Wortenia Senki (NL)

Volumen 15

Capitulo 2: El guerrero Cautivo

 

 

Un frío viento del norte soplaba por las llanuras, chillando y aullando como si fuera un aviso de la inminente perdición del Reino de Rhoadseria. La luna brillaba desde una grieta en las espesas nubes nocturnas y proyectaba sus rayos sobre las murallas de la ciudadela de Epirus.

“Qué noche de mierda”, susurró Robert Bertrand mientras miraba por la ventana enrejada de su habitación. Desde el otro lado le miraba una luna roja como la sangre, un mal presagio. Cerró las cortinas y suspiró.

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El familiar orbe blanco bañado en carmesí naturalmente inquietaba a la gente, especialmente a un guerrero nato como Robert. Los guerreros estaban dispuestos a perder la vida en la batalla, pero al mismo tiempo solían ser supersticiosos. Además, Robert estaba prisionero en esta habitación -un pájaro en una jaula dorada, por así decirlo-, lo que contribuía a la pesadez de la noche.

“¿Pero qué está pasando afuera? El Barón Mikoshiba aparentemente ganó la guerra, pero…”

Robert cogió una botella de brandy que estaba sobre su escritorio y bebió un trago antes de hundirse en el sofá. El rico sabor de la bebida le llenó la boca y, al poco tiempo, sintió el fuego del fuerte licor recorrer su cuerpo. El brandy era un regalo escogido a dedo por el conde Salzberg. La calidad era tal que incluso satisfacía a Robert, cuyos gustos eran más refinados que los de la mayoría de los nobles. Las botellas como ésta costaban al menos una moneda de oro, o normalmente más.

Robert cogió entonces un trozo de queso de la mesa y se lo llevó a la boca. Estaba fermentado a partir de leche de cabra bien criada y tenía un sabor espeso y rico. Lo regó con otro trago de brandy.

“Incluso en esta situación, no me canso de este sabor. Tal vez estar prisionero no sea tan malo…”

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El padre de Robert era el jefe de la baronía Bertrand. La baronía había formado parte de las diez casas del norte durante generaciones, pero aunque la Casa Bertrand, una casa guerrera, había ayudado a la Casa Salzberg a asegurar el norte, no eran en absoluto ricos. Si hubieran tenido algún yacimiento mineral valioso o puertos comerciales, las cosas habrían sido diferentes, pero las principales industrias de la baronía eran la agricultura y la ganadería. Como estaba cerca de la frontera con Xaroodia, también se dedicaba a la silvicultura, pero sólo lo suficiente para satisfacer las necesidades internas del territorio.

Como la baronía tenía poco dinero o industria, sus plebeyos apenas se ganaban la vida. El gobernador, el barón Bertrand, tenía una fortuna considerable, ya que era un noble, pero seguía siendo bastante pequeña para su título. No tenía que rascarse las uñas para comer como los plebeyos, pero tampoco tenía dinero para lujos.

Por supuesto, si el barón cobrara impuestos a sus súbditos sin tener en cuenta lo que pueden pagar, podría vivir una vida de lujo…

pero no duraría mucho. Todo se derrumbaría en pocos años, como mucho. Y si los impuestos fueran lo suficientemente severos, la baronía se derrumbaría incluso más rápido que eso.

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Cualquiera que fuera tan tonto como para intentar eso no mantendría su título por mucho tiempo. Sin embargo, todavía había tontos que no entendían esto. Y si nacían en una posición de poder, no importaba que fueran el primer hijo y heredero de una familia noble, morirían de algún desafortunado “accidente” o “enfermedad” antes de poder heredar el título.

Por eso, el barón Bertrand llevaba una vida de frugal sencillez, pero entraba en conflicto con su dignidad aristocrática. Tal vez fuera mezquino y pretencioso, pero un aristócrata no podía prescindir de su orgullo para mantener el orden. Si el jefe o el heredero se veían con harapos, los demás nobles se burlarían de ellos y perderían el respeto de sus criados y súbditos. Los aristócratas debían comprar ropa lujosa, cambiar su vestuario cada año y procurarse la mejor comida en caso de una cena.

Sin embargo, Robert no era el heredero de la Casa Bertrand. Aunque era bueno que no tuviera que cargar con esa responsabilidad, era el último cuando el barón Bertrand asignaba dinero para las necesidades. Robert no era más que un hijo de repuesto, que se mantenía por si le ocurría algo al mayor, por lo que su padre lo descuidaba hasta que necesitaba a Robert para algo.

Robert no podía esperar ser tratado igual que el hijo mayor, sobre todo porque su familia no era rica. Y si su hermano heredaba el título y tenía su propio heredero, Robert ya no sería necesario como recambio. Su utilidad se agotaría y se convertiría en una carga. De hecho, su familia podría incluso verle como un peligro para la línea familiar, lo que le convertiría no en una carga sino en una potencial bomba de tiempo.

Sin embargo, el hecho era que la familia necesitaba un repuesto en caso de que le ocurriera algo al mayor. Era absurdo y egoísta, pero eso era lo que significaba heredar un título nobiliario. Por desgracia, muchos herederos de repuesto que nunca heredaron la jefatura tuvieron un destino trágico. A algunos de ellos se les permitía formar ramas familiares para poder casarse con otras casas, pero esa suerte era limitada. La mayoría acabó pasando toda su vida como subordinados de sus hermanos más exitosos. La familia se apoyaba en ellos cuando era necesario, pero la mayor parte del tiempo quedaban reducidos a meros vasallos. En otras palabras, su familia seguía utilizándolos hasta que morían.

Sin embargo, Robert podía confiar en su increíble destreza marcial, y había tenido la suerte de conocer al conde Salzberg, que había valorado su talento y se había preocupado por él en todo momento. Ciertamente, el conde Salzberg había tenido sus propias razones para hacerlo, pero como resultado, Robert había desarrollado un gusto exigente a pesar de su bajo estatus.

Incluso con su sofisticado paladar, Robert estaba perfectamente satisfecho con su situación actual.

Es todo lo que puedes comer y todo lo que puedes beber, y si lo pido, me traerán cualquier libro que quiera de la biblioteca del castillo. Mientras ignore el hecho de que no tengo ni idea de lo que pasa fuera de esta habitación, esto es el paraíso. La pregunta es, ¿por qué tratan tan bien al general de un ejército derrotado?

Robert había pasado más de un mes detenido en esta habitación, que había sido preparada para mantenerlo confinado dentro del castillo de Epirus. La habitación era tan grande como la suite de un hotel de categoría, y aunque sus instalaciones eran sencillas, tenía un baño adjunto. La cama era suave y las sábanas se limpiaban y cambiaban a diario. Los cocineros del castillo le preparaban personalmente las comidas. Y todos los días recibía ropa limpia y ropa interior.

Todas sus necesidades estaban cubiertas. Comparado con su vida en la baronía de Bertrand, esto era un paso adelante. Su única queja era que, en lugar de jóvenes doncellas, le cuidaban caballeros con armadura completa, sin duda apostados allí para evitar cualquier intento de fuga. Aparte de eso, le trataban bastante bien.

Se me ocurren unas cuantas razones por las que están siendo tan amables conmigo…

Robert bebió otro trago de brandy y cerró los ojos. Comprendía la situación en la que se encontraba y sabía que lo más probable es que lo tuvieran como moneda de cambio o que exigieran un rescate por su liberación. Lamentablemente, la familia de Robert lo consideraba un equipaje sin valor. Quizás no era tan odiado por su familia como su mejor amigo Signus Galveria, pero su familia seguía despreciándolo. En particular, la naturaleza de Robert lo ponía en desacuerdo con su hermano mayor. Su hermano intentaba disimularlo, pero Robert, con su intuición animal, podía percibir fácilmente el odio que crecía bajo la superficie.

Aunque ambos salimos del mismo vientre…

Por lo que Robert sabía, él y su hermano compartían la misma madre, pero su actitud hacia Robert era horrible. Tenía una cierta oscuridad propia de la nobleza, y no podía verificarse en un mundo sin pruebas de ADN. De cualquier manera, su madre y su hermano lo veían como un obstáculo potencial para el éxito del primogénito. Si Ryoma Mikoshiba planeaba pedir un rescate por la liberación de Robert, la posibilidad de que su familia accediera era casi nula.

No pagarían ni un bronce por mi liberación, pensó Robert, riéndose con desprecio al imaginar las caras de desvergüenza de su familia. Por otra parte, tal vez no conocía mi situación familiar.

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Robert tenía la sensación de que un hombre capaz de urdir planes tan meticulosos no dejaría escapar algo así. Después de todo, Ryoma había sido capaz de convencer a Signus, que era mucho más racional y obediente que Robert, para que se pusiera de su lado.

Lo que sólo deja…

Mientras Robert llegaba a esa conclusión, alguien llamó a la puerta.

“Entra. No me importa”, dijo Robert. La puerta se abrió silenciosamente, y cuando Robert vio quién estaba detrás, se puso lentamente en pie.

En la puerta estaba su amigo, con aspecto demacrado y cansado. Robert sonrió sardónicamente. Signus le había traicionado -no cabía duda-, pero el hecho de que el traidor tuviera un aspecto mucho más demacrado que el traicionado resultaba un poco irónico.

Probablemente le hizo falta mucho valor para tomar esa decisión, pero cuanto más tiempo pasa, más culpable se siente por lo que hizo. Es un hombre antes que un guerrero.

Al ver a su amigo así, Robert no sintió ira, sino compasión. Dada la situación de Signus, Robert no podía condenar sus acciones.

“Hola, Signus”, dijo Robert. “¿Qué te pasa? Pareces más deprimido que de costumbre. Bueno, de todos modos, toma asiento. Tengo algunas cosas buenas aquí. ¿Quieres un trago?” Robert cogió la botella de brandy y la puso delante de Signus.

Teniendo en cuenta lo que había pasado la última vez que se vieron, la pregunta de Robert podría haber sonado sarcástica, pero su tono de voz daba a entender que no había pasado nada entre ellos. Robert había visto cómo el rostro de su amigo se retorcía de arrepentimiento y agonía, así que había hablado desde el corazón. Signus sonrió débilmente y asintió. “S-Sí… me encantaría”.

Signus se mostraba más tímido y vacilante de lo que Robert le había visto nunca.

Utilizaría cualquier táctica en la batalla, por vil que fuera… pero aquí está ahora, atormentándose.

Para triunfar en la guerra, no sólo hay que ganar con la fuerza, sino también con la inteligencia. Engañar y hacer caer a los adversarios en trampas era una táctica habitual, y cualquiera que se aferrara a la idea de que la mentira y el engaño eran inmorales no sobreviviría mucho tiempo en una guerra.

Los guerreros experimentados como Robert y Signus lo sabían. Podían ser poderosos luchadores, pero no eran en absoluto brutos descerebrados que se ganaban sus victorias sólo con la fuerza. Para ellos, mentir no era tan deplorable. Sin embargo, Signus estaba de pie ante Robert como si fuera un pecador esperando el juicio.

Ahora es así, pero en el campo de batalla es claro y directo. Realmente, es un idiota.

Esa tontería era una de las razones por las que Robert llamaba a Signus amigo.

Robert suspiró. Signus estaba de pie junto a la puerta, parecía demasiado avergonzado para entrar. Robert ya había adivinado por qué Signus le había traicionado. Se reducía al hecho de que Signus era sincero, devoto y digno de confianza. Robert, oportunista y codicioso a la hora de satisfacer sus deseos, no podía hacer frente a Signus. Si alguien hubiera preguntado al conde Salzberg de quién desconfiaba menos entre sus fuerzas, sin duda habría nombrado a Signus Galveria. Por lo tanto, si Signus decidió traicionarle a pesar de todo, debía tener una buena razón.

“Entonces, ¿cuánto tiempo vas a estar ahí?” preguntó Robert. “Entra y toma asiento”.

Signus finalmente se armó de valor y entró en la habitación. Signus era serio y fiable. No eran cualidades negativas, pero tampoco eran siempre buenas. Dependiendo de la situación, la sinceridad y el deber podían convertirse en grilletes. En este mundo desgarrado por la guerra, en el que incluso los parientes consanguíneos intentaban matarse unos a otros, estos rasgos sólo traían dolor a quienes los tenían.

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Robert bebió un trago y le lanzó la botella de brandy a Signus.

“Vamos, bebe”.

Wortenia Senki Volumen 15 Capitulo 2 Novela Ligera

 

Beber directamente de la botella como brutos bandidos o mercenarios no era un comportamiento aceptable entre la nobleza, pero esta conducta casual era natural para Robert y Signus.

“¿Qué pasa? ¿No me digas que ahora no bebes si no es en un vaso elegante?” dijo Robert con una sonrisa de satisfacción.

Al ver que Robert se comportaba como si nada hubiera cambiado, Signus aceptó finalmente la botella, y luego engulló el contenido restante -unos dos tercios de la botella- como si tratara de sacudirse algo. Gotas de color ámbar se derramaron de sus labios y sobre su pecho.

“Uf…” Signus se limpió bruscamente la boca con la mano.

Esa no era forma de disfrutar de una bebida. Signus no se había tomado el tiempo de apreciar el aroma del alcohol, de saborear el rico sabor en su boca o de admirar el color creado por años de fermentación. Simplemente lo había engullido como un borracho. Ni siquiera el alcohol más refinado y magistralmente elaborado sería bueno si se consumiera así.

Signus no estaba en estado de ánimo para apreciar la bebida. Se sentó lentamente en el sofá y miró fijamente a Robert. Sus ojos parecían buscar algo, quizás rogando a Robert que le administrara un castigo.

Sus miradas se encontraron, pero Robert no dijo nada, y un pesado silencio se instaló en la habitación.





Finalmente, Signus agachó la cabeza y dijo: “¿Por qué estás tan callado, Robert? ¿No me vas a echar la culpa a mí?”.

Signus había venido aquí deliberadamente y por su propia voluntad, sabiendo que Robert probablemente le insultaría o incluso le mataría. Había hecho lo que tenía que hacer para proteger al único pariente que apreciaba y para correr libremente por el campo de batalla, y no se arrepentía de ello, pero no iba a utilizarlo como excusa para justificar sus acciones. Había decidido asumir la responsabilidad.

Sin embargo, el hecho era que Signus había traicionado a su amigo, aunque era más difícil de lo que había imaginado. Normalmente, habría visitado a Robert tan pronto como la guerra hubiera terminado, pero Signus no se atrevió a hacerlo hasta hoy. Había tenido demasiado miedo y demasiadas dudas. Sin embargo, en contra de sus expectativas, Robert le estaba tratando como siempre.

Robert permaneció en silencio mientras daba un trago a otra botella. “La culpa es tuya, ¿eh?”, preguntó, con un tono tan cansado como autodespreciativo.

Signus agachó la cabeza y escupió las palabras clavadas en su corazón como astillas. “Sí. Lo que os hice a ti y al Conde Salzberg fue…” “Sí. Fue una traición”, terminó Robert, suspirando. “No hay duda de eso”. Luego se encogió de hombros y dijo: “Pero no te lo voy a reprochar”. “¿Qué?” Signus levantó la cabeza. Sus rasgos estaban inundados de asombro. “¡¿Qué quieres decir?!”

Robert sonrió y preguntó: “¿Está Elmada a salvo?”.

La expresión de Signus se endureció inmediatamente. Elmada era una mujer que ya rondaba los cincuenta años. No era especialmente atractiva, pero tampoco era fea. Había sido encantadora en su juventud, pero ahora era la típica señora de mediana edad.

Residía en un pequeño rincón de la ciudad donde se encontraba la finca de la Casa Galveria. La gente de la ciudad la consideraba amable y sociable, pero su buen carácter y el hecho de haber trabajado alguna vez como criada en la finca de Galveria eran lo único destacable de ella. Por lo demás, era una mujer común y corriente, tan ordinaria como cualquiera de este mundo. Sin embargo, ella significaba el mundo para Signus, hasta el punto de que él cambiaría toda su vida por ella.

“¿Cómo… ¿Cómo lo sabes?” preguntó Signus.

Robert sacudió la cabeza como si no pudiera creer que Signus le preguntara eso.

“¿Eres estúpido? ¿Hace cuántos años nos conocemos? No hay muchas cosas que te hagan dar la espalda al Conde Salzberg. Además, el ejército de Mikoshiba estaba saqueando los territorios de las diez casas. Pensé que lo hacía para concentrar a todos los refugiados en Epirus y aumentar los gastos de racionamiento, pero podría haber hecho prisionera a Elmada fácilmente en el proceso. Eso es lo que pasó, ¿no?”

Robert tomó otro trago de brandy. Signus nunca fue de los que persiguen la gloria y la riqueza. Eso no quería decir que fuera una especie de santo sin deseos, pero ciertamente no era tan codicioso como para traicionar a otro por esas cosas. El dinero, las mujeres, el poder, la fama… estas tentaciones habían llevado a muchos hombres por el mal camino, pero la férrea disciplina de Signus le impedía caer en ellas. Elmada era su única debilidad.

“Debería haberme dado cuenta de lo que el barón Mikoshiba estaba planeando en aquel momento”, murmuró Robert.

Signus comprendió enseguida el significado de Robert. “En ese entonces… después de que terminamos la primera batalla. Parecía que había retirado su ímpetu ofensivo un poco…”

En ese momento, tanto Robert como Signus habían sentido que algo en la forma en que el ejército de Ryoma se movía después de esa batalla estaba mal. Algo había estado ligeramente fuera de lugar, de una manera que sólo los que habían luchado en el frente podían notar.

Robert se encogió de hombros. “Al fnal, fuimos peones explotables. Dudo que hubiéramos podido detener su plan aunque nos hubiéramos dado cuenta”. “Robert…” Murmuró Signus, sorprendido de ver a su amigo así.

Si hubieran estado al mando en lugar del Conde Salzberg, ¿habría sido diferente el resultado de la guerra? En realidad, ni siquiera necesitaban eso para ganar. Si los que les rodeaban se hubieran limitado a entender mejor a los dos, las cosas habrían resultado diferentes. Habían visto la trampa que se les había tendido, pero no habían estado en condiciones de impedir que su bando cayera en ella. ¿Podría haber algo más absurdo?

Cuando uno no estaba en posición de tomar las decisiones, podía resultar en tales absurdos. Por muy acertadas o correctas que fueran las palabras de uno, carecían de sentido si nadie las escuchaba.

“Pero basta de eso”, dijo Robert. “No podemos hacer nada al respecto ahora. Entonces, ¿cómo está Elmada?”

“Está aquí, en este castillo”, dijo Signus, sonriendo con ironía. “¿La trajeron aquí como rehén?”

Robert ni siquiera necesitaba preguntar en este momento. Elmada era la cadena que mantenía encadenada a la bestia salvaje Signus Galveria. Al encarcelarla, la baronía de Galveria había mantenido a Signus bajo control durante todos estos años. Sin embargo, la respuesta de Signus desafió todas las expectativas de Robert.

“No. Trabaja aquí como criada… por petición propia, aparentemente”. Robert levantó una ceja. “Oh. Qué tal eso…”

Era obvio lo que Elmada estaba pensando.

Elmada debe estar esperando un gran trato…

Al no haberse casado nunca, Elmada había considerado a Signus como su hijo desde que era un bebé lactante. No eran parientes de sangre, pero a todos los efectos eran madre e hijo. Para Signus, cuyos propios parientes de sangre le odiaban y rechazaban, Elmada era su único aliado en este mundo, con la excepción de su abuelo ya fallecido. Y ahora, Elmada estaba al servicio de la baronía Mikoshiba, por su propia voluntad.

Reconoció a Ryoma como el maestro de Signus, y al servirle, eliminó cualquier incertidumbre innecesaria del corazón de Signus. Siempre fue una mujer atrevida, esa dama.

Elmada estaba muy resentida con la Casa Galveria. El primer hijo era un tonto sin agallas, y la esposa legal y sus compinches eran arrogantes derrochadores cuyo único valor era su pedigrí. El actual jefe tampoco creía que nada de esto fuera un problema. Elmada nunca había dado a conocer sus sentimientos, pero Robert podía decir que creía que Signus era el digno heredero de la Casa Galveria.

Y por supuesto que lo haría.

Se trataba de la sucesión de otra familia, por lo que ni Robert ni Elmada podían hablar de ello abiertamente, pero cualquier tercero neutral llegaría a la misma conclusión. Robert también lo hizo, aunque dejara de lado sus sentimientos personales como amigo. El valor de Signus no tenía parangón en toda Rhoadseria, y cuando empuñaba su bastón de hierro favorito, era imbatible. Además, era bueno para mantener la moral alta, lo que le hacía indispensable. Si hubiera ido a la capital y se hubiera alistado en la guardia real, seguramente se habría distinguido en poco tiempo. Si se le diera la oportunidad, podría convertirse en el sucesor de la general Helena Steiner.

Un hombre de su calibre había languidecido en las tierras fronterizas del norte durante tanto tiempo porque su propia familia lo despreciaba y oprimía. La Casa Galveria lo había explotado, y sus logros no le valieron ni elogios ni recompensas. Para la madre de Signus, éste era el resultado más frustrante posible. El hecho de que su existencia fuera un factor en el destino actual de Signus sólo la hacía sentir peor.

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Y entonces llegó esta guerra. Elmada debe haber visto esto como una oportunidad de oro.

No era una simple rehén de la Casa Mikoshiba. Al servir como doncella, mostró activamente su apoyo y consentimiento, utilizando su propio valor para influir en la situación. Ella no habría hecho esto con éxito tan rápidamente a menos que supiera la posición en la que se encontraría Signus. Elmada tenía un objetivo en mente: cortar todos los grilletes que encadenan a Signus Galveria.

Le está dando a Signus la libertad de volar. Y considerando la posición del Barón Mikoshiba, él también se benefció de esta idea. Si nada más, le dio una manera de asegurar la lealtad de Signus.

Robert no estaba seguro de cuál era el objetivo final de Ryoma Mikoshiba. ¿Iba a tomar sus tropas y encerrarse en la península de Wortenia? ¿O iba a desmantelar completamente las diez casas del norte y tomar el control de sus territorios? Fuera lo que fuera, una cosa estaba clara: el barón Mikoshiba estaba intentando reclutar gente para su bando.

Nada más podría explicar la forma en que me está tratando…

Esto también explicaba por qué Ryoma no era tan cauteloso con Signus. Ryoma seguía vigilándole, pero Signus estaba mucho mejor ahora en comparación con el acoso y la extorsión a la que le había sometido su familia. Y sin aliados tontos que le frenaran constantemente, Signus sería libre de demostrar toda su fuerza.

Puso su vida en juego para abrir un camino a su hijo. Te envidio, Signus. Signus le miró con duda. “¿Robert?”

“Sabes… tienes una buena madre”, le dijo a su amigo, elogiándole por un tesoro que nunca pudo tener. “Pero olvida eso. Entonces, ¿por qué has venido aquí? Supongo que no es para hablarme de Elmada”. “Robert… Sabes por qué, ¿verdad?”

“Claro que lo sé, idiota”, dijo Robert con una sonrisa de satisfacción. “¿Por qué si no iban a tratar tan bien a un comandante de un ejército derrotado, a no ser que tuvieran algún tipo de interés?”

La expresión de Signus se contorsionó.

“¿Por qué pones esa cara?” le preguntó Robert. “¿Qué, crees que soy tan estúpido?”

“Bueno, eres tú… No puedo decir que no lo haya considerado”.

Robert lo fulminó con la mirada. “¿Y desde cuándo somos amigos? Me estás rompiendo el corazón, Signus”.

Se miraron fijamente durante un largo momento y luego estallaron en una estruendosa carcajada. Se rieron hasta que la sonrisa abandonó los labios de Singus y se volvió hacia Robert.

“Bromas aparte… ya que te has dado cuenta de eso, iré al grano. El jefe quiere que le prestes tu fuerza. Únete a él, Robert. Un guerrero como tú no debería pudrirse en este inferno de frontera. ¿Es aquí donde quieres morir, en la frontera norte? ¿O quieres poner a prueba tu temple? ¿No quieres deshacerte de todas esas estúpidas ataduras para ser libre y volver a esprintar por el campo de batalla conmigo?”

Signus, que normalmente se mostraba sereno y tranquilo, estaba expresando con pasión sus pensamientos más sinceros. Hasta ahora se había guardado las palabras, sin compartirlas con Robert, por miedo a que los demás se enteraran de sus verdaderos deseos.

Robert estaba escuchando a Signus poner sus sentimientos en palabras por primera vez, pero sólo una cosa llamó su atención. Los ojos de Robert brillaron peligrosamente. “El ‘jefe’, ¿eh?”, gruñó. “Sí. El jefe”, repitió Signus. Lo dijo con respeto y reverencia, y aunque sólo era un título, demostraba la seriedad con la que hablaba.

No puedo creer que haya caído en gracia a Signus tan rápidamente.

La amistad y el respeto solían ser proporcionales al tiempo que pasaban juntos. La mayoría de la gente puede ocultar sus verdaderos sentimientos, fingir una sonrisa y trabajar por un objetivo común incluso con personas que apenas conocen. Sin embargo, eso era sólo una deferencia superficial. Había que pasar años construyendo una relación para adquirir una confianza y un respeto auténticos.

Ni Robert ni Signus dejaban traslucir sus emociones en sus rostros, al menos no visiblemente. Signus daba la impresión de ser mucho más sociable y amistoso que Robert, por su aspecto exterior, su actitud y su tono de hablar. La mayoría de la gente supondría erróneamente que Signus era mucho más estricto y obediente, y Signus intentaba dar esa impresión para enmascarar sus verdaderas emociones. Su familia no lo quería y lo trataba peor que al hijo de una concubina, así que no podía permitirse mostrar ninguna ambición o disgusto. Hacerlo le costaría la vida.

Los únicos que sabían lo que Signus quería de verdad eran Elmada, su nodriza y madre sustituta, y Robert, su amigo declarado. Signus nunca había compartido esos pensamientos con el conde Salzberg, que tanto dependía de él. En realidad, ni siquiera había hablado abiertamente de ellos con Robert.

Al ver la sonrisa en la cara de Signus, Robert no pudo evitar envidiar a Ryoma Mikoshiba.

No es que no entienda cómo se siente Signus…

Signus era finalmente libre. Se sintió liberado, y esa emoción alegró su antes apagado corazón.

Robert se dio cuenta de repente de algo. “Ya veo. Así que…” “Sí, así es. Ahora soy el heredero de la Casa Galveria”.

Los labios de Signus se curvaron en una sonrisa. Levantó la botella y se la llevó a la boca.

El hijo de una mujer plebeya -ni siquiera una amante- había superado al hijo de la esposa legal del barón para convertirse en el heredero.

Así que ha llegado el día, pensó Robert. Signus, odiado por su padre y rechazado por su madre, el hijo bastardo al que todos siempre despreciaron, ha heredado la Casa Galveria. Increíble.

La nobleza de este mundo priorizaba el pedigrí legítimo sobre la capacidad personal, por lo que era impensable que alguien como Signus heredara un título. De hecho, sólo había una manera de que pudiera suceder.

¿Es esto lo que Ryoma quería de Signus? ¿Signus estaba tan resentido con su propio padre y su familia como para matarlos? ¿O fue Elmada quien dio el paso?

El orden de sucesión de una casa noble estaba rígidamente regulado, pero había formas de ascender en la línea. Signus no podía heredar el título de Barón de Galveria porque había otros herederos potenciales con más fuerza que él, pero si esos herederos eran eliminados de la ecuación, Signus podría convertirse en el próximo barón.

Robert no creía que su amigo fuera capaz de hacer eso.

Odiaba la idea de la jefatura. Diablos, odiaba su propio apellido, ¿pero ahora está tan desesperado como para ir tan lejos para reclamarlo? ¿Para matar a su propia carne y sangre por ello?

La respuesta a esta pregunta podría destruir la amistad de años entre Robert y Signus. Robert podía perdonar a Signus por envenenar su bebida, pero no por esto. Su relación era similar a las amistades inseparables de la tradición china, en las que los hombres confiaban tanto en sus amigos jurados que se cortaban la cabeza para demostrarlo.

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Pero no voy a ser amigo de los desechos humanos.

El modo en que la familia de Signus trataba a éste era atroz. Si Signus dijera que los mató porque su ira había estallado, Robert lo animaría y lo alabaría por haber aguantado tanto tiempo. Pero Robert no apoyaría a un hombre que cayera tan bajo como para convertirse en un asesino de parientes en nombre de la codicia y el beneficio. El resultado podría ser el mismo, pero la motivación era muy diferente.

“¿Lo hiciste tú? ¿O fue Elmada?” preguntó Robert.

Signus se limitó a negar con la cabeza. No estaba esquivando la pregunta, ni evitando las críticas que se derivarían de la respuesta. Más bien, su silencio significaba que ni él ni Elmada estaban involucrados en las circunstancias que lo llevaron a heredar la Casa Galveria.

“No, sólo nos enteramos después de que el acto estaba hecho”, respondió Signus.

“¿Qué quieres decir?” preguntó Robert con suspicacia. Si Signus decía la verdad, ¿quién había matado a su familia?

Signus dio otro trago a la botella y sonrió con ironía.

“Fue por orden del jefe”, dijo.

“¿El barón Mikoshiba lo ordenó?”

Signus asintió. “Cuando la guerra terminó y me encontré con el jefe por primera vez, me dijo en términos inequívocos que no quedaba nadie del linaje de Galveria con vida, excepto yo, por lo que si me negaba a heredar el título, la Casa Galveria sería aniquilada”.

Robert miró fijamente a Signus, con los ojos muy abiertos por la incredulidad. Para un ciudadano de Rhoadseria, eso era totalmente absurdo.


“Eso es una locura…” Robert murmuró.

Acabar con un clan enemigo era más fácil de decir que de hacer, sobre todo si no había ningún problema importante con la forma en que gobernaban su territorio y sus súbditos no estaban descontentos con ellos. Sin embargo, aunque derribar el castillo del enemigo y ocupar su territorio eran empresas similares profundamente conectadas entre sí, eran fundamentalmente diferentes.

Para apoderarse de un territorio, hay que conseguir que la población del feudo acepte al nuevo gobernante. La fuerza y el terror eran herramientas eficaces para asegurar el control, pero depender sólo de ellos daría lugar a una eventual rebelión. Incluso si se gobernaba sólo con la intimidación, había que mantener a raya la ira y el malestar de la población. Por esta razón, en la mayoría de los casos, el vencedor de una guerra dejaba vivo a su oponente para que administrara la tierra por él.

Además, los nobles de Rhoadseria se habían casado con otros nobles durante muchos años. Reconocían los peligros de la endogamia y la mantenían con parientes lejanos, pero incluso entonces, sólo se casaban con nobles, por lo que los candidatos al matrimonio eran limitados.

Si uno mirara varias generaciones atrás, descubriría que la mayoría de las familias nobles estaban emparentadas de una forma u otra. Todos los aristócratas del reino estaban entrelazados, por lo que incluso si un noble rhoadseriano entraba en guerra con otro por el territorio, no pondría a ninguna de las dos familias en peligro mortal. Lo mismo ocurría con las disputas políticas dentro de la corte del soberano. En ese sentido, el hecho de que el duque Gelhart acabara con la línea del marqués Ernest y matara a la mayoría de sus miembros hace años fue una excepción inusual.

He oído que los asuntos internos de la baronía de Galveria eran un desastre, pero aún así…

Si Robert hubiera estado en el lugar de Ryoma, no habría arrasado con la casa contraria. No habría sido capaz de hacerlo porque él también había nacido en la aristocracia. Ryoma, sin embargo, estaba alejado de esas nociones.

“Así que… ¿todos menos tú?” preguntó Robert.

Signus respondió con un silencio. Expresó todo lo que había que decir.

“¿Así es? Entonces imagino que mi familia ha pasado por lo mismo…”

Incluso Robert podía ver que su padre, el Conde Bertrand, era un hombre mediocre. Podría haber sobrevivido a esta purga, dependiendo de cómo se hubiera comportado, pero Robert conocía a su padre lo suficiente como para saber que no sería así.

Mi padre es un típico noble rhoadseriano de los pies a la cabeza.

El conde Bertrand no era un gobernador completamente inútil

-tenía sus usos- pero se opondría a Ryoma Mikoshiba, que era a la vez un advenedizo e igual a él en rango, actuando como su superior. Robert ya había oído a su padre insultar a Ryoma, así que era poco probable que aceptara a Ryoma como su nuevo señor. No, incluso si lo hiciera, Ryoma probablemente no aceptaría su lealtad.

Sólo fngiría obedecer y buscaría una oportunidad para apuñalar a Ryoma por la espalda.

Por supuesto, si el barón Betrand tuviera alguna aptitud como gobernante, Ryoma le daría la bienvenida al redil como vasallo, pero ese talento tendría que ser algo que sobrepasara a los demás. Robert no creía que su padre tuviera tales cualidades. Lamentablemente, el hermano de Robert era igual. Su territorio era pacífico, y eso le ganó a su hermano el respeto de la gente, pero eso era sólo porque Robert exterminaba a los bandidos por él. Ninguno de los logros de su hermano eran realmente suyos.

Signus asintió, afirmando la sospecha de Robert. “Sí, el jefe está al tanto de todo, desde la topografía de cada región hasta la producción de cada pueblo. Incluso sabe cómo maneja los impuestos cada casa. Ve todos los asuntos y problemas, incluidos tú y la casa Bertrand”.

Las palabras de Signus daban a entender que todo había terminado ya. Aclaró una duda que Robert había albergado desde que terminó la guerra.

“Ya veo. Realmente estaba completamente preparado, ¿no es así? Dijo Robert.

“Así es”, respondió Signus sonriendo.

Por muy grande que fuera la península de Wortenia, Ryoma acababa de ser nombrado gobernador, y su territorio aún no tenía súbditos que pagaran impuestos. Los únicos residentes eran piratas, demi-humanos y monstruos. Dado que los nobles vivían de los ingresos fiscales de su población, gobernar la península debía ser una tarea infernal.

Las casas del norte, en cambio, eran relativamente ricas. No tenían los vastos campos de trigo de Heraklion, pero sus tierras eran lo suficientemente abundantes. Ryoma Mikoshiba no podía compararse con las casas nobles que habían gobernado sus tierras durante muchos años. Ni siquiera era como comparar a un adulto con un niño; estaba más cerca de comparar a un hombre adulto con un bebé. Casi todo el mundo, incluido el Conde Salzberg, había tenido esa impresión.

Esto es algo más que ser bueno en la lucha, o hábil en la gestión de un dominio…

pensó Robert mientras un escalofrío le recorría la espalda.

Ryoma Mikoshiba tenía esos talentos, pero algo más importante le había llevado a la victoria.

“Envió espías para investigar a fondo las diez casas”, murmuró Robert. “¿Desde cuándo lo hace? ¿Cuándo empezó a planear esta guerra?”

Sólo habían pasado unos años desde que Ryoma se convirtió en barón y llegó a la península. Poco después, había sido enviado para detener la invasión de O’ltormea en Xarooda. Lógicamente, no podría haber comenzado sus preparativos hasta después de regresar de Xarooda, pero eso sólo le habría dado medio año para lograrlo. Investigar tan exhaustivamente las diez casas en sólo seis meses habría sido terriblemente difícil.

“Creo que empezó poco después de tomar el control de la península de Wortenia”,

afirmó Signus.

“¿Tú también lo crees, Signus?” preguntó Robert.

“No estoy seguro, pero… probablemente. De lo contrario, no tiene sentido. Pero si eso es cierto, signifca que desde que recibió su título…”

Robert comprendió las implicaciones de las palabras de Signus y tragó saliva.

Qué hombre tan fascinante…

Ryoma era sólo un barón, el título nobiliario más bajo, pero sus ojos siempre estaban fijos en la cima.

Algo caliente en el pecho de Robert comenzó a agitarse cuando se dio cuenta del alcance de la ambición de Ryoma.

Signus pareció darse cuenta de cómo se sentía Robert, porque repitió su pregunta de antes. “Déjame preguntarte una vez más, entonces. ¿Qué vas a hacer, Robert? ¿No volverás a correr por el campo de batalla conmigo?”.

Robert exhaló y miró a Signus. “Bueno, depende de sus condiciones, supongo”.

Los ojos de Signus se abrieron de par en par con sorpresa. No esperaba que Robert aceptara la oferta tan fácilmente.

No puedo creerlo. ¿Habla en serio? pensó Signus. Dudó de sus oídos.

Robert se limitó a observarlo, exasperado. “Oye, tú fuiste quien me dijo que le sirviera. ¿Por qué te sorprende que diga que sí?”

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“Es no creí que aceptarías unirte a su servicio”, explicó Signus.

“La vida aquí ha sido buena”, dijo Robert, colgando la botella delante de la cara de su amigo. “Puedo beber buen alcohol siempre que quiero, del tipo que no puedo conseguir en casa. Me alimentan bien, me dan buena ropa y me dejan bañarme cuando quiero. Si quiero leer algo, me traen libros del archivo del Conde Salzberg. Los únicos inconvenientes de estar aquí son que no tengo ninguna mujer a la que tirarme y que estoy bajo llave, pero aparte de eso, me va bien aquí. Sin embargo, hay una cosa. Siento que mi cuerpo se está oxidando. ¿Me sigues? Ya era hora de que tomara un poco de aire fresco. Así que si ese hombre está dispuesto a aceptar mis condiciones, le serviré”.

Signus hizo una pausa y luego preguntó: “¿Cuáles son tus condiciones?”. Robert Bertrand era un guerrero por dentro y por fuera. Había vivido en el campo de batalla, y era allí donde se sentía más en su elemento. Sin una guerra que librar, no podría saber si estaba vivo o muerto. Para ello, servir a Ryoma Mikoshiba no era una mala elección. No le faltarían peleas si servía a las órdenes de un hombre que se enemistaba con la nobleza de Rhoadseria.

Sin embargo, hay algo de lo que tengo que asegurarme primero, pensó Robert mientras daba sus condiciones a Signus.

“Quiero que lo demuestre… que demuestre que es el guerrero más fuerte”.

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