Rakuin no Monshou (NL)

Volumen 6

Capitulo 7: El Campeón De Occidente

Parte 2

 

 

Pero sin que él se diera cuenta, la figura de Roán ya no estaba delante de él, sino junto a su brazo derecho y había agarrado la mano que empuñaba la espada.

—Así es, ¿no te dije que ya has jugado suficiente? —Alice estaba a su izquierda. Sostuvo su brazo inmóvil con una fuerza sorprendente y se rió suavemente en su oreja—. O quizás…

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—¿Quieres matarnos?

Su madre se acercó desde el frente. Sus labios se curvaron lentamente hacia arriba, formando una espantosa sonrisa, que se eleva cada vez más. Y de esa boca surgió un rostro diferente, lleno de sangre.

—Sí, ¿vas a matar? ¿Como lo hiciste con nosotros?

En algún momento, el número de personas alrededor de Orba aumentó. Los rostros llenos de sangre eran los de todos los gladiadores que mató y de todos aquellos contra los que luchó en el campo de batalla.

Las llamas crepitaban detrás de él. Siempre parecían decorar sus peleas.

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Y había uno más.

Esta vez, Orba casi gritó. Saliendo de entre los fantasmas, caminando inestablemente hacia él, estaba Oubary Bilan.

***

 

 

—Tú.

Una voz rota escapó de la boca de Orba.

Oubary Bilan.

Cuando su hermano Roan se fue como soldado para Apta, era el hombre que lo dejó morir. Era el hombre que incendió la aldea en la que Orba y los demás se habían refugiado.

Ya debería estar muerto. Orba no había dado el golpe mortal cuando atrapó a ese odiado enemigo en una trampa, pero había logrado culparlo por el asesinato del Príncipe Heredero. Creyó que ya deberían haberlo ejecutarlo.

Pero ese hombre se le acercaba ahora, con toda la cara cubierta de hollín.

—Impostor —Oubary abrió sus labios quemados y putrefactos y habló—. Un fraude que se hace pasar por el príncipe heredero. ¿Por qué tuve que ser asesinado por alguien como tú?

—¿¡Por qué, por qué!? —Gritó Orba. Su cuerpo aún estaba restringido por Roan y Alice. Al acercarse Oubary, los ojos de Orba se llenaron con la muerte—. Deberías saber por qué. Tú te lo buscaste todo. ¿¡No es cierto!?

—No —Oubary señaló directamente a Orba. Como el dedo estaba completamente aplastado, más de la mitad de él estaba colgando libremente—. No eres un señor noble. Y aún así manipulaste a mucha gente y mataste a mucha gente. Es un privilegio que sólo se permite a los que tienen un deber. A pesar de que tu existencia no es reconocida por la población, exhibiste tu falsa autoridad simplemente por el bien de tus propias metas y de tus propios deseos. Y luego mataste. Y asesinaste. Y asesinaste. Y asesinaste.

Asesinaste, y asesinaste, y asesinaste….

Los gladiadores hicieron eco a la voz de Oubary como un coro. El espantoso sonido rodeó a Orba y abrumó sus oídos como las reverberaciones de una campana que tañía dentro de un estrecho cuenco.

Para no desfallecer, gritó:

—Es porque tú mataste. Si no lo hubieras hecho, no habría tenido que matar a nadie.

—No, no, no, no, no —los pálidos fantasmas sacudieron sus cabezas al mismo tiempo—. El que mató a Oubary fuiste tú. El que mató a Roan también fuiste tú. Tú fuiste el que mató a Alice y a tu madre y las arrojó a las llamas. Tú que dejaste de lado el deber desde el principio y no quisiste nada más que los privilegios, tú que asesinaste al pueblo inocente, tú que pusiste a los esclavos marcados bajo una espada, tú que construiste una montaña de cadáveres en tu vida.

La mano de Oubary se extendió en el aire. Las manos de los gladiadores lo seguían. Y las manos de los soldados.

Sintiendo como si su corazón se detuviera, su campo de visión se llenó completamente con esas manos, Orba miró como se acercaban a él.

Ya no podía decir si eran ilusiones o no. Las voces de los muertos habían despertado el dolor escondido en lo más profundo de su corazón, lo habían expuesto y retorcido.

Un grito como el de un niño salió de su boca.

Las manos se acercaban. Las manos, las manos, las manos…

—¡Basta!

Giró salvajemente su espada. Debido a sus golpes al azar, no se hubiera pensado que era un maestro espadachín, pero, por casualidad, una de las manos que se acercaba salió volando.

Y en eso,

—¿Matarás? —La voz de Roan le susurró al oído—. Matarás, ¿verdad, Orba? A los que se interponen en tu camino, a los que son un inconveniente, a todos ellos.

—Estás equivocado. Te equivocas, hermano. Estás equivocado.

—Entonces retira tu espada —Esta vez, la voz de Alice parecía suplicarle—. No mates. Siempre te hemos estado esperando.

Cierto. Detrás de la máscara, lágrimas derramadas por los ojos de Orba. No quería oír la voz de nadie. No quería que Roan o Alice o su madre lo condenaran. Sólo se había centrado en la venganza. Aun sabiendo que lo que se perdió nunca podrá ser recuperado. Aún así, no tenía otro propósito.

—Ven, Orba.

—Sería bueno que estuvieras aquí.

—Ya no tienes que tener miedo ni vacilar. Con mucho gusto tomaremos tu corazón. Y entonces, podremos estar todos juntos para siempre.

—Vamos, Orba.

—Vamos.

Mitad aturdido, mitad en una especie de éxtasis, Orba miró a la multitud de manos que descendían sobre él. La fuerza se había ido de su cuerpo y la punta de su espada también caía.

Y luego, lo envolvieron.

Innumerables dedos acariciaron su piel. Esos dedos que sentía lentamente se arrastraban sobre sus brazos, piernas, torso, espalda, ingle, le daban la misma sensación de alivio que cuando era un bebé, durmiendo acunado en los brazos de su madre.

Cierto.

Toda su tensión se fundió en la oscuridad, su ferviente corazón se sumergió bajo esos dedos y parecía desaparecer. El enjambre de dedos llegó hasta la nuca y luego se arrastró hacia los labios.

Orba estaba a punto de abandonarse a esa suave sensación. En un rincón de su mente, una voz resonaba incesantemente, advirtiéndole que si se rendía ahora nunca podría volver al mundo real, pero ahora esa voz, la voz del instinto, era solo una molestia.

Detrás de la máscara, sus párpados comenzaron a caer lentamente. Las sensaciones de su cuerpo estaban ahora muy lejos.

Casi todo lo que formaba a Orba, fue aplastado y dispersado bajo la embestida de esa ola negra hasta que finalmente, incluso su conciencia se ensombreció.

Mientras tanto, Garda estaba justo debajo de las narices de Orba. No se había ocultado ni había invocado una dimensión sombría. La oscuridad que envolvía a Orba no era más que las sombras de su propio corazón.

No importaba cuán grande o noble pudiera ser una persona, no había nadie cuyo corazón estuviera completamente envuelto en una impenetrable armadura de acero. En algún lugar, definitivamente habría un punto débil y frágil al otro lado del cual todos albergaban sombras en mayor o menor medida.

Cuando Garda se apropiaba del corazón de alguien, su primer paso era amplificar esas sombras. Si su propósito era simplemente eliminar a un oponente, no había necesidad de ir más allá. Una persona que era tragada por su propia oscuridad veía su corazón destruido.

Garda sonrió triunfalmente al espadachín que había soltado su arma y caído de rodillas.

—Hmm —se rió—, podría ser útil.

Era el hombre que mató al hechicero de Kadyne, que reunió a los soldados que huyeron y los condujo a Eimen. Y además, después de todo, había perseguido a Garda hasta aquí. Así que una vez que esta batalla terminara, tenía la intención de lavarle el cerebro a Orba y convertirlo en uno de sus guardias personales, en otras palabras, en uno de los espadachines vestidos de negro. Al igual que con las doncellas que había secuestrado, a Garda le llevaría tiempo tamizar sus recuerdos y alterarlos él mismo.

—Y por eso, vas a estar en agonía un poco más. Necesito golpear de nuevo a ese grupo occidental para que no se dejen llevar.

Cuando volvió a mirar la joya dentro de su pulsera, el estado de la batalla estaba cambiando. Los soldados se miraban entre sí en la llanura empapada de sangre, incapaces de decir quién era amigo y quién enemigo.

Aún había gente combatiendo, pero en algún momento los bajos gemidos de los heridos y el sonido del viento habían crecido más que el de las voces y los gritos ásperos.

Garda enfocó su mente y cerró los ojos.

Los que estaban en el campo de batalla no se dieron cuenta de que en ese momento, la nave de transporte, después de despachar a sus numerosos soldados, se sacudía y se retorcía visiblemente, como una hormiga voladora que oponía su última resistencia después de ser aplastada por la mano de un ser humano. Garda la había golpeado con el éter que giraba alrededor del campo de batalla y la había empujado hacia un grupo de soldados que muy probablemente pronto llegarían a Eimen, con la intención de soltarla sobre sus cabezas.

Ya no le importaba si eran aliados o enemigos. Si finalmente pudiera debilitar la persecución del enemigo y retrasarlos, entonces ese poco de tiempo le permitiría salir para Zer Illias en una aeronave…

Desde esa capital demoníaca, en la que se almacenaban reservas mucho mayores de éter que aquí, emboscaría a los pocos oponentes que quedaban. Naturalmente, eso no era lo que había planeado inicialmente, pero dado cómo estaban saliendo las cosas, no tenía otra opción.

—Está bien. Se puede reunir fácilmente a las tropas de nuevo. Pero ya que desafiaron a Garda hasta este punto, sepan que nunca más tendrán una noche pacífica. Borraré al pueblo occidental y drenaré el éter de sus almas.

Con ambas manos, trazó un complicado patrón en el aire. El gran fuselaje de la aeronave onduló. Una llama ardió dentro de los motores emisores de éter.

Garda sonrió ampliamente.

—Ah, sí, princesa de Taúlia. Mándame éter más fuerte. Abre tu corazón hasta el punto de ser uno conmigo, luego conságrate totalmente a mí. Sólo un poco más, sólo un poco más y te concederé tu deseo.

A partir de entonces, la neblina que se elevaba desde Esmena se hizo más densa y los movimientos de la aeronave se hicieron cada vez más violentos. El fragmento de joya en la frente de Garda se tornó de un color imposible de describir y emitió un resplandor ominoso. Sintiendo una fuerte oleada de éter en su cuerpo, se rió a carcajadas.

—¡Sí, para que tu amado Gil Mephius resucite!

Al mismo tiempo, como el viento que sopla desde lejos, el nombre “Gil Mephius” pasó por los oídos de Orba. De repente, abrió los ojos de par en par y se dio cuenta de las innumerables manos que lo rodeaban y de los innumerables rostros que lo rodeaban detrás de ellas. Los muertos que habían resucitado de entre sus recuerdos vagaban por este espacio marcado por las llamas y se teñían de un color grotesco, ni blanco ni negro, mientras le sonreían, le maldecian, le hablaban.

Pero entre ellos, había uno que le daba la espalda.

¿Quién es ese?

Preocupado por esa persona, surgió la conciencia que desaparecía de Orba como si se elevara desde las fangosas profundidades de un océano.

¿Quién eres?

Orba dijo repetidamente. Al hacerlo, otros rostros y enjambres de manos se interpusieron en su camino y le impidieron ver, mientras que la figura parecía tan efímera que en un instante podría desaparecer. Pero –

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¡Ah!

Cuando la persona miró por encima de su hombro y giró su perfil hacia él, la reaparición de Orba se aceleró.

—Tú eres…

Un par de ojos miraron a través de una cara bronceada. Su complexión era algo pequeña para un guerrero, pero era extremadamente ágil y escapaba suavemente cada vez que Orba parecía estar a punto de agarrarlo. De alguna manera, esa figura era perfectamente idéntica a la que Orba veía cada vez que se paraba frente a un espejo, así que gritó un nombre.

—Gil Mephius.

El hombre que estaba frente a él separaró ligeramente sus labios. Pero no con una sonrisa cálida. Era una sonrisa desagradable, una que hacía sentir al destinatario como si hubiera sido golpeado por una ola de total desprecio y desdén.

—Tú, ¿por qué estás aquí?

Por alguna razón, se sentía extremadamente agitado. “Él” ya no debería estar en este mundo. Lo que significa que no puede ser el verdadero Gil Mephius. Orba lo había reemplazado y, después de luchar en numerosas batallas, se suponía que había enterrado al príncipe heredero Gil con sus propias manos.

¿Me estás despreciando? ¿Yo, que incluso usé a gente inocente y los maté? Orba se preguntó por un momento, pero entonces, los fantasmas que estuvieron a punto de atacarlo rechazaron su hostilidad contra Gil Mephius, aunque él debía ser el mismo tipo de fantasma que ellos.

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Cada uno de los muertos llevaba la cara de los soldados del lado opuesto de las batallas que Orba había comandado como Gil. Había caballeros garberanos, combatientes mephianos que se habían rebelado con Zaat Quark, soldados taúlianos y guerreros de Ende.

Ante ese gran número de fantasmas, Gil parecía de nuevo idéntico a Orba en cuerpo y espíritu. Su espada centelleó ante los ojos de Orba, brillando roja mientras reflejaba las llamas.

—Detente —dijo casi sin querer.

Pero Gil no mostró la menor vacilación al cortarlos uno tras otro.

Los fantasmas eran descuidados y no lo suficientemente buenos, y parecían ofrecerse por el mero hecho de ser asesinados por Gil una vez más.

Las cabezas volaban, las extremidades caían y mientras cada uno perdía una parte de su cuerpo, se inclinaban en dirección a Orba.

—Detente, detente, detente.

Pero mientras gritaba –

¿Sobre qué hay que dudar?

Orba escuchó una voz como la suya dentro de sí mismo. O mejor dicho, ¿no era la voz del fantasma de Gil Mephius?

Yo fui el que los mató. Ya sea que los derrotara yo mismo o que fueran asesinados por alguien que seguía mis órdenes. ¿Por qué tendría que dudar en matarlos de nuevo? Después de todo, no pueden descansar en paz a menos que acepten su muerte.

Para la estupefacción de Orba, la cosa que parecía Gil Mephius se sacudió de los fantasmas y mientras observaba, caminó hacia las llamas que rodeaban el área. Al parecer, eligió suicidarse. Pero, justo cuando Gil estaba a punto de entrar en el fuego, los fantasmas a los que había matado se tambaleaban. Gil levantó la mano como si diera una orden a sus subordinados y, pareciendo títeres colgando de cuerdas, se subieron a los hombros del otro, unieron las manos y los pies, y luego cayeron hacia delante, creando un puente arqueado que se extendía sobre el mar de llamas.

Sin dudarlo, Gil pisó con firmeza el puente formado por sus espaldas y comenzó a cruzarlo.

—¡Espera!

Esta vez, Orba se sintió terriblemente asustado de ser abandonado por Gil Mephius y lo persiguió sin pensarlo. Al igual que Gil, estaba a punto de pisar las espaldas de los fantasmas,

—Orba —La voz de Roan gritó una vez más. Sin embargo, no lo perseguía.

Venía de adelante, exactamente en la dirección del “puente” que Orba estaba a punto de atravesar.

—Hii —soltó una extraña voz.

El fantasma de piel cenicienta cuyos brazos y piernas estaban entrelazados en un complejo patrón con los de otras personas era el propio Roan.

—¿Adónde vas, Orba?

—¿Vas a dejarnos y huir? —Con la mano de Roan alrededor de su pie, Alice formaba parte del puente. Más allá, pudo ver a su madre y a gente que reconoció de la aldea.

—Orba no haría algo así. ¿No es cierto?

—Claro. Te quedarás con nosotros aquí para siempre. Ya que ese es tu deseo.

Las voces de Roan y Alice se elevaron una vez más desde sus espaldas para que Orba sintiera que estaba siendo atacado por todos lados por ecos que parecían superpuestos.

Gil Mephius, que había llegado a la cima del arco del puente, se volteó para mirar hacia atrás y contemplar a Orba, que estaba petrificado de horror.

¿No vas a venir? Preguntó con los ojos. Se mofó. ¿Tienes miedo? ¿De que no volverás a encontrarte con esta gente nunca más? Qué completo idiota.

—¡Qué! —Mientras Orba gritaba instintivamente, Gil sonrió débilmente y de repente desapareció. En su lugar, se proyectó una voz desde lejos.

Lord Gil.

Los ojos de Orba se abrieron de par en par, sorprendido. Ahora que Gil se había ido, podía ver el final del puente. Algo estaba parpadeando. En ese único punto, la oscuridad que lo rodeaba se levantó un poco y se podía ver lo que había más allá.

Garda estaba allí. Y de pie bloqueando el camino entre él y Orba estaba Esmena. Quizás por algún truco del éter, esta vez Orba pudo ver la ola de poder mágico surgiendo de ella. Los pelos de la nuca se le erizaban al ver lo que parecía una mano gigante apretando el delicado cuerpo de Esmena, como si fuera a exprimir hasta la última gota de su sangre vital.

En medio de eso, sollozaba como una niña, incesantemente, Lord Gil, Lord Gil, Lord Gil.

Mientras su corazón pronunciaba el nombre de un hombre al que no había visto más de una o dos veces, la princesa de Taúlia lloraba. Las lágrimas que caían por sus mejillas eran del color de la sangre.

Orba tragó saliba.

Yo soy…

Se sintió incapaz de moverse. Era diferente a cuando las manos de los fantasmas lo habían retenido. Era como si en vez de sus brazos y piernas, algo dentro de él, una parte más suave y menos templada, hubiera sido asaltada.

Delante de él, un puente de cadáveres. Detrás de él, una multitud de fantasmas cada vez más cerca.

Por alguna razón, en ese momento, la voz angustiada y la imagen de Esmena se superponían a las de personas completamente diferentes que podía percibir al otro lado de las llamas que se elevaban. Pudo ver la figura de la madre que había muerto protegiendo a su hijo cuando Kadyne fue incendiada. Y mezclado con los gritos de Esmena, pudo escuchar los de la joven madre que perdió a su hijo y que estaba arañando en la superficie del camino.

El sonido de las batallas con espadas sacudió sus tímpanos. Le parecía que estaba viendo imágenes reales de sus camaradas y de los soldados occidentales que seguían luchando.

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El calor húmedo de las llamas lamió todo su cuerpo. El latido de su pecho palpitaba hasta que le dolieron los oídos.

Por supuesto, aunque estirara la mano, no llegaría a Esmena. Los lamentos y gritos de agonía del pueblo y de los soldados llenaron sus oídos y resonaron directamente en su interior.

Para llegar a ellos, tenía que pisar a los muertos que ahora se extendían ante él. Tendría que deshacerse de los que había perdido y que nunca había dejado de anhelar.

Orba lo entendió. Por qué Gil Mephius apareció entre las figuras de los muertos. Su corazón rebosaba con emociones y deseos que no había podido captar desde que se vengó de Oubary. Y luego-

El cabello de Esmena ahora platino se balanceaba y la figura de una chica completamente diferente se proyectaba ante él.

Una chica con una mirada fuerte que lo veía fijamente a los ojos. Orba, que llevaba una máscara de falsedad, siempre huyó de esos ojos. Incluso ahora, la chica los dirigió directamente hacia él.

Orba bajó la cabeza.

Yo soy…

Pero inmediatamente levantó la mirada, como si estuviera atraído hacia esa fuerte mirada, y pisó las espaldas de los fantasmas. Pisando con firmeza la cabeza de Roan, pisando la espalda de Alice, sintiendo el calor que subía de las llamas, cruzó velozmente el puente.

—Espera.

Los fantasmas que estaban detrás de él emitieron simultáneamente hostilidad y cruzaron el puente, extendiendo una vez más una multitud de manos hacia él.

—Espera.

—Espera, espera, espera. ¿Estás huyendo?

—Espera, espera, espera, espera. Nos estás dejando atrás. Nos estás exiliando. ¿Planeas huir?

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No, mientras miraba hacia atrás, Orba blandió su espada. Mientras tarareaba en el aire, se abrió paso de un solo golpe a través del enjambre de manos que lo perseguían y a través de las propias sombras.

Esta vez no era un espectador. Orba blandió su espada como expresión de su propia intención.

No estoy huyendo. Más bien…

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Orba no apartó su mirada de los ojos resentidos que se volvieron hacia él, y aunque la oscuridad que lo rodeaba se había despejado, les entregó su cuerpo.

***

 

 

El cuerpo de Orba de repente se hizo muy pesado. Era el peso de un cuerpo y un corazón al que otros se habían confiado.

Al notar la voz de Orba cuando tosía violentamente, el rostro de Garda se mostró sorprendido.

—¡Qué! —Al ver que Orba empezaba a ponerse en pie, la expresión de Garda se convirtió momentáneamente en una de asombro total. Sin embargo—, Oye, no tengo tiempo para lidiar contigo. ¡Duerme un poco más!

Una genuina animosidad surgió finalmente de sus ojos mientras dirigía su báculo hacia Orba. Justo cuando la oscuridad parecía estar a punto de salir una vez más, Orba cerró los ojos.

Se había encontrado con muchos “Roans” en el campo de batalla. Las caras de los fantasmas que acababa de ver revoloteaban en la parte posterior de sus párpados. Aquí en las tierras occidentales de Tauran, fue testigo de más que suficiente gente como su madre y Alice que perdieron a sus familias y sus vidas cotidianas cuando sus pueblos fueron incinerados.

Ya  está….  ¿Qué  dudas  albergaba  dentro  de  sí  mismo,  qué  decisión  había

tomado?

Levantó la mano y sostuvo el borde de su máscara con los dedos.

—Lo que sea que haga un simple humano, es inútil —se mofó Garda cuando estaba a punto de lanzar magia sobre Orba por segunda vez.

En ese mismo momento, Orba se quitó la máscara.

—Soy yo, princesa. ¡Gil Mephius! —Gritó a todo pulmón.

Por supuesto, en ese momento, Garda no podría haberlo adivinado. Que cuando el espadachín se quitara la máscara que ocultaba su rostro, aún estaría usando otra “máscara”. Y que tan pronto como apareciera esa “máscara”, el flujo de éter que emanaba de Esmena se secaría rápidamente.

Rakuin no Monshou Volumen 6 Capitulo 7 Parte 2 Novela Ligera

 

La vida volvió casi instantáneamente a su rostro que había estado sin luz y como el de una persona que estaba soñando. Un tinte rojizo se extendió por sus mejillas y un brillo gris acero apareció en sus ojos. Orba gritó de nuevo,

—El príncipe heredero de Mephius, Gil Mephius, no murió ni huyó ni se escondió. ¡Estoy aquí!

Al mismo tiempo que la expresión de Esmena fue golpeada por la sorpresa y las lágrimas cayeron de sus ojos, Garda miró hacia ella con confusión y consternación.

—¿Qué significa esto? Esto…

En ese momento, los pies de Orba golpearon el suelo.

Tan agudo como una flecha, cubrió la distancia entre Garda y él mismo. El sorprendido hechicero escapó de nuevo hacia atrás a una velocidad que parecía impensable para su edad. Pero los pasos de Orba no se detuvieron. Saltó hacia arriba y bajó su espada hacia la cabeza de su oponente. Garda levantó el báculo en sus manos.

Los pies de Orba cayeron al suelo. La punta de su espada cambió instantáneamente de dirección y se dirigió hacia el corazón del hechicero.

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—¡Guh!

Garda se tambaleó, coágulos de sangre manchándole la barba, pero aún no había perdido su tenaz fervor por la vida y volvió a balancear el báculo, deteniendo la espada de Orba mientras se lanzaba hacia él.

El golpe le recorrió el brazo. Esa fuerza también era impensable para un anciano. Este también era posiblemente el poder de la hechicería. Durante un tiempo, ambos lucharon sin hablar.

—¡Envíalo! —Gritó Garda, sangre saliendo de su boca—. Envíame el éter de Zer Illias de inmediato. ¿Me oyes, Tahī? ¿Qué estás haciendo?

¿Lo qué pasó en ese momento y en ese lugar era algo que sólo un hechicero podía entender? La cara de Garda mostraba una expresión de mayor asombro que cuando se cortó el suministro de éter procedente de Esmena.

—¿Por qué, por qué? Mi éter está siendo absorbido. ¿Qué está pasando? Es como si…. ¡no hubiera un pasadizo hacia mí!

—Garda.

—Sí, soy Garda. El mismísimo Garda.

Siguiendo adelante con fuerza, Orba de repente dio varios pasos hacia delante. Gritó casi como si estuviera loco y, justo cuando Garda levantó su bastón para defenderse, la espada de Orba dibujó un arco resplandeciente.

El viento que levantó seguía silbando mientras que, esta vez, el acero entró en la cabeza de Garda.

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Con una expresión espantosa, sus párpados se desprendieron del blanco de sus ojos mientras la sangre goteaba por las esquinas exteriores, el viejo hechicero se derrumbó sin decir palabra.

Algo cayó de la cabeza de Garda. El fragmento de joya que tenía en la frente. Aunque parecía profundamente incrustada, como si la propia joya hubiera perdido su poder junto con la vida de su dueño, su ominoso resplandor se desvaneció y mientras rodaba por el suelo se veía como cualquier piedra sin valor.

Respirando con dificultad, Orba miró los restos del hombre que, un momento antes, estuvo a punto de controlar todas las tierras del oeste. Estaba claro que el calor se le estaba escapando rápidamente del cuerpo. Siempre era igual. Su corazón que parecía estar ardiendo en el momento en que llevaba la lucha a su fin se enfriaba junto con su cuerpo y en su lugar experimentaba una sensación de futilidad y letargo.

—¡Moldorf, Moldorf!

Escuchó a una mujer gritar. Cuando miró, vio que Moldorf, que había colapsado, estaba empezando a recobrar el conocimiento. Lima Khadein -aunque por supuesto Orba no sabía ni su nombre ni su identidad- estaba arrodillada a su lado y lo tenía en sus brazos.

—P-Princesa —jadeando por aire, Moldorf levantó la parte superior de su cuerpo.

Miró a la sollozante Lima aturdido y luego miró alrededor de la sala con total asombro. Sus ojos viajaron entre el cadáver de Garda, la máscara que había caído al suelo y luego hacia Orba.

—Chi-Chico. Tú. ¡Lo lograste!

Silenciosamente, y sin siquiera sonreír, Orba simplemente asintió con la cabeza. Moldorf dio un suspiro que parecía provenir de lo más profundo de su ser. Después de un momento, se mostró preocupado por algo y se separó de Lima, que aún lo tenía en brazos.

—Princesa. Le apunté con una lanza. No soy digno de estar en su presencia de esta manera.

—¿Qué estás diciendo? Moldorf, estoy en deuda contigo.

—Si mi puntería se hubiera desviado aunque fuera una fracción, le habría quitado la vida, princesa… No, en ese momento, incluso pensé que aunque eso ocurriera, no importaba. ¿Cómo podría alguien así volver a hacer frente a la familia real de Kadyne?

—Sí, Moldorf. Fuiste tan amable de matarme.

—Princesa.

Las lágrimas resplandecían en los ojos de Lima y, acurrucada junto al general barbudo como si fuera el hombre que ella anhelaba, tomó su brazo.

—Yo soy la que llevó a Kadyne a la ruina. Mataste a esa persona que era y al hacerlo me salvaste. Gracias, Moldorf. Eres un verdadero protector de la familia real.

Habiendo llegado a ese punto, Moldorf finalmente se permitió llorar. Su figura, mientras sus hombros se elevaban y temblaba por los sollozos, se parecía mucho a la de su hermano menor.

Mientras Orba observaba esa escena, sintió una presencia de pie ante él y se giró para mirarla.

—¿Eres… —Se trataba de Esmena Bazgan. Con los ojos redondos, extendió una mano temblorosa—. ¿Eres tú, príncipe Gil? ¿Eres realmente Su Alteza, Gil Mephius?

Orba no contestó. Aunque su máscara había caído dentro de su alcance, por alguna razón, parecía terriblemente lejana.

—¿Todavía estoy siendo engañada por la magia de Garda? ¿Es otra dulce ilusión? Por favor, Su Alteza. Por favor, di algo. Por favor, di que eres Gil Mephius.

Las lágrimas que fluían de esos ojos gris acero parecían incesantes. Orba agitó su espada y sangre voló de ella.

—Princesa, yo…

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Su voz no salía para decir el nombre. Sus ojos también evitaban los de Esmena. Sabía que sólo tenía que decir una frase. Todo lo que necesitaba decir era: “Soy Gil Mephius”. Pero,

—Yo soy-

Todo lo que pudo hacer fue repetirlo. Entonces,

—No importa —Tan pronto como Esmena exclamó, Orba sintió cómo lo abrazaban calurosamente—. No importa. Un sueño o un fantasma, no importa. ¡Su Alteza Gil! Por favor, aunque sólo sea un sueño, quédate así un rato.

Mientras sollozaba, Esmena se aferró a Orba con una fuerza inesperada.

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