Slayers (NL)

Volumen 2

Capitulo 1: Un Trabajo que Puede Acabar Mal

Parte 3

¡El cordero de Roania al vapor estaba DELICIOSO! Rociado con especias y salteado con verduras, su sabor y su delicado aroma reposado como el de un buen vino.

¡Los mejillones y las gambas fritas tampoco estaban nada mal!

De hecho, me atrevo a decir que la cena era una de las comidas más extravagantes que había tomado jamás. Si no hubiese sido parte de una entrevista de trabajo, y si Rod y Tarim no estuvieran allí, habría sido una noche perfecta. Pero por desgracia no era así.

Nuestro anfitrión, Tarim el Púrpura, estaba sentado con nosotros a la mesa. Era bastante regordete… estaba claro que lo suyo eran las buenas cenas como esta… y de mediana edad.

¿Sabes de qué va lo de los títulos de colores? Frases como “el Púrpura” y “el Azul” siguen los nombres de aquellos hechiceros dentro de una asociación con despachos importantes o que desempeñan alguna gran función. Llevan túnicas o mantos de ese color y, aunque las tonalidades no representan ningún rango o jerarquía, ayudan a un rápido reconocimiento del sujeto en cuestión.

Quizás te interese saber que yo también recibí un título con color en la Asociación de Hechiceros de mi ciudad natal. También me tenían preparado un manto y una túnica, que me entregaron en una ceremonia oficial, pero no pude soportarlo. No podía ir vestida de… ¡rosa!

¡Cuando la noticia se supo, todas las hechiceras de la asociación se rieron de mí! –

– ¡Lina la Rosa! – Gritaban –. ¡Serías la perfecta bailarina de cabaret!

– ¡Y una porra! – Les gritaba yo con todas mis fuerzas, pero sólo conseguía que se rieran aún más fuerte.

“A ver si os atragantáis…”

¡Por supuesto, había sido un hombre el que había elegido el color!

– El rosa es ideal para una chica tan preciosa. – Explicó.

“¿Qué? ¡¿En qué universo iría una hechicera negra vestida de rosa?!”

De todos modos, si el rosa era inapropiado para mí, el púrpura lo era aún más para Tarim. Aunque sea un color muy bonito, no le sienta bien a todo el mundo.

Quiero decir, le habría sentado bien a un hombre atractivo y delgado. Le añadiría un aura misteriosa.

Pero… ver a un tipo de mediana edad engullir el equivalente a dos mesas de buffet llenas de comida, con su amplio cuerpo envuelto en sedas brillantes de color púrpura, como si fuese una salchicha, no era una visión que ayudase a despertar el apetito.

Estaba completamente calvo, lo cual no tiene nada de malo en si mismo, pero queda raro en una forma tan rolliza. Como una cereza encima de un helado de nata.

¡Además parpadeaba tanto que empezaba a preguntarme si se le habría metido algo en los dos ojos a la vez!

Aun así, lo peor era que, en vez de un buen vino para acompañar la cena, estaba a punto de encenderse un puro.

“Se acabó, hasta aquí hemos llegado.”

– ¡HEY! ¡Que estoy comiendo! – Grité, aguantándome las fuerzas de darle un capón en toda la calva allí mismo.

¿Qué? Venga, como si a ti te gustase comer mientras aguantas la peste de un puro gigante. De todos modos, me hizo caso y lo apagó antes de que encenderlo del todo.

Su historia sobre su rivalidad con Daymia encajaba con lo que había oído en las calles. Lo único diferente es que Tarim calificaba la ‘disputa por la sucesión’ como una serie de ataques unilaterales por parte de Daymia, lo que le había obligado a contratar mercenarios como guardaespaldas. Aun así, su historia era más o menos lo que me esperaba.

– Me gustaría mucho que vosotros dos os convirtieseis en mis g-g-guardaespaldas.

– dijo con una voz débil y mucho más refinada que su apariencia. Tenía problemas para decir la palabra ‘guardaespaldas’ por algún motivo –. Aunque él sigue mandando asesinos a por mí, como os he dicho no tengo intención de hacer lo mismo contra su persona.

“Sí, claaaaaro.”

– Después de convertirme en presidente, haré que se encarguen de él como es debido. No me entendáis mal, me refiero a echarle de su puesto, nada más.

– ¿Y qué hará si Daymia se convierte en presidente? – Pregunté. Contestó riéndose y agitando la mano, como si hubiese hecho un chiste.

– Eso no va a pasar, te lo aseguro. Yo seré el próximo presidente. Sí, es cierto que su magia es más poderosa que la mía. Quizás incluso el doble. Es el segundo hijo de una familia noble. Tiene mucho a su favor. Aun así… – hizo una pausa, se inclinó hacia delante y bajó la voz –. Es un poco… rarito.

– ¿Qué es qué? – Pregunté, sin entender por qué no decía las cosas claras.

– Gourry no parecía estar interesado en la conversación. Parecía más concentrado en apartar los pimientos verdes en su verdura.

“No dejes que nuestra conversación interrumpa tu gran hazaña, genio.”

Mientras yo me fijaba en Gourry, Rod dejó su puesto junto a Tarim. La sed de sangre que sentía emanando de él no se había reducido lo más mínimo.

Algo que, para ser franca, ya empezaba a aburrirme.

– ¡Creo que Daymia podría estar investigando algo prohibido para los hechiceros!

– Anunció a toda potencia.

– Sabe, podemos oírle. No hace falta que grite. – Respondió Gourry.

“¡Gourry! ¡Qué maleducado!”

Respondí a su comentario con una patada bajo la mesa. Él simplemente se me quedó mirando con una ceja enarcada, y volvió a sus pimientos.

Tarim continuó como si nada. Fuera lo que fuese que hacía Daymia, Tarim parecía sinceramente preocupado.

– Siempre he sabido que mi colega estaba interesado en antiguas investigaciones sobre la inmortalidad. Homúnculos, quimeras y demás. Jugar con la vida de esa manera es… ir en contra del código ético de los hechiceros… – Dijo con clara animadversión, apagando su voz poco a poco.

“Por fin empezamos a aclarar las cosas.”

Nunca han sido pocas las personas que se han obsesionado con la búsqueda de la vida eterna. Hace unos quinientos años, el soberano del reino de Lethidius, que estaba en la cúspide de su gloria, ofreció una enorme recompensa a aquel que pudiese concederle la inmortalidad. Entonces una masiva ola de violencia se esparció por el mundo, dentro y fuera del reino, mientras los hechiceros competían por conseguir la recompensa. Apenas dos años después, una guerra civil y una invasión extranjera acabó con el rey y su reino.

Los hechiceros suelen referirse a esta época como la Edad Oscura.
Incluso hoy en día, la primera lección que se imparte a un estudiante de magia es que los sucesos acaecidos en esa era jamás deben repetirse.

Y con razón, si lo piensas un momento. Quiero decir, imagina que creas tu propia poción de inmortalidad, ¿cómo probarías su eficacia? Exactamente. Ese tipo de experimentos siempre acaban en tragedia.

Ahora hay hechiceros que han vivido doscientos años o más… normalmente por haber hecho un pacto con un mazoku a cambio de una larga vida. Pero hay algo que sigue claro como el agua: Todo lo que vive ha de morir. Es una ley que ni siquiera un hechicero puede quebrantar.

Fuera como fuese, la conversación había dejado claro que el vicepresidente Daymia no era alguien con el que me gustaría asociarme.

– Los que elegirán al nuevo presidente conocen muy bien estos hechos, – concluyó Tarim –. Nunca llegará a presidente, no importa las veces que lo intente.

– Uhm… – murmuré con elegancia, porque no sabía qué más añadir.

– Por otra parte, mi área de estudio es la lingüística de la investigación mágica –.

Añadió Tarim, cambiando de tema.

“¿En serio? ¿Vas a empezar a pavonearte de algo así?”

¡Pues sí que lo hizo! ¡Vaya un cerdo ególatra! Hubiera preferido marchitarme y morir que oírle hablar de las complejidades de los galimatías mágicos.

– Por supuesto, los laboratorios y los ritos son necesarios para la práctica de la magia, pero el factor más importante es la palabra hablada, – dijo, sonando como un zumbido en mi oreja –. Pues, sin palabras, no puede haber hechizos. Pero, ¿por qué las palabras tienen este efecto? ¿Cómo invocan poderes que no están presentes en la naturaleza? Pues fijémonos en mi investigación.

“Oh, dioses.”

Seguía dale que te dale con el tema. Se me ocurrió suicidarme allí mismo tragándome la lengua, pero al final decidí cambiar de tema.

– Entonces, ¿qué es lo que estaba investigando el presidente Halcyform cuando despareció?

Mi pregunta pareció alarmar a Tarim, que pareció sufrir un escalofrío.

“Uy, ¿a qué ha venido eso?”

No era sólo el hecho de que le había interrumpido. Algo sobre el tema que había escogido le causaba un gran malestar.

– El presidente estaba… – hizo una pausa, obviamente buscando una respuesta adecuada –. Vida… sí, ¡sí! Estaba investigando algo relacionado con la vida. – Lo había dicho de una manera tan extraña que estaba claro que ocultaba algo.

– Y entonces… ¿algo salió mal? – Pregunté mirándole directamente a los ojos –.

Aún no hemos dicho que vayamos a aceptar el trabajo… – le recordé.

– Bien. – Dijo el vicepresidente Tarim mientras sus manos le temblaban un poco –
. Me temo que eso es algo que no puedo decirte, incluso si rechazas el trabajo por ello.

“Hmmm.”

Supongo que, viéndolo en perspectiva, las cosas podrían haber salido mucho peor. Después de todo, había ido allí preparada por si tenía que escapar luchando. De todos modos, sentía que Tarim estaba intentando engatusarnos con sus poderes de persuasión, y no estaba siendo totalmente sincero con nosotros.

– De todos modos, soy demasiado joven para morir. Busco guardaespaldas capaces, y espero con ganas vuestra respuesta. – Tras decir eso, volvió su atención a la comida, mientras me hacía un torpe guiño.

Casi me atraganto con mi estofado de cerdo.