Zaregoto  (NL)

Volumen 7: Desarraigo Radical

Prologo: El Tiempo Cura Todas Las Heridas

Ahora mismo, estoy en un cementerio.

Un cementerio.

Me sentí como si hubiera estado aquí durante mucho tiempo.

Y probablemente seguiría quedándome aquí.

Como si estuviera aquí antes de darme cuenta.

Probablemente me quedaría aquí para siempre.

Estaba rodeado de lápidas.

El paisaje me robó el corazón.

Por supuesto, no había individualidad en estas lápidas.

Simplemente estaban dispuestas una al lado de la otra en orden.

De repente, me di cuenta.

Que estas eran las tumbas de las personas que hasta ahora había matado.

Hasta ahora…

Las tumbas de las personas que murieron por mi culpa.

Vertiginosamente.

Mi cuerpo se balanceó.

Inestable.

Las lápidas que me rodeaban se balancearon.

Fue culpa del viento.

Soplaba un viento fuerte.

Un fuerte viento.

El viento soplaba para alguien.

El viento soplaba por el bien de alguien.

Fue una ilusión ridícula.

El viento es viento.

La piedra es piedra.

Los muertos son muertos.

Los muertos son, al final, simplemente muertos.

Al igual que los extraños son, al final, solo extraños.

Pensando en eso, seguí adelante.

Caminé por el camino.

Rodeado de lápidas a ambos lados.

Caminé lentamente por el camino de piedra.

Fue como un laberinto.

Fue como un impasse.

Cuanto más caminaba, más me perdía.

Cuanto más caminaba, más me sentía perdido.

Era como si me llevaran a alguna parte.

El agua allí es amarga.

El agua aquí es dulce.

Eso también fue una ilusión ridícula.

Me repetí.

Repetí mis ridículos delirios.

Los muertos.

La gente que murió por mí. Pero estoy seguro de que esos hombres, y estoy seguro de que esas mujeres, no querría que pensara que sus muertes fueron culpa mía.

Cuando me di cuenta de eso, sentí como si el camino se abriera de repente.

Con una precisión exacta, se reveló la solución al laberinto.

Con un rigor metódico, se reveló la solución al impasse.

Esos hombres.

Esas mujeres.

Ese chico.

Esa chica.

Esa persona.

Esa persona.

Esa persona y esa persona y esa persona y esa persona.

No hay duda de que todos vivieron sus vidas al máximo.

No lo hicieron a medias.

Entonces.

Entonces yo también.

Debería vivir mi vida al máximo.

Esos hombres.

Esas mujeres.

Ese chico.

Esa chica.

Esa persona.

Esa persona.

Esa persona y esa persona y esa persona y esa persona.

Incluso si no lo deseaban.

Incluso si eso no era algo que desearan.

Debería vivir según mi propia voluntad.

Ya basta.

Basta de actuar como un niño.

Los pucheros, los celos y la tristeza.

Pongamos fin a mi yo pasado.

Si no hago eso, yo…

Estoy seguro de que ni siquiera podría seguir viviendo.

Y luego; llegué frente a una lápida.

Ya no había camino.

Ya no había otro camino.

Este fue el final.

El fin del mundo.

El fin de la historia.

El final de la historia insustituible.

En esa lápida, no había ninguna inscripción.

No se grabaron letras.

No se grabaron palabras.

No se grabaron nombres.

Esto era…

¿De quién era esta tumba?

Tal vez perteneciera a la sagrada joven sabia de cabello azul.

O tal vez pertenecía al contratista más fuerte de la humanidad con el cabello rojo.

O tal vez pertenecía a la existencia final con el cabello naranja.

O tal vez…

Esa fue mi tumba.

Y luego me desperté.

Me recibió la mañana, como siempre.

Este no era un cementerio.

Y no estaba rodeado de lápidas.

Suspiré.

Levanté mi flequillo y corregí mi respiración.

Y, como siempre, anhelaba que alguien estuviera a mi lado.

Ahora bien.

Esta es la historia final.

Este es el final, el último acto.

El festival que lo abarca todo. De cabo a rabo, una historia radicalmente desarraigada.

Como siempre, incluso más que siempre, tranquilo y despreocupado, sin preocuparnos ni sentirnos agobiados; hablemos.

Incluso si ya no hay un mundo del que hablar.

Incluso entonces, la historia sigue existiendo.