Rakuin no Monshou (NL)

Volumen 8

Capitulo 5: El León Y La Chica, Y Las Lápidas

Parte 2

 

 

—Me imaginé que revelar mi cara de repente aumentaría las sospechas — Orba se encogió un poco de hombros—. Además, Taúlia acaba de estar en guerra con un hechicero como Garda. También me preocupaba que me acusaran de usar la hechicería.

—Así que incluso sabe de Garda.

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—Estratega… Estratega… ¿Quién fue el que mató a Garda?

—Ah, oh. Sí, así es… —Ravan asintió repetidamente, completamente diferente a un astuto estratega. Luego suspiró profundamente—. No es que el pensamiento no haya pasado por mi mente. Pero era demasiado…

Era demasiado ridículo. Me estoy haciendo viejo. Aunque me digo a mí mismo que no me ciegue el sentido común, me atrapó en el punto crucial. Fue lo mismo en Apta esa vez. Tú… No, Su Alteza, usted bombardeó su propia fortaleza como si ridiculizara mis predicciones.

—…

—Ciertamente, si usted diera una orden a los generales, podría alterar el estado actual de las cosas. Pero es una apuesta peligrosa. Mephius podría verse envuelto en los fuegos de la guerra civil.

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—Tendremos que hacer lo que podamos para evitar que esos incendios se propaguen. Y para ello, la cooperación de Talia, no, la de occidente será necesaria —dijo Orba.

Su forma de hablar y su tono de voz eran los mismos que cuando llevaba la máscara, pero de alguna manera proyectaba la atmósfera de una persona diferente.

—Por supuesto —Ravan Dol asintió con la cabeza como antes pero, a partir de ese único gesto, quedó claro que su manera de hablar había cambiado con respecto a la anterior—. Para evitar una guerra con Mephius, demostraremos nuestro poder al máximo.

—¿Confiarás en mí?

—¿Eh? —Ravan abrió mucho los ojos por el desconcierto. Con una brusquedad impropia de un anciano, su expresión se volvió extrañamente graciosa—. Sí. Después de esto, no creo que pueda volver a ver algo tan misterioso o sospechoso nunca más. En un momento como éste, ―Príncipe‖, ¿qué crees que haré?

—Bueno, ahora…

—Dejaré de preocuparme —Ravan se rió, mostrando inesperadamente dientes blancos y sanos—. Por encima de todo, esta situación es interesante. Vale la pena apostar la humilde cabeza de un solo anciano.

—Te estoy agradecido.

—Entonces, ¿se irá a Apta?

—Inmediatamente, si es posible.

—Entiendo —Ravan asintió.

Después de que Orba se puso la máscara, Ravan aplaudió y llamó a los soldados. Después de un intercambio de no más de unos minutos, Orba fue liberado fácilmente.

Una vez que los soldados se apresuraron a hacer su informe, los dos se quedaron solos una vez más.

—No podemos esperar mucho tiempo —dijo Ravan—. Están los preparativos de guerra que se han hecho hasta ahora. Después de que Su Alteza se haya marchado, y si parece que Mephius va a invadir de nuevo, por supuesto que nos defenderemos al máximo y pensaremos en cómo atacar si vemos alguna oportunidad de hacerlo.

—Está bien.

—En ese caso, ¿podemos decir que Orba, el héroe de la máscara de hierro, murió?

—Asesinado por Mephius o ejecutado porque estaba tramando una traición, como prefieras —No habrías pensado que Orba hablaba de sí mismo por la forma en que lo hacía, pero entonces—, sin embargo…

—¿Sin embargo?

—La princesa Esmena me apoyó mucho secretamente, así que por favor dile la verdad, y agradécele su ayuda.

—Sin duda lo haré.

Al ser liberado de su confinamiento, Orba apareció en la puerta oriental de Taúlia justo antes de que el día comenzara a oscurecer. Estaba a caballo y la capucha del manto que llevaba escondía su llamativa máscara. En la cintura tenía una espada nueva y su habitual espada corta.

No se marchaba solo. A cambio de cancelar la orden de vigilar la unidad de Orba, Ravan le dio a Natokk nuevas instrucciones para elegir unos cuantos hombres y hacer que escoltaran a Orba.

—Acompáñenlo a la frontera Mephiana. No dejen que sufra ni un solo rasguño.

Cuando recibió esa orden, Natokk naturalmente sospechó algo, pero tenía una fe absoluta en Ravan Dol. Asumió que tenía algún plan en mente.

Además, y también por orden de Ravan, para cuando Orba partió hacia Apta, otro grupo ya se había adelantado y dejó Taúlia con una nube de polvo. Tenía a varias personas encerradas en una jaula que estaba siendo remolcada por dragones.

En todo caso, a Orba le dieron seis guardias, todos ellos a caballo. Uno de ellos miró al cielo que se estaba oscureciendo y encendió una antorcha de pino. Cuando se acercó a Orba, las llamas se reflejaron en la máscara bajo la capucha.

—¿Nos vamos?

Como no sabía qué tipo de actitud debía adoptar, su discurso era áspero. Era un espadachín que era un héroe y que también era sospechoso de traición.

—Sí —ese mismo Orba simplemente asintió con la cabeza una vez.

Cada uno de ellos azotó a sus caballos y se puso a andar. En el cielo, una estrella y luego dos comenzaron a brillar.

Desde debajo de la capucha y detrás de la máscara, los ojos de Orba se fijaron en la dirección que seguía al frente.

Su mirada estaba puesta en Apta.

La fortaleza que él mismo recibió una vez.

Y también la tierra que él mismo había abandonado una vez.

El momento de recuperarla se acercaba.

***

 

 

Un grupo de vendedores ambulantes zerdianos caminaban por un camino que se bifurcaba de la carretera.

Aunque ciertamente era así como aparecían, y los carros tirados por caballos llevaban paquetes, un observador habría notado sin duda una inusual agudeza en sus ojos y su comportamiento.

Tenían más de cincuenta años y la mayoría de ellos eran zerdianos, aunque ninguno de ellos vivía actualmente en el oeste. En vez de eso, moraban en el altar de los Dioses Dragón en Solón, la capital del actual enemigo del oeste, Mephius. Cuando los ancianos aún residían en las montañas de la frontera, habían sido los guerreros encargados de vigilarlas y por ello estaban familiarizados con el terreno que les rodeaba.

Los veinte que les seguían eran soldados Mephianos.

Eran el grupo que fue enviado desde Apta para buscar a Vileena. Los Mephianos tenían expresiones tensas. Cuando les dijeron que cruzarían la frontera al norte del río Yunos, se preguntaron: ―¿Hablan en serio?‖ Antes se habían dividido en pequeños grupos y se separaron, probablemente para ir a buscar información de los miembros de las mismas tribus montañosas que ellos, pero ahora habían dejado de dividir sus números y, después de que todos se reagruparan, avanzaron con paso firme.

Además, a los Mephianos se les dio una tarea humillante cuando cruzaron la frontera. Los hicieron desnudarse hasta la cintura y les ataron las manos con una cuerda. Esto sucedió así para que cuando fueran confrontados por los guardias de la guarnición, pudieran dar la excusa de que “atrapamos a los soldados que huyeron del campo de batalla”. Completaron la historia explicando que los iban a vender como esclavos de batalla. Los guardias los detuvieron dos o tres veces mientras avanzaban a lo largo de la frontera pero, como los mercaderes zerdianos eran indudablemente corpulentos y audaces, todos les creyeron.

Como trataban con zerdianos, los soldados Mephianos sospecharon en más de una o dos ocasiones que los estaban llevando a una trampa, pero habían recibido órdenes del general Narbal; además, no veían ninguna ventaja en que los zerdianos los capturaran.

Viajaron hacia el sur por el río Yunos durante una semana.

Los zerdianos se detuvieron.

Había un pueblo a la vista. Las casas eran como bultos de piedra que se elevaban del suelo suavemente ondulado.

—¿Está ahí? —El zerdiano que dirigía, el hombre llamado Kiril con el que Nabarl se reunió, señaló cuando vio la aldea.

Un zerdiano que era un poco mayor que el resto de los elegidos para formar parte del grupo de búsqueda asintió.

Lo que significaba que la princesa Vileena estaba allí.

Kiril se rascó su afilada barbilla.

—¿Sería mejor erradicarla para no dejar un rencor eterno?

—¿Erradicar qué? —Uno de los soldados Mephianos lo recriminó—. ¿Esa aldea?

—No seas estúpido —otro de ellos se opuso—. Sólo tenemos que decirles que venimos a buscar a la princesa de Mephius. No opondrán ninguna resistencia.

—Este es territorio enemigo.

—En ese caso, estará bien si ustedes, los zerdianos, fingen estar en una misión de Taúlia. Les prestaremos nuestras armaduras y armas. Si se disfrazan como soldados de Taúlianos… —Al darse cuenta de que los otros eran serios, el soldado Mephiano hizo una sugerencia apresurada.

Deberían evitar las peleas innecesarias. Como Kiril había dicho, estaban en territorio enemigo. Un alboroto podría atraer la atención de los enemigos cercanos.

Entonces…

—Por allí —un zerdiano que tenía más o menos la misma edad que Kiril señaló el único camino que conectaba con la aldea.

Kiril miró fijamente y luego con una voz áspera dijo…

—Su sugerencia es rechazada.

Una fila de personas se acercaba al pueblo. A juzgar por su apariencia, el grupo armado era indudablemente de soldados Taúlianos.

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Vileena ya había pasado ocho días en la aldea. En el tiempo transcurrido desde que se despertó, se había recuperado hasta el punto de ayudar a la familia Jayce con su trabajo.

No obstante, el trabajo en el que Vileena podía ayudar era muy limitado. Por la mañana, alimentaba a las gallinas y luego recibía forraje de Rone, cuando éste regresaba de las montañas, y cuidaba los caballos. También sacaba agua del pozo del pueblo y la llevaba a la esposa de Rone que trabajaba en el campo.

Una vez había llevado una comida al hombre que dormía en la habitación independiente. Ya había escuchado antes que Rone había salvado la vida de ese hombre, pero estaba tumbado de espaldas a la puerta y no le prestó atención a Vileena. A veces dejaba escapar una voz como si estuviera teniendo una pesadilla.

Aunque era limitada en lo que podía hacer, el tiempo pasaba en un abrir y cerrar de ojos mientras trabajaba. A menudo había escuchado a los nobles Garberanos decir que “cuando salí de la ciudad, me fui a trabajar a una aldea y fue realmente tranquilo, como un mundo completamente diferente de esta bulliciosa corte”, pero siempre había pensado que eso era una mentira descarada.

Por la noche, comía y luego pasaba el tiempo con Laila antes de que el sol se hubiera puesto completamente.

Laila amaba a Vileena como a una verdadera hermana menor. Cada una de ellas tenía sus propias circunstancias, y nunca hablaron sobre su pasado, pero a partir de eso Laila pudo entender aún más que Vileena tenía una herida en su corazón.

En la tarde del octavo día.

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—Tu cabello es realmente tan hermoso, Luna —Layla se maravilló mientras peinaba el cabello de Vileena por detrás.

“Luna” era el nombre falso que Vileena estaba usando.

Excepto en las familias de clase alta, los zerdianos no tenían la costumbre de bañarse con agua caliente. En esta aldea tampoco, ya que había un río cercano, la gente iba a lavarse en él o sacaba agua en un cubo para lavarse el pelo y el cuerpo. Al principio, a Vileena le daba vergüenza estar desnuda delante de otra persona, sin embargo no tenía más remedio que aceptarlo ya que su vida dependía de otros. En momentos como estos, Layla cuidaba a Vileena como a una hermana menor.

—No hay ninguna Mephiana ni, aunque sea grosera, Zerdiana con pelo así de hermoso. Tú eres…

Layla de repente se quedó en silencio. Se sintió mal por entrometerse sin pensar. Aunque Vileena estaba agradecida por toda la consideración que estaba recibiendo, también era doloroso.

Laila suavizó la situación hablando de varias historias divertidas que habían sucedido en el pueblo. Mientras lo hacía, se tomó el tiempo de limpiar cuidadosamente el cabello de Vileena.

De repente, recordando a su madre y a Theresia, Vileena miró a través de la ventana al cielo que estaba inundado de innumerables pequeñas luces.

Todo está muy lejos.

Su pecho se sentía oprimido por la abrumadora nostalgia.

Garbera, el país de las praderas. Un país defendido por galantes caballeros y veloces aeronaves. Mientras recordaba vivamente la corte real, donde vivió hasta los catorce años, con sus familiares caminos y los jardines de flores a los que cada uno de ellos conducía, los párpados de Vileena se calentaron.

Cómo huía de sus estudios y jugaba por doquier. Theresia la perseguía siempre, pero Vileena tenía escondites por todo el palacio. También había ocasiones en que ella iba a donde los adultos estaban trabajando, pero los cocineros, los jardineros, los herreros y todos los que trabajaban en las naves aéreas eran todos aliados de Vileena; así que cuando Theresia venía a llamar, ellos fingían ignorancia. Cuando su hermano Zenón estaba en la corte, a menudo jugaban a la pelota o se batían en duelo con espadas de juguete.

Y también estaba su abuelo, Jeorg. Cómo esperaba divertirse una vez o dos veces por temporada en la villa real donde vivía su abuelo.

Abuelo…

El calor detrás de sus párpados se hizo insoportable, así que Vileena cerró los ojos y dejó que el agua que fluía lavara las lágrimas que derramaba.

Se preguntó si la gente de su país natal se había enterado de que se había vuelto traidora a Mephius y había entregado información secreta. ¿Cómo había reaccionado su abuelo cuando se enteró? ¿Le había aplaudido, exclamando que no esperaba nada menos de una hija de Garbera y de su nieta, o se había lamentado de que su nieta se hubiera dejado llevar por los sentimientos del momento y hubiera herido sus intereses nacionales?

Pensar en ello no servía de nada. Ya hacía tiempo que había pasado por ese conflicto interno y llegó a su decisión. Pero decir que llegó a una decisión no contradice el hecho de que todavía tenía dudas.

Tal vez porque notó los sentimientos de Vileena, Layla la invitó a su habitación esa noche y habló con ella durante mucho tiempo después de que se apagaran las luces, con las almohadas alineadas una al lado de la otra. Habló de algunos de los jóvenes de la aldea. Aunque ‘Lennus el vecino’ era más joven que Laila, el hecho de que el chico poco sofisticado la mirara con cariño la dejó no sólo medio avergonzada sino también medio orgullosa.

—Pero, ¿no parece que te lo vas a robar? En todo caso, desde que llegaste él te ha mirado constantemente.

—Algo como eso… —Vileena lo negó, sintiéndose incómoda. No estaba acostumbrada a este tipo de conversación entre chicas.

Layla se rió sin querer.

—No te preocupes por molestar a nadie. Busca a alguien bueno, Luna. Pero tienes que decirme si lo encuentras —Layla le dio a Vileena un ligero empujón en el costado con el codo—. Casarse con alguien, tener un hijo tuyo… Esa felicidad se puede encontrar definitivamente en cualquier lugar. Incluso si la cultura y los valores son diferentes, incluso en una tierra y un país diferentes, ese es el curso normal, sin duda —La voz de Layla era casi un susurro.

Ese tipo de vida… probablemente era posible, pensó Vileena. Si no hubiera crecido en el palacio real… si hubiera nacido como una chica corriente de pueblo, aunque su personalidad rebelde podría haber causado problemas a sus padres cuando fuera pequeña, pero a medida que creciera se habría hecho adulta y también habría tomado conciencia del sexo opuesto, pasando noches enteras chismorreando sobre ello con otras chicas de su edad. Y entonces, en poco tiempo, se habría casado con alguien, convirtiéndose en madre con un hijo propio en sus brazos…

Las palabras de Layla, que decían -puedes quedarte aquí para siempre si quieres-, resonaban en su corazón.

Vileena tenía miedo de la chica que casi quería ese tipo de vida; y si su estancia aquí se prolongara más tiempo, ese deseo seguramente se haría más fuerte.

Yo nací en la familia real.

Eso era un hecho que no cambiaría, sin importar el tipo de vida que ella esperara.

Como nació en la familia real, tenía un deber. Incluso si apenas tenía poder.

El rostro de su abuelo, a quien había recordado antes, volvió a su mente. La de su padre también.

Había también otra más en el corazón de Vileena: el rostro de un joven que, a pesar de provenir de un linaje sublime, era despreciado por la gente de su país y descuidado incluso por su padre, pero que había superado todas las dificultades.

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Por eso decidió, al saludar la mañana del noveno día, que después de trabajar hasta el atardecer, abordaría el asunto con la familia Jayce durante la cena.

Mañana me iré.

Taúlia o Apta. Se acercaba el momento de tomar una decisión.

Vileena le dio la espalda a la bondad de Laila y, como si esa espalda fuera impulsada, tomó su decisión.

El final de ese día llegó en un abrir y cerrar de ojos y un cierto grupo se acercaba a la aldea.

Como si hubieran estado esperando la decisión de Vileena, esas figuras parecían la encarnación del futuro que ella había elegido. Con armadura ligera y armados con espadas ligeramente curvadas, así como con pistolas anticuadas, los que avanzaban a caballo eran el grupo de treinta que fueron despachados de Taúlia. Al poco tiempo, cerca de la mitad de ellos esperaban listos a las afueras de la aldea, mientras que la otra mitad conversaba con el jefe de la misma.

—Nos enteramos de que había una chica que parece ser de un país extranjero en esta aldea.

Cuando se enteró de sus asuntos, el jefe de la aldea pensó que, después de todo, la chica había resultado ser una causa de problemas; pero los soldados simplemente dijeron que habían “venido a buscarla” y el aire que los rodeaba no le hizo sentir que habría una pelea.

—Por favor, espere un poco —por el momento, el jefe de la aldea parecía estar a punto de salir de su casa.


Como no podía entender la situación, pensó que debía pedir la opinión de la chica, pero…

—¡Ah! —Escuchó a los soldados cerca de la casa levantando un estruendo.

En el momento en que él mismo salió de su casa, la causa de eso estaba ante sus ojos.

Vileena había dado personalmente un paso al frente. Ante la confusa familia Jayce que la acompañaba, llamó al líder del grupo de búsqueda.

—Te he causado problemas.

—Lo único que importa es que esté a salvo —dijo el capitán con gran alivio—. Nos salvamos gracias a usted, Princesa. Si hubiéramos perdido a nuestra benefactora, no habríamos podido enfrentarnos ni a nuestros antepasados ni a nuestros descendientes. Por suerte, recibimos el honor de poder venir a escoltarla, Princesa; usted que está a la altura del héroe que mató a Garda.

Los aldeanos se quedaron sin palabras.


Vileena expresó cortésmente su gratitud al jefe de la aldea y luego se acercó a la familia Jayce. Aunque ellos parecían a punto de hablar, ella no supo qué decir. Así que Vileena simplemente puso una mano sobre su pecho como un aristócrata de la corte Garberana y se inclinó profundamente.

Incluido en ello estaba el significado de abandonar a la chica que no era la princesa de Garbera.

Rone y su esposa intercambiaron miradas. Layla solo dejó su boca abierta con asombro.

—Ahora es un buen momento —dijo Kiril en ese mismo instante.

Estaban escondidos no muy lejos de la aldea. Había elegido a varios de sus hombres, así como a los soldados Mephianos, para que lo siguieran. Además, dio órdenes por separado a los demás zerdianos y les pidió que fueran a hacer otra cosa.

El lugar donde Kiril y los demás estaban escondidos parecía ser el cementerio público y, desde una colina de tierra densamente apilada, tenían una excelente vista del grupo de Taúlia y de la Princesa Vileena.

—¿Un buen momento?

—Para atacarlos.

Los Mephianos miraron a Kiril con horror.

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—No seas estúpido. Si salimos ahora, la princesa podría resultar herida. retroceder y colocar soldados adelante en una emboscada en el camino por el que van a ir. Una vez que estén lo suficientemente lejos de la aldea, podemos atacarlos por sorpresa y…

—En este momento sólo hay unos pocos soldados enemigos. Deberíamos ser capaces de capturar a la princesa con un rápido ataque sorpresa.

—Tienes que estar bromeando.

—Si no lo haces, te obligaré a hacerlo —Con los dos ojos brillando extrañamente, Kiril levantó la mano.

En el siguiente instante, resonaron los disparos. Los Mephianos no tuvieron tiempo de reaccionar ante su sorpresa.

Los hombres que Kiril dejó atrás se acercaron sigilosamente a los soldados taúlianos que esperaban cerca de la entrada de la aldea y, a su señal, comenzaron a disparar. Después de disparar primero, una y luego dos ráfagas, se retiraron inmediatamente. Varios soldados que escaparon de convertirse en víctimas se lanzaron apresuradamente a caballo y los persiguieron.

—E-Enemigos.

—¡Un ataque!

Era una trampa para dividir a los soldados en dos.

El ambiente en el pueblo dio un giro completo.

La gente, que se había reunido en la zona frente a la casa del jefe de la aldea, gritó y, mientras tiraba de las mujeres y los niños de la mano, empezó a huir hacia las casas.

Mientras los soldados Mephianos estaban en estado de shock, Kiril volvió a agitar su mano.


Más disparos. Esta vez, vinieron de cerca.

El humo se elevó de las paredes y el suelo circundante de las casas. Un hombre, que tardó en escapar, recibió un golpe en el estómago y se dobló sin hacer ruido. Los hombres de Kiril se dispersaron por toda la aldea.

Y no sólo estaban armados con pistolas, ya que el sonido de flechas también pasaba por encima de las cabezas de la gente.

Con el fuego en sus puntas, las flechas atravesaron los techos de las casas y las pilas de heno almacenadas. El humo y las llamas comenzaron a subir por toda la aldea. El caos se agravó todavía más.

En el instante en que esas llamas iluminaron brillantemente un lado de su cara, Kiril se levantó de repente y comenzó a correr colina abajo. Mientras lo hacía, gritó…

—¡Soldados Mephianos! Me persiguen los soldados Mephianos. ¡Por favor, ayúdenme!

Y sin duda había soldados armados de Mephius encubiertos donde señaló. ¡Esto es ridículo!

Más que estar sorprendidos o enfadados, los Mephianos estaban completamente aturdidos.

De entre las madres y los niños que intentaban escapar de los disparos y las llamas, varios de los soldados Taúlianos, así como varios jóvenes fervientes armados con hachas y azadas, se precipitaron uno tras otro hacia donde se escondían los soldados Mephianos.

Cerraron la distancia antes de que pudieran escapar.

—¡Ngh!

Incapaz de soportarlo, uno de ellos se levantó sacando su espada y cortó al aldeano que iba delante. Tenía la cara notablemente picada de viruela y estaba en una edad en la que aún se le podía llamar chico. El brazo en el que sostenía su azada fue cortado a la mitad y enviado volando al cielo.

—¡Lennus! —gritó Layla, pero por supuesto, el nombre no significaba nada para el soldado Mephiano.

Más gritos y rugidos explotaron con una fuerza que rompía los oídos.

Vileena instintivamente retuvo a Layla cuando estaba a punto de correr hacia el chico agazapado al que le habían cortado el brazo.

Desestabilizados y obligados a luchar, los Mephianos no pudieron comprender las intenciones de Kiril.

Tras haber utilizado a los soldados Mephianos como cebo, Kiril y sus hombres pudieron acercarse fácilmente a la princesa. Pero, por supuesto, sería difícil sacarla de la aldea. Por eso los Mephianos no podían entender lo que él estaba pensando. La respuesta, sin embargo, era simple.

Kiril no tenía la intención de sacarla. Se acercaría a ella en medio del caos y la mataría. Además, no era necesario que ellos mismos sobrevivieran. Debían cumplir con su deber como se les había ordenado y morir como se les había ordenado. Eso era todo para lo que existían.

Qué divertido.

Cada vez que pateaba el suelo, la distancia a Vileena se reducía. El rostro usualmente apático de Kiril estaba ahora radiante y animado.

Tal como había dicho ese Mephiano, por supuesto que habría sido más fácil derribar a los soldados Taúlianos si les hubieran disparado una vez que salieran de la aldea, y sin duda también habrían podido capturar a la princesa.

Pero eso no habría sido nada divertido.

Al sentir en su rostro el éter que se elevaba de los muchos arroyos muertos, anhelaba la muerte. Porque entonces sería convocado por los Dioses Dragón. Era un creyente piadoso que les había ofrecido muchas muertes y mucho éter.

Mientras prestaba cuidadosa atención a lo que ocurría detrás, y fingía que huía, Kiril medía con la vista la distancia que había entre él y Vileena. Se puso una mano en el pecho. Lo que retiró fue un pequeño bumerán de batalla en forma de V. Estaba compuesto principalmente por el metal ingrávido hecho de huesos de dragón refinados y era un arma para el asesinato.

Con él en la mano, hizo un gran balanceo con un movimiento hacia arriba y lo lanzó.

El aire se había vuelto tan brumoso que ya no se veía nada y el bumerán fue tragado por el cielo. Desde allí, dibujó un arco y volvió, atravesando el viento. Había calculado que golpearía perfectamente la cabeza de Vileena.

En ese momento, Layla empujó a Vileena a un lado para correr hacia adelante pero tropezó con el suelo. Sorprendida, Vileena extendió su mano y se inclinó hacia abajo. El bumerán rebanó por encima de su cabeza. Unos cuantos mechones de pelo esparcidos en el aire.

Kiril chasqueó la lengua, pero cuando la sorprendida Vileena se giró para mirar hacia atrás, ella era la imagen misma de la indefensión. Él borró toda expresión de su cara y empezó a correr directamente hacia ella.

—¡Princesa, por aquí!

El capitán del grupo de búsqueda se interpuso entre ellos. Naturalmente, él no conocía el plan de Kiril y planeaba llevar a la princesa a un lugar seguro debido al ataque de Mephius. Esto era para conseguir daños.

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Kiril pasó corriendo junto a él. La sangre brotó del cuello del capitán y se cayó de lado. Una daga fue clavada en la mano de Kiril. Su punta chorreaba sangre, como para dibujar una línea roja detrás de él, y se acercó a Vileena.

—¡Quién! —Vileena gritó.

Pero no tenía ningún arma a mano. Iba a esquivar la embestida de Kiril cuando, en ese momento, tropezó con Layla que estaba agazapada a sus pies.

Vileena cayó, su cuerpo cubriendo el de Layla. Instintivamente, trató de proteger al menos esa vida. El calor que Vileena sintió contra su cuerpo fue el mismo calor que la había estado protegiendo estos últimos días.

Viendo una oportunidad perfecta, Kiril levantó su espada.

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