Slayers (NL)

Volumen 1

Capitulo 3: ¡Qué mal! Los bandidos me han capturado (patético…)

Parte 2

 

 

– Creo que le hemos perdido, – dijo Zelgadiss, permitiéndose un momento para tomar aliento al fin. Habíamos estado corriendo casi toda la noche, pero por fin nos habíamos detenido cerca de una cascada en el bosque. El rugir del agua camuflaba nuestras voces, por lo que podíamos hablar tranquilamente sin temor a que nos escuchase alguien. Tenía que reconocer que Zelgadiss tenía una formidable resistencia, pues había estado corriendo todo ese tiempo cargando conmigo al hombro.

El Sol empezaba a salir por el horizonte.

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– Me duele la nariz. – Lloriquee.

– Pues deja de meterte el dedo, – contestó.

– No tiene gracia. – Dije sacándole la lengua mientras me recostaba sobre unas rocas. Estaban frescas y eso me hacía sentir mejor.

Debido a mi tamaño, mis puntos fuertes en la lucha son la velocidad y la agilidad, pero también significa que no tengo demasiada fuerza física ni resistencia. Tenía mucha necesidad de dormir… pero la mañana se acercaba y no teníamos tiempo.

– Adelante, – dijo Zelgadiss al ver que se me cerraban los ojos –. Aquí estamos a salvo, y deberíamos descansar tanto como podamos. Yo también voy a cerrar los ojos un rato.

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“Perfecto.”

– Pero será mejor que no huyas mientras estoy dormido.

“Mierda, me ha pillado.”

– Tienes razón. Estoy cansada, y aún no he recuperado todo mi poder mágico.

– Entonces, ¿eso significa que lo recuperarás pronto? – Respondió esperanzado.

– Debería. Mira, te doy mi palabra de que no voy a huir mientras duermes, ¿vale?

A cambio, antes de que nos durmamos, me contestarás a algunas preguntas.

Zelgadiss sonrió con la boca torcida.

– Supongo que es justo. Ya que ya estás metida de lleno en todo este asunto, tienes todo el derecho a saber qué ocurre. Bueno, ¿por dónde quieres que empiece?

– Empecemos con el tío ese que se hace llamar Rezo, el Sacerdote Rojo.

– Ah, ¿entonces ya se había puesto en contacto contigo antes?

– Sí, y me dio una sensación muy rara. ¿Quién es en realidad? Zelgadiss se encogió de hombros.

– Es quien dice ser. El auténtico Rezo, el Sacerdote Rojo. Aunque no es el hombre que el mundo cree que es. Quizás lo fue, pero hace mucho tiempo de eso…

– No lo entiendo. ¿Cómo puede ser tan distinto a lo que la gente cree?

– Ni idea. A veces la gente cree lo que quiere creer. ¿Sabes el significado del objeto que quiere conseguir?

– Un momento. Vamos a dejar algo claro. El que quiere resucitar a Shabranigudu, el Señor Oscuro, es él y no tú, ¿verdad?

La cara de Zelgadiss indicaba que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.

– ¿Shabranigudu? ¿De qué hablas?

– Uh… bueno, él dijo…

– El objeto que quiere conseguir es conocido por muchos nombres, pero el más famoso de ellos es la “Piedra Filosofal”.

“¡Ostras!”

Me quedé sin palabras.

– ¿L…la Piedra Filosofal…? Entonces… entonces p-podría… Zelgadiss asintió.

– La Piedra Filosofal está dentro de la estatua de la diosa que tenías.

La Piedra Filosofal… ¿alguna vez has oído hablar de ella? Seguramente sí. No hay ni un solo hechicero que no la conozca y se maraville ante su legendario poder. Se dice que es una reliquia de magia avanzada de una antigua civilización, o quizás un fragmento de la vara que sostiene nuestro mundo. Lo único que se sabe con seguridad es que amplifica la magia hasta un nivel increíble. Cada supuesta aparición de la Piedra Filosofal ha afectado profundamente el curso de la historia de la humanidad. Se cree que incluso un aprendiz de hechicero podría destruir un reino entero si consiguiese la piedra. Aunque es casi un mito, los hechiceros más ancianos creen que es real.

¡Y yo la había tenido en mis propias manos!

– P-pero, ¿qué quiere hacer con ella? – Aunque las historias sobre Rezo estuvieran exageradas, estaba claro que los rumores sobre sus poderes eran ciertos. Ya eran impresionante por si mismos, pero con la piedra…

– Dice que no piensa conquistar el mundo, – respondió Zelgadiss –. Pero quiere, al menos, poder verlo.

– ¿Ver el mundo…?

– Sí. Tal y como dicen las historias, Rezo nació ciego. Comenzó a estudiar la magia blanca sólo para conseguir abrir los ojos. Cuando consiguió dominarla, viajó por todo el mundo, visitando a otros sabios, y ayudando a mucha gente por el camino. Pero, aunque podía curar los ojos de los demás, por alguna razón no podía curar los suyos. Al cuestionarse por qué sus esfuerzos no servían para nada, comenzó a estudiar magia negra y magia espiritual, esperando que le proporcionasen el poder suficiente. Como era un hombre de gran talento, en seguida dominó ambas magias pero, aún así, sus ojos seguían sin poder ver. Sólo le quedaba una opción.

– La Piedra Filosofal, algo que seguramente ni siquiera él estuviera seguro de que existía, ¿verdad?
Zelgadiss asintió.

– Entonces… no lo entiendo. ¿Por qué quieres evitar que consiga la piedra? ¿Qué daño puede hacer que consiga ver?

– Quizás ninguno. Pero mi objetivo es la venganza. Y, para vengarme, necesito la Piedra Filosofal. No soy lo suficientemente poderoso para derrotar a Rezo por mí mismo.

– ¿Tan poderoso es Rezo?

Zelgadiss asintió en silencio. Así que todo se reducía a que Zelgadiss no quería ser un peón de Rezo. Por supuesto, le comprendía perfectamente.

– Entonces él fue… ¿fue el que te hizo esto? – Dije, refiriéndome a su piel rocosa.

– Sí, ese día me dijo que me iba a conceder poder para que pudiera ayudarle en su búsqueda de la piedra. Y yo… acepté como un estúpido. No sabía lo que iba a hacerme.

– ¿De qué le conocías?
La cara de Zelgadiss cambió radicalmente en cuanto hice mi pregunta. Entonces se puso a reír con resignación.

– Le conozco desde que nací. Parece ser que es mi abuelo, o quizás mi bisabuelo.

No estoy muy seguro, y la verdad es que prefiero no saberlo.

– ¿En serio?


– Supongo que te extraña porque no aparenta la edad que tiene, pero nació hace más de un siglo. Sea como sea, la sangre del famoso (o infame, depende de a quién preguntes) Rezo, el Sacerdote Rojo, corre por mis venas.

– Siento… habértelo preguntado.

“Vaya, qué corte.” Pensé mientras me rascaba la punta de la nariz.

– No pasa nada, – dijo, aunque ya no se reía.

El efecto de nuestra conversación se podía palpar en el ambiente. ¿Cómo podía cambiar de tema después de lo que acababa de descubrir?





“Quizás podríamos hablar del tiempo.”

– Bueno, al menos ahora sé de qué va todo esto. Gracias por explicarme los detalles. – Dije, tratando de sonar animada –. Vamos a intentar dormir un poco. – Dije mientras me recostaba.

“Así se hace, Lina.”

Entonces miré a Zelgadiss, que seguía incorporado.

– ¿No vas a dormir? Seguro que estarás cansado.

– Supongo, pero haré la primera guardia, – dijo –. Te despertaré dentro de un rato para que me releves.

– Vale. Buenas noches. – Cerré los ojos. Con lo cansada que estaba, no tardé en…

 * * *

 

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Me desperté de un sobresalto, lo que empezaba a convertirse en una costumbre.

Estaba segura de que no había dormido más de unas pocas horas. Especialmente por la posición del Sol en el cielo, y por cómo de descansada me sentía.

Podía percibir se de sangre en el ambiente, hasta tal punto que me había despertado. No provenía de una o dos personas, sino que presentía que se trataba de, al menos, diez individuos. Normalmente podía ser más precisa acerca de la cantidad de personas, pero aún no estaba despierta del todo, y mi magia seguía sin estar en su mejor momento. Fuera como fuese, el enemigo nos superaba en número.

– Estamos rodeados, – dijo Zelgadiss, sin molestarse en bajar la voz. Al fin y al cabo, ya sabían que estábamos allí, para qué iba a molestarse.

– ¿Por quién?

– Veinte o treinta trols. Rezo no ha venido con ellos. Nos las arreglaremos. – Dijo, con voz despreocupada, aunque yo tenía menos confianza en nuestras posibilidades.

– No creeríais que no nos daríamos cuenta de que os habíais ido, ¿verdad? Vamos a zanjar esto de una vez, jefe.

Al reconocer la voz, me puse en pie, y pude ver a varios trols tratando de ocultarse entre los árboles.

– ¡Vaya, hola Dilgear! Qué curioso encontrarnos aquí, – grité hacia los árboles –.

¿Por qué no sales a donde pueda verte? Sal y saluda como es debido. Vamos a charlar sobre los viejos tiempos. ¡Lo pasaremos bien!

El… loquesea lobo salió de detrás de un árbol, mucho más cerca de lo que yo esperaba.

– Recuerdas cómo me llamo, – dijo, alagado.

“Qué rarito es.”

– ¡Como si pudiera olvidarte! – Respondí, mirándole directamente al morro –.

¿No eres tú el que me encuentra tan repulsiva que preferiría hacérselo con una cabra? ¿O era una goblin? Sí, eso es. Seguramente comas cabras para almorzar. Las cabras se comen, y con las goblins te morreas. También había algo sobre una cíclope, ¿verdad?

Bueno, entiendo que prefieras a una chica que no pueda ver demasiado bien, ¿sabes lo que quiero decir? Pero, vaya, ¿qué puedo saber yo? Al parecer, ya me gustaría a mí ser una cíclope. Mi piel es más dura que la de un golem de piedra. Soy más bajita que un duendecillo. Sólo soy una subdesarrollada…

– ¡Oye, oye, oye, oooooyee! Yo no dije tantas cosas.

– Bueno, ya da igual, porque Zelgadiss va a patearte el culo por haberme insultado, ¡ya lo verás! ¡Vamos, Zelgadiss! ¡El mundo espera tu gran momento!

¡Enséñales de lo que eres capaz! ¡A por ellos!

– ¡Venga, vamos! ¡Estamos esperando!

– ¡Dales una paliza!

– ¿Qué… crees que estás haciendo? – Dijo Zelgadiss mirándome, con los brazos cruzados y mirada interrogante.

– ¿Yo? – Respondí, igual de perpleja. No es que me estuviera metiendo con Dilgear para divertirme… ¡en serio! ¡Era una estrategia!

Estaba atacando a la moral de nuestro enemigo.

¡En serio!

– Dilgear, ¿no me juraste lealtad? – Preguntó Zelgadiss con un tono de voz sorprendentemente amenazante.

El loquesea lobo negó con la cabeza.

– Yo no juré nada a Zelgadiss, – respondió –. Mi juramento fue para el sanguinario guerrero que Rezo, el Sacerdote Rojo, había creado, ¡lo he comprobado! ¡En el momento en el que traicionaste a Rezo, te convertiste en mi enemigo, y me liberaste de mis obligaciones hacia ti! – Al parecer debía de haber algún manual de normas sobre el asunto.

– Vaya, ¿en serio? – Los ojos de Zelgadiss se estrecharon. La verdad es que hora sí que parecía un guerrero sanguinario –. ¿De verdad piensas que puedes vencerme? Sólo eres un imbécil, un mestizo y una patética excusa de un hombre lobo…

“Vaya, será mejor que me lleve bien con Zelgadiss de ahora en adelante.”

– ¿Mestizo? ¿A eso hemos llegado? Vale, si eso es lo que quieres, jefe, te enseñaré lo que un imbécil mestizo como yo puede hacer… ¡A por ellooooos! – Rugió Dilgear, y una horda de trols armados se cargaron contra nosotros.

“Oh, hay que joderse.”

Una sutil sonrisa apareció en el rostro de Zelgadiss mientras elevaba la mano derecha. No pude ver bien lo que estaba haciendo, pero la tierra empezó a moverse.

– ¡Dug Haut! – Gritó.

– ¡Wah! – Corrí hacia él y me sujeté fuerte para no carme. La tierra se sacudió. Empezó a agitarse, a temblar y a ondular como la superficie del océano en una tormenta.

Los trols empezaron a temerse lo peor.

– ¡Haaa! – Zelgadiss sacudió su mano derecha violentamente, con una sonrisa maníaca en su rostro –. ¡Tierra, obedece mi voluntad!

El suelo y las rocas obedecieron la orden de Zelgadiss. La tierra que hasta ahora estaba ondulando se transformó en incontables estalagmitas, estacas que surgían del suelo y empalaban a los trols donde quiera que estos estuvieran.

“Fin de la partida.”

Por muy fuertes que fueran sus habilidades regenerativas, sus cuerpos no podían curarse si las heridas permanecían permanentemente abiertas por las estalagmitas que los atravesaban, y el constante esfuerzo por intentar curar las heridas consumía su fuerza vital rápidamente. Pronto morirían sin remedio.

No es precisamente una bonita manera de morir, si quieres mi opinión. Aunque, teniendo en cuenta lo que hice con mi hechizo

Recovery invertido en aquel hostal, no creo que sea quién para juzgar a Zelgadiss.

– Y bien, – Dijo Zelgadiss con la misma sonrisa –. ¿Decías…? ¿Algo de que ibas a enseñarme lo que podías hacer…? ¿Qué puedes hacer, Dilgear?

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– Hmph. – Gruñó Dilgear desde lo alto de una de las estacas. Había conseguido esquivar el ataque –. No me impresionas, ¿sabes?

Los auténticos guerreros no recurren a estúpidos truquitos de magia.

– ¿Estúpidos truquitos de magia? – Preguntó Zelgadiss, incrédulo –. No era ningún truco, Dilgear, he controlado la misma tierra. ¿En qué habías pensado? ¿Creías que podrías derrotarme en un duelo con la espada?

– Exactamente. – Dijo Dilgear con una amplia sonrisa.

– ¿Y por qué no probamos esa idea a ver qué tal? – Preguntó Zelgadiss mientras desenvainaba su espada lentamente.

– ¿No vas a hacer trampa y usar tu magia? – Dilgear aún no había desenvainado.

– Para nada.

– Te vas a arrepentir, – prometió Dilgear. Entonces saltó hasta el suelo y desenvainó la espada que llevaba en la espalda. Tenía una hoja enorme y curva, con un aire malvado.

Slayers Volumen 1 Capítulo 3 Parte 2 Novela Ligera

 

Era una especie de cimitarra gigantesca, de un tamaño que yo nunca había visto, y que hizo que diera unos pasos hacia atrás.

– ¡Arrrrrrhh! – Dilgear soltó un rugido como una bestia, y cargó hacia su oponente.

Zelgadiss también cargó, lanzándose directamente contra su oponente. Sus espadas chocaron y saltaron chispas. Aún siendo el más pequeño de los dos, Zelgadiss empezó a obligar a Dilgear a dar algunos pasos hacia atrás.

– ¿Qué te ocurre, Dilgear? Esto es un duelo de espadas, como lo hacen los
auténticos guerreros. ¿No deberías estar derrotándome con pasmosa facilidad?

– ¡Acabamos de empezar, jefe! – Gruñó Dilgear mientras cambiaba el ángulo de la cimitarra, obligando a Zelgadiss a girar la muñeca en la otra dirección.

El sable de Zelgadiss se deslizó un poco, y la cimitarra de Dilgear consiguió atravesar su defensa, desgarrando su ropa y dejando el pecho al descubierto.

– No está mal. – Dijo Zelgadiss.

– Gracias, jefe. Odio tener que matarte, ¿sabes?

– Gracias, Dilgear, el sentimiento es mutuo.

Desde mi punto de vista, los dos estaban muy igualados como espadachines. Pero, por muy bueno que fuese Zelgadiss, no iba a ser suficiente contra Dilgear. Aún así, llegado el momento, Zelgadiss podría recurrir a la magia.

En cuanto a mí, me daba igual quien ganase. Fuese quien fuese, yo seguiría siendo la rehén, de Rezo o de Zelgadiss. Ambos me consideraban sólo un medio para llegar hasta la Piedra Filosofal. No creo que sea la mejor manera de ganarse la lealtad de una joven como yo.

Mientras seguían luchando, consideré la opción de aprovechar la oportunidad y salir corriendo, pero decidí que no era buena idea porque, si Zelgadiss se daba cuenta, me lanzaría una oleada de Fire Balls como regalo de despedida.

– ¡Hii–yaa! – Gritó Dilgear mientras saltaba hacia un lado, cortado su camino a través de las estacas de piedra con su poderosa cimitarra.

La magia no dura para siempre, ni las cosas creadas con magia. Las cosas creadas o deformadas por la magia pierden estabilidad con el tiempo. Al tirar unas cuantas, la fuerza del golpe de Dilgear provocó una reacción en cadena, y una oleada de escombros y estacas se dirigía en dirección a Zelgadiss.

– ¡Wah! – Exclamé mientras me apartaba del camino de las estacas caídas.

Dilgear saltaba de estaca en estaca, aumentando el volumen de escombros y estacas que se abalanzaban contra Zelgadiss, cuyo cuerpo relativamente pequeño fue engullido por la tormenta de polvo.

Dilgear cargó contra él.

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¿Yo? Me puse a estornudar. El polvo no sólo hacía difícil el poder ver, sino también el respirar.

– Ugh… – contuve el aliento mientras sacaba un pañuelo y me lo ponía sobre la boca y la nariz para filtrar el polvo. Me picaban los ojos y la garganta.

Por fin la nube de polvo comenzó a posarse, y los dos combatientes reaparecieron. El plan de Dilgear para cegar a Zelgadiss podía parecer impresionante, incluso espectacular, pero no lo había pensado demasiado bien, lo que tenía sentido teniendo en cuenta que el loquesea lobo era un idiota.

– Vaya un truco tan estúpidamente impresionante, – dijo Zelgadiss, fingiendo estar impresionado –. Y yo que había empezado a respetarte, Dilgear.

– Retiro lo que dije antes, jefe. Me muero de ganas de cerrarte la boca para siempre. – Gritó Dilgear antes de volver a cargar contra su oponente.

“Vaya, creo que he visto a Zelgadiss sonreír durante un segundo.”

Los dos corrieron el uno contra el otro a toda velocidad, y la espada de Zelgadiss se clavó en el hombro de Dilgear.

Entonces comprendí a qué venía la sonrisa. Antes, cuando parecía que Zelgadiss sólo podía esquivar las estocadas de Dilgear, dio patadas a varias rocas para lanzarlas en dirección a Dilgear, mientras la parte inferior de su cuerpo estaba aún oculta por la nube de polvo. Por supuesto, eso no bastaba para acabar con Dilgear, pero sí para hacerle perder el equilibrio, y eso es lo que Zelgadiss quería.

– ¿Qué pasa ahora? ¿No se suponía que me iba a arrepentir? – Dijo Zelgadiss con sarcasmo mientras la sangre de Dilgear goteaba desde la herida en su hombro.

– ¿Y quién ha dicho que no sea así? – Respondió Dilgear, sonriendo.

Mis ojos se abrieron de par en par, al igual que los de Zelgadiss. La herida del hombre lobo se estaba cerrando ante nuestra atónita mirada. En apenas unos segundos, la herida había desaparecido, sin dejar ni rastro.

– Soy mitad lobo, y mitad trol, – explicó Dilgear –. ¿O ya te habías olvidado? Si luchas con la espada y no usas la magia, no vas a poder derrotarme. No importa lo bueno que creas que eres, no lo eres lo suficiente como para cortarme la cabeza.

Tenía razón. Teniendo en cuenta los poderes regenerativos de los trols, Zelgadiss no tenía ninguna oportunidad luchando sólo con la espada.

– Vaya, tienes razón. Lo había olvidado. – Zelgadiss no sonaba desconcertado. Volvió a adoptar una pose de lucha y, esta vez, tomó la iniciativa –. ¡Yaaah! – Gritó levantando la espada sobre su cabeza.

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“¡Oh! ¡No puede ser!”

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Zelgadiss había dejado expuesto su abdomen, y Dilgear no iba a dejar pasar esa oportunidad.

– ¡Gaa! – La cimitarra de Dilgear golpeó el abdomen de Zelgadiss con fuerza.

La sangre salió a borbotones… o eso debería haber ocurrido, en vez de eso se oyó a la cimitarra arañando algo duro.

Zelgadiss estaba allí mismo, de pie con una amplia sonrisa.

– Parece que hay algo que tú también has olvidado, ¿no? – Dijo –. Una tercera parte de mi ser es un golem de roca. Si quieres vencerme con una espada, tendrá que ser con la Espada de Luz. Así que tú tampoco puedes ganar esta batalla.

La mandíbula de Dilgear se abrió hasta casi tocar el suelo.

– Podemos seguir luchando hasta que estés demasiado cansado como para impedir que te corte la cabeza, o puedes volver a la base y lloriquearle a Rezo. Tú eliges.

– ¡Hmph! – En vez de retirarse, Dilgear sacó algo de su bolsillo. Lo sujetó en su puño y apuntó hacia Zelgadiss, aunque en el último momento se arrepintió y lo lanzó al agua –. ¡No te perdonaré esto! – Dijo, soltando un último tópico antes de desaparecer entre los árboles.

Zelgadiss se quedó mirando cómo se marchaba.

– Pobre idiota… – murmuró mientras intentaba peinar su desordenado cabello. Me puse a aplaudir, silbar y saltar de arriba abajo, felicitando al vencedor.

– ¡Wow, Zelgadiss! ¡Buen trabajo! ¡Yuju! Pero Zelgadiss no parecía disfrutarlo.

– ¿Qué puñetas… estás haciendo?

– ¡Te estoy dando la enhorabuena!

– Ah, ya veo. – Decidió rendirse y no discutir, y comenzó a andar lentamente hacia la orilla.

– ¿Dónde vas?

– A beber algo de agua. – Respondió secamente.

– Vaaaale. Pues voy a aprovechar y lavarme la cara. – Dije, y me puse a caminar tras Zelgadiss. Debido al hechizo que había usado antes, no era una caminata fácil, pues la tierra estaba agrietada por todas partes. Aún así, conseguí llegar hasta la orilla, me quité los guantes y metí las manos en el agua.

“Mmmm, qué fresquita… ¿Eh? ¿Pero qué…?”

– ¡No bebas! ¡Es veneno! – Grité.

– ¿Qué has dicho…?

– ¡Es veneno, la ha envenenado! ¡Mira! – Señalé a la superficie del agua cerca de unas rocas. Varios peces estaban flotando bocarriba. Estaba claro que no estaban nadando, y no creo que a los peces les guste tomar el sol.

– Pero, ¿cómo?

– Dilgear, ¿te acuerdas cuando lanzó algo al agua? Seguramente era un frasco con veneno. Seguramente pensó que necesitarías beber tras la batalla. Nos hizo pensar que era inofensivo fingiendo que te lo iba a lanzar a ti, y luego cambiando de opinión.


– Vaya… – sonaba impresionado –. Parece que Dilgear no es tan estúpido como aparenta.

– Bueno, yo no me pondría a alabarle después de que intentase envenenarme. De todos modos, la gente de Rezo ya sabe dónde estamos. ¿Tienes pensado algún sitio a donde podamos ir?

– No, para nada.

– Bueno, creo que no me sorprende. Está bien, sígueme. – Comencé a caminar en dirección a la ciudad de Atlas. Tenía que encontrar a Gourry, porque quizás inclinase la situación a nuestro favor. Si algo necesitaba desesperadamente, era un cambio para bien.

Lo que había comenzado como una inocente búsqueda de tesoros se había convertido en un desastre, con más personas tratando de capturarme de las que me apetecía contar. Pronto habría recuperado todas mis fuerzas, y sería la hora de la venganza. Pero, por el momento, sólo podíamos seguir caminando.

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