Megami no Yuusha wo Taosu Gesu na Houhou (LN)

Volumen 3

Prologo: ¿Por qué Me Elegiste Para Ser Un Héroe?

 

 

Megami no Yuusha Volumen 3 Prologo Novela Ligera

 


Ciudad santa. La Archibasílica de la Diosa Elazonia.

Las paredes de mármol brillaban bajo la luz del sol, cegadoramente hermosas, como si las paredes fueran la forma transmutada de la Diosa misma. Todos se conmovieron para ofrecer su devoción ante esta vista divina.

Pero cuanto más brillante es la luz, más oscura es la sombra. Esa era la naturaleza de las cosas. La siniestra verdad de la iglesia fue enterrada profundamente debajo de la deslumbrante luminosidad de la Archibasílica.

“¡AAaaaaaaaaahhHHH!”

Aullidos bestiales rebotaron a través del húmedo espacio: los pozos de tierra, muy alejados de la faz del sol. De hecho, era casi lo suficientemente profundo como para llegar a las entrañas del infierno. Una prisión subterránea de diez pisos aislada del mundo por una puerta de hierro.

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El Pozo del Castigo Divino se usa para desechar a los héroes ilegales. Nadie podía saber de su existencia, especialmente los seguidores.

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“¡Gack! ¡Gragh! ¡Aaah!”

De él surgieron sollozos infantiles, risas estridentes, rugidos incomprensibles y los sordos golpes de cabezas golpeándose contra las paredes de piedra. Hacía difícil creer que cada grito fuera hecho por un héroe, alguien que una vez había recibido la bendición de la Diosa.

Y sin embargo, eso era exactamente lo que eran. Cada uno mostró el símbolo del sol de la Diosa estampado en alguna parte de su cuerpo, otorgándoles su estado eterno. Esa fue la razón del por qué estos presos son golpeados psicológicamente, ya que era imposible matarlos Bueno, para ser exactos, resucitarían en la iglesia más cercana después de su muerte.

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¿Cortarles las cabezas? ¿Evaporarlos hasta que no dejen ni cenizas? No es un problema pero sus cuerpos y recuerdos aún podrían resucitar, otorgándoles el milagro de la vida. Por eso los guerreros de élite de la iglesia los mantuvieron bajo control al sellarlos profundamente en este pozo secreto.

Si no podían ser asesinados o detenidos para siempre, eso solo dejaba una opción: tenían que perecer… psicológicamente con el tiempo.

“Hmm-hmm, la-la-la…”, cantó una anciana con una pequeña sonrisa. Sus zumbidos resonaron por la prisión.

En su pasado, había sido traicionada por su amante, lo que la llevó a odiar a todos los seres humanos e incinerar a más de cien personas, reduciéndolas a un montón de cenizas, destinadas a nunca ser resucitadas. Había habido un momento en su vida en el que había sido indiferente a echar hechizos diabólicos. Pero ahora, ella no era más que una anciana débil, senil en el mejor de los casos. Había perdido su capacidad de conjurar imágenes claras en su mente, que eran necesarias para lanzar cualquier forma de magia.

Este sentimiento de impotencia no se limitaba a los usuarios de magia: los guerreros sufrían en circunstancias similares. Su fuerza hercúlea nació del uso subconsciente de hechizos de encantamiento físico incluso antes de convertirse en héroes, lo que significaba su masa muscular.

No todo era corpóreo. Al perder el control de su mente, no podrían lanzar este hechizo, y eso los hizo impotentes.

En muchos sentidos, los héroes caídos quedaron atrapados en el infierno, hasta el día en que murieron de vejez, cuando finalmente fueron liberados de su eterna maldición.

Oh, Diosa Elazonia. ¿Por qué me elegiste para ser un héroe?, era lo que la mayoría de los presos preguntaban.

Pero había un puñado de prisioneros en el Pozo del Castigo Divino que se aferraban a su cordura, los que no habían cometido actos lo suficientemente atroces como para justificar la aniquilación psicológica completa. Estaban detenidos porque la iglesia no quería que sus crímenes salieran a la luz.

Uno de esos prisioneros era el ex-obispo Hube, el cual fue expulsado de su cargo cuando la catedral fue destruida.

“¡Bastardo, bastardo…!”, murmuró y maldijo mientras golpeaba su cabeza contra las paredes de piedra gris de su celda. No había nada más que una cama, un inodoro y el libro sagrado de la Diosa sobre una pequeña mesa en la habitación.

Cualquier persona normal no podría todavía seguir cuerdo después de la tortura que él había pasado durante estos tres días, pero todo lo que él tenía en su mente era la voz de cierta chica, su amada.

“Adiós, obispo.”

Parecía triste cuando se separaron por última vez, y luego le dio la espalda y se alejó definitivamente. Ella no tenía el corazón para culparlo, incluso después de todo el dolor que él le había hecho pasar. Su cabello rojo se volvió distante mientras él la miraba desde atrás. Y luego su esbelta figura se envolvió en una niebla negra que se torció en la forma de un chico, las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa espeluznante mientras se burlaba de Hube.

“Perdiste tu amor, tu título, tu honor. Ahora dime, ¿cómo se siente eso?”

Hube no pudo moverse, se vio obligado a mirar cómo el chico lo separaba de su amada y la contaminaba frente a sus propios ojos.

“¡Bastardo hereje…!”

Se arrancó las uñas y la sangre goteó por sus manos. El dolor era insoportable. Culpó todo al chico de cabello negro, despreciándolo aún más. Ni siquiera se dio cuenta de la ironía detrás del hecho de que este odio que todo lo consumía era su gracia salvadora, tirando de él al borde de la locura.

“No te saldrás con la tuya… ¡Te avergonzaré, te arruinaré, cien veces más!”

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Él los destruiría a todos: los demonios que habían defendido al chico, ese país que lo acuso falsamente, e incluso a la chica pelirroja que alguna vez fue su amada. Haría sufrir al chico hasta que suplicara por la muerte. Solo entonces descansaría.

“¡No importa cuánto tiempo tome! ¡No importa lo que tenga que hacer!”

Las escenas de venganza circulaban en su mente, imaginando nuevas iteraciones de sus acciones y grabando su odio por el chico en lo profundo de su alma. Atrapado por estas dulces fantasías, Hube no se dio cuenta de su entorno. Dentro de su celda, cerrada por una pesada puerta de hierro por la que nadie podía entrar, detrás de él, donde miraba la pared y soltaba maldiciones… estaba alguien, mirándolo en silencio…

 

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