86 [Eighty Six]

Volumen 10: Neotenia Fragmentaria

Capítulo 10: Un Mundo Amable

 

 

86 Volumen 10 Capítulo 10 Novela Ligera

 

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“Y ahora, una actualización con respecto a la guerra.

“Un grupo de armas imperiales no tripuladas conocido como la Legión ha invadido hoy el Sector Diecisiete. La fuerza fue interceptada y eliminada por los propios drones no tripulados del ejército de la República, los Caninos. El cincuenta por ciento de los Caninos se perdieron en los combates, lo que obligó a la unidad a retroceder y ser reemplazada por la unidad de reserva. Como tal, hoy tampoco hubo pérdida de vidas humanas.”

La calle principal de la capital de la República de San Magnolia, Liberté et Égalité, era tan tranquila y hermosa que a uno le costaría creer que el país había estado en guerra durante los últimos nueve años.

De hecho, la comida sintética era un poco más sosa que la natural. Y los apagones programados, necesarios por la escasez crónica de energía, hacían que las farolas situadas en la acera nunca cumplieran su función. Y sí, las siluetas de los antiestéticos rascacielos construidos a toda prisa para acoger a los refugiados de otros países tapaban el cielo.

Pero los ciudadanos de los alrededores cooperaban para mantener verdes y regados los parterres y los árboles de los bordes de la carretera, y siempre había risas procedentes de alguna parte. Las esquinas de las calles estaban llenas de vida, con ciudadanos de todos los colores y tonalidades paseando.


Una niña, con los ojos brillantes como el alma del mar, caminaba de la mano de sus padres, con su risa llenando la calle. Iban muy bien vestidos. ¿Quizás iban a alguna celebración? ¿O tal vez sólo estaban recorriendo el Sector Administrativo?

Al ver a esta entrañable familia, Lena sonrió y dio un sorbo al café con leche en su vaso de papel. Se había detenido en una de las plazas de la capital cuando volvía de la escuela. Suspendida encima de una fuente, una holopantalla estaba activa y mostraba continuamente las noticias, donde una joven locutora Topaz seguía comentando la guerra en curso con una voz agradable.

“El sistema de combate de la República, que deja los combates en manos de los drones con sólo un pequeño número de personal para comandarlos desde el frente, sigue defendiendo nuestro país. Además, se mantienen contactos con el Reino Unido de Roa Gracia, la Alianza Wald, el Gran Ducado de Qitira, la Sagrada Teocracia de Noiryanaruse, así como la Federación de Comercio de Rin-Liu, los Países de la Flota Regicida y la República Federal de Giad. Todos ellos han mantenido sus líneas defensivas o han ganado terreno. La inteligencia de la Federación informa que los países al este del desierto también han mantenido sus líneas.”

Apenas dos meses después del comienzo de la guerra, la República perdió la mayor parte de su territorio, y la Legión había estado rodeando a la República en los nueve años transcurridos desde entonces. Pero recientemente, su número total había disminuido. Tal vez la ineludible duración de la vida incorporada a ellos como medida de seguridad estaba empezando a afectarles. La intensa interferencia electrónica de la Legión también estaba disminuyendo, permitiendo que los sistemas de radar detectaran al enemigo hasta las profundidades de sus territorios.

La República apenas había podido mantener las líneas de comunicación con los demás países más allá de la línea de asedio. Esto confirmaba que todos habían sobrevivido, aunque aislados, y mantenían sus frentes defensivos. Poco a poco, fueron recuperando el terreno perdido.

Al igual que la patria de Lena, la República de San Magnolia.

La presentadora puntuó sus palabras con una justa sonrisa y continuó hablando con una pizca de orgullo.

“La posibilidad de que acabemos con la Legión antes de que deje de funcionar dentro de dos años parece factible. Todo esto es gracias a nuestros Caninos, que han creado un verdadero campo de batalla de cero bajas. A pesar de que estamos en una guerra para defender nuestra patria, ninguno de nuestros ciudadanos tiene que llorar la pérdida de un ser querido. Lo que hace que las cosas sean alegres.”

“… Sin embargo.” Dijo un hombre Alabaster, sentado frente a ella con una placa de comentarista delante. “Creo que no debemos olvidar que los Caninos fueron originalmente una inteligencia artificial hecha no para el combate, sino para hacerse amiga de nosotros los humanos. Nacieron para amarnos, y tienen un corazón, aunque sea diferente al nuestro. Estamos dejando que estos seres luchen nuestras guerras por nosotros.”

La presentadora ladeó la cabeza. No por duda o disgusto, sino para incitarle a continuar.

“Los Caninos se basan en una versión degradada de un prototipo de IA, F008. A diferencia del prototipo, no están programados para tener nada que se corresponda con la sensibilidad o la emoción…”

“Correcto, pero ¿significa eso que debemos decir que no nos importa? ¿Sólo porque son máquinas? ¿Sólo porque no son sensibles? ¿Sólo porque no son humanos? Si seguimos pensando que esas son razones para dejarles luchar por nosotros, podría ser el comienzo de una pendiente resbaladiza. Un día, podríamos decidir que se nos permite dejar que los que hablan otra lengua o los de otra cultura luchen también en nuestras guerras por nosotros. Podríamos hacer que otro derramara sangre y lágrimas en nuestro lugar… Sí, Sra. Soma, usted dijo antes que nadie tenía que llorar, pero al menos un niño lloró por los Caninos.”

La Presentadora asintió profundamente.

“El hijo del promotor de F008. El que pidió que no llevaran a su amigo al campo de batalla.”

“Así es. Precisamente porque ahora estamos en guerra, no debemos olvidar el corazón y la bondad de ese niño. Ese es el espíritu mismo de la bandera de cinco colores que los ciudadanos de la República debemos defender—”

“¡Oh, lo siento, lo siento! Te hice esperar, Lena.”

Una voz interrumpió de repente la conversación del programa y su dueña se apresuró a acercarse a Lena.

“Cielos, Rita. ¿Cómo digo esto…? Siempre llegas un poco tarde, ¿no?”

Lena dirigió una mirada enfurruñada a Rita —su compañera de clase, Henrietta Penrose—que no dejaba de mover la cabeza en señal de disculpa. Llevaba la misma americana azul prusiano que Lena, ya que estaban en el mismo colegio, y tenía un extraño peluche colgando del bolso. En la otra mano llevaba una bolsa de papel con el logotipo de una papelería de unos grandes almacenes cercanos.

Lena se dio cuenta de que la bolsa era un regalo. Y dado el envoltorio marrón oscuro, más relajante y maduro que llamativo, estaba claro que no era un regalo destinado a una mujer joven como Lena o Rita.

“Oh, ¿esto? Es un regalo de cumpleaños para alguien que no conoces, así que pensé que no estaría bien arrastrarte para eso. Y cuando llegué, tardé más de lo que pensaba en decidirme.”

“¿Ese amigo tuyo de la infancia? ¿De otra escuela?”

“El mismo… No puedo creer a Shin. Dice que quiere ir a esa escuela lejana porque ofrece materias que la nuestra no, pero eso es una gran mentira. Sé que no eligió esa escuela sólo porque su hermano esta allí. A veces puede ser tan infantil.”

“Sí, sí.”

Lena asintió con indiferencia —después de todo, nunca había conocido a ese amigo de la infancia— y dio otro sorbo a su café antes de inclinarse hacia delante.

“¿Qué tal si dejas de presumir de él todo el tiempo y me lo presentas de una vez?”

“Nunca.” Dijo Rita, volviendo la cara en una broma exagerada. “Eres demasiado guapa, Lena. Lo terminarías cautivando.”

“No pienso ni voy a coquetear con el novio de mi mejor amiga.”

“¡¿Q-Qué?! ¡É-Él… él no es mi novio!”

Gritó Rita sin querer, su cara se puso roja como una manzana. Se sonrojó hasta las orejas, detrás de las cuales se encontraba su hermosa y natural cabellera plateada, igual que la de Lena. Mientras Lena le sonreía, Rita apartó sus ojos argentinos de los de ella y, con una voz muy fina, añadió

“… Aun.”

“¿Ves?”

Mientras se preparaba para salir, Shin escuchó un fragmento del programa de noticias que se emitía en el salón de abajo e hizo una mueca.

“… pero al menos un niño lloró por los Caninos.”

“El hijo del promotor de F008. El que pidió que no llevaran a su amigo al campo de batalla.”

“Así es. Precisamente porque ahora estamos en guerra, no debemos olvidar el corazón y la bondad de ese niño.”

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“… ¿Por qué no se olvidan de eso de una vez?” Refunfuñó, aunque esas palabras no llegarían ni a la presentadora y al comentarista al otro lado de la holopantalla ni a sus padres en el salón.

Dejando a un lado las complejidades de discriminar a las máquinas sólo porque no son humanos, ésta era una historia de su infancia. Y se convirtió en una anécdota mencionada a menudo en el debate sobre los pros y los contras del uso de las IA para la guerra. Y como actualmente estaban en guerra contra los drones autónomos llamados la Legión, este tema era discutido con bastante frecuencia por la gente de la República.

Gracias a ello, Shin tenía que escuchar constantemente a otras personas, algunas de ellas completos desconocidos, citar las palabras que había dicho años atrás cuando era pequeño en el contexto de una fanfarria inspiradora y elogiosa. Estaba bastante harto de ello, hasta el punto de que casi llegó a odiar los telediarios y los programas de debate.

Incluso ahora, Shin no creía que estuviera bien dejar que los Caninos libraran sus batallas sólo porque eran máquinas, o que la República tuviera que hacerlo sólo porque estaban en medio de una guerra. Pero ya había dejado de hacer berrinches y de llorarle a su padre por eso, y deseaba que el mundo dejara de lado ese episodio de su pasado.

Y al recordarlo ahora, se dio cuenta de que su padre normalmente no estaría de acuerdo con el desarrollo de los Caninos. Y si Shin hubiera estado en su lugar, tampoco creía que estuviera de acuerdo en dejar morir a millones de personas en favor de los Caninos.

“…”

Estuvo a punto de suspirar, cuando oyó la voz risueña de su hermano desde la habitación contigua.

“¿Por qué suspiras, Shin?”

“Cállate.”

“Es de mala educación ir a una cita con esa mirada agria. Y déjame decirte que si haces llorar a la pequeña Rita, me enfadaré contigo antes de que Josef llegue a ti.”

“Te dije que no es una cita. Además, ¿por qué ibas a enfadarte por eso?”

El padre de Rita, Josef, era una cosa, pero ¿por qué creía Rei que tenía derecho a enfadarse con Shin por la vecina de al lado? Eso era una desvergüenza.

“Bueno, Rita es la amiga de la infancia de mi hermano pequeño, lo que la convierte en una especie de hermana pequeña para mí…” Su hermano pareció sonreír. “Y quién sabe, tal vez se convierta realmente en una hermana para mí. ¿Verdad, Shin?”

Shin chasqueó la lengua audiblemente. No era consciente de ello, pero era un gesto que sólo hacía delante de su hermano.





“Ugh, sólo cállate. Eres molesto. No Resuenes conmigo hoy.”

¿Qué? Shin, estas siendo malo—” Pareció decir antes de que Shin le cortara.

De nuevo, su hermano estaba en la habitación contigua, lo que significa que no estaba en la misma habitación que Shin. La puerta de la habitación de Shin estaba abierta, pero la de su hermano no, y no había ninguna ventana en la pared entre sus habitaciones. Conversaron utilizando la habilidad que corría por la línea de sangre de su madre durante generaciones: el poder de compartir y transmitir pensamientos y sentidos entre sus parientes de sangre.

Josef von Penrose, que era su vecino y colega de su padre en la universidad, había dedicado una década de investigación a recrear mecánicamente esta capacidad. Pero sus experimentos eran sobre todo una excusa para que Shin, Rei y otros estudiantes de la universidad ganaran algo de dinero, y sus investigaciones no dieron ningún fruto.

Su padre era el único miembro de la casa que carecía de esta habilidad y se sentía bastante excluido por ello, por lo que parecía respaldar las aspiraciones de Josef de reproducir su habilidad.

Al oír a su hermano romper en llamativas lágrimas de cocodrilo por haber sido cortado fríamente (en sonido físico, a través de las paredes. Las paredes de la finca Nouzen eran bastante gruesas, por lo que, a menos que uno gritara, no se oiría en la habitación contigua), Shin se puso en pie, molesto. Cuanto más hablaba con él, más se burlaba su hermano. Y últimamente, la forma que tenía Shin de tratar a su hermano, que era un preocupón, era simplemente dejarlo en paz.

Oh, pero…

“—Fido, vigila el fuerte. Y cuida de Rei, ¿quieres? Ya que no puede aprender a actuar con madurez incluso a su edad.”

El perro mecánico que se sentaba en la esquina de su habitación como un sabueso bien disciplinado respondió con un vigoroso movimiento de la cola.

Shin salió de la casa, con sus padres y su hermano —que habían abandonado su habitación con bastante despreocupación— despidiéndolo desde el salón. Al acercarse a la casa de al lado, una moto con el logotipo de un servicio de entrega a domicilio se detuvo frente a su puerta. Un chico se bajó de ella.

Probablemente era el repartidor encargado de esta zona, porque Shin lo veía a menudo por estos lares. Era alto y tenía el cabello corto de color acero, y los ojos del mismo color. Parecía tener la edad de Shin, y éste lo había visto una vez con el uniforme del instituto, así que probablemente éste era su trabajo a tiempo parcial.

“Ey. Tengo una entrega para ti. ¿Podrías aceptarla?”

“Sí…”

Ya se iba, pero no tenía prisa. Aceptó el sobre y se lo dejó a Fido, que había acudido a acompañarle a la salida (que luego se lo llevó en la boca y volvió tambaleándose a la casa, usando sus patas delanteras para presionar el timbre de la puerta para que le dejaran entrar de nuevo), y luego firmó en el recibo.

“Gracias por la entrega.”

“A su servicio y de nada.”

Fido se acercó de nuevo y se sentó junto a la verja mientras el repartidor volvía a su moto y levantaba la mano para despedirse antes de marcharse. Al verle marchar, Shin abrió la verja y se marchó.

Hace una década, Liberté et Égalité estaba ocupada principalmente por ciudadanos Celena. Pero hace nueve años, comenzó a aceptar asertivamente a los refugiados, como era su deber como capital. Gracias a ello, está tan repleta de ciudadanos de todas las tonalidades como su lejana vecina, la Federación Giadian, que ha sido un país multiétnico durante muchas generaciones.

Frente a una estatua de San Magnolia había un niño Jade con rasgos de muñeca, tocando el violonchelo. Una chica de cabello largo y plateado pasaba por allí, compartiendo un helado con alguien que parecía ser su novio. A juzgar por sus ojos cerúleos, tenía una herencia mixta de Alba y Celesta.

Un grupo de colegialas pasó junto a Shin, parloteando estridentemente como una bandada de pájaros. Una chica, con el cabello castaño de una Agate y los ojos dorados de un Topaz, reía con una voz más alta y clara que el resto. Junto a ellas había otro grupo, esta vez de bulliciosos chicos de instituto, con un chico Sapphira en el centro.

Las naranjas crecían en los árboles del borde de la carretera, lo que las convertía en un producto natural barato. Un chico Rubis pasó cargando una bolsa de naranjas y se dio la vuelta asustado porque se le cayeron algunas. Un chico Alba con gafas y una chica con los ojos de distinto color —uno añil y otro blanco como la nieve— le observaron al pasar. Cerca una chica iba a mirar escaparates con su hermana pequeña.

Un hombre de mediana edad Alabaster y una mujer Heliodor estaban sentados en la terraza de un restaurante con una joven de cabello rubio que parecía ser su hija. Una chica con el cabello de color tinta recogido en una coleta —probablemente una Orienta, algo raro de ver en la República— atraía a unos gatitos con trozos de salchicha para poder acurrucarlos.

Una joven Jet pasaba, aparentemente varios años mayor que él, con sus zapatos chocando contra el pavimento cuando, de repente, uno de sus tacones altos se enganchó en algo. Estuvo a punto de tropezar, pero Shin, por reflejo, alargó la mano para atraparla. Ella sonrió y le dio un rápido “gracias”. Eso hizo que su corazón diera un vuelco. Al notar su incomodidad, la mujer esbozó otra sonrisa, esta vez más pícara.

“Mírate todo arreglado, hombrecito. ¿Saliendo en una cita?”

“No, no es el caso.”

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Pero la mujer no pareció escuchar. Sacando una sola flor del ramo que llevaba, se la ofreció con un gesto exagerado. Era el producto de años de cría selectiva, a pesar de las muchas dudas sobre si era posible: una rosa moderna con pétalos de color azul pálido.

“Toma esto como agradecimiento. Buena suerte con tu cita.”

“Le digo que no es una cita.”

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Pero la mujer no escuchaba. Le puso la rosa en la mano y se alejó como una brisa primaveral, dejando a un perplejo Shin a su paso.

Como esperaba Shin, cuando se presentó en su lugar de encuentro, Rita le saludó con una expresión extraña.

“¿Qué es eso? ¿Cómo siquiera conseguiste esa flor?” Ella miró la rosa azul en la mano de Shin, que se aferró a ella por falta de algo mejor que hacer con ella.

“Es que… me la regalaron… ¿La quieres?” Dijo Shin, ofreciéndosela.

Rita le miró con una expresión ligeramente harta.

“Sabes, Shin… Se supone que no debes darle a una chica algo que obtuviste de otra mujer.”

“…”

Shin se preguntó cómo sabía ese detalle. Pero Rita pensó que podía oler el aroma de un perfume de mujer en él, y no era el tipo de perfume que usaba su madre. Y claramente no era el olor de la rosa azul, que era una variedad que desprendía un aroma muy tenue. No, era el claro aroma de los narcisos.

Bueno…

Conocía a Shin lo suficientemente bien como para saber que, a pesar de su fachada brusca, tenía un corazón bastante blando. Probablemente había recogido algo que se le había caído a una mujer, y esta le había dado esa flor como recompensa. Así que finalmente aceptó la rosa que él sostenía con cierta impotencia frente a ella.

“Aun así, la tomaré… Después de todo, es bonita.”

Al propio Shin probablemente le importaban poco las flores, pero si se imaginaba que Rita podría quererlas y las traía hasta aquí para ella, eso la hacía un poco feliz.

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Entregarle un regalo de cumpleaños era sólo la mitad de la razón por la que Shin salía con ella ese día. La otra mitad era porque había una cafetería muy cara que quería visitar, demasiado para ir solo. Sin embargo, tenía un descuento para parejas.


Y además, Shin no se sentía cómodo entregándole el regalo de cumpleaños en casa. Al fin y al cabo, su padre se estaba volviendo quisquilloso con su hija adolescente, y Rei, a pesar de ser su hermano mayor, disfrutaba demasiado de las bromas.

“Mm, está bien.”

“La crema y la fruta de su interior tienen un sabor natural… Pero, al parecer, los alimentos sintetizados que elaboran en las fábricas se están volviendo lo suficientemente buenos como para que casi sepan como verdaderos artículos de lujo.”

Rita estaba comiendo felizmente un pastel con salsa de mango (sintetizada) —los mangos sólo crecían en el sur del continente, por lo que eran inalcanzables debido a la guerra— y crema sintetizada. Shin estaba comiendo lo mismo frente a ella cuando le dio esa impresión cortante, que la hizo bajar los hombros.

“Shin, no digas esas cosas cuando estoy comiendo algo sabroso.”

“¿Por qué no? Les estoy felicitando.” Dijo Shin con duda.

Rita apartó la mirada de él, exasperada, y sus ojos se encontraron con los del hombre de mediana edad de la mesa contigua. Sorbía con elegancia una taza de café. Tenía una cicatriz en la cara y parecía ser una especie de militar de alto rango en su descanso. Le sonrió suavemente.

Sobre las losas de la terraza del café había mesas plegables. Salpicando las calles de marfil había sombrillas plegadas, que parecían capullos de flores creciendo contra el cielo azul. Los ciudadanos se movían como mariposas descansando a la sombra de estas flores.

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El soldado de mediana edad Celena tomaba su café a solas. Un chico Celena y otro Heliodor y una chica Alabaster estaban sentados en una mesa, con sus cuadernos abiertos. Una pareja de Aventura y Sapphira se sentaba en otra. Un grupo de chicos y chicas Meridiana, aparentemente hermanos, reunidos en un mismo lugar. Una camarera Adularia y un camarero Pyrope caminaban entre las mesas.

“… Dime, Shin.”

Volviendo su mirada hacia él, Annette preguntó:

“Dime… ¿habría sido mejor este tipo de mundo?”

De repente, todo el mundo a su alrededor había desaparecido. Las innumerables mesas desocupadas arrojaban pálidas sombras sobre lo que no era adoquín, sino un avión, asentado bajo un cielo cubierto de niebla color leche. Las sombras eran casi antinaturalmente distintas, cada una de ellas se proyectaba en diferentes direcciones según la luz.

Antes de darse cuenta, Annette se encontró vestida con una bata blanca y un uniforme azul prusiano. El contraste entre ambos la hizo sentir nostálgica por alguna razón.

“Bueno… este mundo habría estado bien, creo.”

Respondió Shin, vestido con un uniforme de campaña de camuflaje desértico, que parecía alternar como la luz que brilla en el agua, parpadeando al azar entre ese uniforme, un uniforme de la Federación de color acero y un traje de vuelo. Pudo ver algunas cicatrices débiles y una gran marca en el cuello que parecía una cicatriz de decapitación. No sabía dónde se la había hecho.

“Habría sido bueno que nadie nos quitara nada. Si no hubiéramos perdido nada. Si nunca hubiéramos tenido que salir heridos. Si este fuera un mundo en el que todos fueran un poco más amables con los demás, no habría tenido que convertirme en un Reaper.”

Nunca habría tenido que aprender a pilotar un Feldreß. O aprender a disparar una pistola o un rifle de asalto. No habría necesitado enseñarse a sí mismo a cortar sus emociones o a silenciar su corazón. Podría haber mantenido dormido su talento para el combate, que nunca había deseado, durante el resto de su vida.

Y lo que es más importante, ninguno de los compañeros que habían luchado con él habrían tenido que morir en el Sector Ochenta y Seis sin un futuro por el que vivir ni una tumba en la que descansar. Sus únicos recuerdos no habrían sido esas lápidas de aluminio y la modesta promesa de Shin de llevar sus recuerdos con él hasta que encontrara su fin.

Sin embargo… Aun así…

“Habría habido gente que nunca habría llegado a conocer en este mundo. Vistas y palabras que nunca habría experimentado. Así que no puedo decir que este mundo sea mejor…”

Sonriendo, como si llegara a la conclusión de que eso era lo que diría Shin, Annette sintió que un tinte de soledad le llenaba el corazón. No había figuras ni voces a su alrededor. Incluso las sombras de las mesas empezaban a desvanecerse, y no pudo ver la expresión del chico sentado frente a ella.

Pero ella pudo notar, de alguna manera, que llevaba una débil sonrisa. La débil sonrisa de alguien que reprime el dolor y reprime las lágrimas.

“No puedo decir que no haber estado en ese mundo hubiera sido mejor.”

Annette sonrió suavemente.

“… Bien.”

“Tienes razón.”

Ese susurro se respiró en una habitación del primer cuartel de la base Rüstkammer. Parpadeando un par de veces, Annette se sentó en su cama. Su cama era un poco más lujosa que la asignada a los Procesadores en los pisos inferiores. Parecía espaciosa incluso para Annette, que había crecido como hija de un noble. Esa cama ocupaba la gran habitación de un oficial de campo.

Ni que decir tiene que Shin no estaba allí. Aprovechando que estaba sola, Annette sonrió, aun con el cabello despeinado.

¿Habría sido mejor ese tipo de mundo? No podía creerse a sí misma.

“¿Cuándo aprenderé a rendirme?”

Fue un sueño extraño, reflexionó Shin mientras miraba el techo ya familiar de su habitación en la base de Rüstkammer. Las habitaciones destinadas a los oficiales de compañía —es decir, a personas como Shin— en esta base eran sencillas y con un mobiliario mínimo. Pero se trataba de una base nueva, por lo que todo estaba construido con firmeza, la imagen misma de la calidad robusta.

En comparación con los barracones del Sector Ochenta y Seis —que estaban lo suficientemente curtidos y desvencijados como para que les importaran poco las corrientes de aire y las goteras del techo y apenas les protegieran de los elementos—, este lugar parecía casi lujoso.

Tan lujoso, de hecho, que cuando recién fue destinado aquí, Shin no pudo acostumbrarse al lugar y se sintió incómodo. Al recordarlo ahora, su corazón aún no podía abandonar el campo de batalla.

Todavía no podía salir del Sector Ochenta y Seis.

Y sin embargo, se estaba acostumbrando a mirar este techo. Acostumbrándose a esta habitación. A estas alturas, ya no se sentía reacio a desear la felicidad, el futuro que solía temer.

Sí, en algún momento, el campo de batalla del Sector Ochenta y Seis había empezado a parecerle terriblemente lejano. Así que soñar con una ilusión de días pacíficos en la República, de recuerdos que hacía tiempo que se habían desvanecido…

En ese mundo, ninguno de sus compañeros habría tenido que morir. Tampoco sus padres y su hermano. Y sólo ese pensamiento hizo que su corazón palpitara de dolor.

“No quiero decir eso de este mundo… No ahora.”


Ya no podía decir que la gente de este mundo, y todos sus innumerables encuentros, habrían estado mejor relegados al olvido. Ahora era capaz de creer que no podía dar la espalda al mundo por descuido… por muy cruel e implacable que fuera.

 

-FIN DEL VOLUMEN 10-

86 Volumen 10 Capítulo 10 Novela Ligera

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