Jimi na Kensei (NL)

Volumen 4

Capítulo 2: El Que Reclama Los Cielos

Parte 4: Ansiedad

Vajra, la Lanza Divina de la Rebelión, uno de los Ocho Tesoros Sagrados. Un artículo mítico famoso conocido por prácticamente todos en el continente, el arma legendaria era capaz de controlar el clima.

Los cielos del Reino de Arcana estaban alfombrados por una capa oscura de nubes de tormenta que dejaba en claro a todos que el arma legendaria había sido robada por alguien que tenía intenciones hostiles hacia el reino y estaba haciendo uso de sus poderes. La gente se encogió de miedo ante la amenaza y empezó a gritar que había llegado el fin del mundo. No había nadie que pudiera tranquilizarlos.

No era solo la gente común. Soldados y burócratas, nobles y plebeyos por igual podían hacer poco más que atrincherarse en casa y esperar poder capear la tormenta que se avecinaba. Las funciones del Reino de Arcana se habían interrumpido por completo antes de que una gota de lluvia cayera de las enormes nubes que se cernían sobre él.

Incluso entonces, los del Palacio Real no habían perdido la esperanza. El hecho de que el rey y las Cuatro Grandes Casas ya hubieran tomado medidas fue suficiente para dar esperanza a la gente.

“Parece que el sueño tenía razón. Tenía la esperanza de que fuera sólo una pesadilla”, comentó Lord Batterabbe, quien había oído hablar primero del sueño profético, en la sala de conferencias con el rey y los señores de las otras Grandes Casas.

“Ya hemos dado nuestros pasos. Todo lo que queda es esperar noticias. Si mostramos alguna incertidumbre, simplemente sembrará miedo entre los que están debajo de nosotros”.

Lord Sepaeda tenía los brazos cruzados y los ojos cerrados, intencionalmente haciendo un punto para parecer indiferente. Se estaba esforzando mucho para parecer tranquilo.

“Mi hermana y su hija están de camino al lugar en cuestión, con sus fuerzas a carruaje. ¿Seguramente no querrás sugerir que no se puede depender de tu heredero o del prometido de mi hermana?”

Sabía muy bien que su hermana más querida, Douve, se dirigía hacia los territorios de Caputo. Con ese conocimiento en la mano, Lord Sepaeda había acallado sus preocupaciones personales y se centró en su papel como figura pública para mantener la calma.

“…Estás en lo correcto. Mis disculpas.”

Lord Sepaeda, el más joven de los señores de las Grandes Casas, actuaba de una manera acorde con su papel. Lord Batterabbe, al ver la actitud de Lord Sepaeda, sintió una momentánea punzada de vergüenza.

“… Conozco las habilidades de Ran y Saiga; con los dos juntos, no tengo ninguna duda de que prevalecerán. Además, el príncipe Tahlan y… los guardias reales… están con ellos. Hay pocas razones para esperar un resultado no deseado”.

El rey, con expresión solemne en el rostro, se tragó las palabras que habían estado a punto de escapar de su boca. Quería ordenarle a Sepaeda que recordara al Sansui de vacaciones, y rápidamente. Pero el propio Lord Sepaeda, que quería hacer eso más que nadie en la sala, estaba controlando ese impulso. Como tal, el Rey dudaba en forzar el asunto.

“Pero… siempre existe el peor de los casos. Disaea, no hay razón para mantener tu as en reserva, ¿verdad?”

Si no hubiera otros medios para garantizar el resultado, el rey muy bien podría haber ordenado a Sepaeda que retirara a Sansui. En ese caso, las otras tres Casas probablemente habrían estado de acuerdo con él.

“Ciertamente. Espero que confíe en mí para hacer lo correcto aquí. Esta no es una situación para juegos políticos”.

Cada una de las figuras presentes confiaba en que Saiga y sus compañeros triunfarían. Saiga por sí solo podría no inspirar esa total confianza, pero el grupo que tenía con él, aunque pequeño, estaba compuesto en su totalidad por personas en cuya habilidad se podía confiar.

Sin embargo, se trataba de una cuestión de supervivencia del reino. Necesitaban planificar la posibilidad de fallas y dar todos los pasos necesarios.

“Estoy seguro de que mi as podría derrotar al que robó Vajra”. “Ya veo.”

El as de Disaea, Shun Ukiyo, el portador ideal de Pandora. A su manera, estaba tan seguro de matar a su objetivo como Sansui. Incluso si el que robó a Vajra fuera lo suficientemente poderoso como para matar a Saiga y a todos sus compañeros, Shun podría matar al delincuente sin riesgo de fallar. Debido a que el reino ya le había dado instrucciones a Shun, Sansui no había sido llamado.

“Su Majestad… ¿Qué cree que ha pasado en Domino?” Lord Disaea preguntó al Rey, claramente preocupado.

La hija del rey, Setenve, se encontraba en la República de Domino, el lugar que probablemente sufrió la peor parte del ataque inicial. Dado que Setenve fue asignada allí para vigilar a Ukyo, estaba casi segura de haber encontrado al que se llevó a Vajra. Era imposible decir con certeza que hubiera sobrevivido al encuentro.

“En última instancia, la República de Domino es nuestro estado vasallo. Perderlo no tiene importancia para nosotros. Preocuparse por esas cosas cuando está en juego la supervivencia de su reino… Has envejecido, Disaea.”

“Le ruego que me perdone, Su Majestad”.

El rey respondió a la pregunta de Disaea con un comentario bastante más duro e impersonal de lo que cabría esperar. Era su forma de demostrar que no había necesidad de preocuparse por Disaea. Al gobernante soberano de un reino no se le permitía el lujo de preocuparse por su hija en una situación como esta. El rey, como su vasallo Lord Sepaeda, necesitaba comportarse con un estoicismo frío y profesional.

“Además, dudo que Ukyo sea derribado tan fácilmente. Sospecho que ya está dando sus propios pasos para reclamar su Tesoro Sagrado”.

El comportamiento estoico del rey no era solo un espectáculo; también confiaba implícitamente en Ukyo Fuushi. Si bien el propio Ukyo casi no tenía capacidad de combate, el rey no pensó que simplemente se quedaría de brazos cruzados después de que le quitaran a Vajra. El escenario más probable era que Ukyo había sido tomado por sorpresa, pero incluso ahora ya se estaba moviendo para resolver la situación por su cuenta. Simplemente no era posible que Ukyo esperara a que el Reino de Arcana viniera a salvarlo.

“… Con respecto a ese asunto”, dijo Lord Caputo solemnemente. “¿Quién es este hombre, el hombre que le quitó a Vajra a Ukyo? Lord Batterabbe, dijo que sospechaba que era un miembro del antiguo régimen de Domino, pero encuentro esa hipótesis difícil de creer.”

No tenía sentido que los reunidos se involucraran en especulaciones en este momento, pero Lord Caputo no pudo evitar considerar las posibilidades.

“Actualmente, Ukyo está siendo protegida por la Guardia Real asignada a Su Alteza. No puedo pensar que haya alguien entre el antiguo régimen con la capacidad de simplemente quitarle Vajra. Si ese individuo hubiera sido parte del gobierno imperial, seguramente se habrían movido antes”.

Era la misma pregunta que había molestado a Saiga, y completamente natural para cualquiera que conociera el estado del antiguo régimen de Domino. Era difícil creer que el Imperio Domino, por podrido que estuviera, tuviera alguien con esa habilidad; si hubiera existido tal individuo, la revolución probablemente habría fracasado.

“Sé que es una pregunta sin sentido de la que preocuparse. Dado que quienquiera que sea le ha quitado un Tesoro Sagrado a Domino y amenaza nuestro reino, es necesario derrotarlo. Pero… no puedo evitar sentir que nos falta algo. Algo muy importante. Algo absolutamente aterrador”.

¿Podría ser que fundamentalmente habían interpretado mal la situación? Lord Caputo, de una manera impropia de un Gran Señor, no pudo evitar expresar su preocupación en ese sentido. Por mucho que supiera que era un ejercicio inútil, el peso de esa incertidumbre le impedía hacer otra cosa.