86 [Eighty Six]

Volumen 9: Las Valquirias Han Arribado

Interludio 3: Para Saber Como Matar A Siegfried, Uno Debe…

 

 

“Hola.”

El hospital militar de Sankt Jeder, la capital de la Federación, estaba relativamente lejos de la base de Rüstkammer. A pesar de ello, Annette asomó la cabeza en la sala del hospital, haciendo que Theo y los otros Ochenta y Seis chicos hospitalizados allí parpadearan sorprendidos.





Una refrescante brisa, fresca pero no del todo helada, entraba en la habitación a través de la ventana, que se había abierto una rendija. El cielo gris de otoño parecía mezclarse perfectamente con el fino cristal de la ventana.

A medida que sus cuerpos se recuperaban, los chicos recuperaban su resistencia, lo que les dejaba aburridos e inquietos por falta de cosas que hacer. Muchos de los compañeros de Theo decidieron leer libros complicados o ponerse al día con los deberes. El Ochenta y Seis de la cama contigua a la suya charlaba con un niño que se había asomado al interior, buscando a otra persona. A Theo no le apetecía hablar con nadie, así que ni siquiera miró al niño.

Por alguna razón, Theo sentía que su mente estaba ocupada por un vacío blanco que nada podía llenar. Se había vuelto vacuo y distraído antes de darse cuenta. Estaba tan aburrido como el resto, pero por alguna razón, no se le ocurrió pasar el tiempo de alguna manera.

Estaba así desde que regresó a la Federación. Cuando Shin e Ismael vinieron a visitarlo, tuvo tiempo de reflexionar sobre cómo seguir su vida

ahora. Pero al volver a la Federación, había perdido todo su espíritu. Tal vez no quería parecer patético frente a esos dos, y después de venir aquí, finalmente había agotado la destreza mental que utilizaba para mantenerse despierto.

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Aquel niño no le conocía y, naturalmente, no sabía sus circunstancias, así que no quiso hablar con él. En cambio, dirigió su mirada a Annette y le preguntó:

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“… ¿Qué?”

“Ey. Me imaginé que estarían aburridos en este momento. Así que ya que pasaba por aquí, se me ocurrió traer algunas películas o dibujos animados que todos pudieran ver juntos.”

Abrió su bolso frente al gran televisor compartido. Estaba lleno de datos multimedia. Los chicos se arremolinaron a su alrededor, alzando la voz en señal de júbilo.

“Maldita sea, Annette, ¿eres un ángel? ¿Te ha enviado Dios o algo así?” “Esto ayuda mucho, nos hemos aburrido mucho aquí.”

“Espera, está la conozco; es aburridísima.”

“Huh.” Annette enarcó una ceja ante ese último comentario. “Bien, si te pones así me lo llevaré todo.”

“Ah, espera, espera, ¿no puedes aceptar una broma? No te vayas. Quiero decir, puedes si quieres, ¡sólo deja las películas!”

“¿Quieres ver algunas películas con ellos, chico? ¿Algo que te llame la atención?”


“No, mi padre está aquí, así que me voy. ¡Adiós a todos!”

“Sí, sí, nos vemos… ¿Conocen a los padres de ese chico?” Annette preguntó a los chicos.

“No, es un chico Ochenta y Seis que era demasiado joven para ser

reclutado. Vio las noticias sobre nosotros y pidió a su padre adoptivo que nos visitara.”

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… Mierda, pensó Theo.

Si hubiera sabido que ese chico era un compañero Ochenta y Seis, no lo habría ignorado de esa manera. El chico se preocupó lo suficiente como para venir a verlos, así que debería haberle prestado atención.

El niño tomo la mano de un hombre de uniforme —probablemente su padre adoptivo— que les saludó con la cabeza antes de marcharse. Theo se sintió culpable por no haber devuelto el saludo al niño, que en ese momento ya se había dado la vuelta. En su lugar, miró a Annette.

“¿Dijiste que estabas de paso?”

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Annette le echó una mirada furtiva, pero no respondió. En su lugar, dijo: “Para lo aburrido que pareces estar, no estás tratando de buscar algo que hacer, ¿verdad?”

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“Simplemente no me apetece. Supongo que no estoy de humor.”

La idea de hacer algo para pasar el tiempo no se le había ocurrido. O más bien, no se atrevía a hacer nada.

“Ya que estás aquí, ¿te importa si pregunto? Hmm…”

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¿Cuál era el nombre de pila de esta chica Alba? Se preguntó Theo. Era una amiga de Lena y una vieja conocida de Shin, pero Theo no había hablado mucho con ella. Habían hablado un poco durante la operación en el Reino Unido y algunas veces cuando se encontraron. Aun así, referirse a ella como “Mayor Penrose” resultaba impersonal y rígido.

“Puedes llamarme simplemente Annette.” Dijo.

“Gracias… Annette, ¿has pensado en lo que vas a hacer después? Como cuando la guerra termine. O como cuando llegues al ejército de la Federación después de la ofensiva a gran escala.”

“Sí…” Murmuró Annette vagamente.

Esto hizo que Theo se diera cuenta de que su pregunta era insensible, lo que le hizo callar.

“Lo siento.” Dijo finalmente.

“Está bien… Mi madre murió en la ofensiva a gran escala, sí. Pero tengo que despedirme. Ella no huyó.” Dijo Annette con una sonrisa amarga. En la víspera de la fiesta de fundación de la República, su nación cayó. Annette le dijo a su madre que tenía que evacuar, pero su madre se limitó a sacudirse el agarre con una sonrisa.

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“Dijo que no quería ser una carga ni tener remordimientos. Y que quería ver a sus amigos muertos que vivían al lado. Y a papá—dijo que le había hecho esperar demasiado tiempo…”

Los otros chicos de la sala estaban empezando a ver una película en el televisor grande. Tuvieron la consideración de escuchar el sonido de la película a través de auriculares inalámbricos. Como Theo no llevaba puestos los auriculares, la película era para él sólo un metraje silencioso. Los otros chicos tenían los ojos fijos en el televisor y no miraban hacia ellos.

“De todos modos, volviendo a tu pregunta. Sí… no he pensado mucho en ello. En la ofensiva a gran escala, tenía las manos llenas sólo con sobrevivir. Y cuando llegué a la Federación, pensar en cómo disculparme con Shin era lo único que tenía en mente. Por ahora, sólo quiero vivir esto, supongo. Hay muchas cosas que me gustaría hacer algún día.”

“¿Cómo qué?”

“Como ponerme un vestido, comer comida sabrosa y ver películas nuevas. Ah, y lanzar una tarta a Lena y Shin por una vez. Una con mucha crema. Y que no puedan lanzarme una a mí.”

“… ¿Eso es lo que quieres hacer?” Theo no pudo evitar preguntar.

Ni hablar. ¿Algo tan básico? Todas las cosas que mencionó rozaban lo trivial.

“Son cosas que merecen la pena.” Dijo encogiéndose de hombros. “Por ejemplo, si te dijera que hay un puesto en la plaza que vende un pan frito muy bueno, querrías comprobarlo, ¿verdad? No es que vaya a comprártelo… Pero te centras en pequeñas cosas como ésa y luego encuentras otra cosa que hacer. Y sigues haciéndolo hasta que se te acabe el tiempo.”

Theo sonrió sarcásticamente ante esas palabras. No era que no quisiera morir porque había cosas que quería hacer. Todavía estaba vivo, así que quería hacer algo. Quizá la vida consistía en repetir ese proceso a perpetuidad.

Así que si la elección fuera entre vivir tu vida sin rumbo y disfrutar…

“… Bueno, supongo que haré de la revisión de ese puesto mi objetivo hasta que me permitan salir.”

“Buena elección. Y mientras estás en ello, ayúdame a lanzar tartas a Lena y Shin. Estoy seguro de que ambos tenemos derecho a hacerlo. Y también a Raiden. Oh, también quiero tirarle una a Dustin…”

“Para lo de Dustin, tienes que incluirme a mí, cierto, también a Shin, a Raiden, a Kurena… En realidad, cuenta también a Lena. Y Rito—él también conocía a Daiya. De todos modos, todos nosotros tenemos derecho a tirarle una tarta.”

Habían pasado cuatro meses desde que Dustin y Anju se quedaron varados en el Reino Unido, pero sólo había pasado un mes desde la fiesta de baile. Había que preguntarse a qué estaba esperando Dustin.

“Oh, y quiero lanzarle una tarta al príncipe. Sin ninguna razón en particular.”


“Por supuesto.”

Intercambiaron miradas por un momento y luego se rieron.

“Supongo que tendré que pensar qué haré con mi mano izquierda hasta entonces… Ah, claro, mi cuaderno de dibujo.” Dijo Theo, como si de repente recordara que había desaparecido después de todo este tiempo. “Está en mi habitación de la base. Tráelo la próxima vez que vengas de visita.”

Annette le sonrió.

“Entendido, me encargaré de ese recado por ti.”

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