los refugiados les dirigían miradas de envidia, pero a los Ochenta y Seis no les importaba.

Abordar un Feldreß no era tan fácil como parecía. Todos llevaban horas pilotando, los afortunados toda la noche, mientras que los desafortunados llevaban ya un día entero manejando su unidad. Y mientras estaban sometidos a tal fatiga, tenían que marchar a través del territorio enemigo mientras defendían a los lentos no combatientes. Permanecer atentos a la Legión y mantener la velocidad de marcha ponía a prueba sus nervios.

Si no descansaban siempre que podían, aunque fuera un poco, sólo pasarían unas horas hasta que no pudieran marchar en absoluto.

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Así que cerraron sus toldos y continuaron la marcha. Los Ochenta y Seis permanecieron en silencio, y los civiles tenían demasiado miedo para quejarse en voz alta. Sólo pudieron lanzar miradas de resentimiento a los Ochenta y Seis, que los ignoraron con elegancia, y así el momento de silencio se prolongó, sin intercambiar palabras ni miradas.

Con su poder para ver el estado actual de aquellos que conoce, Frederica era la que mejor conocía el estado actual de la retaguardia. Y como mascota del Grupo de Ataque… y emperatriz Augusta cautiva del ejército de la Federación, conocía a Richard Altner.

Shin también fue capaz de adivinar la situación de la retaguardia mediante el cálculo inverso de las posiciones de la fuerza de persecución de la Legión. Pero en este momento, tenía que marchar sin dejar de vigilar un rango de varios cientos de kilómetros a su alrededor.

No debería estar obligado a seguir también el estado de la retaguardia.

Y más que nada, Shin había recibido la orden de no tomar decisiones despiadadas. Así que no quería que viera cómo la retaguardia era derrotada por tener que tomar tal decisión.

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