Watashi, Nouryoku Wa Heikinchi De Tte Itta Yo Ne! (NL)

Volumen 11

Capítulo 82: En las Profundidades de las Montañas

Parte 1

 

 

“Muy bien, ¡hora de partir!”, anunció Reina. “¡Sí!”, gritaron las otras tres.

Con eso, Pacto Carmesí se dirigió a la próxima ciudad.

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“¡Nuestra batalla apenas está comenzando!”. “Claro, claro…”.

“¡Apenas empezamos a subir esta pronunciada e infinita pendiente que es el camino de un cazador!”. “Uh-huh, sip…”.

Pauline y Mavis asintieron a las declaraciones de Mile. Reina no quiso comentar. Estas eran ambas frases que Mile había usado antes al terminar sus cuentos japoneses.

Habiendo recibido su pago del Gremio de Cazadores y habiendo recibido la mitad del precio mínimo y provisional de compra por el dragón terrestre, Pacto Carmesí salió inmediatamente de la capital, sin esperar la valoración oficial de los bienes y cualquier otro dinero que se les debiera. Todavía debían pasar unos días antes de que todas las partes del dragón pudieran ser vendidas y las ganancias finales establecidas. Las miembros de Pacto Carmesí, que ya habían decidido dejar el área, no tenían tiempo para esperar.

Sin duda, el preciado tiempo que pasarían siendo doncellas era corto, y no podían desperdiciarlo. Por eso, le dejaron el papeleo final a Roaring Mithrils, quienes parecía que se quedarían en la ciudad un poco más, y pidieron que su porción de ingresos fuera puesta en la cuenta de su grupo en el gremio. De esa forma, podía transferirse a la rama gremial en la que se habían registrado en Tils, y ser depositado en su cuenta ahí.

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El gremio, por supuesto, no transfería constantemente todas las monedas de oro de todos los ahorros de los cazadores. Una vez al mes, las ramas gremiales compartían sus cuentas una con la otra, sacaban totales, y transferían sólo la diferencia. El resto era delegado a reportes numéricos, los desembolsos reales compensándose entre ellos.

Sin importar cuan bien resguardado estuviera un gremio contra ataques de bandidos, sería un riesgo innecesario transferir todo el dinero cada vez que alguien hacía alguna transacción. Por eso, era gracias a la compartición de reportes entrantes y salientes entre ramas que los cazadores eran capaces de sacar fondos sin esperar transferencias mensuales.

Antes, Mile había presionado a las nanomáquinas preguntando: “¡¿Por qué no les han facilitado algún tipo de Red de Información Intergremial Misteriosa o una Carta Gremial Misteriosa que Puedes Usar Como una Tarjeta de Crédito o algo así?!”. Las nanos habían respondido tristemente: “NO TENEMOS LA AUTORIDAD PARA ESO”.

Aparentemente, las leyes que gobernaban a las nanomáquinas no podían romperse tan fácilmente.

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Y así, Pacto Carmesí partió alegremente a la siguiente ciudad. Sin embargo…

“Hemos estado viajando casi sólo hacia el este todo el tiempo.

¿Hasta dónde planeamos ir?”, preguntó Mavis como si fuera algo normal.

“¿Eh? Tú eres la líder, ¿no deberías decirnos tú hasta dónde?”. “¿Qué—? Pero si tú eres la que siempre decide el viaje, Reina,

porque has viajado desde que eras pequeña”. “¿Eh? ¡Es la primera vez que escucho eso!”. “¿Eh?”.

“¡¿¡¿Eeehhhhh?!?!”.





“Bueno, ¿qué es lo que planeábamos ganar de este viaje?”, preguntó Pauline en voz alta. “Bueno, obviamente la meta era entrenar y ganarnos una buena reputación, pero de ahí en más…”.

“B-Bueno, empezamos a viajar en primer lugar porque yo iba a viajar sola y hacer turismo mientras investigaba lo que buscaban los dragones antiguos. Entonces, todas ustedes decidieron seguirme”, respondió Mile.

“¡Oh, cierto! Así fueron las cosas, ¿no?”, dijeron las otras tres. Aparentemente, lo habían olvidado por completo.

Tristeza…”.

Esta pareció ser una gran sorpresa para Mile. Tanto que estaba produciendo sus propios efectos de sonido en voz alta.

“¿Q-Qué fue eso?”.

Mile se enojó, mejillas infladas, y Mavis trató de arreglarlo, disculpándose.

“¡Lo siento, lo siento mucho! ¡Es sólo que ya pasó mucho tiempo desde que dejamos la capital por primera vez!”.

Por supuesto, no se refería a la semana que habían pasado ahí a mitad de su viaje. Para propósitos del viaje, estaban tratando esa ocasión como una parada más, así que a lo que Mavis se refería era a la primera vez que salieron.

“Entonces, ¿deberíamos dar media vuelta pronto y regresar a Tils?”, propuso Pauline.

“Bueno”, Reina intervino, “hemos experimentado muchas cosas, y fue una buena práctica. Puede que sea hora de regresar a casa y empezar a echar raíces. Pero…”, ella se desvió, mirando a Mile.

Hasta ahora, no habían hecho progreso en investigar los misterios que habían sido el ímpetu inicial de Mile para salir de viaje. Por eso, parecía que las otras miembros de Pacto Carmesí, que se habían autoinvitado al viaje, colgándose de Mile, no estaban en posición de declarar el final del viaje antes de siquiera ver un solo resultado.

Mavis y Pauline parecían pensar exactamente lo mismo, y se preguntaban qué hacer, pero antes de que pudieran hablar—

“¡Bueno, regresemos!”, Mile dijo alegremente.

¡¿Eh?!”, las otras dos estaba desconcertadas, sorpresa clara en sus caras.

“T-Tú, uh, así de simple… ¿Estás segura? ¿Qué hay de las cosas que querías hacer cuando dejamos la capital?”.

“¿Eh? Oh, cierto. Pero ya se los dije antes, ¿no? Sólo era algo que picó mi interés, y pensé que sería una buena meta secundaria para pasar el rato en el camino. Considerando la vida de un dragón antiguo, ¿quién sabe cuántos siglos, o incluso milenios, piensen acarrear sus planes? Es imposible que una simple humana pueda esperar entenderlos. Nunca quise que esa fuera mi meta principal

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ni nada así”.

“M-Mile, tú… digo, sí, nos dijiste eso, ¡pero pensamos que lo dijiste para no preocuparnos! No me digas que pensabas irte por algo tan… ¡No, espera! ¿En serio nos ibas a dejar atrás por algo tan insignificante como eso?”.

“Uh, no, yo—”.

Chispas empezaron a volar.

Tras una pequeña pelea, las cosas se calmaron, y las miembros de Pacto Carmesí decidieron que continuarían un poco más hacia el este y luego considerarían regresar desde su próximo destino.

“Me pregunto si Lenny ha estado encargándose de los baños sin problemas…”, pensó Mile.

“Armaste particiones para ella y construiste un pozo justo al lado del baño. Si no puede arreglárselas con eso, no está calificada para encargarse de una posada. ¡Cualquier posada tan incompetente merece quedar en ruinas!”, dijo Pauline, con innecesaria agresión. Aparentemente, seguía un poco alterada por su pelea.

Ah… pensaron las otras tres.

O quizás estaba recordando el Incidente del Inintencionado Abandono de Pauline… En tal caso, quizás era normal que se sintiera tan infeliz.

“Disculpa”, se disculparon las tres con sinceridad.

***

 

 

“Parece que finalmente está aquí—¡el Shinshin Chanson Kashu Shinshun Sonson Chanson Show!”.

“¿Qué demonios fue eso?”.

“Me sorprende que no te mordieras la lengua”. “¿Qué lenguaje fue ese?”.

Lo que Mile había dicho se traducía literalmente a Estrellas en Asenso de la Canción del Espectáculo de Canto del Pueblo Montañoso de Año Nuevo, pero su edición del clásico trabalenguas perdería todo efecto si lo traducía a la lengua común de este mundo, así que había dicho la segunda mitad de su oración en japonés. Por supuesto, era imposible que las demás lo hubieran entendido.

En todo caso, Pacto Carmesí había llegado ahora a un pueblo montañoso de considerable tamaño. De considerable tamaño, al menos porque tenía algo que parecía una posada y restaurante.

Si fuera un pueblo de verdad pequeño, cualquier invitado normalmente se quedaría en la casa del jefe de pueblo, pero obviamente, viajeros y cazadores que pasaban por casualidad no contaban como invitados. Cualquiera que pareciera sospechoso no se le permitiría quedarse aquí, y aunque se lo permitieran, probablemente tendrían que pagar en efectivo.

Pacto Carmesí por lo general evitaba quedarse en pueblos sin posadas, por principio—excepto cuando tomaban trabajos en lugares así y se les invitaba explícitamente como invitadas. Era mucho mejor acampar en el bosque que pagar para dormir en casa de alguien como alguna especie de parásitos… al menos, eso pensaban las chicas de Pacto Carmesí.

La mayoría de otros cazadores juzgaban tales cosas con criterio muy diferente, pero así eran las cosas, y ya.

En todo caso, este lugar tenía posada, y por ello, por práctica, y para ser capaces de familiarizarse con el terreno algo alejado de la ciudad, el grupo tomó la decisión colectiva de quedarse.

Por supuesto, no era necesario contar que cuando el grupo reservó una habitación en la singular posada y cenó en el único restaurante del pueblo—en el primer piso de la posada, obviamente—lo de siempre ocurrió.

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Si esto fuera Japón, él habría sido de mediana edad, pero en este mundo, era un poco anciano. Un hombre con tal descripción, junto con otro hombre de alrededor de cuarenta años, entraron al área de comida y se dirigieron directo a la mesa ocupada por Pacto Carmesí.

En un pueblo como este, aquellos con familias rara vez comían afuera, así que los comensales presentes se limitaban a Pacto Carmesí y a los pocos otros invitados de la posada, junto con un solo hombre joven del pueblo. Como resultado, había bastantes mesas libres. Lo cual significaba que…

“Tengo un favor qué pedirles”. Aquí viene, pensaron las chicas. “Soy el anciano de este pueblo—”.

“¡¡¡Al menos déjennos terminar de comer!!!”.

Lo de siempre.

“¡Oigan! ¿No escucharon? Este es el anciano del pue—”.

“¡Ya cállate! ¡No somos tan buenas o tan estúpidas como para dejar que nuestra comida se enfríe por andar platicando con un sujeto que viene todo creído, hablando tonterías sin siquiera saludarnos adecuadamente a mitad de nuestra comida! ¡O vuelven a empezar o se esperan en algún lugar fuera de nuestra vista!”.

No sería irrazonable pensar: Bueno, no era necesario ser tan grosera, pero al pensarlo mejor, el hombre había interrumpido la cena de Reina. Reina, la chica que amaba su comida tanto como la vida misma.

Normalmente, este sería el punto en el que Mavis intervendría para tratar de mejorar el ambiente, pero este nivel de conflicto era normal. Las otras tres asintieron también. Hasta donde sabían, comer era algo sagrado, demandado por sus estómagos y necesario para mantener sus cuerpos en plena forma para mantener sus habilidades al máximo. Además, era muy placentero—y un placer que sólo podían sentir tres veces al día.

Por otro lado, el anciano del pueblo y su acompañante, quienes asumían ser de mucha mayor importancia que estas pequeñas cazadoras novatas, se quedaron parados frente a ellas, sin palabras.

“…Muy bien, ahora sí, ¿qué querían?”.

Aún después de terminar de comer, Reina parecía no tener interés a seguirle el ritmo a los hombres. Ella no era el tipo de chica que se preocupaba por formalidades cuando se trataba de gente como el líder de un pueblo.

Por supuesto, no es como si ella no supiera cómo ser formal. Ella siempre les habló educadamente a los clientes durante sus días de viaje con su padre. Estos días, sin embargo, las únicas personas por quien se molestaría en ser formal eran nobles—con la excepción de aquellos que fueran hostiles con Pacto Carmesí.

Dicho eso, así se comportaban la mayoría de cazadores. Aquellos que debían mentirles a todos para vivir, o que carecían de confianza en sí mismos, eran los primeros en hacerse los fuertes, usando lenguaje grosero y actuando de manera egocéntrica.

“S-Sí—bueno, primero, por favor escuchen”.

Todos los demás invitados habían terminado de comer, dejando sólo a Pacto Carmesí y al grupo del anciano del pueblo en el comedor. Aquellos que no se estaban quedando en la posada eran clientes regulares que habían llegado tan pronto como se comenzaba a servir comida, y nadie más había aparecido luego de que Pacto Carmesí llegara.

Obviamente, era imposible que los dueños de la posada no supieran quién era el anciano del pueblo, así que un trabajador había traído un vaso de agua para el anciano, al mismo tiempo que este jalaba una silla y se sentaba en una mesa, diciéndole que se tomara su tiempo, antes de regresar a la cocina.

El anciano, que se había llamado a sí mismo ‘anciano del pueblo’, comenzó a hablar. Con su intento de hacerse el fuerte y tomar la iniciativa con la conversación aparentemente habiendo sido despreciado, había pasado a un tono más relajado, el cual uno normalmente tomaría con un grupo de cazadores a los que estaba conociendo por primera vez.

Esto es lo que el hombre contó:

Había una cierta montaña a unas pocas horas caminando desde el pueblo, lejos de la carretera. Bueno, ya que este era un pueblo montañoso, estaban, por supuesto, rodeados por montañas, pero esta montaña en particular era un poco problemática.

Durante años, golems habían estado apareciendo en esta montaña. Al igual que con la mayoría de lugares donde esto ocurría, los golems nunca se alejaban más de una distancia fija de la montaña y no habían mostrado señales de incrementar sus números, así que eso no era un problema. No era muy difícil para los aldeanos, que vivían rodeados por montañas, evitar una montaña en particular. Además, considerando lo lejos que estaba, no era un problema ni en lo más mínimo. No había recursos que fueran exclusivos de esa montaña, ni era hogar de alguna especie de yerba especial o animal. Era una montaña común y corriente.

Entonces, un día, los niños llegaron.

Eran los muy conocidos ‘niños de la calle’.

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Para ser justos, si dormían juntos bajo un puente o algún arbusto en las orillas del río o algo así, debería llamárseles “vagabundos” y no “niños de la calle”, pero, bueno, no nos preocupemos por los detalles. Quizás para evitar asociarlos con los huérfanos que vivían en un orfanato, todos los de por aquí parecían referirse a estos niños que vivían solos como “niños de la calle”, sin importar si tenían un hogar fijo o no. Era un término que indicaba que no vivían en casas normales, sino en chozas o ruinas, o meramente en matorrales o arbustos de árbol.

Había un hecho particular en estos niños: parecían no ser enemigos de los golems a pesar de meterse en sus territorios.

Sin embargo, eran inofensivos, y no eran problema para el pueblo. La cantidad de vegetales salvajes o pequeños animales que un grupo de niños podía cazar no causaba efecto en la cadena de suministro del pueblo y, en primer lugar, ellos ni siquiera se metían en los mismos lugares que frecuentaban los pueblerinos. De hecho, incluso había personas de este pueblo que viajaban a la montaña para “deshacerse” de cosas—cosas que los niños podían usar como quisieran.

En resumen, era una extraña montaña, pero no una problemática. Y, sin embargo, aparentemente, hace poco había comenzado a existir algo de inquietud al respecto.

Los pueblerinos de buen corazón que normalmente iban a la montaña para “deshacerse” de ropa vieja, ollas, sartenes y pan quemado, habían observado a unos hombres sospechosos en el área. Además, los hombres habían sido vistos retirándose luego de combatir contra los golems de piedra, los cuales atacaban rara vez, siempre y cuando nadie los atacara primero o se metiera en sus territorios.

“Desde que los golems de roca se asentaron en esa montaña, no hemos visto casi ningún otro monstruo feroz”, dijo el anciano. “Los que quedan no atacan humanos a menudo o son mansos, lentos y herbívoros—en su mayoría, seguros. Cosas como conejos rocosos o serpientes rocosas… A veces se ven lobos rocosos, pero de esos realmente no hay muchos. Parece que, si algo demasiado salvaje trata de aparecerse, los golems lo alejan. Entonces, bueno, supongo que debería ir al grano…”, continuó, inclinándole la cabeza a Pacto Carmesí. “Nos gustaría que investigaran a esos hombres extraños, y los ataques de los golems, y se aseguren de que los pequeños vagabundos que por fin encontraron un sitio donde quedarse no corran peligro”.

Con eso, miró a cada una de las miembros de Pacto Carmesí una por una.

“No sabemos lo que esos hombres buscan al pelearse con golems de piedra. No hay nada de valor ahí, y no parecen ser esclavistas tratando de llevarse a los niños. Dicho eso, hay mucho peligro potencial para los niños—ya sea que los golems comiencen a ver a los humanos como enemigos, o si se ven atrapados en algún tipo de pelea”.

“Sin embargo, no podemos hacer una solicitud formal al gremio de cazadores a menos que sepamos la situación. No sabemos cuánto tendríamos que pagar si hacemos la solicitud justo ahora, por lo lejos que queda el pueblo, y porque no sabemos las circunstancias o riesgos del trabajo”.

“Desafortunadamente, no podemos usar los ahorros del pueblo por el bien de unos niños desconocidos cuando no hay peligro para el pueblo en sí. Así que debemos confiarle la recolección de información a cualquier número de cazadores que pasen por casualidad por aquí. Podemos darles 53 monedas de plata. ¡Por favor acepten la misión!”.

Aparentemente, la mirada del anciano no había sido de enojo, sino de énfasis, apretando sus dientes para implorar desesperadamente la asistencia de Pacto Carmesí.

Había razones para que un pueblo fuera construido en un lugar específico.

Puede que el lugar sea donde una carretera pasa por un río, o donde se intersecan dos caminos principales. Puede que haya algún punto de referencia famoso, o un puerto, o tal vez sea un sitio donde hay una mina o florece algún otro tipo de industria. Puede ser un sitio fuertemente fortificado, o simplemente una estación de paso, en intervalos regulares en la vía pública. Uno vería pueblos un poco más grandes en sitios donde viajes de un día de vagones de pasajeros y carretas de comerciantes se traslapaban.

Este pueblo, sin embargo, quedaba lejos de tales sitios, en un sitio remoto, un pueblo más o menos en medio de la nada. Había poco tráfico, y los caminos eran tan angostos que los vagones no podían pasar uno al lado del otro sin tener que salirse.

Aun así, este pueblo era relativamente civilizado en comparación a la mayoría de asentamientos en el corazón de las montañas. Aunque realmente era lo que uno llamaría “un pequeño pueblo en las montañas”, no era nada de lo que uno pudiera burlarse. Al menos en este mundo, donde había unos verdaderamente impensables sitios…

Si uno fuera a usar sólo los caminos más grandes, uno sólo conocería las ciudades y estaciones de paso más prósperas y grandes. Para conocer los sitios entre estas ciudades, los pequeños pueblos y el área rural, uno debía viajar a propósito en búsqueda de enriquecimiento cultural, alejándose de los caminos principales de vez en cuando para tomar los caminos que llevaban a estos pueblos montañosos o boscosos.

En momentos así, cuando se entraba a algún sitio lejos de cualquier ciudad con una rama gremial—pueblos con tan poco dinero que no podían hacer solicitudes formales al gremio—

demostrar galantería al tomar la misión por migajas era verdaderamente la cúspide de un viaje de auto-mejoramiento.

Era raro que un pueblo normal tuviera una razón para agradecerle de todo corazón a una banda de cazadores novatos. Así que, estos novatos, sin muchas habilidades, a veces soñaban con tomar misiones así… al menos hasta que se volvían cazadores de rango C experimentados que quedaban hechos polvo por las misiones diarias y que no podían permitirse tomar misiones que generaran tan pocas ganancias.

Pacto Carmesí, por supuesto, tenía la edad justa para soñar misiones así… particularmente Mavis, Mavis, y específicamente Mavis.

“¡Déjennoslo a nosotras! Vamos a—”.

“Por favor déjennos pensarlo”, interrumpió Pauline, antes de que Mavis pudiera terminar su respuesta. “Les contaremos mañana—”.

“Lo haremos”.

“¿Eh?”.

Aunque Pauline trató de retrasar su respuesta, Reina intervino, aceptando la misión. Pauline y Mavis, ambas, sonaron sorprendidas por esto, pero Mile ni se inmutó. Era una respuesta natural para Reina…

***

 

 

“¡¿Por qué aceptaste la misión?! ¡53 monedas de plata es menos de la mitad de lo que se nos debería pagar! No pasa nada por darles un pequeño descuento, pero por algo existe una tasa comercial estándar para las cosas”.

Tras haber aceptado su misión independiente, Pacto Carmesí escuchó toda la información, y el anciano del pueblo regresó a casa.

Fue hasta ahí cuando Pauline regañó a Reina por tener la audacia de aceptar sin consultar a las demás. Aunque era normalmente alguien relativamente tranquila, Pauline era… intensa cuando se trataba de dinero.

“¡Que un cazador tome una misión con una paga muy por debajo del estándar le causa problemas a todos los cazadores! Descuentos o no, no deberíamos recibir menos de tres monedas pequeñas de oro por persona en este caso—¡y eso sería doce por todas nosotras!”.

“Puedes debatir todo lo que quieras, pero ellos no podrán pagar tanto”, dijo Reina.

“¿Eh?”.

Era normal en estos viajes proveer un poco de caridad a zonas rurales necesitadas. Incluso Pauline lo sabía pero, aun así, ella insistía en que 53 monedas de plata era simplemente muy poco. Para ese fin, ella había pensado que al menos debían negociar, pero…

“53 monedas de plata es una cantidad un poco aleatoria, ¿no creen? Si lo hubieran sacado de los ahorros del pueblo, sería una cantidad fácilmente divisible, como 50 monedas de plata. Además, normalmente lo habrían dicho como ‘cinco monedas pequeñas de oro’…”.

“B-Bueno, sí, es verdad. Pero—”, respondió Pauline.

“En otras palabras, 53 monedas de plata es lo que tienen. Él ni siquiera quitó las 3 extra para hacerlo un número par; es todo lo que nos pueden ofrecer. Además, ya lo escucharon: ‘No podemos usar nuestros ahorros por el bien de unos niños desconocidos cuando no hay peligro para el pueblo en sí’”.

“Oh…”.

“Entonces, en resumen, el dinero que nos ofreció no es del presupuesto oficial para el manejo del pueblo, ¿verdad?”.

Watashi Nouryoku Volumen 11 Capitulo 82 Parte 1 Novela Ligera

 

“Entonces, ¿las 53 monedas de plata fueron recolectadas como donación de los pueblerinos? Y nos lo ofrece todo a nosotras, en lugar de quedarse un poco…”, murmuró Mavis.

“¡Supongo que no queda de otra!”, dijo Mile. “Lo primero es la amistad y lo segundo la lealtad. ¡Tercero la generosidad y desde el cuarto al séptimo el dinero!”.

“¡Ese es nuestro Pacto Carmesí!”, las cuatro dijeron al unísono.

…Mile, Mavis, y pauline, por supuesto, estaban muy conscientes de una cosa: aunque no era tan obvio como con Mile, Reina siempre se preocupaba por los niños huérfanos de las ciudades por las que pasaban. Ellas también sabían por qué se preocupaba por esos niños.

No podían evitar pensar lo que habría pasado si Reina no hubiera sido recogida por Crismon Lightning cuando su padre murió. O qué camino habría seguido luego de que los miembros de Crimson Lightning fueron asesinados, de no haber sido por su talento como maga y todo el conocimiento que le habían impartido.

Ellas entendían lo que estos generosos espíritus, quienes reunirían su dinero por el bien de unos niños que ni siquiera vivían en el pueblo—a pesar de sus dolencias monetarias—significaban para una chica que bien habría podido ser uno de esos niños. Todas entendían la bondad que llevaría a los pueblerinos a bajar sus cabezas frente a unas cazadoras jóvenes.

Estos pueblerinos eran justo como las personas que habían criado a Reina…

***

 

 

“Entonces, ¡creo que ya llegamos a la montaña problemática”, anunció Mile.

“N-No, es el ‘lugar donde los pueblerinos van a deshacerse de su ropa vieja y pan quemado’”, corrigió Reina.

Ambas se referían a la misma área: donde los riscos de las montañas se aplanaban en superficies que parecían una plataforma o mesa.

Estando tan profundo en las montañas, a donde rara vez iban las personas, era imposible distinguir un camino claro, o siquiera algo que pareciera un camino hecho por animales, pero al seguir los varios puntos de referencia que el anciano del pueblo les había descrito—tales como rocas peculiares o los tres enormes árboles que crecieron en línea recta, etc—al igual que al mantener sus ojos abiertos en busca de señales claras de viajes humanos pasados— incluyendo grama y arbustos doblados, o matorrales que parecían haber sido cortados con machete o algo similar—Pacto Carmesí eventualmente pudo llegar.

“Como sea, parece que vamos a necesitar sacarle información a alguno de los tres grupos que hay aquí—los golems, los hombres extraños, o los niños de la calle. ¿A cuál deberíamos hablarle?”, se preguntó Mile.

“¡Los golems no pueden hablar!”.

“No creo que lleguemos a ningún lado si empezamos con los hombres sospechosos. Y no sabemos si vamos a poder regresar hasta acá de nuevo…”.

“Entonces es obvio, ¿no?”, las otras tres dijeron.

“Bueno, entonces…”.

¡¡¡Fweeeee!!!

Mile puso sus dedos en sus labios y silbó.

Era una habilidad especial de Misato, la cual eventualmente perfeccionó luego de que un americano que vivía cerca le enseñara, y obviamente, se había mantenido con esta habilidad luego de reencarnar—aunque nadie le había dicho habilidad. No era un reto real poner tu dedo índice y pulgar en tu boca y soplar, pero agarrarle el truco era bastante difícil. Era curioso cómo la mayoría de americanos entendían cómo silbar así, mientras que la mayoría de japoneses no.

Sin embargo, el silbido usando los dedos, el cual producía mucho más sonido que un silbido normal, era increíblemente útil— particularmente como señal en casos como este.

Ella había escuchado que este era el tipo de señal usada por los pueblerinos que venían a “deshacerse de sus cosas viejas”.

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Tras un corto tiempo, cuatro niños salieron de entre los árboles.

“¿Quiénes son ustedes…?”.

Los niños habían asumido que se trataba de los pueblerinos de siempre, pero frente a ellos había un grupo de extrañas con armadura. Era natural que subieran su guardia. Dicho eso, armadura o no, las extrañas eran unas jovencitas, unas siendo niñas y otras siendo de máximo diecisiete o dieciocho, así que quizás no debían estar tan alertas.

Si hubieran venido a secuestrar a los niños, habría sido normal enviar hombres fuertes y grandes—de otra forma, no podrían ganar dinero usando a estos niños.

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“Somos cazadoras enviadas por el anciano del pueblo. ¿Algo les ha estado molestando últimamente?”.

La primera en hablar fue Mile, cuya apariencia la hacía parecer la menos intimidante de las cuatro. Pauline también daba la impresión de ser amable, pero si los agudos sentidos de los niños captaban su verdadera naturaleza, perderían la confianza en un instante. Por si acaso, ella se quedó fuera de la conversación.

Las miembros de Pacto Carmesí sabían que Mile era la más indicada para hacer preguntas sobre cosas que nadie sabía.

“¿El anciano del pueblo? ¿Se refieren al Viejo?”, preguntó un chico de unos doce o trece años, que parecía ser el líder del grupo, con una mirada curiosa en su cara. Aparentemente, a pesar de estar alerta, entendía que estas chicas no pretendían hacerles daño.

“¿Viejo? Sí, supongo. El que viene a ‘deshacerse’ de ropa vieja y pan que el pueblo ya no necesita”.

“¿Deshacerse? Uh, s-sí, supongo que así es…”, respondió el chico, inclinando a un lado su cabeza. Aparentemente, el que había estado a cargo de venir a “deshacerse” de estos objetos supuestamente no necesitados—ese tal Viejo o lo que sea—nunca había usado esta particular terminología con los niños.

“Parece que el anciano ha prohibido que los pueblerinos viajen hasta acá por ahora, porque no saben qué tan peligrosas son las cosas. Entonces…”.

“¿Entonces?”.

“Los pueblerinos reunieron dinero y nos contrataron”.

Los cuatro niños guardaron silencio, caras sin expresión alguna.

No era algún fenómeno natural el que había causado que este gran número de huérfanos viviera solos en medio de las montañas. No, probablemente aquí fue donde terminaron luego de vivir en alguna ciudad donde nadie quiso ayudarlos—o aún peor, donde la gente los persiguió, explotó, o cazó por frustración o deporte, donde había muchas posibilidades de ser capturados o vendidos como esclavos. Lo normal sería huir, en busca de un lugar seguro, y terminaron aquí.

Aunque aquí no tenían a nadie para rogarles por comida o para robar, sus dietas eran mucho más ricas en las montañas que en las ciudades, ya que este lugar estaba repleto de vegetales y pequeños animales, y los animales grandes que de vez en cuando podían atrapar con trampas. Su agua probablemente venía de un río.

Sin embargo, las cosas no eran así de simples—por supuesto que no. Si esta vida fuera tan fácil, entonces todos los huérfanos de la ciudad se habrían mudado a las montañas.

Aunque era una cosa que pocas personas viajaran a la montaña para cazar, escoger vivir aquí era más o menos un acto suicida, incluso para un adulto. Había animales salvajes, depredadores… y, por supuesto, monstruos.

Además, en la naturaleza, donde era difícil ver, existía la posibilidad de volverse la presa de un noble o demás gente adinerada que tenía predilección por cazar “a la presa más peligrosa”.

Así que, normalmente, sería imposible que un grupo de niños viviera en este tipo de ambiente. ¿Cómo habían logrado arreglárselas aquí?

Los golems.

Gracias a que los golems aparecieron en esta área, monstruos peligrosos como los ogros y orcos se alejaron, y cuando monstruos relativamente mansos—lagartos o conejos o serpientes— aparecían, podían ser cazados fácilmente con lanzas de bambú y garrotes, y con las habilidades para trepar árboles que los niños habían perfeccionado en caso de emergencia.

Pero, ¿por qué los golems alejaban a los orcos y ogros, pero no a los otros monstruos? Y, además, ¿por qué ignoraban a los niños, en lugar de sacarlos también?

De acuerdo al anciano del pueblo, nadie tenía ni idea. Todo lo que sabían era que este era un sitio donde los niños podían vivir. Eso era todo lo que importaba.

Además, existían los aldeanos que, a pesar de no tener nada que ver con esta área o con los niños desconocidos, por alguna razón habían hecho un hábito el traer ropa y comida con el pretexto de ser cosas de las que se debían deshacer.

Nunca nadie en sus vidas había hecho algo así por los niños. Ni siquiera en las ciudades con más gente que este pueblo, y que eran mucho más prósperas.

Y ahora, habían llegado tan lejos como para reunir dinero y contratar cazadores para asegurar el bienestar de estos niños.

No tenía sentido.

Los niños no tenía ni idea de lo que los aldeanos podrían estar pensando, desperdiciando su dinero en algo tan irrelevante.

Por eso los niños habían guardado silencio.

Sin embargo, el silencio no iba a hacer que esta conversación avanzara. Por eso, Mile prosiguió.

“Em… Entonces, ¿y los demás niños?”.

El chico líder estudió a Mile con sospechas, sin responder. Mile entendió el por qué.

Por supuesto, revelar tus números al enemigo te pone en gran desventaja. Eso significa que todavía no confían en nosotras…

Sin duda, la manera en la que estos niños habían sido tratados en el pasado había sido demasiado cruel como para confiar en extraños tan fácilmente, sin importar el hecho de que los aldeanos las hubieran contratado. Para estos niños, confiar tan fácil en otros podía significar muerte o esclavismo.

Entonces, en ese caso…

¡Bwam!

Un gran trozo de carne apareció sobre la piedra que parecía una mesa.

“¿Eh…?”.

Los niños se quedaron sin palabras.

¡Bwam ¡Thwunk! ¡¡Boom!!

Vegetales, pan, una tetera, una estufa, y un barril de agua con una boca. Los niños quedaron congelados por la sorpresa de ver todas estas cosas aparecer de la nada frente a ellos.

“No estoy segura de para cuántas personas debo cocinar porque

no sé cuántos de ustedes hay… ¿Cuatro porciones son suficientes?”. “¡S-Somos dieciséis!”.

“¡¡Cállate, idiota!!”.

Antes de que el chico líder pudiera detenerlo, otro niño de unos diez años les dijo a las miembros de Pacto Carmesí exactamente lo que querían escuchar.

***

 

 

“¡Muy bien, a cocinar!”, gritó Mile mientras los niños revoloteaban a su alrededor.

Mientras Mile comenzaba a hacer comida para veinte personas, tras mucho debate interno, el chico líder instruyó a los demás a que fueran por el resto de la banda.

Los niños que llegaron se congelaron con sorpresa al ver comida siendo preparada frente a ellos, un delicioso olor saliendo de la tetera. Prácticamente se estaban colgando a Mile y a Pauline, quienes estaban cocinando, pero eventualmente ellas los alejaron, diciendo que era peligroso o que estaban siendo molestos.

Era difícil cocinar con tantos ojos mirándolas fijamente desde lejos—mejor dicho, era increíblemente difícil—pero Mile y Pauline de alguna forma se las arreglaron para soportar las intensas miradas y terminar su trabajo.

Y entonces…

“¡¡¡Qué ricooooo!!!”, gritaron todos los niños.

“Mm-hmm, ya veo, ya veo…”, dijo Mile, inflando orgullosamente su pecho. Por supuesto, estaba orgullosa, pero orgullosa del ingenio con el que había usado su intuición.

Watashi Nouryoku Volumen 11 Capitulo 82 Parte 1 Novela Ligera

 

Sin importar lo mucho más ricas que fueran las dietas de estos niños en comparación a cuando vivían en la ciudad, nunca eran capaces de saciar su hambre, excepto por raras ocasiones cuando lograban cazar un animal grande. Además, con las pocas especias y utensilios de cocina, sus elecciones se limitaban normalmente a comida insípida, ya fuera cruda, rostizada o seca.

Sin duda, hasta donde sabían estos niños, comer no era algo que se disfrutaba, sino un acto mortal meramente necesario para vivir. Y por eso, Mile deseaba enseñarles a estos niños las alegrías de comer, enseñarles que comer no se trataba simplemente de saciar su hambre.

Reina se sentía igual, pero Mile, presintiendo que si Reina intervenía en su cocina, los niños experimentarían disgusto en lugar de gusto, vetó la idea, pidiendo la asistencia de Pauline en su lugar. Mientras Mile y Pauline se encargaban de cocinar, Reina fue relegada a examinar a todos los niños físicamente, aplicando magia curativa a cualquier herida que encontrara.

Mavis, por otro lado, tomó un rol más maternal, instruyendo a los niños formas de luchar con lanzas de bambú y garrotes, y demostrándoles formas para fortalecer sus cuerpos, para mantenerlos lejos del área de cocina. Aunque todo ese tiempo se estuvo preguntando: “¿Por qué seré tan popular con niños, ancianos y señoritas, pero no con los hombres?”.

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Al final, lo que Mile y Pauline lograron producir fue: una barbacoa.

Por supuesto, los niños seguramente habían comido carne asada antes, pero esa carne estaba muy lejos de ser una verdadera barbacoa. Demasiado lejos. Eran tan diferentes como un barco pesquero y el Titanic.

La carne asada era la comida de un cavernícola, pero la barbacoa era la comida de la gente civilizada. Esta estaba cuidadosamente dividida en porciones pequeñas, con el grosor más delicioso y perfecto, ni demasiado asada ni demasiado cruda, y obviamente resaltaba la parte más crítica de cualquier comida… ¡el sazón!

Con poca sal y pimienta, con nada más que un poco de especias, la barbacoa era frotada con el marinado especial de Mile antes de asarse, y luego se salseaba una vez más antes de comer. Incluso la salsa misma, hecha con condimentos de alta calidad, frutas, salsa de soya, azúcar, ajo, sal, miel, aceite vegetal, almidón y cebollas, provenía de un mundo que jamás habrían podido imaginar los niños. Para ser franco, era prácticamente demasiado para ellos—ya que era el tipo de comida que incluso los nobles locales enloquecerían por probar.

No parecía que ellas fueran a recibir respuesta de los niños mientras estos estaban tan ocupados comiendo, así que Reina y Mavis esperaron educadamente, haciendo muecas, hasta que los niños pararon de comer. Mile y Pauline, por otro lado, estaban demasiado ocupadas preparándose segundas porciones para ellas mismas…

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