Arifureta Shokugyou de Sekai Saikyou (NL)

Volumen 12

Capítulo 1: El Dominio De Dios

Parte 1

 

 

Si alguien preguntara a Eri Nakamura cuál es su recuerdo más vívido e inolvidable, respondería: “El momento en que murió mi padre”.

Tenía seis años cuando su padre falleció. Ella se encontraba en el camino de un coche que venía en dirección contraria cuando su padre se lanzó para protegerla, y él murió en su lugar. Era el tipo de accidente aburrido que se oía en las noticias todo el tiempo. Pero para Eri, había estado lejos de ser un suceso aburrido. Sobre todo, por cómo había cambiado la actitud de su madre después.

La madre de Eri era de una familia acomodada y se había casado con el padre de Eri en contra de sus deseos. Los que conocían a la familia dirían que la obsesión de la madre de Eri por su marido rayaba la dependencia total.

Como era de esperar, la madre de Eri no había podido soportar el shock de perderlo. Sin embargo, la forma en que se quebró fue lo que hizo que esta historia fuera tan trágica. Porque en su desesperación, había canalizado su rabia hacia su propia hija, Eri.

Al principio era sólo un comentario sarcástico aquí o allá, pero al poco tiempo, se convirtió en abuso físico y verbal. Eri hizo todo lo posible para soportar el dolor… porque incluso a la tierna edad de seis años, entendía de dónde venía su madre cuando decía que todo era culpa de Eri. De hecho, Eri incluso lo creía. Después de todo, si no fuera por ella, su padre seguiría vivo. Era natural que su madre la odiara. Era natural que su madre quisiera hacerle daño.

Sin embargo, al mismo tiempo, Eri también creía que, si aguantaba el dolor, con el tiempo su madre volvería a ser la mujer amable que había conocido.

La madre de Eri era discreta en cuanto al daño que le hacía, y la propia Eri nunca dijo una palabra a sus profesores o a los adultos que la rodeaban, por lo que nadie se enteró nunca de la retorcida naturaleza de la relación de la pareja.

Era inevitable que Eri dejara de sonreír. Con el tiempo, se convirtió en una niña oscura y sombría que se limitaba a aceptar cualquier abuso que su madre le propinara y a soportarlo.

La mayoría de los niños de su edad la consideraban espeluznante y la evitaban. Y, naturalmente, no pudo hacer amigos. El aislamiento sólo sirvió para profundizar en su odio a sí misma y para abrir heridas aún más profundas en su corazón, que ya tenía cicatrices.

Se estaba acercando a su límite cuando recibió otro golpe devastador. A los once años, en quinto curso, descubrió que su madre había traído a casa a otro hombre. Eri vio conmocionada cómo su madre se deshacía en halagos hacia su nuevo novio. No podía creerlo. Eri había pensado que su madre le había hecho daño porque había amado profundamente a su padre. Y en cierto modo, eso había sido cierto, pero la madre de Eri había sido aún más débil de lo que Eri había pensado. Simplemente no podía sobrevivir sin depender de los demás.

Desde ese día, este nuevo hombre empezó a vivir en la casa de los Nakamura. Era una auténtica escoria. No se conformó con la madre de Eri, sino que incluso puso su mirada lasciva en la propia Eri. Eri tuvo que hacerse lo más pequeña e imperceptible posible para sobrevivir, pero no fue suficiente, así que en un esfuerzo por protegerse del hombre, se cortó el cabello – que se había dejado crecer para emular a su querida madre- y empezó a actuar más como un chico. Por desgracia, eso provocó que sus compañeros de colegio se distanciaran aún más. Aunque no había tenido verdaderos amigos, sus compañeros de clase al menos habían hablado con ella de vez en cuando. Pero después de su cambio, la evitaban como la peste. El creciente aislamiento provocó grietas más profundas en el corazón herido de Eri.

Lo único que evitaba que Eri se derrumbara por completo era la esperanza y la creencia de que su madre acabaría volviendo a ser la misma de siempre. Ese único rayo de esperanza la hacía avanzar. Por supuesto, una parte de Eri sabía que se estaba engañando a sí misma y que ese día nunca llegaría. Pero en el diluvio de desesperación en el que se estaba ahogando, la falsa esperanza era todo lo que tenía para aferrarse.

Sin embargo, ninguna falsa esperanza podía durar para siempre. Tres meses después de que su madre trajera a su nuevo novio a casa, éste intentó finalmente acercarse a Eri mientras su madre estaba trabajando.

La verdad es que Eri lo vio como una oportunidad. Sabía que ese día llegaría, y esperaba que si gritaba lo suficiente, los vecinos pillarían al hombre en el acto y la policía lo arrestaría. Así, su vida infernal con él terminaría por fin. Entonces su madre recordaría por fin al hombre que había amado de verdad, y ella volvería a ser ella misma.

Sin embargo, cuando la pesadilla terminó y su madre regresó y vio lo que había sucedido, Eri se dio cuenta de que había sido una tonta al creer. En lugar de preocuparse por su hija o de disculparse por haber traído a casa a un hombre tan horrible, se dedicó a llenar de odio a Eri.

Hasta el día de hoy, Eri aún recordaba las primeras palabras que su madre le dijo entonces: “¿Cómo has podido seducirle, zorra?”. En lugar de darse cuenta de que su novio era una persona horrible, la madre de Eri pensó que una vez más le había robado a su hombre.

Por fin, Eri vio la verdad por lo que era. La madre que había traicionado a su padre, la madre que seguía haciéndole daño después de la muerte de su padre, la madre que se preocupaba más por perder a su nuevo novio que por el hecho de que la hubieran violado, no la quería ni un poco.

En realidad, Eri lo sabía desde hacía tiempo, pero no había querido enfrentarse a la verdad. No quería aceptar que su antigua y bondadosa madre nunca volvería. Que esa mujer rencorosa y celosa era la verdadera naturaleza de su madre.

Todo lo que Eri había creído era una mentira. No tenía sentido soportar este dolor durante tanto tiempo… y el futuro no tenía ninguna esperanza.

En ese momento, el corazón de Eri se rompió por completo y perdió el conocimiento. Cuando se despertó a la mañana siguiente, se escabulló de la casa con la intención de suicidarse. No podía permanecer más tiempo al lado de su madre.

En un estado de fuga, se dirigió a un puente cercano que cruzaba el río. Y mientras miraba el agua que corría por debajo, decidió que sería allí donde terminaría. Esperaba que la corriente la llevara a algún lugar donde no hubiera gente.

Sin embargo, cuando se subió a la barandilla y se preparó para saltar de ella, una voz la interrumpió diciendo: “¿Qué estás haciendo?”.

Al volverse, Eri vio a un chico de su edad. Llevaba una sudadera y estaba claramente en medio de un trote matutino. Eri lo conocía bastante bien, ya que era el chico más popular de la escuela, Kouki Amanogawa.

Al ver la desesperación en los ojos de Eri, Kouki adivinó que podía hacerse daño y la arrastró rápidamente desde la barandilla. Con voz paciente, le preguntó qué había pasado.

Al principio, Eri le ignoró, pero Kouki fue tan insistente que, finalmente, cedió. Ella le hizo un breve resumen de su desordenada vida, y Kouki, a la manera habitual de Kouki, interpretó los acontecimientos a su manera. Pensó que Eri había sido duramente disciplinada por su padre y que había acudido a su madre en busca de salvación, pero su madre también la había regañado. Como Eri no tenía amigos en los que pudiera confiar para que la ayudaran en esta época tan deprimente, había decidido suicidarse.

En un nivel básico, la interpretación de Kouki no estaba del todo equivocada. A pesar de su juventud, y de creer ingenuamente que todos los humanos eran fundamentalmente buenos, Kouki simplemente no era capaz de comprender que personas como la madre de Eri o su novio pedófilo pudieran existir. Y así, había reinterpretado los acontecimientos en su mente de una manera que se ajustaba a su visión del mundo.

Creyendo completamente en su propia marca de justicia, Kouki había mostrado a Eri su perfecta sonrisa y le había dicho: “No te preocupes; ya no estás sola. Yo te protegeré, Eri”.

La vida de Eri hasta ese momento había consistido en que le dijeran una y otra vez que no valía nada, por lo que escuchar a alguien decir que la protegería era una novedad. De hecho, estaba tan hambrienta de cualquier tipo de afecto que la declaración de Kouki tuvo un gran impacto en ella. Ayudó el hecho de que Kouki tuviera el aspecto de un apuesto príncipe, y que hubiera aparecido en el momento dramático justo cuando Eri había estado a punto de suicidarse.

Al final, Kouki consiguió convencer a Eri de que no se suicidara, y cuando su madre la obligó a ir al colegio, descubrió que todas las chicas de la clase le hablaban de repente. Después, descubrió que esto también había sido obra de Kouki. Como era de esperar, se enamoró perdidamente de él.

De la misma manera que las cosas malas se habían ido acumulando una tras otra hasta el momento, las buenas empezaron a acumularse en su lugar. Unos días más tarde, los servicios de protección de la infancia se presentaron finalmente para investigar los abusos de su madre. Al parecer, su intento de suicidio había llamado la atención sobre el hecho de que algo podría ir mal en casa.

Sin embargo, en lugar de delatar a su madre, Eri hizo todo lo posible por actuar como una buena hija, aunque le dieran ganas de vomitar. Sabía que si se separaba de su madre, no podría seguir yendo al mismo colegio.

Eri recordaba claramente la reacción de su madre cuando había fingido que la quería. Al principio, la expresión de su madre había sido de puro asombro, pero luego se transformó lentamente en una de miedo.

Fue entonces cuando Eri se dio cuenta de lo sencillo que era poner el mundo de alguien patas arriba y hacerlo bailar en la palma de su mano. Sólo con sonreírle a su madre en lugar de mirarla con mala cara, podía obligarla a desviar la mirada y callarse. Una vez, Eri se acercó a su madre y le susurró: “¿Qué es lo siguiente que debo robarte?”. En ese momento, su madre se puso pálida como la muerte y salió corriendo y gritando de la casa.

Por su parte, Eri estaba convencida de que todo esto era gracias a Kouki, el príncipe brillante que había jurado protegerla. Gracias a que Kouki la había rescatado, su mundo había cambiado. Creía que era especial y que había sido elegida por ese apuesto príncipe. Mientras estuviera con él, estaba segura de que su vida estaría llena de luz y felicidad.

Eri siguió amenazando a su madre hasta que ésta se fue a vivir a otro lugar y se limitó a proporcionarle a Eri una asignación mensual. Y una vez que eso ocurrió, comenzó a prepararse para recibir a Kouki a su lado. Sin embargo, lo que Eri no sabía era que había malinterpretado el tipo de persona que era Kouki.

Para Kouki, Eri no era más que otra chica a la que un héroe como él debía salvar. Y a sus ojos, su trabajo estaba hecho en el momento en que había hablado con sus compañeros y les había pedido que se llevaran bien con Eri.

De la misma manera que las heroínas que el protagonista rescataba rara vez aparecían en arcos futuros, para Kouki, el arco de Eri ya estaba hecho, así que ya no necesitaba interactuar con ella.

Sin embargo, Eri no se dio cuenta de ello y le pareció extraño que Kouki la tratara igual que a cualquier otra persona. Además, no se había dado cuenta de que las otras chicas que había salvado tampoco eran “especiales” para él. Comenzó a arder de celos, preguntándose por qué ellas estaban a su lado y no ella. El sufrimiento de su infancia ya había destrozado su corazón en pedazos, y todo lo que Kouki había hecho era pegar el exterior para que pareciera que estaba bien. Sin embargo, un trabajo de reparación tan chapucero no podía aguantar, así que el corazón roto de Eri se hizo añicos una vez más, esta vez enviándola a una espiral de locura de la que no había escapatoria.

“¿No dijiste que ya no estaba sola? ¿No prometiste protegerme? Entonces, ¿por qué le dices lo mismo a todos los demás? ¿Por qué no me miras sólo a mí? ¿Por qué no me ayudas a pesar de que estoy sufriendo tanto ahora? ¿Por qué le sonríes así a otras chicas? ¿Por qué me miras como si fuera una chica más? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Un nuevo tipo de oscuridad comenzó a envolver el corazón de Eri. Podía sentir que se hundía en un pozo de celos, ahogándose lentamente hasta que nada…

“E…ri… Eri… ¡Eri!”

Eri fue sacada de repente de sus recuerdos. Sintiéndose como si se hubiera quitado un gran peso de encima, saboreó los gritos ahogados, el tenue olor a sudor y sangre, y la sensación de carne viva en las palmas de las manos.

“Uy”.

Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Eri aflojó los músculos. Entonces vio cómo Kouki tosía dolorosamente debajo de ella. Parecía que ella había empezado a asfixiarle inconscientemente.

Ugh… No puedo creer que haya tenido un sueño tan desagradable. ¿Por qué he soñado con el pasado precisamente ahora? ¿Es que estoy nerviosa por el fin del mundo?

Todavía a cuestas de Kouki, Eri observó impasible cómo éste respiraba entrecortadamente.

A pesar de su supuesto amor por Kouki, parecía bastante desapasionada cuando lo miraba.

Era casi como si se hubiera convertido en un apóstol en cuerpo y alma.

“¿Eri? ¿Estás bien?”

Una persona normal habría gritado a Eri por intentar asfixiarla, pero Kouki estaba realmente preocupado por su bienestar. No había miedo, ira o incluso insatisfacción en su voz. Eri no podía saber si era así por su propia bondad innata o porque ella estaba manipulando sus pensamientos con la Vinculación Espiritual. En cualquier caso, estaba satisfecha con su respuesta.

Le dedicó una sonrisa radiante. Pero en ella, incluso esa sonrisa perfecta parecía una mueca despectiva.

“Estoy bien, Kouki-kun. Siento haberte ahogado. Debe haberte dolido”.

“Estaré bien. Estabas teniendo una pesadilla, ¿verdad? Podía oírte quejarte en sueños”.

“Sí, lo estaba. Tuve un sueño en el que te alejaban de mí y me mataban”.

Mentir era tan natural como respirar para Eri, así que lo dijo mientras se acostaba con Kouki. Ninguno de los dos llevaba ropa. Ambos descansaban en una cama de mala calidad en una habitación en ruinas. Las ventanas estaban rotas, parte del techo se había derrumbado y había grietas en el suelo. En cuanto al tamaño, la habitación era tan grande como la suite de un hotel de lujo, pero estaba demasiado deteriorada para que alguien pudiera vivir cómodamente en ella.

La visión de Eri, con su cabello sucio y gris, acurrucada junto a Kouki, que seguía actuando como su amable persona, pero con los ojos nublados y desenfocados, en medio de aquella habitación en decadencia se sentía a la vez fetichista, solitaria y desesperada.

“No te preocupes, Eri”, dijo Kouki, poniéndose en posición sentada y cerrando los dedos en un puño. “No dejaré que Nagumo se salga con la suya por más tiempo. Voy a liberar a Shizuku y a las demás de su lavado de cerebro, y luego salvaré a todos nuestros compañeros. Haré lo que sea necesario para vencer a Nagumo, incluso si tengo que ensuciarme las manos. Ha cometido demasiadas maldades como para que se le permita campar a sus anchas”.

Kouki escupió veneno, desahogando todos los oscuros sentimientos que bullían en su corazón. Estaba plenamente convencido de que tenía razón y de que Hajime Nagumo era la raíz de todo mal. Realmente creía que matando a Hajime se solucionaría todo. De hecho, estaba seguro de que matar a Hajime haría que todos sus compañeros volvieran a confiar en él, que todos sus amigos le quisieran de nuevo y que todo volviera a ser como antes. No había absolutamente ninguna base para esa creencia, pero creía plenamente que le devolvería a la luz y le convertiría en el héroe de todos una vez más.

“Sí, sí, lo sé. Tenemos que hacerle pagar y todo eso”, dijo Eri mientras se levantaba y cubría el puño de Kouki con sus manos. Pero a pesar de sus modales amables, sus ojos grises brillaban con una luz feroz. “Si ese demonio aparece, me protegerás, ¿verdad? Lo prometiste, ¿recuerdas?”

“Sí, lo haré”.

“Me darás prioridad sobre tus compañeros de clase, tus amigos, e incluso sobre tus propios sentimientos, ¿verdad?”

“Bueno…”

“Prometiste que estaríamos juntos para siempre, ¿verdad?”

“S-Sí…”

“No te preocupes. Estoy de tu lado, Kouki-kun. De hecho, soy la única que está de tu lado. No soy como los otros, que te traicionaron. Estaré siempre a tu lado. Te ayudaré siempre que lo necesites -susurró Eri con dulzura al oído de Kouki, mientras sus ojos brillaban con una luz maniática.

Consciente de la suavidad de sus brazos, la determinación de Kouki de hacer lo que fuera necesario para “rescatar” a sus compañeros se desvaneció y se sintió absorbido por los ojos grises de Eri.

Por supuesto, seguía queriendo salvar a sus amigos, pero también quería castigarlos por dejarse llevar tan fácilmente por Hajime y traicionarle. Sentimientos contradictorios guerreaban en su interior, y ya no estaba seguro de cuál era el curso de acción “correcto”. Sin embargo, su propio deseo de tener respuestas claras para todo en la vida y el Espíritu Vinculante de Eri le empujaban sutilmente a confundir los propios deseos de Eri con la justicia.

Kouki ya tendía a aceptar sólo las partes de la realidad que confirmaban su punto de vista, lo que facilitaba que la ligadura espiritual de Eri lo dominara por completo. Se había dejado seducir por las artimañas de Eri y se había dejado atrapar voluntariamente en su red.

“Eri… Gracias. Eres la única que…”

“¿Sí? Continúa”.

Obviamente, ella lo había guiado para que lo dijera, pero aún así quería escuchar las palabras salir de sus labios.

Sin saber que estaba siendo manipulado, Kouki dijo con voz inocente: “Tú eres… la única que es especial para mí. Pase lo que pase, no me iré de tu lado. Te protegeré, Eri”.

“He he he he he he he he…”

“¿Eri? Mmmpf…” Kouki lanzó una mirada de preocupación a Eri, pero antes de que pudiera decir nada, ella apretó sus labios contra los de él. Sin embargo, incluso ese acto la hizo parecer una araña devorando a su presa.

Después de unos minutos, ella rompió el beso, una línea brillante de saliva conectando sus labios. Sonriendo débilmente, Kouki cerró los ojos y se durmió.

Arifureta Shokugyou de Sekai Saikyou Volumen 12 Capítulo 1 Parte 1

 

La demi-apostolización había aumentado las estadísticas de Kouki, pero su cuerpo se había resistido al cambio. Aunque no poseía la fuerza que le habría otorgado la apostolización completa, seguía siendo mucho más fuerte que antes. Sin embargo, su cuerpo necesitaba descansar con frecuencia hasta que se adaptara a su nuevo poder.

Eri se envolvió con una sábana y salió de la cama. La sábana se arrastró por el suelo tras ella mientras caminaba descalza hacia la ventana rota. Los fragmentos de cristal crujían bajo sus pies, pero su cuerpo apostillado era demasiado resistente para que lo dañara un simple cristal.

Una vez que llegó a la ventana, miró al exterior. El cielo era de color rojo óxido y la ciudad una ruina devastada. Un viento seco soplaba por las calles. Eran los restos de una de las civilizaciones con las que Ehit había jugado, destruido y luego transportado al reino de los dioses para ser preservada por toda la eternidad.

La cuenta atrás hacia el fin del mundo estaba casi terminada. Pronto, todo Tortus, y luego la Tierra, acabarían como esta ciudad en ruinas.

“Será mejor que esta vez mueras de verdad”, refunfuñó Eri. Incluso bajo los efectos de su Vinculación Espiritual, Kouki seguía siendo incapaz de abandonar su persistente deseo de aplastar a Hajime y rescatar a sus amigos. Sin embargo, Eri no tenía ningún interés en luchar contra Hajime. De hecho, la última vez que lo había visto, tenía un enorme agujero en el estómago y había sido golpeado por Ehit con tanta fuerza que estaba cubierto de heridas de la cabeza a los pies. Creyó que el monstruo del abismo moriría allí, pero después se enteró por un apóstol de que, de algún modo, había salido vivo de aquella situación. Y no sólo eso, sino que había matado a Alva en el proceso. Era increíble.

Hajime Nagumo estaba más allá de la comprensión de Eri. El sentido común no parecía aplicarse a él. De ninguna manera iba a arriesgarse a un enfrentamiento con él. Nada bueno saldría de mezclarse con ese chico maldito. La mejor jugada posible era simplemente ignorarle.

Eri dudaba que fuera capaz de atravesar la puerta que conducía al Santuario, así que probablemente moriría con el resto de la humanidad cuando la oleada de apóstoles se precipitara hacia su mundo.

Más le valía morir.

Eri ya había hecho un trato con Ehit. Una vez que Ehit hubiera conquistado la Tierra, como recompensa por sus esfuerzos, le regalaría esta ciudad y nadie, especialmente Hajime y sus amigos, la molestaría. Por suerte, ella ya había hecho bastante, así que él ni siquiera quería que formara parte del ejército que atacara a Tortus.

Además, incluso en el caso de que Hajime y sus amigos llegaran al Santuario, ella no tendría que enfrentarse a ellos. Esta antigua ruina era la más alejada de la puerta del Santuario, y era astronómicamente improbable que Hajime se encontrara con ella de camino a Ehit. Además, dudaba que tuviera alguna razón para buscarla. Sabía que Hajime Nagumo no tenía ningún interés en ella ni en Kouki. Era un tipo racional, y si su objetivo era recuperar a su princesa vampiro, no perdería el tiempo buscándola. Y luego, cuando se enfrentara a Dios, Ehit simplemente lo derribaría. Después de todo, con toda la fuerza de Hajime, no tenía ninguna posibilidad contra Ehit.

Casi todo estaba trabajando a favor de Eri aquí. Pase lo que pase, su victoria estaba casi asegurada. Y sin embargo…

“Dispérsense en un radio de un kilómetro. Estén atentos a cualquier intruso”, le dijo a un hombre de alas grises que estaba frente a su ventana.

El hombre no daba señales de vida, y su cuerpo era un amasijo. Se limitó a asentir en silencio y empezó a rodear las ruinas de la ciudad. Otras figuras de alas grises saltaron de los rascacielos cercanos para unirse a él, y se extendieron para establecer un perímetro alrededor de las ruinas.

Eri no podía permitirse el lujo de confiarse. Sólo después de haber matado a todos los que no necesitaba, capturado a todos los que sí necesitaba, atado sus propias almas y aplastado su voluntad de resistirse a ella, podría sentir un mínimo de paz. Había perdido su confianza en alguien o en algo hace años.

“Pongo mi fe en ti, Dios”, dijo con una sonrisa burlona. Aunque parecía una apóstol, tenía tanta fe en Ehit como en cualquier otra persona.

Girando sobre sus talones, regresó a la cama y se quedó mirando el rostro dormido de Kouki. Luego, después de unos segundos, bajó a su lado y lo abrazó.

“Vamos a estar juntos para siempre”, gritó mientras lo rodeaba con sus cuatro extremidades.

“Estaremos los dos solos en este mundo, sin nadie que nos interrumpa”.

Eri sonrió. No se daba cuenta, pero se parecía a su propia madre, la mujer a la que solía odiar, que era precisamente la razón por la que no había sido capaz de creer en su única y verdadera amiga, a la que había tachado de hipócrita. También era la razón por la que no podía entender que Suzu siguiera viniendo a buscarla.

Eri no se había dado cuenta de la fuerza de su amiga, a la que había cortado y humillado. Y, por supuesto, nunca imaginó que esa misma amiga estaba luchando desesperadamente por llegar a Eri en ese mismo momento con la esperanza de transmitirle sus sentimientos una vez más.

Un vibrante estallido de color fue lo primero que vieron Hajime y los demás cuando pusieron un pie en el Santuario.

Parecía que habían entrado en una burbuja de jabón. Los colores se deformaban y se mezclaban, e incluso los objetos eran borrosos, sin contornos claros.

“Ugh, creo que voy a vomitar”, murmuró Suzu, tapándose la boca con una mano.

“No te concentres demasiado en una sola cosa…” advirtió Shizuku.

“Oye, Nagumo, ¿es realmente el Santuario?” preguntó Ryutarou, frunciendo el ceño. Los Skyboard del grupo estaban bastante estropeados por las turbulencias que habían tenido que pasar para atravesar la puerta, pero por lo demás estaban en buen estado.

Hajime había necesitado utilizar tanto su copia inferior de la Llave de Cristal como la versión obsoleta de la Flecha de los Límites que le había dado Miledi Reisen para forzar su entrada en el Santuario. Había sido una entrada bastante dura, por lo que Ryutarou se preguntaba si tal vez habían acabado en otro lugar.

El propio Hajime no estaba tan seguro como para descartar fácilmente la pregunta de Ryutarou, así que sacó la Brújula de los Caminos Eternos para comprobarlo.

“No, definitivamente este es el Santuario”.

Tio, que había estado vigilando los alrededores, añadió: “Con la cantidad de apóstoles que salían por las puertas, supuse que tendríamos que enfrentarnos a un ejército de ellos nada más entrar”.

Habían conseguido entrar en el Santuario, pero parecía que habían acabado en una zona diferente a la que esperaban los apóstoles y los monstruos. Fue un golpe de suerte, pero Hajime sintió que tenía que haber una trampa.

“Está tranquilo. No hay ni un solo apóstol a la vista. Diablos, lo único que hay aquí es…” murmuró Shea, mirando a lo lejos. “Eso”.

“Supongo que es un lugar tan bueno para aterrizar como cualquier otro”.

Muy por debajo del grupo, se podía ver una sola estructura. Era un enorme muro completamente blanco, pero era lo único en este mundo vibrante y colorido que parecía de hormigón. La parte superior del muro era lo suficientemente ancha como para que cupieran diez personas de pie una al lado de la otra. Desde allí, un único camino que parecía extenderse eternamente se adentraba en esta extraña región.

Hajime asintió a sus compañeros, y todos se posaron en la pared. Todos guardaron sus Tablas del Cielo en sus respectivos Tesoros, y luego todos sacaron pociones curativas para ayudarles a recuperarse de las pequeñas heridas que habían recibido en su camino. Mientras esperaban a que las pociones hicieran su trabajo, Shea sacó de repente una bola de hierro de su Tesoro, se acercó al borde del camino y la dejó caer.

“Vaya, pensé que podría averiguar hasta dónde llega esta cosa, pero…”

“¿Qué ha pasado?” Preguntó Hajime.

“No llegó muy lejos, Hajime-san. Parece que se lo ha tragado”.

“¿Tragado por qué?”

“Ni idea, pero es la única forma en que puedo describirlo”.

Efectivamente, la pelota había sido tragada rápidamente como si hubiera caído en un pantano. Shizuku y Suzu también lo habían visto pasar. Sacudieron la cabeza, dejando claro que estaban de acuerdo con la valoración de Shea, a pesar de lo extraño que parecía.

“Lo único que sé es que nada bueno te espera si caes”, murmuró Shizuku.

“Salgamos de aquí, Nagumo. No me gusta nada este lugar”, añadió Ryutarou, temblando.

Él y el resto del grupo se apiñaron con naturalidad en el centro del pasillo.

“A mí me parece bien. Pero mantengan la guardia alta, chicos”.

Con las heridas de todos curadas, el grupo comenzó a caminar por el aparentemente interminable corredor. Hajime tomó la delantera, mientras que Tio sirvió de retaguardia.

Durante un rato, el grupo avanzó en silencio. El único sonido que oían era el de sus propios pasos resonando en el mármol blanco. El pasillo era completamente uniforme, lo que hacía difícil juzgar las distancias. Hajime y los demás sintieron que avanzaban. Al menos, sus pies les hacían avanzar. Sin embargo, el paisaje inmutable les hacía preguntarse si realmente estaban progresando.

“H-Hey… estamos avanzando, ¿verdad?” preguntó Suzu, ligeramente sin aliento. Ella era la que tenía las estadísticas físicas más bajas del grupo, así que no tenía mucha resistencia.

“Sí, así es. Es lento, pero puedo decir que nos estamos acercando a Yue”.

“Oh, ya veo…”

Suzu y Ryutarou le lanzaron miradas exasperadas, como diciendo: “¿¡De verdad estás presumiendo de lo fuerte que es tu amor por ella, incluso ahora!?”

“Lo sabes porque estás comprobando la brújula, ¿verdad?” preguntó Shizuku.

“Conociendo a Hajime-san, realmente podría ser capaz de percibir lo lejos que está Yue-san en cualquier momento”, respondió Shea.

“Recuerdo que Yue dijo una vez: ‘Siempre sé más o menos dónde está Hajime y qué está haciendo’. Debo decir que hasta a mí me puso un poco nerviosa eso”, murmuró Tio.

“Sigue sin ser tan espeluznante como tus fetiches. Bueno, no negaré que es un buen punto de referencia. Bien hecho, Yue. Incluso en esta situación, eres capaz de guiarme”.

“Lo sabía. Sólo querías presumir de ella otra vez”, dijeron Suzu y Ryutarou a la vez. Por supuesto, mantenían la guardia alta mientras hablaban, pero un poco de broma ligera les ayudaba a mantener la cordura en este reino inmutable.

Saber que realmente estaban progresando ayudó a Suzu y a los demás a relajarse. Después de otros diez minutos, Suzu gritó: “¡Mira! ¡Ya veo el final del pasillo!”

En realidad, no podía ver lo que había, sólo que había un final real del pasillo… y eso era porque parecía terminar en una pared de color pulsante. Sin embargo, se acercaban cada vez más a ella, lo que significaba que tenía que ser realmente el final.

Saber que el viaje estaba a punto de terminar supuso un cierto alivio para Suzu y los demás, y en el momento en que bajaron la guardia, las orejas de Shea se pusieron de punta.

“¡Estamos a punto de ser atacados por todas partes!”, gritó, haciendo que todos volvieran a prestar atención.

Rayos de luz plateada brillante aparecieron de la nada, convergiendo sobre el grupo desde todas las direcciones.

Fue un ataque sorpresa perfecto, que les llegó justo antes de que el grupo alcanzara su objetivo desde una zona en la que era difícil saber dónde o qué había. La Visión del Futuro de Shea les había salvado allí, pero el hecho de que se hubiera activado inconscientemente demostraba que sin ella probablemente todos habrían muerto.

“¡Reúnanse a mi alrededor!” gritó Hajime a Suzu y Ryutarou, haciendo que ambos se apresuraran a acercarse. La experiencia y el instinto les habían condicionado a creer que el lado de Hajime era el más seguro. Por otro lado, Tio, Shizuku y Shea ni siquiera necesitaron que se les dijera; se reunieron alrededor de Hajime inmediatamente.

El Tesoro de Hajime brilló… y un segundo después, un escudo con forma de ataúd apareció frente a él. Lo cogió del aire, y empezó a brillar con un intenso color carmesí mientras las placas de metal se extendían a ambos lados, creando una barrera metálica en forma de cúpula apenas unos instantes antes de que el aluvión de luz plateada golpeara al grupo.

“Esto es…” murmuró Shizuku, interrumpiendo su discurso al ver que el brillante escudo carmesí la envolvía.

Se trataba del artefacto escudo cambiante de Hajime, Aideon. Las placas metálicas del interior del ataúd podían adoptar cualquier forma para defenderse de los ataques procedentes de cualquier dirección. El brillo del maná del escudo hacía que el interior de la barrera fuera sorprendentemente brillante. Shizuku pudo comprobar que Tio y los demás parecían tan sorprendidos como ella.

“Impresionante. Pensar que has conseguido crear un material físico lo bastante fuerte como para bloquear los ataques de desintegración de los apóstoles…”

Esos rayos de luz plateados eran, por supuesto, los ataques más fuertes de los apóstoles, sus rayos de desintegración. Cualquier objeto debería haber sido convertido en queso suizo por ese aluvión de rayos, sin importar lo resistente que fuera. Sin embargo, las creaciones de Hajime estaban en un nivel diferente.

“¡Hmph, me gustaría ver cómo intentas atravesar este escudo!”, gritó, sonriendo sin miedo. Tenía plena confianza en su artefacto. Y, en efecto, Aideon se mantenía firme frente a ese bombardeo destructivo.

El mundo fuera del escudo era sólo una masa de luz plateada brillante. Los ataques de desintegración no producían ningún sonido, y parecía que estaban desgastando la superficie del escudo de Hajime. Y sin embargo, no podían atravesarlo.

Había tres razones para ello.

“¡Oh, ya veo! ¡Has encantado el escudo con magia de restauración!” exclamó Shea.

Sí, Hajime había creado un nuevo material que estaba encantado de forma innata con la magia de restauración, la piedra de regeneración. Lo había combinado con piedra de sello, que repelía la magia, y con mineral de azantium, el metal más duro que existe, para crear una aleación única. Y había bautizado esta aleación como “repelente”. No sólo era extremadamente resistente, sino que también desviaba la magia y el maná, e incluso si algo atravesaba una de sus capas, se regeneraba lo suficientemente rápido como para no ser destruido. Esos tres minerales eran las tres razones por las que los apóstoles no podían romper su escudo. Y como seguro adicional, Hajime lo había encantado con Piel de Diamante.

Después de su casi roce con la muerte en el castillo del Señor de los Demonios, donde había desbloqueado la habilidad Trascendencia, Hajime se había hecho lo suficientemente fuerte como para transmutar incluso la piedra de sello con facilidad.

“Cuando se den cuenta de que su bombardeo no está funcionando, vendrán a atacar de cerca”, murmuró Shizuku con calma, agarrando la empuñadura de su katana negra.

“Todo sucedió tan rápido que no pude ver bien, pero a juzgar por el número de rayos, parece que nos enfrentamos a una veintena de apóstoles”, añadió Tio, revistiéndose de una armadura de escamas negras. Con su astuta percepción, había sido capaz de estimar aproximadamente el número de enemigos a pesar de tener sólo un segundo de visión clara.

Ryutarou y Suzu se pusieron rígidos al escuchar ese número, apretando con fuerza sus respectivas armas. En el castillo del Señor de los Demonios, los dos no habían podido ni siquiera arañar a un apóstol, y en su anterior carga hacia la puerta, sólo habían podido mantener a raya a los apóstoles gracias a la gran cantidad de apoyo terrestre que recibieron del ejército de abajo.

¿Podemos manejar a los apóstoles como lo hacemos ahora? No, tenemos que hacerlo o no podremos cumplir nuestros objetivos… pensó Suzu, templando sus nervios.

“Hah. ¡Veinte no pueden ni siquiera frenarnos!” gritó Shea, nada intimidada por la perspectiva de luchar contra veinte apóstoles a la vez.

“Deja que me encargue de estos tipos”, dijo Hajime, su voz tranquilizadora alivió los nervios de Suzu y Ryutarou. ” Ustedes me protegieron de camino a la puerta, así que ahora es el momento de devolver el favor. Guarda tus fuerzas para las peleas que vienen”.

“¿Hajime?” Preguntó Shizuku con dudas. “No tienes que hacer esto solo, de verdad. Podemos trabajar juntos para…”

“No quiero tener que seguir librando estas pequeñas escaramuzas por el camino. Necesito que se den cuenta de que enviar a los apóstoles en pequeños grupos como éste es una completa pérdida de tiempo.”

Al ver el brillo feroz en los ojos de Hajime, Shizuku renunció a intentar convencerle de que les dejara ayudar. Suzu se estremeció un poco, aun sabiendo que Hajime estaba de su lado.

“No te preocupes. Esto sólo llevará un segundo”.

“¿Un segundo?”

La voz de Hajime sonaba extremadamente tranquila, pero eso solo hizo que sonara más aterrador para Suzu y Ryutarou. Incluso Shea y Tio parecían un poco abrumados, pero antes de que nadie pudiera decir nada más, los rayos se detuvieron. Los apóstoles se habían dado cuenta por fin de que su bombardeo concentrado no estaba haciendo nada.

Hajime guardó a Aideon en su Tesoro y vio que los veinte apóstoles lo rodeaban por todos lados.

Aunque su ataque más fuerte, concedido por el propio Ehit, no había conseguido arañar el escudo de Hajime, permanecieron inexpresivos. Sin embargo, penachos de maná plateado brotaron de todos ellos como un volcán, mostrando que todos habían activado sus Rupturas de Límite. Mientras sus expresiones permanecían sin cambios, las chispas plateadas que salían de ellos parecían estar llenas de rabia debido a la humillación.

“¡El Irregular!”

“Un poco tarde para darse cuenta de eso ahora”.

Los apóstoles blandieron sus claymores y agitaron sus alas preparándose para cargar contra él, pero antes de que pudieran hacerlo, Hajime giró sus brazos hacia ambos lados tan rápido que ni siquiera podían verse como un borrón. Un segundo después hubo una serie de doce crujidos agudos, indicando que Hajime había vaciado las cámaras de Donner y Schlag.

“¿Qué…?”

Doce rayas de luz habían encontrado su objetivo, atravesando los pechos de los apóstoles y destruyendo sus núcleos. Cuando se dieron cuenta de lo que había ocurrido, los apóstoles ya estaban cayendo al abismo multicolor que había debajo. Los ocho supervivientes estaban demasiado conmocionados para moverse, lo que no hizo sino aumentar las ventajas de Hajime.

“Bajen, muchachos”, dijo Hajime mientras recargaba suavemente sus revólveres.

“¿¡Qué has hecho, Irregular!?”, gritó conmocionado uno de los apóstoles. Ya sabían que las balas aceleradas por el railgun de Hajime eran una amenaza. Durante el enfrentamiento en el borde de los Campos de Nieve de Schnee, Hajime había hecho un agujero en las dos corazas de un apóstol con un solo disparo. Donner y Schlag eran ciertamente lo suficientemente fuertes como para dañar incluso el cuerpo absurdamente robusto de un apóstol. Sin embargo, el núcleo de un apóstol, y la carne que lo rodea, era mucho más resistente que el resto de su cuerpo. Hajime no debería haber sido capaz de destruirlo sin recurrir a una de sus armas más grandes, como su búnker de pila.

“Oh, acabo de hacer algunas balas perforantes para enfrentarme a ustedes”, respondió Hajime despreocupadamente.

Las balas perforantes tradicionales se hacían poniendo un núcleo de metal duro en el centro de la bala para aumentar su capacidad de penetración. Hajime había utilizado azantium ultra comprimido y ultradenso para los núcleos de sus balas. También había encantado la capa exterior más blanda con una barrera espacial.

Contra la mayoría de las criaturas vivas, el poder de penetración de las balas era realmente tan alto que no causaban mucho daño en su camino a través de algo, pero eran perfectas para destruir el núcleo de un apóstol.

“¿Pero por qué no pudimos esquivarlas…?”

Los apóstoles habían logrado reaccionar a los disparos. Aunque no habían sido capaces de moverse mucho, se habían retorcido para proteger sus núcleos de ser golpeados, por lo que los apóstoles restantes no podían entender cómo habían sido golpeados en los núcleos de todos modos.

“Como si fuera a decírtelo”, dijo Hajime, y los ojos de la apóstol se abrieron de par en par al tratar de analizar la nueva arma de Hajime con sus propias habilidades. Una luz plateada brotó alrededor de ella y de los otros apóstoles, enviando ondas a través del espacio multicolor. Un segundo después, aparecieron más apóstoles de la nada.

“¡Espera, ahora hay cien de ellos! Nagumo-kun, ¿estás seguro de que vas a estar bien?” Exclamó Suzu.

“¿¡Quieres ayuda!?” preguntó Ryutarou, con la cara pálida.

“No te acobardes ahora. Acabaré con esto en treinta segundos”.

La sorpresa de Ryutarou fue ahogada por el sonido de varios disparos consecutivos.

La batalla que siguió fue más una matanza unilateral que otra cosa. Hajime volvió a vaciar las cámaras de ambos revólveres, dejando caer otros doce apóstoles.

“¡Ah!”

Los apóstoles ni siquiera tuvieron tiempo de apretar los dientes en señal de frustración. Hajime recargó y disparó, luego recargó y volvió a disparar en un abrir y cerrar de ojos. Cada una de sus balas dio en el blanco, haciendo caer a otros veinticuatro apóstoles. Rayos de luz roja se extendieron en todas las direcciones mientras Hajime eliminaba apóstoles de todos los lados del cerco.

Como los apóstoles podían compartir telepáticamente sus pensamientos, idearon una estrategia con bastante rapidez. Se enfundaron en magia de desintegración y se abalanzaron hacia Hajime todos a la vez, con la esperanza de abrumarle en número. Su coordinación era perfecta, como una bandada de pájaros en vuelo.

No importaba lo rápido que Hajime pudiera recargar, eso no cambiaba el hecho de que sólo podía disparar doce balas a la vez. Había al menos una fracción de segundo que tenía que pasar recargando. Los apóstoles tenían una buena oportunidad de alcanzarlo antes de que los derribara a todos. Pero, por supuesto, Hajime ya había tenido en cuenta ese punto débil.

Activó su habilidad de mejora de la percepción, Riftwalk. A medida que el procesamiento de sus pensamientos se aceleraba drásticamente, el mundo que le rodeaba perdía todo su color. Podía ver cada latido individual de las alas de cada apóstol.

Con todo lo demás moviéndose a cámara lenta, Hajime apuntó con Donner y Schlag para que sus balas chocaran justo al llegar a su objetivo, y luego disparó.

“¿¡Ngh!? ¡Esto es magia espacial!”

Efectivamente, cuando las dos balas chocaron, crearon una onda de choque espacial que se extendió rápidamente. Se trataba de una de las balas especiales que Hajime había ideado, las Balas de Ráfaga Espacial. Cuando vio que los apóstoles cargaban como uno solo, cambió sus balas normales por ellas.

Incluso los apóstoles tendrían problemas para atravesar la barrera espacial inmediatamente. La mayoría de ellos retrocedían cuando la barrera se expandía, y su avance se detenía durante unos segundos.

Por supuesto, unos segundos era todo lo que Hajime necesitaba. Recargó sus revólveres y eliminó a otros doce apóstoles. Y para cuando recuperaron su formación, ya había terminado de recargar de nuevo.

Una ola de inquietud se extendió por los apóstoles; no podían saber cómo Hajime era capaz de abatirlos con tanta precisión. Aunque poseyera una habilidad de previsión, no debería haberle bastado para acertar en los núcleos de los apóstoles cuando éstos se esforzaban tanto por esquivar.

Si no podemos esquivar sus balas, entonces debemos atravesarlas… pensó uno de los apóstoles, y los demás blandieron sus claymores en respuesta. Atacaron la siguiente andanada que Hajime les envió con un tiempo de reacción perfecto. Con sus espadas envueltas en una capa de magia de desintegración, deberían haber sido capaces de cortar cualquier bala, por dura que fuera. Sin embargo, todos sus cortes fallaron.

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