Gaikotsu Kishi-sama, Tadaima Isekai e Odekake-chuu (NL)

Volumen 1

Prologo: La Emboscada

 

 

Gaikotsu Kishi-sama Tadaima Isekai e Odekake-chuu Vol 1 Prologo Novela Ligera

 


Un carruaje solitario, tirado por caballos, avanzaba por un camino irregularmente pavimentado, flanqueado por un contingente de guardias montados a caballo. El estruendo de los cascos de los caballos al galope resonaba en la noche, sólo interrumpido por el sonido ocasional de una piedra que rebotaba en una rueda y caía en el cuerpo del carruaje.

Un sirviente se asomó por la ventana trasera del carruaje, mirando el camino detrás de ellos. A la derecha había una extensa ribera; más allá, el sereno y anaranjado resplandor del sol poniente se reflejaba en la superficie del río Xpitol. A la izquierda se extendían suaves colinas inclinadas, donde se alcanzaban a ver rebaños de animales pastando en la distancia. Los árboles y otros arbustos bordeaban el camino de forma intermitente, proyectando largas sombras en el suelo ante ellos.

Nada parecía fuera de lo normal, y los únicos sonidos que se podían oír eran las ruedas retumbando y los caballos galopando. Sin embargo, los que estaban dentro del carruaje y los guardias que viajaban junto a él, estaban envueltos en un silencio espeso y opresivo, sin duda debido a la serie de circunstancias extrañas que acababan de encontrar.

El carruaje llevaba la marca de la familia Luvierte, de la realeza del Reino de Rhoden. Lauren Laraiya du Luvierte, la hija mayor de la familia Luvierte, estaba sentada dentro, con una mirada pensativa mientras observaba el paisaje a través de la ventana.

Lauren, una joven de apenas dieciséis años, tenía el pelo largo y castaño, aunque su actual inquietud parecía haberle quitado su habitual brillo y lustre. Bajo unas largas pestañas se encontraban unos efímeros y vacilantes ojos color avellana, situados en lo más profundo de su delicado rostro. Ella vestía con un bello vestido de seda color azul claro, acentuado por los rojos profundos de los rayos del sol poniente que entraban por la ventana del carruaje.

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Lauren había asistido a un baile nocturno celebrado por la familia Diento, como representante de los Luvierte. De camino a casa, un grupo de bandidos -al menos veinte, según las cuentas de Lauren, la habían estado acechando. Nueve de sus guardias se replegaron para contener el avance de los bandidos, aunque ya no podían ser vistos. Ahora sólo quedaba el carruaje, cinco guardias y un caballero.

La sirvienta que se sentó dentro del carruaje con Lauren era Rita Farren, una sirvienta que servía a la hija mayor de los Luvierte. Tenía el pelo corto, pelirrojo y unos ojos verdes bien definidos que proyectaban una fuerte sensación de determinación. Rita se sentó tranquilamente junto a Lauren, tomando la mano de la inquieta muchacha entre las suyas.

“Ya estamos a salvo, señorita. No veo a ningún perseguidor y estamos cerca de volver al pueblo”. Rita sostuvo la mirada de Lauren, sonriendo a la chica y acariciando su mano con la esperanza de reconfortarla.

“Gracias, Rita. Tienes… tienes razón. Ya casi estamos en la finca de papá”. Lauren sonrió y apretó la mano de Rita de vuelta, aunque su ansiedad se mantuvo.

De repente, el carruaje redujo drásticamente la velocidad y se oyó a los caballos relinchar ligeramente desde el exterior. El conductor del carruaje abrió la pequeña puerta detrás de él y se dirigió a Lauren.

“Lo siento, señorita, pero los caballos no pueden seguir corriendo así. Tendremos que ir a un ritmo más lento el resto del camino”.

Los caballos habían arrancado a todo galope para alejar el carruaje de la emboscada de los bandidos.

Ahora, al parecer, ya no podían mantener el ritmo. Incluso los caballos del carruaje tenían sus límites, aunque la carga de los caballos que llevaban a los guardias de Lauren debía ser aún mayor.

Rita miró por la ventanilla del carruaje y vio a un hombre de mediana edad que cabalgaba junto a ellos, acariciando cariñosamente a su caballo. Su nombre era Maudlin, uno de los caballeros de la familia Luvierte, el supervisaba el contingente de guardias que acompañaban el carruaje. Aunque había nacido como campesino, el talento de Maudlin para la batalla había sido descubierto a una edad temprana y fue entrenado para ser un caballero.

Maudlin se agachó y limpió el sudor del cuello de su caballo con una toalla. Como complemento a su pelo corto y a su bigote cuidadosamente arreglado, su figura, bien tonificada y musculosa, podía verse incluso a través de la ligera armadura que llevaba encima.

“¿Cree que hemos perdido a los bandidos, Sir Maudlin?” Rita sacó la cabeza por la ventana del carruaje, mirando hacia atrás mientras se dirigía al caballero.

“Pocos de los bandidos tenían caballos, así que si no nos han seguido hasta aquí, me atrevo a decir que deberíamos estar bien. Pásele el mensaje a la señora”. Maudlin le dedicó a Rita una amplia sonrisa con dientes con la esperanza de tranquilizarla.

“En ese caso, quizá podamos respirar por fin tranquilos”. La expresión de Rita se relajó mientras dejaba salir el aliento que había estado conteniendo. Miró hacia la carretera.

Un denso grupo de árboles se alzaba a lo largo de un lado de la carretera. Al otro lado, las colinas inclinadas parecían acercarse aún más. La sola visión de eso dejó a Rita con una indescriptible sensación de encierro. Sus cejas se entrecerraron y los músculos de su nuca se tensaron.

Al notar la expresión de Rita, Maudlin también comenzó a examinar la escena frente a ellos. Él pareció divisar algo, pero antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, una ola de flechas cortó el aire hacia ellos. El conductor del carruaje gritó cuando dos flechas le alcanzaron en el pecho.

En ese momento, una de las ruedas del carruaje golpeó una piedra, haciendo que el cuerpo del conductor saliera despedido de su asiento. Rita, que había estado observando a través de la ventana, fue lanzada hacia atrás sobre el suelo del carruaje. El cuerpo sin vida del conductor quedó atrapado en las ruedas del carruaje, haciendo que este se detuviera.


Otra lluvia de flechas voló desde el bosque, esta vez alcanzando a dos de los guardias. “Maldita sea, ¿otra emboscada? ¡Esto no puede estar pasando!”

El sonido de los cascos al galope llenó el aire cuando seis bandidos montados a caballo llegaron a la cima de la colina y se lanzaron al ataque. Acortaron la distancia con los guardias de Lauren, cuyas espaldas estaban expuestas mientras se defendían del ataque de las flechas, eliminando rápidamente a dos que habían sido heridos por la lluvia de flechas, junto con un tercero.

Un bandido galopó hacia Maudlin, aunque el caballero utilizó su espada para derribar al jinete de su caballo. Maudlin vio a dos hombres salir corriendo del bosque y acercarse al carruaje.

“¡Señorita Rita, tome las riendas!”

Al volver a la realidad por el sonido de la voz de Maudlin, Rita se apresuró a salir del carruaje. Encontró el cuerpo del conductor tendido entre las ruedas delanteras y traseras, así que lo empujó más abajo del carruaje para evitar que se enganchara en las ruedas traseras. Cuando estaba a punto de subirse al asiento del conductor empapado de sangre, una mano agarró bruscamente su uniforme de sirvienta por detrás y la arrojó con fuerza al suelo.

La espalda de Rita se estrelló contra el suelo con un ruido sordo que le hizo perder el aire de los pulmones, lo que le provocó toser mientras jadeaba para respirar. En el borde de su visión, fue testigo de otro guardia siendo rodeado y asesinado. También vio a un bandido -probablemente el que la había arrojado al suelo, de pie sobre ella con una burda sonrisa en la cara.

“¡Grwaaaaawh!”

En ese momento, Rita oyó un grito de agonía de un hombre. Cuando miró hacia la fuente del grito, se encontró con una visión que desafiaba la creencia: Uno de los guardias había apuñalado a Maudlin en la espalda, justo donde se encontraban las placas de su armadura.

Maudlin se quejó, su crudo odio por el hombre detrás de él fue evidente en su contorsionada expresión. “¡¿Causdah?! ¡¿Por qué, traidor…?!” Levantó su espada mientras se giraba, listo para golpear al desleal guardia que le había apuñalado por la espalda. Sin embargo, Causdah se limitó a sonreír mientras chocaba su propio caballo con el de Maudlin, enviandolos al suelo por la fuerza del impacto.

Un hombre apuesto -o, al menos, tan apuesto como los bandidos- se acercó corriendo a caballo.

Al desmontar frente al caballero caído, corrió el resto del camino a pie y apuñaló a Maudlin en el cuello. La sangre salpicó por todas partes, tiñendo de rojo la tierra bajo el caballero.

“Ve a sacar a la dama del carruaje y sé amable con ella mientras lo haces”.

Los dientes amarillos del apuesto bandido brillaron a través de su mueca mientras ordenaba a los demás. El hombre tenía la mandíbula cuadrada y el pelo largo y desordenado atado en la espalda. Su barbilla y cuello apenas se veían a través de su barba indomable. Sus brazos estaban adornados con varias cicatrices antiguas y, en la mano, sostenía una gran espada curva. Era claramente el líder de los bandidos.

Al oír las órdenes de su jefe, los demás bandidos bajaron de sus caballos al unísono y se lanzaron hacia el carruaje. Abrieron la puerta y arrancaron a una aterrorizada Lauren de su asiento.

“¡Aahh! ¡Suéltenme!”.

Lauren se resistió con todas sus fuerzas, pero los dos hombres le sujetaron los brazos, incluso cuando ella retorció su cuerpo en un intento por liberarse. Otros dos hombres agarraron a Rita y la arrastraron a su lado.

El líder de los bandidos gritó a los hombres que sujetaban a Lauren: “¡Más vale que no se rasguen las ropas cuando os las quitéis! ¡Nos darán un buen beneficio cuando las vendamos!”.

Uno de los hombres se volvió hacia el líder mientras le quitaba el vestido a Lauren. “Puedo jugar con ella, ¿verdad, jefe? Vamos a matarlas de todos modos”.

“¿Qué estás diciendo, idiota? Yo soy el primero, ¡y todos ustedes se quedan con lo que sobre!”

La expresión de Causdah se nubló de indignación al escuchar esto. “¡E-e-espera un momento! Yo los traicioné, ¡así que yo debería ir primero!”

Los ojos del líder se iluminaron con ira ante la réplica de Causdah. Entonces, clavó su espada curva fríamente a través de la boca del ex-guardia.

“¡Gyaugh!” Causdah hizo un ruido de jadeo cuando la espada salió de la parte posterior de su cabeza. Los otros bandidos sonrieron venenosamente mientras lo veían caer al suelo como una marioneta cuyos hilos han sido cortados.

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“De todos modos, nunca planeé darte una parte”, escupió el líder mientras pateaba al hombre encorvado en el suelo. Un sonido horrible estalló cuando el cráneo de Causdah se rompió, su cuello girando.

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Lauren, que había estado observando cómo se desarrollaba todo, soltó un pequeño grito. Un charco amarillo apareció debajo de la joven, ahora cubierta con nada más que su corsé y sus calzoncillos.

Uno de los bandidos que la sujetaba se dio cuenta. “¡Parece que la señorita se ha ensuciado”.

Al oír esto, el resto de los hombres estalló en una cruda carcajada.

“¡En ese caso, estaré encantado de quitarles la ropa interior sucia!” El líder dio un paso adelante y le quitó las bragas sucias a Lauren de un solo tirón. Los hombres miraron lujuriosamente cuando el cabello castaño y húmedo de Lauren quedó a la vista.

“¡No! ¡Suéltame! ¡Rita! ¡Riitaaa!”

Lauren se agitó frenéticamente para evitar la mirada de los hombres, pateando con las piernas para liberarse. El líder ordenó a uno de sus hombres que le agarrara las piernas mientras se bajaba los pantalones, exponiéndose ante ella.


“¡Suéltala ahora mismo! ¿Sabes lo que te harán?” Incapaz de aguantar más a estos rufianes, Rita gritó a los hombres mientras la sujetaban. Sus esfuerzos, sin embargo, sólo consiguieron que se rieran más.

“Mejor no te preocupes por ella”, respondió uno de los hombres que la sujetaba. “¡Tienes tus propios problemas!”.

Agarró su uniforme de sirvienta y comenzó a romperlo, exponiendo la ropa interior de Rita y sus pechos para que todos los vieran. Después de apretar y manosear su pecho expuesto, el bandido tiró a Rita al suelo.

“Vamos a asegurarnos de que usted y la señorita se sientan reeeeealmente bien. ¡Jajajajaja!”

Rita podía oler el hedor del aliento del hombre mientras se reía, bajándose los pantalones. Pudo ver a Lauren frente a ella, con los brazos inmovilizados en el suelo por dos bandidos, con otro hombre sujetando una de sus piernas. El líder de los bandidos se inclinó sobre ella, a punto de empujarse entre los muslos de la chica.

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Envueltas por los sonidos de las risas desgarradoras y sin nadie que las salvara, Rita y Lauren no podían hacer otra cosa que gritar y llorar, rezando a los dioses para que las ayudaran.

Entonces, una enorme sombra cayó sobre los bandidos. Un caballero apareció justo detrás del líder de los bandidos mientras se colocaba encima de Lauren.

El caballero estaba cubierto de pies a cabeza con una reluciente armadura plateada, decorada con exquisitos detalles en blanco y azul. En su espalda había una capa ondulante tan negra como la noche, casi como si hubiera sido arrancada directamente del cielo nocturno. Su rostro estaba completamente cubierto por su casco, la única abertura de su máscara era un visor negro que ocultaba cualquier emoción que sus ojos pudieran tener. En su mano derecha, sostenía una enorme espada larga que emitía una misteriosa luz azul. Se parecía al tipo de caballero sagrado del que se habla en las leyendas.

Rita no podía comprender lo que acababa de aparecer ante sus ojos.

Sin dudarlo ni un instante, la espada del caballero resplandeció, enviando una ráfaga de luz que parecía cortar el aire, justo entre el líder de los bandidos y el otro hombre que sostenía la pierna de Lauren. El caballero dio un gran paso adelante y siguió con un corte horizontal, enviando otra ráfaga de luz que desapareció entre los dos hombres que sujetaban los brazos de Lauren.

Todo terminó en un instante.

La mitad superior del líder de los bandidos se separó del resto de su cuerpo. El cuerpo del hombre que estaba a su lado, que había estado sujetando la pierna de Lauren, terminaba ahora en su cuello, con su cabeza rodando hacia el suelo y mirando al sol poniente. Los hombres que habían estado sujetando sus brazos ahora carecían de la mitad de sus cabezas. Los géiseres de sangre brotaron como fuentes, salpicando la hierba a su alrededor y pintando la escena, ya manchada por el sol, de un tono de rojo aún más profundo.


La mitad superior del líder de los bandidos cayó sobre Lauren. Ella gritó mientras lo pateaba frenéticamente hacia un lado. La mitad inferior chorreaba sangre como un pozo desbordado formando un lago carmesí en el suelo.

Los dos hombres que habían estado con Rita -uno de los cuales seguía a horcajadas sobre ella, con su miembro expuesto mientras el otro la sujetaba-, finalmente se dieron cuenta de que algo iba mal.

“¡Aaaahh! ¡Es un fa-fantasma!”.





Los dos bandidos restantes se apresuraron a escapar. Sin embargo, el hombre a medio vestir se estrelló contra el suelo junto a Rita mientras sus piernas se enredaban en sus pantalones. Lo siguiente que supo Rita fue que el caballero bajó su espada y empaló al hombre, dejándolo pegado a la tierra como una rana ensartada. El caballero de plata sacó su espada del hombre muerto y apuntó al camarada del hombre que escapaba.

“¡Wyvern Slash!” Una voz profunda y apagada resonó desde el interior del casco cuando el caballero de plata dio un repentino paso adelante, blandiendo su enorme espada en un tajo horizontal.

A todos los que lo veían les pareció que simplemente había blandido su espada en el aire mientras el hombre que escapaba seguía corriendo. Sin embargo, instantes después, el hombre cayó donde estaba, su cuerpo se dividió en dos mitades, con un corte limpio en la cintura.

En el curso de tres parpadeos, todo el grupo de bandidos había sido reducido a montones de carne.

El caballero sacudió suavemente la sangre de su espada y la volvió a meter en la vaina que llevaba en la parte trasera de su armadura. Se dirigió a las dos mujeres, con una voz desapasionada que salía de desde el interior del casco con visera.

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“¿Están bien?”

El sol poniente se reflejaba en la armadura del caballero de plata, haciendo que pareciera que estaba completamente envuelto en llamas. Lauren y Rita se olvidaron por completo de su propio estado de desnudez mientras miraban fijamente al caballero.

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